La triple batalla por la hegemonía


La triple batalla por la hegemonía 
Antonio Santamaría

Estos comicios, los primeros del postprocés, revisten una gran importancia. En primer lugar, por los efectos entre el electorado de la gestión de la pandemia; en segundo lugar, porque el independentismo se presenta sumamente dividido y sin una estrategia común para alcanzar la secesión tras el fracaso de la vía unilateral. Unas elecciones donde todas las fuerzas en liza echarán toda la carne en el asador, como revela la nominación del ministro de Sanidad, Salvador Illa, como presidenciable del PSC y que ha sacudido el tablero político catalán.

Los anteriores comicios, convocados por Mariano Rajoy el 21 de diciembre de 2017 en aplicación del artículo 155 de la Constitución, estuvieron absolutamente determinados por los efectos del desenlace del procés soberanista. Entonces, se produjo una gran movilización de las fuerzas independentistas bajo el influjo victimista de la intervención de la Generalitat y la detención o fuga de sus líderes; pero también del electorado constitucionalista, que condujo a una elevada e inusitada participación del 79 % del cuerpo electoral. De este modo se rompió con la abstención dual y selectiva de las autonómicas característica del pujolismo. Es decir, cuando amplios sectores de votantes –entre un cuarto y medio millón– que apoyaban al PSOE en las generales se abstenían en las catalanas; un factor fundamental para explicar las reiteradas mayorías de Convergència i Unió (CiU)

Ello derivó en la victoria, contra pronóstico, de Junts per Catalunya, liderada por Carles Puigdemont, en el bloque secesionista, y de Ciudadanos, encabezado por Inés Arrimadas, en el bloque constitucionalista. Es decir, se impusieron las formaciones de centroderecha más beligerantes en términos nacional-identitarios, reflejo de la extrema polarización del país. A pesar que Cs fue la primera fuerza política, con 1,1 millones de votos, las tres formaciones independentistas lograron el 48 % de los votos y –favorecidas por la ley electoral– la mayoría absoluta en el Parlament de Catalunya que les permitió retener el gobierno autonómico. Ello ante la inoperancia de Cs que se mostró incapaz de presentarse a la investidura y plantear una alternativa.

Ahora, las elecciones se celebrarán en el día de los enamorados –si la pandemia lo permite– en un contexto dominado por el temor a sus graves consecuencias socioeconómicas, en el que la independencia no focalizará absolutamente el debate electoral. Por expresarlo plásticamente, la mascarilla ha sustituido a los lazos amarillos –que cada vez se ven menos en las calles– como símbolo de los nuevos tiempos. Desde este punto de vista, estas serán las primeras elecciones del ‘postprocés’.

Así se plantean grandes interrogantes sobre el comportamiento amplios segmentos del electorado, empezando por la participación que podría ser sensiblemente inferior a la de los anteriores comicios. La abstención podría ser importante entre los votantes contrarios a la secesión quienes percibirían orillado el peligro inminente de la separación y volverían a la abstención dual y selectiva. Sin embargo, también la abstención afectaría, aunque en menor grado, a electores independentistas desengañados por las falsas promesas, las divisiones internas y la ausencia de una estrategia clara para lograr la secesión.

Para los sectores más hiperventilados del independentismo el principal objetivo de estos comicios consiste en superar la barrera del 50 % de los votos a fin de reactivar la vía unilateral y el supuesto mandato del 1 de octubre. La consecución de esta meta se vería favorecida por la abstención de electores constitucionalistas, pero al mismo tiempo dificultada por el elevado grado de fragmentación del espacio independentista, tras la implosión de la antigua Convergència de la que han surgido tres partidos (Junts, PDeCat y PNC), así como por la concurrencia de otras pequeñas formaciones del independentismo radical como el xenófobo Front Nacional de Catalunya o Primaries.

