El creciente apoyo a los movimientos de extrema derecha en prácticamente todo el mundo ha reavivado viejos debates que se creían ya superados e incluso olvidados. Un discurso de odio que se creía desterrado o bien relegado a grupúsculos margines e insignificantes vuelve a protagonizar el debate político y a suscitar apoyos no vistos desde hace décadas.
Y es que, las estrategias de esta nueva derecha radical, junto a una ingente cantidad de recursos, redes de apoyo y otros tantos factores contextuales e intrínsecos, parecen estar surtiendo efecto al tenor de la multiplicación de representación de estas fuerzas políticas en los parlamentos de Europa, América y Asia.
Sin embargo, esta nueva ultraderecha que, disfrazada de modernidad, moderación, rebeldía y una alta dosis de “fake news”, amenaza con revivir los episodios más oscuros de la Historia reciente, no ha surgido de la nada. Más bien, todo lo contrario: partidos políticos como Vox, en realidad, son el resultado de una larga trayectoria a través de las décadas e incluso los siglos.
Como se suele decir, entender el pasado es entender el presente. Por lo tanto, comprender el fenómeno tras el auge de popularidad de Alternativa para Alemania, La Liga de Italia, Ley y Justicia de Polonia o el Fidesz de Hungría, hay que acudir a las raíces históricas.
Los ultrarrealistas o ultramonárquicos
A menudo, los antecedentes históricos de la extrema derecha suelen situarse en un movimiento nacido en Francia a finales del siglo XVIII conocido como ultrarrealismo o ultramonarquismo, aunque recibió otros nombres: ultraabsolutistas, puros, ardientes, exclusivos, fuertes… aunque a menudo eran denominados simplemente “los ultras”.
El movimiento nace en el seno de la Revolución Francesa, un suceso histórico de suma importancia que daría lugar a las democracias representativas occidentales de la actualidad.
Durante siglos, el feudalismo era el sistema por el cual se regía la economía, la sociedad y la política. La sociedad se dividía en tres estamentos estancos a los que se accedía casi exclusivamente por nacimiento: la nobleza o Primer Estamento, que poseía la propiedad de la tierra y vivía de las rentas del trabajo del campesinado al tiempo que ostentaba el poder político; el clero o Segundo Estamento, que ostentaba puestos de poder, propiedades y tenía gran influencia; y el pueblo llano o Tercer Estamento, que reunía a la inmensa mayoría de la población: campesinado, comerciantes, trabajadores…
En este tipo de sociedad, conocida hoy en día como Antiguo Régimen, los derechos y los privilegios eran todos para el primer y segundo estamento. Por ejemplo, no pagaban impuestos. A lo largo de los siglos, además, la nobleza fue acumulando un poder desmesurado que se tradujo en el absolutismo monárquico, donde los reyes reunían todos los poderes legitimados por el llamado “derecho divino”, esto es, porque habían sido elegidos por Dios para gobernar de forma dictatorial.
Sin embargo, un cambio progresivo de mentalidad primero a través de las corrientes humanistas (que empezaron a considerar el uso de la razón para obtener conocimiento y a poner al ser humano en el centro y no exclusivamente a Dios) y después a través del movimiento denominado como La Ilustración (que reivindicaría el método científico, el conocimiento y el uso de la razón por encima de lo divino), se sucedió la Revolución Industrial, lo que trajo consigo muchos cambios en las estructuras económicas y sociales.
Así, el comercio, las manufacturas y otros sectores económicos ajenos a la agricultura y que estaban en manos de la burguesía comenzaron a despegar, enriqueciendo a una incipiente nueva clase social, al tiempo que la nobleza se empobrecía.
Una serie de problemas económicos durante finales del siglo XVIII se añadieron a un cóctel que terminó de hacer explotar el conflicto, que se tradujo en protestas y altercados. Ante esta situación, en Francia, en 1789 el monarca absoluto Luis XVI convocó Estados Generales, una asamblea compuesta por los tres estamentos que se convocaba de manera muy excepcional cuando el país iba mal y debatir y resolver problemas. Tan excepcional era la situación que la última vez que un monarca francés convocó Estados Generales fue en 1614.
El problema es que, en esa asamblea, cada estamento tenía un voto, lo cual iba en detrimento del tercer estamento que, a pesar de ser muy mayoritario, estaba en minoría en esa asamblea. Para evitar problemas, el Tercer Estamento propuso duplicar su número de miembros, lo que fue apoyado por sectores moderados de la nobleza, pero finalmente no hubo acuerdo.
Así, el Tercer Estamento nombró una Asamblea Nacional Constituyente que se dotó a sí misma de la misión de redactar una nueva Constitución que limitara los poderes del monarca y acabara con el absolutismo, a lo que Luis XVI se negó. Había comenzado la Revolución Francesa.
Si bien, tras años de altercados, revueltas, violencia y represión, la revolución acabó con el golpe de Estado de Napoleón Bonaparte y su conquista de buena parte de Europa conformando el Imperio Francés, asentó las bases de todo lo que vendría después.
Tanto es así que los conceptos de izquierda y derecha política provienen del lugar en el cual se sentaron los primeros representantes del pueblo francés en la Asamblea Nacional: los jacobinos, partidarios del fin de la monarquía y de crear una república, se sentaron a la izquierda; los girondinos, el sector más conservador y favorable a mantener la monarquía, se sentaron a la derecha; y, los más moderados, en el medio.
Estos grupos, personas que se reunían para debatir ideas en común, desarrollar estrategias políticas y promocionar candidatos a la asamblea, se constituyeron en “clubs” que se consideran los antecedentes de los actuales partidos políticos.
A través de los años siguientes, incluyendo todo el siglo XIX aunque principalmente los primeros 50 años de dicho siglo, se dio una lucha en toda Europa por acabar con el absolutismo a partir de una serie de revoluciones y protestas liberales, copiando el modelo francés y estadounidense (1820, 1830 y 1848).
De todas las ideas, “clubs” o partidos que aparecieron en aquellas décadas, uno de ellos fueron precisamente los ultrarrealistas. Sentados lo más a la derecha posible del arco parlamentario, no solo buscaban oponerse a todos los avances progresistas de la revolución, sino regresar al absolutismo monárquico y a la sociedad estamental del Antiguo Régimen, devolviendo los privilegios a la nobleza y al clero.
