La monarquía menguante y la República sin elefante

La monarquía menguante y la República sin elefante
Javier Cortines

Hay quien anuncia el advenimiento de la III República y se imagina a Felipe, igual que le ocurrió a Alfonso XIII, abordando barco en Cartagena. Otros, en cambio, esperan todo lo contrario: una alianza de la izquierda bifronte con todas las derechas, incluyendo a “los neonazis moderados”, que haga callar a los republicanos y envíe a galeras a “los antisistema”.

Todavía recuerdo aquellos tiempos gloriosos en los que el Rey Juan Carlos, cual padre de la nación, bendecía a sus súbditos y les deseaba Feliz Navidad. Aún no era pecado matar al dios elefante (o a osos drogados con vodka) y los ricos hacían ostentación de sus colmillos y de sus cilíndricas patas convertidas en taburetes con pezuñas.

El monarca salía en su despacho, nos miraba fijamente y nos elevaba. Los expertos en imagen hacían tomas regias de su rostro y de sus manos, y, era tal su transparencia, que a través de su epidermis veíamos su sangre azul, y nos dábamos cuenta de que, aunque pertenecíamos a la plebe (a los “footman” en inglés) éramos amados como el Creador ama a sus criaturas.

Pero un día, un aciago día, el demonio penetró en las redes sociales, cual alquitrán que ciega al Sol, y millones de seres anónimos, invisibles, “los nadies” -como los llamaba Eduardo Galeano- empezaron a menear mensajes cainistas. Volvieron a abrir la Caja de Pandora para transmutar la Armonía en Caos. El diablo se atrevió a agitar el trono, con el inquilino dentro, haciendo que se tambalease en su testa, la corona.

Los días de Navidad se fueron sucediendo. Al principio el rey hablaba apoyándose en un retrato con toda la familia unida, cual reflejo de la piña que formaba España. Era para llorar de emoción. En años sucesivos, los miembros de la foto empezaron a migrar, cual aves en cambio de estación. Y llegó la fase de “la monarquía menguante”. En la fotografía sólo estaba el jefe de Estado con su ventrílocua voz. ¡Ay, qué soledad! ¡Maldito pueblo! ¡Habéis acabado con todo lo sagrado! ¡Oléis a Tercera República!

Era como si surgieran súcubos e íncubos debajo de las piedras, como ocurrió en la serie de los Tudor que estrenó la televisión británica en 2007. En ella un noble “corrompido” le entrega al rey Enrique VIII un regalo envenenado: Un reloj de mesa con una vistosa corona en la parte superior. El rey escucha el tic-tac y capta el mensaje. El “enemigo” le está diciendo que ha empezado la cuenta atrás “para que el monarca acabe en Dubai” o en otros escenarios que son de mal gusto recordar.

En esa ocasión el insolente cortesano es decapitado. Pero ahora, en estos tiempos del Covid-19, parece que están cambiando, a gran velocidad, los vientos de la Historia. Y, lo que era imposible hace cuatro días, empieza a palparse con la fuerza del ciego que comienza a sentir la luz. Ya sé que el destino es incierto y que “el azar” siempre nos sorprende con algo que ni los más brillantes pensadores podrían imaginar.

Hay quien anuncia el advenimiento de la III República y se imagina a Felipe, igual que le ocurrió a Alfonso XIII, abordando barco en Cartagena. Otros, en cambio, esperan todo lo contrario: una alianza de la izquierda bifronte con todas las derechas, incluyendo a “los neonazis moderados” -cuyo humus tóxico se propaga desde EEUU a escala global- que haga callar a los republicanos y envíe a galeras “a los antisistema”, ese incómodo sinónimo de juventud que pelea por un mundo con rostro humano.

Hemos empezado el 2021 con nuevas cepas del coronavirus que amenazan, a corto y medio plazo, con un hundimiento económico que podría venir acompañado de hambrunas y un desempleo sin precedentes que podría retrotraernos a tiempos que creíamos superados. Si la quiebra continúa (con otro verano negro) que los dioses nos cojan confesados.

En mi Diario de un Desterrado, Conversaciones en el Café Columbus (base de mis artículos anteriores) hablo de la unidad que eleva y humaniza, y del individualismo, hijo del capitalismo, que mata todo intento de crear una sociedad solidaria donde el otro tenga tanta importancia como el yo.

Dejo aquí la mencionada reflexión a modo de epílogo:

Las personas sólo pueden olvidar sus diferencias gracias a la música, el vino y la danza porque esas tres cosas sagradas encierran la alquimia que transfigura la multiplicidad en Unidad. Ese cambio desencadena sucesos mágicos en los que lo humano y lo divino se funden de forma natural, el yo se convierte en tú, y el tú en yo. El hechizo se deshace de nuevo cuando los tambores vuelven a sonar y cada uno retorna a su lugar, a su posición, a su escalón. Es entonces cuando la Tierra vuelve a gemir y a lamentarse “despedazándose en individuos”, expresión que utiliza con gran acierto el hombre del caballo (Nietzsche).

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Con este texto se cierra un ciclo de cinco artículos que se pueden leer pinchando en los siguientes enlaces:

Corona Elefante-Café Columbus (I)

Corona Elefante-Café Columbus (II)

Corona Elefante-Café Columbus (III)

Corona Elefante-Café Columbus (IV)


Fuente → kaosenlared.net

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