En cualquier caso, la primera incógnita a despejar radica en comprobar si los apoyos al movimiento independentista se mantienen, descienden o aumentan. Más allá del porcentaje de votos, condicionado por la abstención, se habrá de prestar atención a la suma de votos las formaciones secesionistas que se situó en torno a los dos millones en las últimas autonómicas procesistas.

La pugna por la hegemonía independentista

En cierto modo, la fragmentación del espacio independentista resulta la consecuencia lógica de la ruptura de la unidad de acción de las formaciones impulsoras del procés, derivada del fracaso de la vía unilateral y de la ausencia de una hoja de ruta viable para acceder al Estado propio. A esta división en múltiples ofertas electorales se suma la descarnada lucha por la hegemonía entre Junts y ERC que plantean estrategias contradictorias, por no decir antagónicas. La división de los partidos independentistas en la votación de los Presupuestos Generales del Estado ilustró suficientemente esta profunda división.

Junts propugna continuar con el enfrentamiento “inteligente” con el Estado y la activación a la menor oportunidad de la vía unilateral. Esta formación tiene como principal activo electoral a Puigdemont, quien encabezará de forma simbólica la lista de Junts por Barcelona. Una formación que ha realizado un marcado viraje hacia posiciones nacionalpopulistas, xenófobas y supremacistas, compartidas por amplios sectores de la base social del movimiento independentista. Esto se ha hecho evidente con la victoria en las primarias de Laura Borràs, por otra parte imputada por presuntos delitos de corrupción, pero también del xenófobo Joan Canadell, presidente de la Cámara de Comercio de Barcelona. Esta deriva de Junts es uno de los elementos que están en la raíz de su ruptura, primero con el Partit Nacionalista de Catalunya y luego con el PDeCat, quienes se reclaman de la herencia “pactista” de CiU. Los comicios del 14F servirán para medir la correlación de fuerzas entre los seguidores de Puigdemont, próximos a los planteamientos de las extremas derechas nacionalpopulistas europeas, y estas dos formaciones surgidas de la implosión de Convergència. Todas las encuestas señalan una amplia mayoría en este espacio de Junts; aunque los votos cosechados por estas dos formaciones postconvergentes podrían resultar determinantes para decantar la pugna entre Junts y ERC por la hegemonía en el independentismo, incluso en el caso de no obtener representación parlamentaria.

De hecho, el PDeCat echará toda la carne en el asador con la presencia en sus listas de la ex vicepresidenta de la Generalitat, Joana Ortega, del ex conseller de Economía, Andreu Mas-Colell y con el apoyo en la campaña del ex president Artur Mas, sabedores que se juegan su supervivencia política en caso de no obtener representación parlamentaria.

Por su parte, ERC defiende, no sin contradicciones, una vía pragmática de pactos con la izquierda española en el poder y de acumulación de fuerzas, que postergaría indefinidamente un segundo intento separatista hasta no alcanzar una amplia mayoría de la sociedad catalana, superior al 50% y sostenida en el tiempo, lo cual propiciaría una negociación con el Estado para acordar un referéndum pactado a la escocesa. Ahora bien, este planteamiento, con el que Esquerra aspira a convertirse en la primera fuerza política del país y del bloque secesionista, podría no funcionar a tenor del evidente tirón electoral de Puigdemont y del desgaste a que se ha visto sometida por la errática gestión de la pandemia, pues han sido las consellerias a cargo de ERC como Sanidad, Trabajo y Servicios Sociales las que han asumido el peso de la gestión del coronavirus.

El resultado de esta pugna tendrá importantes consecuencias para el futuro político del país. En el caso que Junts se alzase con la victoria sería casi inevitable, si la aritmética electoral lo permitiese, la reedición de un pacto de gobierno con ERC para conformar un gobierno netamente independentista que prolongaría la confrontación con el Estado y la sumisión de ERC a sus postulados. Si, por el contrario, se impone ERC, se abrirían otras opciones. Entonces, probablemente Junts se negaría a otorgarle la presidencia de la Generalitat y prefería pasar a la oposición para iniciar una operación de acoso y derribo de Esquerra con el pretexto de su escasa convicción independentista.

