El fracaso en la memoria

El fracaso en la memoria

La polarización política en manos de las élites políticas es una herramienta de adormecimiento de la sociedad que limita la crítica y la traslada a los antagonistas. La limita y la reduce a los otros. La mirada hacia el nosotros es indulgente y comprensiva, o se mira hacia otro lado y se calla. La mirada hacia el otro es enérgica y agresiva. No se avanza sino que se mueve en las trincheras. Este movimiento de trincheras es más rentable en la lucha política partidista ya que replica la dinámica de relación entre partidos contrarios en las democracias liberales y permite tener a los votantes en alerta. La cosecha se espera conseguir en periodo electoral. La polarización es un estado construido desde arriba, fabricado con un objetivo. Mantener el poder o arrebatarlo. La crispación activa pero no deja pensar. Se restringen las alternativas y se tiende a favorecer a las corrientes políticas principales. Cuando te quieres dar cuenta te arrastra el torrente y te empuja a coger una papeleta electoral. No para cambiar la sociedad sino para que no gobiernen los otros.

Salirse de la polarización construida es una necesidad porque nos permite salir de la ilusión de que los nuestros tienen la capacidad de cambiar el estado de las cosas. Formar parte de un gobierno en una democracia liberal es formar parte del estado de las cosas. Es entrar en un juego con unas reglas establecidas que permiten ciertas modificaciones dentro del marco aceptado. La diferencia entre la izquierda y la derecha institucional se encuentra en las modificaciones que pueden hacer pero ninguna de ellas tiene capacidad ni interés de superar el marco. A lo largo del periodo posdictadura se han conseguido aprobar leyes fundamentales como la ley del aborto o la ley de la dependencia, que pretenden mejorar la vida de muchas personas, pero todos los gobiernos se han mantenido dentro de la economía capitalista y la sociedad basada en privilegios. Independientemente del color político. Ni siquiera los programas políticos de las fuerzas que se consideraban a la izquierda del partido pesoísta aspiraban a otra cosa que formar parte del sistema de gobierno y hacer las modificaciones permitidas.

La diferencia entre el PSOE y Unidas Podemos con el Partido Popular o VOX es que los primeros son capaces de sacar adelante en el Congreso la ley de la eutanasia, con lo que muchas personas se beneficiarán de ella una vez sea ratificada por el Senado, pero lo que tienen en común es que ninguno de ellos apuesta por la democracia directa. Todos los partidos están cómodos en una democracia por delegación. La democracia directa es una modificación sustancial de las reglas de juego. Son, de hecho, otras reglas de juego. La ley de la eutanasia, aún siendo importante, es solo una modificación permitida en el marco aceptado. Dentro del actual estado de las cosas este logro u otros de la misma índole pueden ser suficientes para muchas personas pero dentro de un marco en el que en el momento en que gobierne otro partido esas medidas puedan ser revertidas, limitadas o prácticamente anuladas. Las medidas están al arbitrio de los partidos y no de la sociedad civil, entendida esta como un conjunto de personas con capacidad para decidir por sí mismas y de participar y ocuparse directamente de los asuntos públicos de su interés.

El sistema de partidos está alimentado por personas conformistas que se enredan, gritan y se exasperan con el juego entre partidos. A pesar de ello los votantes de partidos que se identifican con la izquierda utilizan una retórica inconformista, pseudorevolucionaria y apasionada. Expresan un deseo de cambio y mejoras sociales, con las que se puede coincidir, pero se conforman con lo posible y echan mano de lo conocido. Lo sencillo es utilizar aquello que conocemos. Lo que nos han enseñado. Nos han dicho que la democracia es votar a un partido que nos represente. Vivimos en un sistema de partidos en el que se depositan las esperanzas de un mundo mejor o más favorable. Las posibilidades de cambio se trasladan de las personas a los partidos organizados de manera jerárquica y omnímoda. Este movimiento es homeostático porque consolida el sistema. Qué diferente sería una sociedad en la que las posibilidades de cambio recayeran en las personas. La falta de confianza en la sociedad es un obstáculo para el avance en la construcción de sociedades más democráticas e igualitarias.

Uno de los mensajes que más han calado es que el sistema solo se puede cambiar desde dentro, es decir, formado parte del gobierno. Aunque la realidad haya demostrado que no es así. Es cansado repetir esta lección de la historia porque de alguna manera las nuevas y viejas generaciones vuelven a ondear la bandera del cambio simbolizada en un partido o en un líder. Esta idea está incrustada en nuestras cabezas. Necesitamos de vanguardias, de clarividentes, de personas lúcidas que nos puedan guiar a un mundo mejor. Nos han hecho creer que las personas no tenemos nada que ver en esto. Solo la capacidad de elegir a la persona o partido adecuado. Nos han convertido en electores de personas que fracasan una y otra vez en sus propósitos. Pero este fracaso no nos lleva a replantearnos el método sino a confiar en que esa persona o partido está por llegar. Cada generación tiene su esperanza representada en un nombre y el fracaso en su memoria. La creación de nuevos partidos es la consecuencia del fracaso de otros. Vienen a recoger la bandera del cambio. Una y otra vez.

Sería adecuado introducir un matiz. Todos formamos parte del sistema por lo que cualquier cambio se iniciará dentro del mismo. Un cambio que simbolice el agujero en la pared por el que saldremos o la pértiga sobre la que nos elevaremos para salvar el muro. El otro lado será otro escenario. Pero el cambio no se producirá utilizando los mecanismos que el sistema ofrece. Sino desafiándolos. No se forma parte del gobierno. Se le desafía.


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