Modelo de transición republicana

Modelo de transición republicana
Arturo del Villar

Modelo de transición republicana

LO peor de los actualmente llamados socialistas es que no lo son, y lo malo es que son muy ignorantes. Así Juan Carlos Campo, ministro de Justicia del llamado Gobierno, se atrevió a decir al terminar el Consejo de los llamados Ministros del 15 de diciembre de 2020: “La monarquía parlamentaria es un arco de bóveda del que podemos quitar una pieza y que se derrumbe todo”, con lo que nos recomendaba a los vasallos de su majestad el rey católico nuestro señor que continuemos manteniendo a toda la familia irreal con todas las inmensas gangas de que disfrutan.

Pero existe un precedente que invalida esa teoría sin base histórica alguna, que es el modelo de transición democrática y pacífica de la corrupta monarquía de Alfonso XIII, el apodado burlonamente Gutiérrez por sus vasallos, a la República votada en las elecciones del 12 de abril de 1931. Vamos a recodar los hechos, por si los leyese algún sociata y se los comunica a sus compañeros.

Alfonso XIII no se marchó: lo echó el pueblo español.

El domingo 12 de abril de 1931 se celebraron unas elecciones municipales en España, de las que saldrían los nuevos ayuntamientos. Uno de tantos comicios sin trascendencia. Sin embargo, se convirtieron en un plebiscito, porque en casi todas las capitales de provincia triunfaron las candidaturas de la conjunción republicano—socialista, en detrimento de las monárquicas, excepto en Barcelona, Córdoba, Girona, Huesca, Lleida, Logroño, Tarragona y Vizcaya; en Madrid se produjo un empate. Hay que tener cuenta que aquel Partido Socialista Obrero lo era verdaderamente, bajo las direcciones de Indalecio Prieto y Francisco Largo Caballero, en la línea marxista, republicana y laicista señalada por el fundador, Pablo Iglesias Posse, apodado cariñosamente El Abuelo. No guarda ningún parecido con el que usurpa su nombre en la actualidad.

Con la Guardia Civil

Por la tarde, exactamente a las 19 horas, se reunieron informalmente los ministros en el despacho del que lo era de la Gobernación, el marqués de Hoyos, para ir evaluando los resultados según llegaban las noticias de todos los gobiernos civiles. También se había invitado al general José Sanjurjo, director general de la Guardia Civil. Quedaron sorprendidos y abrumados por el inesperado triunfo republicano—socialista, y le preguntaron a Sanjurjo qué haría la Guardia Civil ante esa victoria. El general respondió a medias sin comprometerse: “Hasta aquí yo podía contar con la Guardia Civil, pero ahora no sé…”

Después de cenar volvieron a reunirse, esta vez en Presidencia, en la calle de la Castellana, con el almirante Juan Bautista Aznar al frente. Los periodistas agrupados ante la puerta preguntaron al conde de Romanones, ministro de Estado, qué opinaba sobre el resultado, y confesó llanamente que no podía ser más deplorable para el Gobierno.

Para prevenir posibles acontecimientos violentos, el general Dámaso Berenguer, ministro de la Guerra, transmitió unas instrucciones a los diez capitanes generales y al alto comisario en Marruecos sobre la “situación delicadísima” en que se hallaba el reino, por lo que debían depositar una “absoluta confianza en el mando, manteniendo a toda costa la disciplina y prestando la colaboración que se le pida en orden público”.

El Gobierno provisional

Pero no sucedió nada anormal, fuera de que los españoles se acostaron ya en la madrugada del lunes, en espera de noticias sobre la actitud del despreciado monarca, ante ese rechazo popular demostrado en las elecciones. Todos confiaban en que abdicaría, al comprobar que no era aceptado por sus forzosos vasallos, y se marcharían. Nadie más que él pensaba en la posibilidad de que se organizara una revolución como la Soviética, que lo condenase a muerte igual que al zar ruso. Cobarde como todos los borbones, reinaba sobre los fusiles de los militares, al carecer del mínimo apoyo del pueblo, y estaba dispuesto a recurrir a ellos si sospechaba de encontrarse en peligro. Pero en España ni siquiera la conocida como Gloriosa Revolución quiso atentar contra la vida de la corrupta Isabel II y su familia.