Su cabeza de lista, Pere Aragonés, ha propuesto la constitución de un ejecutivo con Junts, PDeCat, CUP y Comuns, todos ellos partidarios del derecho de autodeterminación. No obstante, esta alternativa ha cosechado escaso éxito. Los Comunes han rechazado compartir gobierno con la derecha nacionalista de PDeCat y Junts. PDeCat se niega a confluir con la CUP y esta última se ha mostrado muy escéptica respecto a un gobierno de estas características. De modo que Junts ha sido la única formación que no ha rechazado de plano este ofrecimiento.

Ahora bien, el riesgo de este envite es superior en Junts, pues si no consiguen la primera posición en el espacio independentista se generaría una grave crisis dado su carácter de movimiento sin estructuras de partido, aglutinado en torno a la figura de Puigdemont; mientras que ERC es un partido de mayor solidez que resistiría mejor la derrota. Sin embargo, ERC tiene pendiente la emancipación de su relación edípica respecto al espacio postconvergente que explica en gran parte sus bandazos entre el maximalismo independentista y el realismo político, lo que a su vez la refleja la división entre sus bases entre el vector separatista (Macià) y federalista (Companys) originario de esta formación.

Otro aspecto a considerar radica en las opciones de la CUP. Las encuestas otorgan una notable subida de esta formación de la izquierda independentista que, en los últimos comicios, ha sido decisiva para las investiduras de Puigdemont y del inhabilitado Quim Torra. Ahora bien, si la pugna entre Junts y ERC polariza al electorado independentista, la CUP podría verse perjudicada a favor de un trasvase de votos hacia Junts, como ya ocurrió en las anteriores autonómicas, pues para sus votantes, que comparten base mesocrática con Junts y ERC, la cuestión social siempre se subordinada a la nacional. La nominación como cabeza de lista de Dolors Sabater, ex alcaldesa de Badalona al frente de una coalición entre CUP y Comunes, apunta a una estrategia para atraerse a los votantes de los Comunes próximos a los planteamientos soberanistas.

Recomposición en el constitucionalismo

También en el bloque constitucionalista se asiste a una dura pugna por la hegemonía. Todas las encuestas coinciden en señalar la gran caída en intención de voto de Cs que podría comportar la pérdida de la mitad de su electorado y acaso medio millón de votos. Esta debacle beneficiaría en primer término al PSC, que se convertiría en la primera fuerza política de este bloque. De hecho, gran parte de los votos de Cs proceden de electores socialistas que percibieron en la formación naranja una opción más útil para combatir la secesión, parte de los cuales emprendería ahora el camino de regreso.

La nominación del ministro de Sanidad, Salvador Illa, como presidenciable del PSC busca conectar con las aspiraciones de amplios sectores de la sociedad catalana para los cuales ahora se trata de gestionar con eficacia los efectos de la pandemia y dejar en un segundo plano las reivindicaciones secesionistas. Esta corriente de opinión le permitiría concentrar el voto útil constitucionalista, especialmente el procedente de Cs, también combatir la previsible abstención de este sector; incluso, atraerse electores de las formaciones del catalanismo no independentista. De este modo, aspira no solo a consolidar la primera plaza entre las fuerzas constitucionalistas, sino disputarle a ERC y Junts la condición de fuerza más votada en el país, aprovechando las oportunidades derivadas de la división del espacio independentista. En sentido contrario, particularmente en lo relativo a aglutinar el voto constitucionalista, puede restarle apoyos el planteamiento favorable a la concesión del indulto a los presos del procés o la posición del grupo socialista en el Ayuntamiento de Barcelona en contra de la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Catalunya para impartir un 25% de las clases en castellano.

