Democracia, monarquía, dictadura

Democracia, monarquía, dictadura
Arturo del Villar

AUNQUE su madre sea griega como la paciente Penélope, que se pasó la vida esperando el retorno de su marido Odiseo, su majestad nuestro señor el rey Felipe VI ignora también el idioma griego. Así se entiende que acepte leer impertérrito las barbaridades que le ofrece el escriba. En esta pascua militar de 2021, aunque la pascua nos la hacen a los vasallos, el rey católico Felipe VI apareció seguido por una negra sombra, que en la luz resultó ser su consorte con mascarilla blanca, para leer otro discurso insulso e imponer unas chatarras a las que son tan aficionados los militares. También él las lleva, aunque desconocemos en qué batallas las habrá obtenido, en su uniforme de capitán general. A los reyes les encanta disfrazarse de militares. En eso se distinguen de los presidentes de las repúblicas, entre otras muchas diferencias a favor de los presidentes.

En su discurso nuestro señor el rey se refirió al estado del reino, según él lo ve, y leyó tan campanudamente como acostumbra a hacerlo: “La Constitución reconoce las libertades y los derechos y consagra los valores y el orden democráticos.” Así será en las democracias, pero nunca en las monarquías ni en las dictaduras, regímenes muy parecidos. Su helénica madre, mientras esperaba a su marido, no le enseñó que la palabra monarquía es griega, formada por la unidad de mónos, que equivale en castellano a único, y arcós, traducible por jefe. En consecuencia, la monarquía griega significa dominio de uno solo, es decir, en su caso, de él solo sobre todo el pueblo español.

Es equiparable a otro término griego castellanizado, autócrata, formado por las palabras aútós, traducida por uno mismo, y kratós, mando. En consecuencia significa el mando de uno mismo sobre los demás.

Así es la dictadura

Por lo tanto, monarquía y autocracia equivalen a la dictadura, organización política en la que todo el poder es ejercido por una sola persona sobre la colectividad. Aunque las etimologías sean distintas, las definiciones de monarquía, autocracia y dictadura son iguales, se refieren al mando único de una persona sobre todo un pueblo, de donde resulta que un monarca y un autócrata son unos dictadores.

Lo sabemos muy bien los españoles, que durante 36 trágicos años padecimos una dictadura sanguinaria en nuestro triste país, que era un reino según el séptimo punto en la Ley de Principios del Movimiento Nacional, promulgada por el dictadorísimo el 17 de mayo de 1958. Por eso pudo jurar Juan Carlos de Borbón y Borbón el 23 de julio de 1969 que les guardaría lealtad, cuando fue proclamado sucesorísimo a título de rey del dictadorísimo genocida del pueblo español. También el artículo primero de la Ley orgánica del Estado, promulgada por el dictadorísimo el 10 de enero de 1967, dice que “El Estado español, constituido en Reino, es la suprema institución de la comunidad nacional”.

Por todo ello resultó tan sencilla la transición de la dictadura a la monarquía borbónica, a la muerte por ancianidad del dictadorísimo, puesto que eran el mismo régimen político con diferente nombre. Y de esa manera continuaron en sus cargos los ministros y su presidente, los militares de los tres ejércitos, los guardias civiles, los magistrados, los jueces y los carceleros, para seguir haciendo lo mismo que hacían.

Cómo es la democracia

En oposición absoluta a la monarquía y la dictadura se encuentra la democracia, mencionada en su discurso pascual militarista por nuestro autócrata Felipe VI de Borbón, que utiliza como segundo apellido el que se apropió la familla de su madre, Grecia, en sustitución del verdadero, que es compuesto y muy difícil de pronunciar para nosotros, Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg. Los dirigentes republicanos griegos se lo han prohibido, pero ellos siguen haciendo su real gana, como antes de su expulsión del país.

Debiera saber nuestro señor el rey, debido a sus genes helénicos, que democracia es una antiquísima palabra griega, formada por la conjunción de démos, en castellano el pueblo, y kratía, el poder, o sea, es el poder del pueblo. Una democracia se define, por lo tanto, como una organización política en la que toma las decisiones el conjunto de la ciudadanía, ya que todo el poder reside en el pueblo, que lo ejerce por medio de sus representantes elegidos democráticamente para un período de tiempo determinado, y que si no lo hacen conforme a la opinión de sus electores son destituidos, e incluso si hubiera lugar procesados y si llegara el caso condenados. Se considera el sistema de gobierno preferible entre todos los posibles. Desde luego, es el que mejor garantiza las libertades populares.

Un monarca que reina con carácter vitalicio, y además hereditario, y que es irresponsable de sus actos, no puede ser demócrata. Un dirigente demócrata tiene que ser elegido, con una duración determinada en el cargo, y si no se comporta conforme a las leyes del país ha de ser destituido. Eso es lo que le cumple a un presidente de República.

Nunca se le tolerará, por los ciudadanos que lo eligieron, profanar su cargo de jefe del Estado al dedicarse a tareas impropias, como estuprar doncellas y enriquecerse prevaliéndose de su situación de poder, distracciones favoritas de los autócratas que sí soportamos los vasallos de un monarca heredado para que reine toda su vida. Es inevitable por carecer de un medio para ponerlo a disposición de la Justicia, debido a que su Constitución explica que precisamente se ejerce en su nombre. Por todo ello la inmensa mayoría de las personas preferimos una República, de la clase que sea, antes que una monarquía, ansiamos ser ciudadanos en lugar de vasallos.

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