A primera hora del lunes 13 el almirante Aznar fue a palacio, para informar al monarca sobre lo sucedido en los comicios, y le propuso que abdicara, a lo que se negó. Al mismo tiempo el Gobierno provisional de la República se reunía en el domicilio del designado su presidente, Niceto Alcalá—Zamora, con el fin de estudiar la situación.

Las gentes llenaban las calles pacíficamente, aguardando los acontecimientos forzosos que debían ocurrir, aunque no hubo manifestaciones de ninguna manera, solamente expectación. Ante palacio formó un destacamento de húsares, que se disolvió sin más.

A las 17.30 se reunió el Consejo de Ministros en la Presidencia del Gobierno. Los periodistas preguntaron a Aznar cómo juzgaba aquel momento, y respondió con una frase que se convirtió en refrán: “España se acostó monárquica y se levantó republicana.” Una falsedad, porque en la votación demostró España que ya era republicana, y si no lo había exteriorizado antes era debido al temor a las fuerzas del llamado orden público al servicio de la monarquía. Es decir, lo mismo que sucede ahora.

Como resumen de lo tratado, comentó a los periodistas que se había acordado que al día siguiente visitase al monarca para pedirle que tomara una decisión personal a la vista de los acontecimientos. Con el voto en contra del ministro de Fomento, Juan de la Cierva, tan monárquico como belicoso, partidario de mantener el orden público por medio de la fuerza si era necesario, para preservar el régimen.

Comunicado republicano

Al mismo tiempo el Gobierno provisional de la República, con la excepción de los ministros Indalecio Prieto y Marcelino Domingo, exiliados en París, y de Manuel Azaña, oculto en casa de sus suegros, dio a conocer un ultimátum en forma de comunicado, en el que advertía:

El día 12 de abril ha quedado legalmente registrada la voz de la España viva, y si ya es notorio lo que ansía, no es menos evidente lo que rechaza; pero si, por desventura para nuestra España, a la noble grandeza civil con que ella ha procedido no respondiesen adecuadamente quienes con violencia desempeñen o sirvan funciones de Gobierno, nosotros declinaremos ante el país y la opinión internacional la responsabilidad de cuanto inevitablemente habrá de acontecer, ya que, en nombre de esa España mayoritaria, anhelante y juvenil, que circunstancialmente representamos, declaramos públicamente que hemos de actuar con energía y presteza a fin de dar inmediata efectividad a sus afanes implantando la República.

Al leer el manifiesto programático el Consejo de Ministros volvieron a plantearse las disensiones habituales, porque La Cierva exigía resistir con todas las fuerzas al servicio de la monarquía, pero el marqués de Hoyos advirtió que sería imposible sin contar con la Guardia Civil. Asimismo la Unión General de Trabajadores publicó un comunicado para pedir a sus afiliados que al día siguiente se manifestasen pacíficamente para reclamar la entrega del poder al Gobierno provisional, cumpliendo los deseos del pueblo nítidamente expresados.

Por su parte, Alfonso XIII citó a su dentista y amigo, Florestán Aguilar, vizconde de Casa Aguilar, para celebrar una consulta no médica, sino política. Y en las calles de todo el reino las gentes formaban corrillos, comentando los sucesos del día y esperando un comunicado.

Jubiloso 14 de abril

El martes 14 de abril a primera hora de la mañana la localidad de Eibar proclamó la República, al colgar en el balcón del Ayuntamiento la bandera tricolor. Otros ayuntamientos fueron siguiendo su ejemplo aquella mañana ya histórica. A las 8.30 Aguilar visitó al conde de Romanones en el Ministerio de Estado, para tratar sobre lo que debía hablar con el rey, y aceptó el encargo de proponerle la abdicación. Con ese cometido fue a palacio y mantuvo una conversación tensa con el monarca.

