Siente a un Borbón a su mesa


Siente a un Borbón a su mesa
Arturo del Villar

EL eslogan navideño durante la dictadura de “Siente a un pobre a su me-sa”, auspiciado por la Iglesia nazionalcatólica, pretendía que las familias españolas cristianas y pudientes convidaran a un pobre a cenar en la noche-buena. Este asunto le inspiró a Luis García Berlanga una de sus más vitrió-licas películas, Plácido, una burla despiadada de aquella España falsa y embaucadora. Pero este año el diario digital El Español, en el que se ad-vierte mucho la mano que mece el ordenador de Pedro J. Ramírez, nos pro-pone una variante actualizada: “Siente a un Borbón a su mesa.”

Confieso sentirme conmovido, pero en negativo, al leer el artículo firma-do por Cristina Coro en el número del 28 de noviembre de 2020 titulado: “Los Borbones, la navidad en familia más triste: cada uno por su lado y Juan Carlos, solo en el desierto.” A juzgar por este titular el rey decrépito se ha ido a imitar a los anacoretas de comienzos del cristianismo, que se retiraban a la soledad del desierto para hacer penitencia y orar por la con-versión de los infieles.

Sin embargo, las noticias más firmes publicadas en medios de comunica-ción que no son serviles como El Español y su director, aseguran que el rey decrépito se aloja en un superhotel de Abu Dabi, en donde el precio de una noche equivale al salario mensual de un obrero español todavía con trabajo, acompañado por una de esas amigas íntimas que siempre encuentra para divertirse. De modo que ni está en el desierto ni está solo, y si se ha ido allí ha sido para evitar la acción de la Justicia, que investiga sus comisiones con empresas indecentes y sus robos a la Hacienda Pública. Además, con tal de no ver a su consorte, verdaderamente preferiría habitar una cueva en el desierto que compartir con ella una mesa, no digamos una cama.

Apunta la informadora como posibilidad que el rey decrépito se traslade estas navidades a algo menos de un palacio, pero casi con el mismo lujo, la casa de su amigo Pepe Fanjul en Palm Beach, en donde residen o pasan va-caciones los ricachones más millonarios. Al parecer se lo ha aconsejado su hija, la infausta Elena, durante los cuatro días que pasó con él en el presun-to desierto de Abu Dabi, entre el 11 y el 14 de noviembre, para que pueda hablar en español, porque se le está olvidando lo poco que sabía, debido al hecho lógico de no tratar más que moros, o jeques o sirvientes.

Respecto a Elena, apunta la Coro que probablemente pasará la nochebue-na con su madre, la reina decrépita Sofía, porque a los actuales reyes titula-res no les gusta ninguna de las dos, y los dos hijos de la infausta, los triste-mente célebres Froilán y Federica, prefieren estar con sus ligues, desde luego más amenos que su familia. No será por falta de dinero.

Eso en el caso de que Sofía y su hermana Irene, residente en España des-de que los griegos expulsaron a su familia irreal a escobazos para procla-mar la República, máximo deseo de todos los vasallos de monarcas, no va-yan a reunirse con su hermano, el exrey Constantino, que al parecer se encuentra gravemente enfermo.

Sobre el resto de la familia irreal informa también la periodista, insistien-do en lo mal que lo pasan los pobres borbones separados por circunstancias de la vida que llevan. Los reyes titulares cenarán con sus hijas y la madre de la monarca, Paloma Rocasolano, que al estar divorciada necesita com-pañía con la que discutir.

En cuanto a la infausta Cristina, no hace planes todavía, en espera de ver si su marido, encarcelado por ladrón, comienza a disfrutar del tercer grado penitenciario, y se pueden reunir para planear nuevas sociedades fraudulen-tas con las que seguir robando, que es lo único que sabe hacer el Urdanga-rin desde que dejó de jugar a la pelota.

Si algunos españoles se apiadan de la soledad de esta pobre familia, tie-nen la oportunidad de invitar a cualquiera de sus miembros a sentarse en su mesa en estos días tan familiares. Porque lo cierto es que la primera familia de España, como dicen los periodistas servilones, se halla muy desestructu-rada. Con mucho dinero, eso sí, pero ¿de qué sirve el dinero si falta la ar-monía familiar? Son unos pobres diablos. 
 

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