¿Qué es el franquismo sociológico? Origen y valores

¿Qué es el franquismo sociológico? Origen y valores

Desde hace unos meses se escucha constantemente el concepto de “franquismo sociológico”, como una forma de explicar ciertas tendencias que han aparecido en los últimos años en el panorama político español. Hemos visto el surgimiento de un partido como VOX y una radicalización de la política española en torno a determinados postulados de extrema derecha, que ha arrastrado a lo que, hasta ahora, se había denominado “centro-derecha”. Se trata de un tema que ya tratamos hace unos meses (“El franquismo que nos queda”), aunque merece una mayor atención.

El concepto del franquismo sociológico ha comenzado a utilizarse para mostrar que muchos rasgos sociales propios del franquismo aún perviven en la sociedad española, unos rasgos que, derivados de la dictadura genocida, han pervivido hasta la actualidad.

Los rasgos principales de ese franquismo sociológico se centran en unos conceptos totalmente anacrónicos, en el contexto de una sociedad moderna como tendría que ser la nuestra. Estos rasgos se derivan de la represión desarrollada durante cuarenta años de dictadura, una Transición inacabada e, incluso, por una valoración positiva del papel del franquismo en el desarrollo económico del país (el “desarrollismo” de los años 1960-70). Las consecuencias de la represión de la dictadura desembocaron en la autocensura y el conformismo con la autoridad, que se identifica con la denominada “mayoría silenciosa” que tanto ha cacareado la derecha española.

Este franquismo sociológico se ha centrado en una retórica que añora los mejores años del régimen, pero que olvida los años de penurias, la represión y la crisis económica que se fraguó en esa etapa final, pero que estalló tras la Transición. Por tanto, se ha centrado en la mitificación de los años económicos buenos, olvidando todo lo malo.

El origen

La muerte del dictador, en 1975, supuso que los elementos más nostálgicos del régimen quedasen restringidos a una extrema derecha casi marginal, mientras los franquistas moderados, los “aperturistas”, se aglutinaban en torno a la nueva Alianza Popular de Manuel Fraga, formada en su mayoría por antiguos pesos pesados del Movimiento. Fue el partido que reflejó el paradigma del franquismo sociológico: un grupo de ciudadanos y políticos que se habían enriquecido durante el régimen y que estaban abiertos a algunos cambios, para conseguir que la Transición no se saliese de los cauces que les interesaban. Este sector se esforzó por no mostrar excesivas conexiones con el pasado. Por eso, el partido siempre defendió la perpetuación de los valores franquistas, en una sociedad pretendidamente abierta.

“Las clases dominantes necesitan cambiar algo, para que todo siga igual” (Giuseppe Tomasi di Lampedusa, “El Gatopardo”).

La Transición se comportó como una enorme “puerta giratoria” por la que transitó una clase social crecida en el franquismo y que ha gestionado la economía, política, judicatura y sociedad hasta la fecha.

Es el franquismo sociológico que derivó en que el PSOE de Felipe González permitiese la enseñanza concertada, para que la iglesia católica pudiese seguir adoctrinando a la ciudadanía. Ha permitido que los crímenes no hayan pasado por los tribunales. Ha permitido perpetuar un régimen monárquico corrupto, que ha impedido que se eligiese al jefe del estado. Ha permitido que tengamos unos medios de comunicación controlados por unas pocas “familias”. Ha permitido que haya más de 100.000 desaparecidos. Ha permitido la impunidad, convertida en una forma de cultura política y judicial, que accede a que determinados delitos y personas puedan actuar al margen de la ley. Ha permitido que la familia Franco haya mantenido una inmensa fortuna, “ganada” a costa de la corrupción del régimen. Ha permitido que en España no haya ningún museo como el de la ESMA en Buenos Aires.

La pista del franquismo también la podemos reseguir en la relación entre la iglesia y el Estado, regulada por unos acuerdos de 1979 y que apenas se han modificado desde entonces. Aunque se ha vivido un proceso de laicidad relativamente rápido y profundo, aún quedan muchos vestigios de esa relación, como la impunidad de la iglesia (en el caso de las inmatriculaciones de bienes, por ejemplo), la educación concertada (que aún refleja unos valores misóginos) o el poder del Opus Dei en la política, economía y judicatura.

Lo que hoy debemos plantearnos es si, tras la Transición, los elementos supervivientes del franquismo fueron mayores que los cambios democráticos que se introdujeron. Por ejemplo, el acusado personalismo de los diferentes presidentes de gobierno españoles, que se han convertido, en algunos casos, en “semi-dioses” a los que algunos aún adoran, como en el caso de José M. Aznar o de Felipe González.

Los valores

En el franquismo sociológico han quedado anclado algunos de los valores “tradicionales” del fascismo y del franquismo: la exaltación sinrazón de la patria, la religión y la familia. Esa manera de entender España se ha transmitido a sectores de la derecha a los que pertenece, por ejemplo, la familia del expresidente Aznar.

El gran abanderado de esta derecha es la “sospechosa habitual”: la unidad nacional. Sin embargo, cuando invocan esa unidad nacional no se refieren únicamente a un ente simbólico, sino a la idea de que España siga siendo lo que a ellos les interesa, que siga tal cual está, que siga siendo su cortijo. En este concepto no interesa si el modelo es injusto, si la precariedad laboral mantiene en la esclavitud a una gran parte de la población. Que sigan sus privilegios es lo que les importa. Que la sanidad y la educación dejen de ser un derecho para convertirse en un negocio a su servicio.

Se trata de un patriotismo que alcanza cotas estúpidas de furor patrio, que se plasma en banderas y pulseritas… y en cuentas en Suiza. Esta defensa del concepto “una, grande y libre” es lo único que explica que el partido más corrupto de Europa, el PP, siga ganando elecciones, y sin pasar por los tribunales.