Durante muchos años, a través de sociedades secretas manipuladas por miembros de la nobleza entre los cuales destacaba Carlos X de Francia, de la Casa de Borbón y conde de Artois, quien los lideraba en las sombras, utilizó la violencia, el engaño, la manipulación y la propaganda para conseguir el apoyo electoral hacia los ultrarrealistas, especialmente en Francia y en España. Por sus métodos y sus contrarrevolucionarias ideas llegaron a denominarse “más monárquicos que el Rey”
Entre 1815 y 1830, en Francia, utilizaron además su representación política en el parlamento para impedir la gobernabilidad, dificultar los debates y generar todo el ruido posible, llegando a posponer elecciones y manipulando la ley en su favor tras su acceso al trono entre 1824 y 1830.
Estos rasgos serían heredados por el ultramonarquismo en España, precisamente al gobernar la misma Familia Real: los Borbones (que, por cierto, sigue a día de hoy).
En España, durante la ocupación de la Francia de Napoleón Bonaparte y que dio origen a la Guerra de Independencia (1808 – 1814), fue aprovechado por las corrientes liberales para alzarse contra el absolutismo.
Así, se crearon en 1810 las Cortes de Cádiz en un intento de emular a la Asamblea Nacional francesa e inspiradas en el pensamiento ilustrado. Si bien no existían partidos políticos, los diputados se agrupaban en tres corrientes: los absolutistas o realistas, también llamados por los liberales los “serviles” por su sumisión a la Corona, querían que la soberanía radicara exclusivamente en el rey, cuyo poder no debía tener ninguna restricción; los moderados o también llamados jovellanistas, cuyo nombre proviene del político y pensador ilustrado Gaspar Melchor de Jovellanos, abogaban por una soberanía compartida entre el rey y las Cortes, lo que les convierte en los precursores del liberalismo moderado y conservador que se desarrolló en el Siglo XIX; y los liberales que formaban un equipo cohesionado, con notable formación intelectual y capacidad de iniciativa, conformando el pensamiento más progresista.
Entre sus representantes estaría la mayor parte del clero de la época y, por supuesto, buena parte de la alta nobleza.
Tras la expulsión de los franceses en 1814 y la vuelta de Fernando VII de Borbón, sectores liberales de las Cortes de Cádiz esperaban que acatara la Constitución redactada en 1812 y que convertía España en una monarquía parlamentaria constitucional.
Paralelamente, los 69 diputados ultrarrealistas redactaron el llamado Manifiesto de los Persas y se lo presentaron ante el rey en su llegada a la península en el puerto de Valencia. En este manifiesto, criticaban con fuerza los cambios promovidos por las Cortes de Cádiz y pedían la vuelta del absolutismo y del Antiguo Régimen, a lo que Fernando VII accedió.
Apoyado por sectores del ejército al mando del general Francisco Javier de Elío, se hizo con el poder absoluto disolviendo las Cortes. Se considera el primer pronunciamiento militar de España.
Durante seis años, Fernando VII trató de asegurar su poder nombrando a absolutistas en puestos importantes, devolviendo los privilegios a la nobleza y al clero, reprimiendo y persiguiendo a rivales políticos y, en general, gobernando de forma totalmente tiránica.
Fue depuesto del poder mediante el pronunciamiento militar de Rafael de Riego, que encendió la chispa de numerosas revueltas que obligaron al rey a jurar la Constitución de Cádiz. El himno de Riego sería utilizado décadas más tarde como himno de la Segunda República Española.
Entre 1820 y 1823, los sectores liberales trataron, sin demasiado éxito, de gobernar el país debido a varias dificultades: la primera, que existía una desconfianza mutua con el rey, quien conspiraba en secreto para recuperar su poder y obstaculizaba todo lo posible la labor de gobierno; la segunda, que los liberales se dividieron entre moderados y exaltados, los primeros más provenientes de la élite intelectual y cultural y partidarios de hacer concesiones y los segundos más relacionados con las revueltas y los pronunciamientos a pie de calle que buscaban cambios más radicales, lo que podría considerarse un antecedente de los movimientos políticos que se desarrollarían a lo largo del siglo; y, la tercera, que la mayoría de la población seguía apegado a las viejas tradiciones y apoyaba todavía el viejo orden absolutista.
Durante esos años, Fernando VII y sus aliados organizaron grupos y milicias para protagonizar alzamientos y altercados que, si bien no tenían demasiado éxito, eran un traspiés continuo tras otro, lo que se denomina Guerra Realista, poniendo en jaque la estabilidad del gobierno liberal.
Finalmente, en 1823, con la inminente llegada al poder de los ultrarrealistas en Francia, su líder Carlos X consiguió convencer al rey Luis XVIII de enviar un ejército a España con la intención de ayudar a las milicias ultrarrealistas, los llamados Cien Mil Hijos de San Luís, que, comandados por Luis Antonio de Francia, duque de Angulema e hijo de Carlos X torcieron la situación en favor de Fernando VII, que fue repuesto en el trono como monarca absoluto.
Sabiendo que no podría depender eternamente de Francia, que la inestabilidad del país era evidente y que parte del ejército simpatizaba con ideas liberales (como se había visto en el pronunciamiento de Riego), Fernando VII reagrupó sus milicias y creó el Cuerpo de Voluntarios Realistas, que llegó a contar con 200.000 efectivos.
Esta milicia tenía como objetivo evitar el restablecimiento del gobierno constitucional y luchar contra liberales. Con motivo de la represión y como objeto de la misma, se creó por todas las provincias un cuerpo de voluntarios que defendieran y protegieran las ideas absolutistas frente a lo que ellos consideraban como un “mal liberal”. Este cuerpo, si bien nunca llegó a militarizarse ni a entrar en combate como tal debido a su carácter voluntario, sí que actuó como instrumento represor.
De hecho, durante los siguientes diez años, en la llamada Década Ominosa, la represión fue el santo y seña del ultrarrealismo. Las intentonas liberales para recuperar el poder, que se sucedieron en la última etapa del reinado (en 1824, 1826, 1830 y 1831), fracasaron.
Sin embargo, consciente de que no podía repetir las mismas medidas impopulares que antes de 1820 y viendo la suerte que estaban corriendo los ultrarrealistas en Francia, decidió muy poco a poco ceder ante los liberales e ir aprobando medidas más moderadas. Además, su salud empeoraba con los años y cada vez se sentía con menos fuerzas.
La moderación de Fernando VII y su ineptitud frente al Gobierno de España fueron el génesis del carlismo o movimiento carlista, que heredó las ideas reaccionarias y ultraderechistas de los ultrarrealistas.
