Tras la intervención del rey en la llamada pascua militar, resulta sorprendente el escaso o nulo protagonismo del Presidente del Gobierno en tal acto.
Es inaplazable acabar con tal escenificación, por elemental dignidad democrática, pues los simbolismos tienen más peso en la moral militar de lo que algunos políticos suponen.
Ha sido una intervención del rey atrincherada en la tremenda tragedia del coronavirus, que está asolando no solo a nuestro país sino a toda la Humanidad. Tragedia que pone en evidencia la falta de personal sanitario y de medios suficientes para afrontar eficazmente la pandemia.
Lo que necesitamos no son más militares, ni descomunales gastos en submarinos que no flotan, en este caso un ejemplo flagrante de incompetencia técnica y despilfarro. Además, resulta chirriante que el rey haga referencia a un ilustre marino, el teniente de navío Isaac Peral (1851-1895), conocido no solamente por ser el inventor del primer submarino operativo, sino también por su capacidad científica y sus ideas republicanas, motivo por el cual fue desacreditado en una campaña infame, viéndose obligado a pedir la baja en la Marina.
Y todo esto está ocurriendo en unos momentos en los que asistimos a una aceleración vertiginosa de los acontecimientos nacionales e internacionales, quedando atrás la segunda década del siglo XXI. Aspecto dramáticamente puesto en evidencia por el asalto al Capitolio. Miles de manifestantes, enardecidos por Donald Trump, actual presidente de los EE.UU., armados hasta los dientes, ha dado lugar a cuatro muertos y numerosos heridos. Algo muy serio está ocurriendo en el centro del imperialismo.
Es inaudito que el Presidente del Gobierno de España, el socialista Pedro Sánchez, no ostente el mando supremo de las Fuerzas Armadas. Por si hubiese dudas, el rey Borbón lo ha remachado en su discurso, dejando claro quién es el que manda.
Se ha ninguneado al Presidente legítimo en un acto de afirmación de la monarquía, presidido por un militar: el rey. Sin embargo, un representante máximo de la soberanía popular, como lo es el Presidente del Gobierno de España, ha quedado puenteado por una ministra de defensa que sigue mintiendo descaradamente.
Es antidemocrático que exista en pleno siglo XXI un acto de exaltación militar de tal naturaleza presidido por un personaje que no se presenta a las elecciones.
Es inaceptable que el poder ejecutivo, que emana de la soberanía popular, representado en dicho acto por el Presidente del Gobierno, lo sea en forma de comparsa real.
Es alarmante que la ministra de defensa, Margarita Robles, siga en su cargo, tras los graves acontecimientos protagonizados por militares en activo, en la reserva o retirados, y se atreva a minimizar el problema, afirmando que es una ínfima minoría, exterior a la gran “familia militar”. Lo que es manifiestamente falso y encubre de hecho a las tramas fascistas que operan en su interior. Prueba de ello es la reciente carta firmada por 750 militares en situación de retiro, que forman parte de esa gran “familia militar”, entre ellos más de 70 generales, presionando a la Sra. Ministra pidiendo que altere el rumbo del gobierno.
Por si fuese poco, es esperpéntica la actitud de asociaciones de militares en activo, extremadamente reaccionarias, tales como la Unión de Oficiales de la Guardia Civil o la franquista Asociación de Militares Españoles.
Es indignante que se haya expulsado del Ejército al Cabo Marco Antonio Santos por firmar gallardamente un escrito antifranquista añadiendo “salud y república”.
También es muy revelador que se haya expulsado del Ejército al Teniente Luis Gonzalo Segura por su denuncia valiente de numerosas corruptelas, como aviso amenazante a los posibles alertadores de corrupción. Una situación sistémica que impide la debida transparencia y rendición de cuentas en todo lo referente a lo militar, incluida la Casa Real.
Es alarmante que el rey no haya hecho la menor mención a los recientes escándalos militares, algo que solo puede ser interpretado como connivencia tácita con los sectores de la ultraderecha militar, en los que probablemente se esté apoyando, puesto en evidencia por la carta a la Sra. Ministra, citada más arriba. La finalidad de tal apoyo apunta a un posible frenado en seco de cualquier proceso democrático que ponga en cuestión la monarquía o suponga una modificación cualitativa de la correlación de fuerzas en favor del pueblo trabajador, el cual constituye la inmensa mayoría de la población.
Es ofensivo oír al rey afirmar que la constitución nos obliga a todos por igual, cuando es obvio que le otorga privilegios extemporáneos, tales como la inviolabilidad absoluta, que le faculta para cometer todo tipo de delitos sin que sea posible no solo apartarlo del poder, sino tampoco investigarlo, procesarlo, condenarlo o exigirle indemnización económica alguna por parte de las potenciales victimas de tal inviolabilidad. Ese es el respeto que el rey nos exige.
Los representantes de la soberanía popular tienen la grave responsabilidad de impulsar sin mayor dilación -tras cuarenta interminables años de transición borbónica- las reformas necesarias que hagan incuestionable a quién le corresponde el mando supremo, por lo tanto efectivo, de las Fuerzas Armadas, así como la eliminación inmediata de la inviolabilidad absoluta del rey.
Es evidente que, en última instancia, la causa por la que el rey Borbón detenta el mando militar supremo es la de ser hijo de su padre, apoyado en las leyes de sucesión aún vigentes de la dictadura de Francisco Franco, que también fue mando supremo de las Fuerzas Armadas y Jefe del Estado español, además de genocida. Obviamente, tampoco se presentaba a las elecciones, aunque solía firmar penas de muerte mientras se tomaba tranquilamente un café.
Es inexcusable quebrar definitivamente la obediencia al rey, pues este no posee legitimidad popular alguna. En todo caso el indigno privilegio de ser heredero de una monarquía procedente de un golpe militar fascista, es decir de una monarquía reinstaurada por un dictador abominable, que le otorga un anacrónico derecho de cuna.
Fuente → miliciaydemocracia.org
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