Llegó después el almirante Aznar. A preguntas de los periodistas les declaró que tenía a intención de proponer al rey la convocatoria de Cortes Constituyentes, ya que España carecía de Constitución por haberla suspendido el mismo rey tras su propio golpe de Estado palatino en 1923. Al monarca le expuso las dos facciones en que se había dividido el Gobierno, una parte a favor de resistir con la ayuda del Ejército para mantener incólume el sistema, y otra de solicitar la abdicación.

Nueva visita de Romanones para expresar al rey la conveniencia de la abdicación, pero él le dice que se entreviste con su antiguo colega Alcalá—Zamora para explorar sus intenciones. Le telefoneó y convinieron en reunirse en terreno neutral, el domicilio del doctor Gregorio Marañón, en la calle de Serrano. El presidente del Gobierno provisional fue muy categórico: el monarca debía abandonar el país antes de las seis de la tarde, para proceder a la proclamación de la República ese mismo día. Le aconsejó salir al exilio por Cartagena y dejar a la familia en palacio, al cuidado de los madrileños hasta su partida por ferrocarril al día siguiente para Francia, garantizando su integridad. Terminó la reunión a las 14.02, y Romanones regresó a palacio para dar cuenta al rey de la gestión. Estas andanas le proporcionaron el desprecio de los monárquicos más fundamentalistas, que le acusaron de no haber defendido suficientemente al monarca caído.

Se fue, pero no se marchó

Alfonso XIII aceptó los términos del acuerdo y encargó a su amigo Gabriel Maura, duque de Maura, la redacción de un manifiesto con su despedida a los españoles. En tanto Alcalá—Zamora llegaba al domicilio de Miguel Maura, hermano de Gabriel, pasado al bando republicano porque el rey no quiso ayudar a su suegro para salir de un apuro. Allí estaba reunido el Gobierno provisional, ya con la presencia de Azaña, todavía sin los exiliados Prieto y Domingo. Todo se hallaba dispuesto para llevar a cabo una transición pacíficamente esmerada.

En automóviles se trasladaron a la Puerta del Sol, sede entonces del Ministerio de la Gobernación, para proclamar desde el balcón central la República Española. Tardaron dos horas en hacer un corto trayecto, porque la multitud colmaba las calles vitoreando a la República, en medio de una alegría impresionante, pero siempre dentro del orden público más exigente. Por todas partes se escuchaba un grito jubiloso: “No se ha marchao, que lo hemos echao.” Y así sucedió en verdad, porque él no quería irse, y de haber tenido la seguridad de contar con la colaboración de la Guardia Civil hubiera permanecido en el trono, sin importarle nada la opinión de sus vasallos, a los que ignoró siempre, excepto para cargarlos de impuestos.

Inmediatamente los ministros provisionales empezaron a trabajar, en tanto Alcalá-Zamora dictaba los decretos con los nombramientos de los ministros y altos cargos, entre ellos de Eduardo Ortega y Gasset como gobernador civil de Madrid, y otras disposiciones complementarias. Llegaron inmediatamente a la imprenta y aparecieron en la primera plana del diario oficial, la Gaceta de Madrid, con la fecha histórica del 15 de abril de 1931.

A la una de la madrugada de ese día memorable se dio por terminada, de momento, la planificación del nuevo régimen, siempre dentro del mayor orden, salvo las manifestaciones populares de alegría por haberse librado del detestado monarca que dedicó su reinado a enriquecerse, colocando sus dineros procedentes de comisiones delictivas en bancos extranjeros, y a estuprar a las doncellas que le gustaban. Las dos distracciones favoritas de los borbones.

El arco de bóveda de la monarquía alfonsina se vino abajo, sin que se derrumbase nada más, y sin que se derramase una gota de sangre. Éste es el modelo a seguir. Si ellos pudieron hacerlo, nosotros también podremos.


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