El carlismo
En 1830, Carlos X de Francia tuvo que exiliarse tras una revolución liberal, poniendo fin al gobierno de los ultrarrealistas.
En España, a finales de la década, Carlos María Isidro, hermano de Fernando VII y ultramonárquico convencido, se perfilaba como el heredero al trono al no tener el rey descendencia. Así, Carlos María trató de ganarse el favor de los absolutistas y las clases altas aprovechando la situación y el leve giro moderado de Fernando VII, que se plegaba a intereses liberales.
Pero, entonces, Fernando VII anunció en 1829 su boda con María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, su sobrina y, poco después, en 1830, aprobó la Pragmática Sanción, que establecía que el trono podía heredarlo una mujer o un hombre. Ese mismo año, nació la hija de ambos, Isabel, truncando las posibilidades de Carlos de acceder al trono. Ese mismo año, hubo un alzamiento liberal motivado por la Revolución de 1830, pero que fue reprimido.
A menudo, la historiografía ignora la gran importancia que tuvo este hecho para las épocas posteriores. La incapacidad de Fernando VII para dejar descendencia (debido a un pene anormalmente grande) hasta el último momento y que fuera una mujer, junto al contexto de la época, provocó un cisma en el panorama político cuyas consecuencias duran hasta el día de hoy.
Los ultraabsolutistas y personas cercanas a Fernando VII, de hecho, eran muy conscientes de esto hasta el punto que María Cristina, su esposa, fue presionada y engañada para anular la ley que permitía reinar a Isabel como Isabel II. Pero, inesperadamente, el rey se recobró y volvió a aprobarla.
Finalmente, en 1833, Fernando VII moriría, pasando a reinar Isabel II, pero asumiendo María Cristina la regencia hasta su mayoría de edad.
El nuevo Gobierno de España, poco antes de la muerte del rey, apartó a los ultrarrealistas, configuró un gabinete moderado que se acercaba a las posiciones liberales y aprobó diferentes medidas al respecto (reabriendo universidades, poniendo fin a la represión, firmando amnistías…)
Por su parte, Carlos María Isidro y los sectores ultrarrealistas denunciaron la ilegalidad e ilegitimidad de la Regencia y del nombramiento de Isabel II por lo que, a la muerte del rey, aprovechó las alianzas y estructuras de poder creadas por previamente por Fernando VII, incluyendo el Cuerpo de Voluntarios Realistas e inició un periodo de sucesivas guerras civiles conocidas como Guerras Carlistas.
Así, los carlistas buscaban la coronación de Carlos María Isidro, al que llamaban Carlos V y que consideraban el rey legítimo, defendiendo su derecho divino a serlo, la vuelta al Antiguo Régimen y la devolución de los privilegios de la nobleza y el clero. Su lema “Dios, Patria, Rey” define muy bien su ideario político.
Mientras España se debatía entre periodos de gobiernos liberales/progresistas (con Mateo Práxedes Sagasta como su máximo exponente) y conservadores (a su vez representados en la figura de Antonio Cánovas del Castillo), al tiempo que el movimiento obrero daba luz al nacimiento de la izquierda revolucionaria, el carlismo puso en jaque al país provocando hasta tres guerras.
La primera, sucedida entre 1833 y 1840, se llegó a cobrar 200.000 víctimas y fue especialmente sangrienta, si bien fue finalmente sofocada por la Regencia de María Cristina gracias a líderes militares como el general Baldomero Espartero. Los carlistas fueron obligados a refugiarse en zonas del norte de España, como el País Vasco, Navarra, Aragón o Cataluña, recibiendo el apoyo de países todavía absolutistas.
La segunda, sucedida entre 1846 y 1849, y que algunos historiadores alargan hasta 1860, fue más una guerra de guerrillas comenzada en áreas rurales del norte. Fue capitaneada por el hijo de Carlos María Isidro, nombrado como Carlos VI por los carlistas.
La tercera guerra carlista, entre 1872 y 1876, la inició el sobrino de Carlos VI, reconocido como Carlos VII por los carlistas. Se enfrentó al reinado de Amadeo I, a la Primera República Española y al inicio del reinado de Alfonso XII.
Durante este tiempo, el carlismo se fue dotando de un corpus ideológico, identificándose con los movimientos neocatólicos de segunda mitad de siglo, con el tradicionalismo y con las clases altas. Se apoderaron de varias zonas del norte de España durante la tercera guerra carlista, llegando a promulgar un código civil e incluso a acuñar moneda.
Así, llegó a dividirse en varias ramas (legitimistas, jaimistas, integristas…) en función del pretendiente al trono que apoyasen, fundaron partidos políticos (Partido Carlista, Comunión Tradicionalista…), dirigieron periódicos (El Siglo Futuro, El Correo de España…) y participaron de coaliciones electorales con sectores ultraconservadores (Unión Católica, Liga Regionalista, Solidaridad Catalana…).
No obstante, siempre se caracterizó, de diferentes formas, por una defensa a ultranza del conservadurismo, el tradicionalismo y, a partir de finales de siglo XIX y principios del XX, por su férrea oposición a las ideas izquierdistas (socialismo, comunismo…) y su apuesta por el establecimiento de la monarquía.
El carlismo tuvo una notable influencia en la extrema derecha de la época y en la configuración de los movimientos de inspiración fascista de España, incorporando elementos ultracatólicos, autoritarios y monárquicos.
El nacionalsindicalismo o falangismo
Además de por las Guerras Carlistas y por el bipartidismo Sagasta – Cánovas, antecedentes de las tradiciones liberal y conservadora posteriores, el siglo XIX se caracterizó por corrupción, inoperancia, inestabilidad, manipulación electoral, caciquismo y conflictos generalizados.
Este contexto favoreció que el ejército, ya incrustado en la vida política del país desde Fernando VII, adoptase un papel político cada vez más protagonista a base de pronunciamientos militares en favor de una u otra ideología, o de un tipo determinado de gobierno.
Por ejemplo, además del pronunciamiento de Riego en 1820, el general Baldomero Espartero, denominado como “Pacificador de España” por su victoria en 1840 en la primera guerra carlista, apartó a la regente María Cristina para asumir él hasta 1943 el poder hasta otro pronunciamiento militar, el del general Ramón María Narváez.