También dentro de este bloque, en el ámbito de la derecha españolista, se asiste a una sorda batalla entre Cs, PP y Vox, a quienes todas las encuestas les otorgan representación en la Cámara catalana. Si la formación de ultraderecha consiguiera superar o empatar con el PP sería percibido como un auténtico desastre que repercutiría en el resto del Estado. En el contexto de esta pugna se explica el fichaje por el PP de Lorena Roldán, vencedora en las primarias de Cs a la presidencia de la Generalitat pero desalojada por Carlos Carrizosa, con el objetivo de capitalizar parte de la previsible caída del voto a la formación naranja.

En una posición intermedia, para algunos equidistante, entre ambos bloques se ubican los Comunes. Esta posición podría hacerles perder algunos de sus escasos escaños, por el lado contrario a los independentistas a favor del PSC, y por el lado soberanista hacia la CUP. A pesar de ello sus diputados podrían ser decisivos para la conformación del gobierno de la Generalitat.

Triple combate por la hegemonía

Así pues, en estos comicios asistimos a una triple pugna por la hegemonía. En primer lugar, entre el bloque independentista y constitucionalista, donde se comprobará si el país continúa partido por la mitad. También, si el independentismo mantiene, aumenta o disminuye sus apoyos electorales.

En segundo lugar, podría producirse una recomposición de las hegemonías en el interior de ambos bloques. En una hipótesis optimista, ERC superaría a Junts y PSC a Cs, de manera que el electorado premiaría a los partidos, dentro de sus respectivos bloques, que se han mostrado más proclives al diálogo y a reconstruir los puentes cívicos que han saltado en mil pedazos con el procés soberanista. Además se reorientaría en el eje social de la derecha neoliberal al centroizquierda socialdemócrata. Ello constituiría un indicio de que el país estaría dispuesto a empezar a pasar página de la década dominada por el procés, especialmente si Junts quedase relegado a la tercera posición por detrás de ERC y PSC como apuntan algunas encuestas. También tendremos que prestar atención a los resultados de las formaciones que se reclaman del nacionalismo no unilateralista, aunque la elevada fragmentación de estas opciones dificultará la posibilidad de que sus votos se traduzcan en escaños.

En tercer lugar, estos comicios son el escenario de una pugna en la derecha españolista entre Cs, PP y Vox con evidentes repercusiones en la política española.

Vetos cruzados

En cualquiera de estas hipótesis la gobernabilidad del país se presenta muy complicada. Al punto que no puede descartarse que los comicios tengan que repetirse si las formaciones políticas cumplen con los vetos cruzados que están arrojándose en esta precampaña.

ERC propugna un gobierno pentapartito de nula viabilidad y ha declarado enfáticamente que nunca pactará con el PSC para formar un tripartito de izquierdas con los Comunes, aunque finalmente podrían inclinarse por tripartito de las izquierdas soberanistas con los Comunes y la CUP. Los socialistas, por su parte, aseguran que jamás facilitarán la investidura de un gobierno presidido por ERC mientras este partido continúe priorizando la secesión del país y apuestan con un bipartito con los Comunes. Aunque, en ambos casos, resulta improbable que estas combinaciones sumen la mayoría absoluta y necesitaría de algún apoyo exterior.

Junts ha manifestado que solo formarían parte de un ejecutivo netamente independentista aunque los constantes enfrentamientos con ERC en el gobierno de coalición, el último a propósito de la fiesta rave en Llinars del Vallès, dificultan extraordinariamente la reedición de esta fórmula, que aún así no puede descartarse.

En cualquier caso, si se produjese el relevo en las hegemonías a favor de ERC y PSC en los respectivos bloques que dividen a la ciudadanía de Catalunya, se atisbaría una remota posibilidad para recomponer la destrozada convivencia cívica en el país, que ha sido el resultado más tangible de una década de procesismo cuyas heridas abiertas tardarán muchos años en suturarse.


Fuente → elviejotopo.com

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