El siglo XX fue la tumba de muchos regímenes monárquicos. Al principio de la centuria había en torno a unos sesenta reyes repartidos por el mundo; cuando terminó, solo quedaban la mitad. Habían desaparecido los grandes imperios (otomano, ruso, austro-húngaro, alemán), el Imperio británico se había reconvertido en la Commonwealth, y muchos antiguos reinos habían devenido en repúblicas (China, Egipto, Etiopía, Irán…). Me voy a ocupar aquí de unas cuantas monarquías europeas cuyo final tuvo una característica común: renunciaron a constituir, cuando menos formalmente, una institución compatible con la democracia y que estuviese más allá de partidos políticos para intentar acaparar poder en beneficio propio y comprometerse con una determinada ideología, casi siempre de extrema derecha, que les llevó al descrédito y a la ruina. Recibieron el abrazo del oso de fuerzas que se reclamaban monárquicas, pero que contribuyeron a su asfixia.
La senda la abre Portugal. En 1906 el rey Carlos I nombra a João Franco como primer ministro. Franco era líder del Partido Regenerador Liberal y comenzó a gobernar con los progresistas, pero en 1907 forzó la disolución del parlamento y empezó a dirigir el país por decreto. El apoyo del rey a un gobierno que iba derivando en dictadura le alejó de muchos monárquicos. El rey y el príncipe heredero murieron en un atentado en 1908 perpetrado por dos carbonarios. Subió al trono Manuel II, que convocó elecciones e intentó reinar según el modelo británico, pero la monarquía estaba definitivamente desprestigiada y herida de muerte. En 1910 se produce la revolución que proclama la república.
En 1923 Alfonso XIII, rey de España, respalda el pronunciamiento militar del general Primo de Rivera y le encarga la formación de Gobierno. El Directorio militar trata de imitar al régimen fascista de Mussolini, crea la Unión Patriótica, con vocación de convertirse en partido único, una Asamblea Nacional Consultiva y la Organización Corporativa Nacional según el modelo italiano. El compromiso de Alfonso XIII con el régimen de Primo de Rivera le lleva al desastre. La dictadura cae en 1930 y la monarquía en 1931, dando paso a la II República (aunque, en España, los Borbones son como el turrón por Navidad y siempre acaban regresando).
La misma senda, con unos años de retraso, siguió la monarquía italiana. En 1922 el rey Víctor Manuel III, tras la marcha sobre Roma de los fascistas, entregó el poder a Mussolini nombrándolo presidente del Gobierno. Durante dos décadas amparó la dictadura fascista y su alianza con el régimen nazi alemán que condujo a Italia a la II Guerra Mundial. En 1943, ante la inminencia de una derrota a manos de los aliados, el rey Víctor Manuel depone a Mussolini y pacta una paz con británicos y americanos. Esa operación de última hora no pudo remediar el descrédito de la monarquía: Víctor Manuel abdica en 1946 en su hijo Humberto II, que solo reina 33 días. Un referéndum otorga 12,6 millones de votos a la república y 10,6 millones a la monarquía.
Carlos II de Rumanía reinó a partir de 1930. Intentó apartar del Gobierno a los partidos tradicionales y ejercer directamente el poder. En 1938 abolió la constitución y prohibió todos los partidos, persiguiendo tanto a los de derechas como a los de izquierdas. Aunque teóricamente neutral en los conflictos que llevarían a la II Guerra Mundial, se acercó cada vez más a Alemania y fundó un partido único, el Frente Nacional del Renacimiento, luego llamado Partido de la Nación, donde integró a los fascistas de la Guardia de Hierro a los que antes había combatido. El pacto germano-soviético de 1939 le impuso cesiones territoriales a favor de la Unión Soviética, de Hungría y de Bulgaria, lo que multiplicó el descontento; en 1940 una revuelta le obliga a abdicar. Le sucede su hijo Miguel I, que con el gobierno del general Ion Antonescu establece una dictadura fascista plegada a la Alemania nazi. La derrota en la II Guerra Mundial a manos del Ejército Rojo da lugar a un gobierno de concentración nacional, seguido de otro comunista, que en 1947 obliga a abdicar al rey.
Boris III de Bulgaria también heredó un sistema parlamentario, pero dejó que evolucionara hacia uno autoritario. En 1940 nombró como primer ministro a Bogdan Filov, germanófilo interesado en mantener buenas relaciones con la Alemania nazi. Aunque inicialmente Bulgaria intenta mantenerse neutral en la II Guerra Mundial, en 1942 declara la guerra al Reino Unido y a Estados Unidos suponiendo que no necesitará entrar en combate. Boris muere en 1943 y es sucedido por su hijo Simeón II, de seis años. Por su sumisión al Eje, que tenía tropas en territorio búlgaro, en 1944 Bulgaria es invadida por el Ejército Rojo. Al mismo tiempo se desata una revolución encabezada por el Frente por la Patria, integrado por todos los partidos antifascistas, que derroca al gobierno pronazi. Un referéndum celebrado en 1946 da como resultado un 95% de votos a favor de la república. Simeón II, que había estado detenido junto a su familia, es autorizado a abandonar el país. Tras residir en España, regresó a Bulgaria en 1996 y fue elegido primer ministro entre 2001 y 2005, renunciando a restaurar la monarquía. En 2005 perdió las elecciones y, posteriormente, abandonó la política.
Constantino II de Grecia heredó el trono en 1964. En 1967 se produjo el golpe de los coroneles, para evitar un triunfo electoral del centroizquierda, y se instauró una dictadura. El rey inicialmente les siguió el juego, tomó juramento a los miembros de la Junta militar y pactó con ella el nombramiento del monárquico Konstantinos Kollias como primer ministro, lo que le granjeó una total pérdida de popularidad. Unos meses más tarde intentó un contragolpe, que fracasó, y tuvo que irse al exilio. Tras la caída del régimen militar, en 1974 se celebró un referéndum que ofreció un 70 % de votos a favor de la república.
Un repaso a la historia nos indica que las monarquías que han conservado buena salud en Europa han sido las que han evitado, incluso han combatido, a la extrema derecha. Como la británica, que se colgó la medalla de vencer al nazismo, o la noruega, que resistió a la invasión alemana, el rey Haakon VII prefirió huir y exiliarse en Londres antes que rendirse a los nazis. La defensa de la monarquía por parte de la extrema derecha española no le hace ningún favor de cara al futuro. Los monárquicos, incluyendo a la propia familia real, a menudo tienen al enemigo en casa.
Y la historia también nos dice que, a menudo, el desprestigio de la monarquía no se salva cambiando al monarca.
Fuente → ctxt.es
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