Así, el siglo XIX escenificará el llamado “baile de los generales”. Espartero es el primer general que ocupa el puesto de regente. Más tarde lo hará el general Francisco Serrano. Espartero, con sus plenos poderes, levanta celos de sus compañeros. Fusila a uno de ellos, Diego de León, pero es derribado por una coalición de los otros.
Se subleva Martín Zurbano contra Narváez, ganando Narváez. Contra Narváez se levanta Leopoldo O’Donnell. Vuelve a entrar en escena Espartero, pero le sustituye O’Donnell alternando con Narváez. Se levantan Juan Prim, Serrano y Juan Bautista Topete.
La reina Isabel II tiene que abdicar, quedando Serrano como regente y Prim de primer ministro. Prim es víctima de un atentado. Se va el rey Amadeo I de Saboya y viene la Primera República.
Se levanta el general Manuel Pavía y acaba con la República. Vuelve a escena el general Serrano como presidente del poder ejecutivo. Se pronuncia el general Martínez Campos en Sagunto y se reinstaura la monarquía en la persona de Alfonso XII.
Además, estos generales, si bien se caracterizaron por su militarismo, autoritarismo y el uso de la represión política, se pronunciaron sobre ideologías muy diferentes: Espartero es liberal progresista, Narváez es liberal moderado, O’Donnell es centrista. Narváez es el más derechista, pero compartía muchos sentimientos liberales de sus compañeros.
Cabe decir que casi todos se declaran liberales o incluso progresistas por haber conseguidos sus triunfos en la lucha contra el carlismo absolutista que quería volver a establecer el Antiguo Régimen, pero poco a poco, ante el avance del socialismo, el comunismo y el anarquismo y su ocupación del lado izquierdo del espectro, se irían identificando progresivamente con la derecha política, el conservadurismo e incluso la ultraderecha.
Esta tendencia se ve por primera vez en el pronunciamiento de Miguel Primo de Rivera en 1923.
En 1898, España sufrió una gran crisis al perder sus últimas colonias de ultramar, perdiendo Cuba, Filipinas, Puerto Rico y la isla de Guam, quedándole solo el protectorado de Marruecos y poco más. Esto generó una profunda herida en el orgullo patrio y un descrédito del sistema político.
Alfonso XIII, el bisabuelo de Felipe VI y actual rey de España, tuvo que enfrentarse a dos décadas de revueltas y protestas sociales, con un ascenso progresivo de las fuerzas de izquierda y de ultraderecha, si bien la política siguió protagonizada por el bipartidismo liberal-conservador, con personalidades como Antonio Maura.
A finales de la segunda década, alrededor de 1918, la guerra con Marruecos constituía un grave problema. En 1921, se sucedió el llamado Desastre de Annual, en el que el pueblo rifeño venció a España en la Guerra del Rif, llegándose a plantear por el gobierno el abandono del protectorado.
Por aquel entonces, la extrema derecha seguía residiendo en el ultraconservadurismo a favor del tradicionalismo, la nobleza, el catolicismo y los privilegios del Antiguo Régimen, siendo España un país bastante monárquico todavía.
En 1909, se había creado el Centro de Acción Nobiliaria para crear un movimiento social y político al margen de la política parlamentaria y partidista, pero de escaso éxito, mientras los partidos carlistas seguían con su trayectoria, coqueteando con varias posibilidades y oportunidades.
Poco después, de hecho, el sector legitimista dentro del carlismo fundó en 1919 los Sindicatos Libres, organizaciones sindicales que se oponían al sindicalismo de clase de la izquierda. Agrupados en la Corporación General de Trabajadores, fueron acusados de usar el terrorismo de Estado, de pistolerismo y de guerra sucia contra anarquistas, comunistas y socialistas.
Sin embargo, tras el Desastre de Annual, el general Miguel Primo de Rivera preparó un pronunciamiento militar que desembocaría en un golpe de Estado en 1923, al que se sumó el Centro de Acción Nobiliaria, del que Primo de Rivera era socio desde 1915 y que constituyó su primer pilar ideológico para dirigir el gobierno español bajo un Directorio Militar, una dictadura de facto auspiciada y aceptada por Alfonso XIII.
Además, Miguel Primo de Rivera se apoyó en la primera organización de inspiración fascista de España, La Traza, creada en 1923 bajo la supervisión de militares españoles y copiando punto por punto las milicias fascistas de Benito Mussolini en Italia, las llamadas “camisas negras”.
La Traza se había creado a partir de miembros de los Sindicatos Libres. Se constituyó en la Federación Cívico-Somatenista y buscó ser el partido único del nuevo régimen.
Miguel Primo de Rivera, no obstante, en 1924, y a pesar de haberse declarado ajeno a la política y a las ideologías y simplemente solucionar los problemas de España y apartarse del poder, decidió crear su propio partido: la Unión Patriótica (UP), donde trató de integrar a “toda la sociedad” y sustituiría a los partidos tradicionales, a los que consideraba corruptos, para dar soporte al nuevo régimen.
UP partía de la base de la Asociación Católica de Propagandistas, ultracatólicos conservadores ajenos al carlismo. Sin embargo, declarado partido único, trató de aunar todas las fuerzas reaccionarias del país, incluyendo a los propios carlistas de La Traza. De hecho, la influencia del carlismo fue tan grande que el lema de UP era muy similar: “religión, patria y monarquía”.
Con el paso de los años, la dictadura de Primo de Rivera fue volviéndose más autoritaria, hasta el punto en que la UP rechazó los ideales de la Constitución de 1876 y optó por la implantación de un sistema corporativo, acentuando su antipoliticismo, su antiparlamentarismo, su antirregionalismo y su centralismo. Se considera el primer partido de extrema derecha como tal que gobernó en España.
En 1930, tras fuertes protestas y descontentos, e incluso conspiraciones en el seno de la ultraderecha (incluyendo el carlismo), Miguel Primo de Rivera dimite. Alfonso XIII nombra presidente al militar Dámaso Berenger y prepara la vuelta a la monarquía constitucional.
Unión Patriótica se disuelve como consecuencia y su militancia se reagrupa en la Unión Monárquica Nacional (UMN). A lo largo del año 1930 hubo otras propuestas políticas minoritarias en el espectro de la extrema derecha monárquica similares a la UMN: Juventud Monárquica Independiente, Acción Monárquica, Asociación de Reacción Ciudadana o el Partido Socialista Monárquico de Alfonso XIII, si bien desempeñaron un papel testimonial.