Pero se trata también de otros valores, como el tradicionalismo, el conservadurismo, el machismo, el rechazo al diferente, el integrismo religioso, la obediencia ciega a la autoridad, la visión catastrofista, el carácter antidemocrático, el rechazo de aquel que no piense lo mismo o que no se adapte a sus esquemas ideológicos.

La repetición constante de esos mantras en todos los medios de comunicación y redes sociales no los hace realidad, pero sí los convierte en algo parecido a una “verdad” que determinados sectores sociales están dispuestos a abrazar y repetir hasta la saciedad.

El principal problema es la forma en que el franquismo sociológico se sigue transmitiendo a las generaciones posteriores, a través de unos conceptos emocionales, una estética, etc., para unos jóvenes que nada saben de la dictadura, porque ni siguiera la estudian en las aulas.

El resurgimiento

La muestra de la pervivencia del franquismo sociológico entre amplios segmentos de la población española es la reaparición, con cada momento de crisis, de determinados mantras que son esgrimidos, hasta la saciedad, por la derecha. Un ejemplo de ello es el concepto de que “con Franco vivíamos mejor”, que resurge en cada momento de crisis económica, aunque la crisis de finales de los 1970-80 se había gestado ya durante el régimen. O el de “con Franco no pasaba”, que surgió para censurar comportamientos y situaciones que se salen de lo marcado por la moral ultracatólica.

Hoy día se utilizan para demostrar que el régimen franquista era más “democrático” y aperturista que la imperfecta democracia actual. Por ejemplo, se ha utilizado en la batalla por el tabaco y fumar en lugares públicos, o durante los debates sobre la circulación de vehículos en Madrid.

El franquismo sociológico se ha mostrado muy activo en determinados momentos en los últimos años, como quedó demostrado durante el debate de la Ley de Memoria Histórica, en 2007, que demostró la resistencia a condenar el franquismo por parte de un gran sector político, social y económico español.

Uno de los fenómenos que han abanderado el surgimiento de este franquismo sociológico es la larga lista de “intelectuales”, periodistas o políticos que se han dedicado a justificar el golpe de Estado de 1936 o, directamente, a blanquear la dictadura genocida. La lista de estos personajes ha sido, y es, larga y sigue creciendo cada día: desde personajes como Salvador Sostres o Pío Moa a políticos como Pablo Casado o Albert Rivera, por no citar al sacrosanto Santiago Abascal.

El discurso de la derecha actual sigue plagado de los mismos conceptos y valores del franquismo: son los que defendió Ruiz Gallardón para intentar reformar la ley del aborto; las referencias al “milagro español” de Montoro, en lo más duro de la crisis de 2008; o las referencias constantes a la unidad de España.

Estos valores tienen como objetivo despertar las emociones que se fomentan entre los votantes de la derecha. Una añoranza de la que no se han separado en ningún momento en el PP, por convicción de sus miembros o por mero cálculo electoralista. Pero también lo han conseguido con su actitud, negándose a condenar la dictadura, oponiéndose a la Ley de Memoria, a la retirada de simbología de las calles, etc.

El franquismo sociológico está infiltrado, no tanto en el conjunto de la población, sino en sus instituciones esenciales, gracias a la impunidad que siempre ha gozado una ideología tan fascista como el nazismo alemán. Esa fue la herencia ética que nos dejó una Guerra Civil, una dictadura represiva, una Transición “modélica” y cuarenta años de democracia imperfecta.

La impunidad

La impunidad del franquismo en la sociedad española no tiene igual en ningún otro régimen dictatorial del mundo. La Transición garantizó esa impunidad, y ni siquiera cuarenta años de democracia han conseguido cambiarlo. El Estado actual es heredero directo del franquismo y ese es el problema de España. La falta de asunción de la carga del pasado ha permitido al franquismo seguir presentándose como el nuevo dueño del Estado: no se depuró a los elementos más comprometidos y criminales, ni a los enemigos de la auténtica democracia, al contrario de lo que pasó con la purga que el dictador genocida hizo de las estructuras de la República.

Mientras no se asuma esa impunidad, seguirá el franquismo sociológico presente en la deriva autoritaria del Estado. Pero tampoco permitirá el reconocimiento y la justicia para las víctimas. Es una impunidad que nos impide avanzar como democracia.

Los defensores del franquismo sociológico son la cara de un poder económico y político que no ha abandonado los vicios de una economía que tantos beneficios les produce, de una política que les permite seguir controlando el sistema, que pretenden seguir interviniendo la educación, que propaga unos valores sociales que, en realidad, no es más que adoctrinamiento.

Hay dos elementos clave para tratar ese franquismo sociológico. El primero sería una condena unánime y real de la dictadura franquista, rompiendo con ella. Esto evitaría que, en una encuesta del CIS de 2008, se reflejase que el 58.2% de los encuestados afirmase que el régimen tenía “cosas buenas y malas”. El segundo sería que la derecha rompiese abiertamente con la dictadura, como sí se hizo en Alemania, en procesos complejos pero que han resultado beneficiosos para su democracia. Los hábitos del franquismo no desaparecieron con la llegada de la democracia, igual que los franquistas siguieron haciendo carrera pese al cambio político. Esos hábitos fueron heredados por la democracia. Cuarenta años de socialización y propaganda franquista generaron una multitud de comportamientos que afloran cada cierto tiempo, algo que hicieron también con el relato de la guerra y la dictadura, y que permita que aún haya personas que defiendan el golpe de estado, que critiquen a los familiares que aún buscan a los suyos, o que montaron el circo tras la exhumación del dictador del Valle de los Caídos.


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