Un artículo de Cándido Marquesán en nuevatribuna titulado «La (claudicación) aceptación de la Monarquía por parte del PSOE y PCE en el proceso…» extrae algunas reflexiones de Santiago Carrillo que definen la ideología del PCE pero que sirven para entender sus permanentes pactos con el PSOE dentro de un marco capitalista del que están muy a gusto. Podrá seguir escribiéndose mucho sobre la Transición, el eurocomunismo y la traición, pero estas citas son suficientemente demoledoras para entender el papel del Carrillo en el nacimiento del Régimen del 78.
Dijo Carrillo:
«si en las condiciones concretas de España pusiéramos sobre el tapete la cuestión de la República, correríamos hacia una aventura catastrófica en la que seguro que no obtendríamos la República, pero sí perderíamos la democracia».
«La gente que cree que se perdió una oportunidad es que, en realidad, se perdió en los entresijos de la “Transición”. Se abrió una brecha que nos permitió entrar en un nuevo escenario en el que podríamos luchar abiertamente por nuestras ideas. Y no se podía perder la oportunidad”.
“Si en esa primera fase de la transición la izquierda hubiera planteado la exigencia de responsabilidades históricas -lo que hubiera sido normal en un proceso determinado por la fuerza militar, en una Revolución- no se habría coronado con éxito esa primera fase de la transición. La fuerza militar, la capacidad de recurrir a la violencia, la tenían exclusivamente los ultras franquistas, que controlaban las fuerzas armadas frente a un pueblo todavía traumatizado por la derrota en la Guerra Civil y por cuarenta años de terrorismo de Estado”.
“Se ha hablado mucho de si hubo o no ruptura. Yo quiero aclarar que incluso la idea de la ruptura democrática estaba contenida en la perspectiva de un cambio que no podía ser revolucionario”. La ruptura proponía sólo cuatro objetivos concretos: 1º. Amnistía. 2º. Legalización de los partidos políticos y organizaciones sociales. 3º. Elecciones a Cortes Constituyentes, y 4º. “Estatutos de autonomías. Estos objetivos, en definitiva, fueron realizados por el Gobierno de Adolfo Suárez, a veces causando sorpresa y colocando a los sectores inmovilistas ante los hechos consumados”.
“Es decir, para completar y asentar la transición era vital que el protagonismo político estuviera en manos de generaciones que no tienen ya ninguna relación personal ni con la Guerra Civil ni con la dictadura franquista, que no son ya ni «republicanos rojos», ni «nacionales», aunque sus antepasados hayan sido lo uno o lo otro. Generaciones nuevas que han crecido en un sistema democrático. Es el momento en que con objetividad puede enjuiciarse la historia próxima de nuestro país, prescindiendo de lo que pudo hacer papá, el abuelo o el bisabuelo”.
«El rey Juan Carlos era la cabeza de los reformistas del régimen, y si no lo hubiéramos aceptado, habría venido otra monarquía, traída por la alianza entre el sable y el altar». Y habría sido, precisó, la reedición de la alianza que sostuvo la Monarquía de Alfonso XIII de tan triste memoria”.
“La cuestión de la forma de Gobierno en las Constituyentes venía predeterminada por la forma en que se había realizado la transición. Por muy republicano que se fuera no era posible desconocer que don Juan Carlos había abierto las puertas al cambio democrático, corriendo indudables riesgos. Los sectores más “ultras” le hacían responsable de haber abierto la puerta a los “rojos”. Al mismo tiempo, el inestable equilibrio entre la naciente democracia y el obsoleto aparato del Estado, en el que los “ultras” eran aún muy poderosos, quien podía mantenerlo era el rey. Si en vez del rey las Constituyentes se hubieran pronunciado por un presidente de la República el equilibrio hubiera vuelto a romperse, en detrimento de las libertades democráticas. En realidad, en las Constituyentes ningún partido era favorable a cambiar la forma de Gobierno, aunque alguno mantuviese formalmente el equívoco. En mis conversaciones con Felipe González y con Enrique Múgica era obvio que ellos, como nosotros, aceptaban la monarquía a condición de que funcionase como las de otros países europeos que de hecho eran repúblicas coronadas. Y esta obviedad se derivaba de una realidad, no de una teoría política. En teoría, el derecho de herencia no justificaba en esta época el desempeño de la jefatura del Estado; he oído esta opinión incluso en labios de un general del Ejército muy identificado con el rey. En la práctica la realidad histórica planteaba la necesidad de aceptar como muy importante el papel de don Juan Carlos, y a partir de ahí, quizá por primera vez en la historia de España, la democracia se identificaba con la monarquía, una monarquía que en su manera de estar ya no se parecía más que en el nombre a lo que había existido antes en nuestro país”.
“Manifesté, sin ambages, nuestra aceptación de la monarquía parlamentaria y constitucional. Sin negar nuestras convicciones y nuestra historia republicana, afirmé que la izquierda debía apostar por un rey joven, que había abierto la puerta a las libertades, impidiendo de paso que la oposición de la izquierda le convirtiera en un rehén de la derecha”. Afirmé que, de otro modo, buscando la república podíamos perder la democracia”.
Y el emérito elogia:
…en todo lo relativo a la legalización del Partido Comunista, tengo que decir que Carrillo se portó muy bien. Después hemos tenido a menudo ocasión de hablar juntos, él y yo. A veces insiste en hacerme saber que él no es monárquico. Y yo le respondo riendo: “Es posible, don Santiago, pero tendría usted que rebautizar su partido y llamarlo el «Real Partido Comunista de España». A nadie le extrañaría.
Fuente → insurgente.org
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