Sin embargo, el 12 de abril de 1931, las elecciones municipales darían una amplia victoria a los partidos republicanos en las grandes ciudades. Como consecuencia, Alfonso XIII decidió exiliarse, por lo que se formó un Gobierno Provisional que proclamó la Segunda República Española el 14 del mismo mes.
Tras la la conformación del primer gobierno tras las elecciones generales constituyentes de junio de 1931, que ganarían los partidos de izquierdas, y la aprobación de la nueva Constitución, la UMN fue disuelta, rehabilitándose más tarde en 1934 cuando la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), junto a otros partidos, llegó al Gobierno tras unas nuevas elecciones.
Sus militantes se agolparon en Renovación Española (RE), un partido que, de nuevo, trató de aglutinar a la extrema derecha más reaccionaria de la época.
Sin embargo, el carlismo y el monarquismo fueron perdiendo bastante fuerza en favor de otras ideas y partidos. El triunfo del fascismo italiano y el nazismo alemán supusieron una inspiración para los sectores conservadores españoles, ya que consiguieron atraer a las masas obreras, cada vez más seducidas por la izquierda revolucionaria.
Así, mientras que el carlismo y el monarquismo iban perdiendo popularidad, los gobiernos totalitarios de Alemania e Italia tenían éxito en frenar el avance del comunismo y el socialismo. Por lo tanto, las élites políticas y económicas conservadoras fueron apostando por desarrollar un partido fascista en España.
Un señor llamado Onésimo Redondo, que estudió en Alemania, decidió que tenía que replicar el nacionalsocialismo (nazismo) pero adaptándolo a España. Así, en 1931 creó las Juntas Castellanas de Actuación Hispánica. Ese mismo año, se juntó con un grupo editorial de Madrid que distribuía ideas nazis y se renombraron Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (JONS), bebiendo del reciente legado de los Sindicatos Libres. Se considera el primer partido netamente fascista de España. Había nacido el nacionalsindicalismo, la versión del fascismo en España.
Pero en sus inicios no fueron muy populares, ya que su propaganda antisemita y sus luchas callejeras no llamaban excesivamente la atención.
Todo cambiaría cuando, en 1933, el hijo de Miguel Primo de Rivera, José Antonio Primo de Rivera, creó Falange Española (FE). Las JONS encontraron en las ideas y en la figura de José Antonio el liderazgo carismático que necesitaban, fusionándose en 1934 y creando la Falange Española y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (FE de las JONS).
El nacionalsindicalismo propugnado por Primo de Rivera buscaba la creación de un estado totalitario y corporativista al estilo fascista, apoyado en el catolicismo y en un Sindicato Vertical que agrupara a propietarios y trabajadores y organizara la política, la economía y la sociedad.
Para ello, utilizó métodos alejados del parlamentarismo, provocando altercados y violencia desmedida. Además, se apropió del lenguaje y simbología de la izquierda, pero también de inspiración católica, como el Yugo y las Flechas, presentes en la heráldica de los Reyes Católicos.
Llegó a formar coaliciones y alianzas con otros partidos y grupos derechistas de la época, como el ya mencionado Renovación Española, la Comunión Tradicionalista (carlistas) o la Unión Militar Española, lo que se reflejó en el Bloque Nacional (1934) y en el Frente Nacional Contrarrevolucionario (1936).
Esta unidad de la ultraderecha jugó un papel fundamental en la organización del golpe de Estado organizado por el general Emilio Mola por diferentes sectores del ejército.
Sin entrar en demasiados detalles, durante la Segunda República Española se vivieron choques ideológicos muy fuertes, una culminación de décadas de crispación, polarización y división política que se reflejó en violencia callejera, asesinatos políticos y represión. En este ambiente, los sectores conservadores confiaron, una vez más, en un pronunciamiento militar, ya tristemente convertidos en tradiciones.
Así, del 17 al 23 de julio de 1936, varios generales se alzaron contra la Segunda República, pero no consiguieron su objetivo de tomar el poder rápidamente, por lo que el territorio se dividió entre leales a la república o partidarios del alzamiento. Así, comenzaba la Guerra Civil Española, uno de los episodios más horrorosos que se recuerdan.
El nacionalcatolicismo o franquismo
En 1937, con el liderazgo de la zona sublevada por parte del general Francisco Franco, se hizo patente la necesidad de aunar todas las corrientes ultraderechistas y conservadoras, inspirado en el intento que hizo Miguel Primo de Rivera con Unión Patrótica.
Así, promulgó el Decreto de Unificación, en el cual fusionaba la corriente monárquica, la corriente carlista y la corriente falangista en un único partido: Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (FET y de las JONS). El resultado sería una nueva ideología que a menudo se le llama nacionalcatolicismo. El resto de partidos, como Renovación Española, desaparecieron.
Francisco Franco, con tropas militares más experimentadas y más disciplinadas, con el apoyo de la Italia fascista y la Alemania Nazi, consiguió ganar la guerra e instauró en España una dictadura que duró hasta su muerte en 1975 y que se caracterizó por la represión, la persecución política, el autoritarismo, el retraso cultural, el ultraconservadurismo y enormes privilegios para las élites económicas y políticas conservadoras, especialmente la Iglesia Católica.
En el nacionalcatolicismo confluyeron todas las corrientes de extrema derecha que se habían ido desarrollando desde la misma Revolución Francesa, teniendo como resultado uno de los periodos más oscuros del país y cuyas consecuencias todavía perduran.
En 1947, mediante la Ley de Sucesión de la Jefatura del Estado, Francisco Franco contentó a los sectores monárquicos asegurando la restauración de la Casa de Borbón en la figura de Juan Carlos que, de hecho, terminó siendo nombrado rey de España en 1975, siendo coronado como Juan Carlos I.
Neonazismo y neofascismo
Durante los años 60 y 70, en el llamado tardofranquismo y ya durante la Transición a la actual monarquía parlamentaria, surgieron diferentes grupos, varios considerados terroristas pero amparados de una u otra forma por el Estado, de corte nacionalcatólica y que, a través de la propaganda y la violencia callejera, trataban de impedir un cambio de régimen.
Y es que, tras el fin de los totalitarismos de corte fascista al perder estos la Segunda Guerra Mundial, el mundo estaba dividido en la llamada Guerra Fría: dos bloques antagónicos, el occidental-capitalista liderado por Estados Unidos y la OTAN por un lado, y el oriental-comunista liderado por la Unión Soviética y el Pacto de Varsovia por otro, se disputaban la influencia política, social y económica en todos los ámbitos posibles, incluyendo conflictos armados.
El bloque occidental, si bien promulgaba las bondades de las democracias representativas liberales, en la práctica se aliaron con dictaduras militares como la de Francisco Franco en España o la de Augusto Pinochet en Chile. De hecho, llevaron a cabo operaciones secretas para frenar el avance de la izquierda en América Latina y en Europa, promoviendo propaganda y violencia anticomunista e incluso golpes de Estado. A estas operaciones se les conoce como Plan Cóndor y Operación Gladio, respectivamente, ambos dirigidas por la CIA y la OTAN.
En resumen, ya no estaba bien visto apoyarse en el fascismo por los grandes crímenes cometidos durante los años 20, 30 y 40, pero sí que existía esta alianza encubierta con la extrema derecha que se tradujo en numerosas muertes, atentados y violencia política.
Así, en España, operaron Los Guerrilleros de Cristo Rey, formada casi en su totalidad de carlistas; Alianza Apostólica Anticomunista o Triple A; Círculos Doctrinales José Antonio, conformado por falangistas; el Batallón Vasco Español; o los Grupos Armados Españoles, por citar varios ejemplos. Integrantes de estos dos últimos se unieron a los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL), una banda terrorista creada (supuestamente) por el Gobierno del PSOE liderado por Felipe González para la “guerra sucia” contra ETA, que se considera uno de los casos de terrorismo de Estado más escandalosos de la Historia de España.
Mientras estos grupos usaban la violencia y la persecución política contra personalidades de izquierda y se enfrentaban a bandas terroristas izquierdistas como ETA, entre 1975 y 1980 la extrema derecha se agrupó también en nuevos partidos políticos.
En 1976, el procurador franquista Blas Piñar fundó Fuerza Nueva, que se integró en 1977 en la coalición electoral Alianza Nacional 18 de Julio, que agrupó a tradicionalistas carlistas, ultracatólicos, falangistas y franquistas en general. En 1979, la coalición se reconvirtió en la Unión Nacional, que tuvo éxito a la hora de aunar a todos los sectores franquistas, consiguiendo sacar 1 diputado, el propio Blas Piñar.
La coalición se deshizo en 1982. La extrema derecha no volvería a obtener representación política hasta la irrupción de Vox en 2019.
Un año antes, el 23 de febrero de 1981, el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero, durante la sesión de investidura de Leopoldo Calvo-Sotelo, ganador de las elecciones por la Unión de Centro Democrático (UCD), asaltó el Congreso de los Diputados junto a una guarnición, intentando un golpe de Estado, organizado supuestamente por el teniente general de Valencia Jaime Milans del Bosch y Alfonso Armada.
De nuevo, un “pronunciamiento militar” buscaba truncar el orden constitucional. No obstante, y a pesar de que prácticamente todas las capitanías generales estaban en manos de militares franquistas, únicamente se sublevó la de Valencia.
Juan Carlos I, como general de todos los ejércitos, condenó el intento del golpe de Estado y, finalmente, no tuvo éxito. Aunque todavía existen controversias sobre lo que sucedió, la mayoría de historiadores coincide en que la desautorización del rey fue decisiva, si bien el intento de sublevación estaba pobremente organizado y la extrema derecha carecía del apoyo popular de los años 30.
La década de los años 80 supuso una modernización política, social, cultural y económica para una España convulsionada y todavía dividida. Sin embargo, relegó a la ultraderecha clásica a la violencia callejera y a la marginalidad, frustrando las aspiraciones del sector del franquismo más inmovilista, denominado El Búnker.
Para prácticamente todos los sectores políticos, los hechos demostraron que la política debía adaptarse a los nuevos tiempos o estar condenada al fracaso.
La Nueva Derecha Europea
Esta violencia callejera, influenciada también por la subcultura skinhead neonazi, llegó a suponer un verdadero quebradero de cabeza, especialmente en Madrid, País Vasco, Navarra, Cataluña y Comunidad Valenciana, tanto para las autoridades como para los gobiernos, que hacían lo posible por guardar el polvo debajo de la alfombra.
Por ejemplo, en tierras valencianas, de la mano de la corriente conocida como blaverismo y que propugna un ultranacionalismo español en oposición al nacionalismo valenciano de izquierdas y al catalanismo, protagonizó numerosos altercados durante la llamada Batalla de Valencia, un conflicto sociopolítico y cultural que enfrentó las diferentes formas de entender la identidad del pueblo valenciano.
Así, los Grupos de Acción Valencianista (GAV) o el Colectivo Vinatea, junto a otros grupos de inspiración neonazi, protagonizaron numerosos actos vandálicos, apoyados en otros grupos neofascistas. El asesinato del activista antifascista Guillem Agulló i Salvador en 1993 se considera el máximo exponente de este clima de violencia.
Analistas, activistas e historiadores han criticado que estos altercados fueron minimizados, tolerados e incluso amparados por las instituciones públicas y los grandes medios de comunicación, reduciendo lo que a todas luces eran persecuciones políticas a meras peleas de bandas juveniles, como sucedió con el propio asesinato de Guillem Agulló.
Sin embargo, los años 70 y 80 fueron también años excelentes para la derecha conservadora clásica que, con las tesis neoliberales de las Escuelas de Austria y Chicago y los postulados neoconservadores, consiguieron puestos de poder en todo el mundo, destacando los gobiernos de Ronald Reagan y Margaret Tatcher, en Estados Unidos y Reino Unido, respectivamente, mientras que las ideas izquierdistas iban perdiendo popularidad.
Este triunfo provocó que parte de la ultraderecha se acercara a estos partidos y gobiernos, como en su día sucedió con la CEDA en la Segunda República Española. Esto en España fue especialmente evidente, ya que incluso un ministro de Franco, Manuel Fraga, fundó la primera alianza de los partidos de derechas en el país, que se tradujo en la creación de Alianza Popular, más tarde el Partido Popular (PP).
Mientras la izquierda revolucionaria trataba de reconvertirse para adaptarse a los nuevos tiempos, lo que se vio en la aparición de la corriente eurocomunista (que buscaba crear un comunismo alejado de la URSS), la extrema derecha trató lo mismo en Europa con La Nueva Derecha.
La Nueva Derecha fue una corriente promovida por el escritor Alain de Benoist en Francia, que en 1968 creó el Groupement de Recherche et d’Études pour la Civilisation Européenne (GRECE), un think tank que buscaba reformular la ultraderecha, huyendo de simbología fascista y neonazi, adhiriéndose al parlamentarismo y rechazando el neoconservadurismo y el neoliberalismo de moda, asumiendo un discurso contrario al statu quo.
Todas las ideas y conclusiones de aquellos años de trabajo se recogieron en La Nueva Derecha (1981), un libro que plantea una nueva dirección para la extrema derecha en Europa y que generó todo un nuevo movimiento que, con los años, daría sus frutos.
Además, añadió otro elemento a su listado: el supremacismo cultural y étnico, lo que se traduciría en discursos antiinmigración, contrarios al multiculturalismo.
En el año 2000, publicaron un manifiesto donde hablaban de “revolución conservadora” y sintetizaron su ideario.
A las tesis de La Nueva Derecha Europea se sumaron partidos políticos de todo el viejo continente, destacando el Frente Nacional en Francia (hoy llamado Agrupación Nacional). De hecho, el modelo del Frente Nacional francés fue replicado en España por partidos que querían acercarse a esta Nueva Derecha.
Destacan el Frente Nacional, fundado en 1982 por Blas Piñar tras la disolución de Fuerza Nueva; Democracia Nacional (1995), Alternativa Española (2003) o España 2000 (2002). Sin embargo, a menudo estos partidos tuvieron expresiones claramente neofascistas, aliándose con partidos como Falange Española de las JONS o Alianza Nacional (2006), en coaliciones como ADÑ Identidad Española (2019) o La España en Marcha (2013).
También destacó en Cataluña el partido Plataforma per Catalunya (PxC). Fundado en 2002 por Josep Anglada, un ex candidato a las elecciones europeas del Frente Nacional de Blas Piñar, con una retórica populista, ultranacionalista, contraria al independentismo catalán y antiinmigración (con discurso muy islamófobo), llegó a conseguir 67 concejales en varios municipios.
Disuelto en 2019, sus vinculaciones con Vox están más que probadas y actualmente sus antiguos militantes piden el voto para esta formación.
Paralelamente, el neonazismo y el neofascismo también trataron de organizarse. Inspirados en el Movimiento Social Italiano, en 1999 se creó el Movimiento Social Republicano (MSR), partido que, junto a Hogar Social Madrid, forma parte de la Alianza Europea de Movimientos Nacionales, grupos políticos que buscan resucitar el fascismo clásico huyendo del lavado de cara de las tesis de la Nueva Derecha. El máximo representante de esta corriente sería Amanecer Dorado, un partido ya extinto de Grecia pero que llegó a ser tercera fuerza en el país.
La mayoría de estos partidos, junto a multitud de otros grupos, siguen existiendo hoy en día.
Pese a todo, la extrema derecha nunca llegó a salir de la marginalidad, obteniendo resultados electorales testimoniales y representando una anormalidad con respecto al resto de Europa.
La alt-right o nueva derecha radical
La Nueva Derecha Europea desarrollada por Alain de Benoist inspiró a toda una generación dentro de los sectores ultraconservadores, no solo en Europa, sino también en Estados Unidos.
En el país americano, varios autores recogieron el testigo. Uno de ellos fue el escritor Paul Edward Gottfried.
Alain de Benoist buscó desarrollar los principios de una derecha alternativa, enfrentada al statu quo. Esta oposición al neoconservadurismo de moda fue heredada por lo que se ha llamado paleoconservadurismo.
El mayor exponente de esta idea es precisamente Paul Gottfried, un escritor y columnista estadounidense que propugna un pensamiento conservador basado en el proteccionismo económico, el rechazo al intervencionismo militar, el regionalismo o la oposición al multiculturalismo, a la inmigración, a los servicios de protección social y a las leyes igualitarias.
Puntos en los que discrepan con el neoconservadurismo o el conservadurismo moderno, que Paul y otras personalidades considera que se ha vendido a la causa progresista.
Precisamente, este escritor fue el primero en utilizar el término “derecha alternativa” en una de sus charlas.
Gottfried, quizá sin saberlo, sentó los cimientos teóricos e ideológicos de la nueva derecha radical, popularmente conocida como alt-right.
Durante la crisis económica y financiera del año 2008 a raíz del profundo descontento de la población más joven debido principalmente al aumento del desempleo, al trabajo precario y al alto nivel de endeudamiento de la sociedad estadounidense, Internet y las nuevas tecnologías, en pleno auge, empezaron a canalizar buena parte de ese descontento.
En esos años, se disparó el uso de las redes sociales y foros de Internet para expresar el descontento, especialmente a través Twitter y Facebook, pero también en foros donde se preservaba el anonimato, como 4chan, 8chan o Reddit. El uso de memes, chistes, gifs o montajes de imágenes se popularizó rápidamente para descargar frustraciones y dar rienda suelta a todo ese descontento, una práctica que, de hecho, sigue existiendo.
En poco tiempo, dada la capacidad y alcance en comunicación de la red, comenzaron a desarrollarse grupos e hilos de opinión e incluso alguna que otra acción de protesta en Internet a través de envíos de peticiones masivas a sitios web (ataques DDoS), floodeos (inundar un foro ajeno de publicaciones para saturarlos) y otras acciones de trolleo. En un principio, a pesar del carácter racista, machista, xenófobo y homófobo de muchas de las bromas, estaban carentes de contenido e intencionalidad netamente política. Como decían entonces, se hacía fortheLulz, es decir, “por las risas”.
Sin embargo, parte de esa comunidad comenzaría a hacer declaraciones y acciones políticas. Una parte, de hecho, dio origen al movimiento de Anonymous, encaminando esas mismas conductas al activismo social. Otra parte, utilizaría Internet como método de difusión de plataformas como Occupy Wall Street, un fenómeno que se extendió también a nivel global con las protestas del 15-M en España, YoSoy132 en México o la Primavera Árabe en Oriente Próximo y Medio. Es decir, protestas que contribuyeron a extender una cultura progresista desde la llamada generación millenial (nacida entre 1985 y 1995, aproximadamente).
Al mismo tiempo, aquella parte de la comunidad con ideas conservadoras y que no tuvieron su acogida en los movimientos anteriormente mencionados fue capitalizadapor el Tea Party, un partido político estadounidense neoconservador que agrupaba principalmente a la generación babyboomer. Esto mismo sucedió en otros países, donde la derecha o la extrema derecha tradicional trató de oponerse a la creciente ola de descontento pero utilizando las viejas tácticas de siempre.
Así, mientras la izquierda posmoderna asentaba sus bases y sus métodos apoyándose en populares marchas contra las medidas neoliberales emprendidas a raíz de la crisis económica, aquella masa de millenials que se identificaba con el rechazo a la inmigración, al feminismo y al movimiento LGTB, el nacionalismo y la antiinmigración (entre otras ideas), quedó desamparada.
En 2007, Andrew Beitbart fundaba el portal Breitbart News, un medio de noticias, opinión y política que ha destacado por su línea editorial ultraderechista, por publicaciones xenófobas, homófobas y machistas que, en 2016, bajo la dirección de Steve Bannon (quien fue director de la campaña electoral de Donald Trump y se hizo director de la revista en 2012) se declaró abiertamente afín a la alt-right.
Por otro lado, Richard B. Spencer, un supremacista blanco que ha participado en multitud de controversias por comentarios racistas y cuyas conferencias están vetadas en muchos países del mundo, crea en 2010 el portal alternativeright.com, en 2012 el sitio de noticias Radix Journal y, en 2017, altright.com. Por ello, se considera que es una de las cabezas más visibles del movimiento. Él mismo se atribuye haber inventado el concepto de alt-right, al menos desde su perspectiva más actual.
Estos portales, que capitalizaron esa masa descontenta hacia ideas reaccionarias, dio origen a todo un movimiento político y social que tendría su máximo exponente en la presidencia de Donald Trump entre 2016 y 2021.
Se han ofrecido muchas definiciones de la alt-right, pero podría decirse que es un movimiento, esencialmente juvenil, que comprende un conjunto de ideas de derecha y de extrema derecha que se organizan a través de Internet y que rechazan abiertamente el conservadurismo moderno por haber asumido lo que consideran ideales progresistas o de izquierdas que argumentan que van en detrimento de la población blanca y nativa, así como de los hombres heterosexuales.
Desde los partidarios de la alt-right, se argumenta que la sociedad, el gobierno, los medios de comunicación e incluso las empresas han interiorizado una agenda política progresista que supone una amenaza para la libertad individual.
Consideran que el statu quo, incluyendo a la derecha conservadora tradicional, ha aceptado y asumido esta agenda, impregnando todos los aspectos y ámbitos de la sociedad.
El éxito de esta nueva derecha radical se ha visto en la reciente hornada de partidos políticos ultraderechistas como Alternativa para Alemania o Vox en España, multiplicando los resultados electorales de la extrema derecha en toda Europa.
Además, han surgido nuevos conceptos y corrientes, como la idea de democracia iliberal o el nacionalpopulismo. Además, buena parte de afines a la alt-right se identifica también con el anarcocapitalismo o ideas libertarias, representadas en el lema “Don’t Tread On Me” y el logotipo de la serpiente con el fondo amarillo. El fuerte de apoyo de una masa de influencers y youtubers a este tipo de ideas han contribuido a su popularización.
En España, después del intento de la Plataforma per Catalunya, apareció Vox en 2013, fundado por Santiago Abascal y otros dirigentes y cargos venidos del Partido Popular (PP). Tras los malos resultados electorales en las elecciones europeas de 2014, el partido se reformuló y asentó sus redes y su estrategia, obteniendo 26 diputados en las elecciones del 28 de abril de 2019 y 52 en las elecciones 20 de noviembre de 2019, convirtiéndose en tercera fuerza.
No obstante, el discurso de la alt-right encuentra en España un antecedente un tanto curioso. Entre 1991 y 2002, varios municipios de la Costa del Sol de España, empezando por Marbella, fueron gobernados por el Grupo Independiente Liberal (GIL), liderado por Jesús Gil y Gil, empresario y presidente del Atlético de Madrid entre 1987 y 2004. Su victoria se basó casi punto por punto en la estrategia usada por Trump, que bebe directamente del discurso de la nueva derecha radical. Acosado por incontables casos de corrupción y polémicas, el partido se disolvió en 2007, con Gil ya fallecido.
Junto a Vox, las redes de la extrema derecha han encontrado cierta legitimación, tanto por el neonazismo y el neofascismo de siempre, como otros grupos ultraderechistas, ahondando en la polarización, la división y la crispación política.
La ideología de estos nuevos grupos, afines a Vox, es una mezcla de ultranacionalismo, discurso antipolítico, neoliberalismo, ultracatolicismo y ultraconservadurismo mezclado con una retórica antiinmigración, antifeminista, racista, supremacista y antiLGTB.
A pesar de presentarse bajo una nueva marca y una nueva imagen alejada de la simbología clásica del fascismo y tratar de distanciarse de los grupúsculos neonazis, la existencia y las victorias electorales de Vox están relacionadas con el nacionalcatolicismo y el nacionalsindicalismo que sustentaron la dictadura de Francisco Franco, y no puede entenderse este partido sin relacionarlo históricamente con la evolución de la extrema derecha a lo largo de las décadas pasadas, como así se desprende del análisis de sus ideas, miembros, acciones, programas y redes de apoyo.
Actualmente, además, la extrema derecha en España se ha apropiado de buena parte de las teorías de la conspiración, bulos y “fake news” en los que se ha apoyado esta nueva derecha radical para poder tener representación o incluso alcanzar el poder.
Otros grupos de reciente creación como Jusapol, Resiste España, Iniciativa Mascarillas Rojigualdas, Españoles en Acción, Movimiento Aragonés Social y otros tantos, junto a otros más tradicionales, cada día parecen más coordinados alrededor de este nuevo auge ultraderechista. Como consecuencia, su presencia en las calles ha ido en aumento, generando un aumento de los delitos de odio y de la violencia.
Ejemplos de esto pueden verse en los altercados en las manifestaciones del 9 de octubre de 2017 en Valencia o contra el movimiento independentista de Cataluña.
No obstante, aunque todavía es pronto para predecir cuál será la siguiente evolución de la ultraderecha, lo que parece evidente es que las élites económicas y políticas de cada contexto histórico desde el siglo XVIII han buscado apoyarse en grupos radicales para tratar no solo de no perder sus privilegios, sino de deshacer las conquistas sociales logradas con esfuerzo.
Desde los ultrarrealistas hasta la nueva derecha radical, las corrientes ultraderechistas han ido transformándose, mutando y adaptándose a cada nueva situación, siempre apoyadas desde los mismos, por los mismos y para los mismos. Con otro nombre, otra imagen, otro símbolo y otro discurso pero, en el fondo, las mismas ideas reaccionarias que han provocado el horror y la miseria.
Fuente → aldescubierto.org
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