El rey de pocos
 
El rey de pocos
Arturo del Villar

LOS políticos poseen la desagradable costumbre de asegurar que se expresan en nombre de todos los ciudadanos, y ese disparate se extiende a otras profesiones. El diario madrileño La Razón cae en esa sinrazón en la primera plana del ejemplar fechado el 4 de diciembre de 2020, al titular de entrada a cuatro columnas: “El Rey ya es el de todos.” Es un título incompleto, puesto que no aclara a quiénes se refiere ese “todos”, aunque sabida la orientación ultramonárquica y superconservadora del diario es presumible que aluda a todos los españoles, de acuerdo con esa pésima costumbre señalada habitualmente en los políticos.

Es una arrogancia tan falsa como estúpida afirmar que alguien representa a todos los habitantes de un país. Caen en ella los reyes porque no son elegidos por una mayoría de ciudadanos, sino que se suceden familiarmente. Uno de los párrafos más ridículos del discurso leído por Felipe VI el día de su proclamación como rey, el 19 de junio de 2014, deformaba la realidad histórica de esta manera: “Hace casi 40 años, desde esta tribuna, mi padre manifestó que quería ser rey de todos los españoles. Y lo ha sido.”

Lo que ha sido Juan Carlos I de Borbón es el enemigo número 1 del pueblo español, ladrón, inmoral y putañero. Lo fue tanto que debió pedir perdón públicamente a ese mismo pueblo ante las cámaras de televisión el 18 de abril de 2012, al ser dado de alta en el hospital madrileño adonde hubo que traerlo en un avión medicalizado desde Botsuana, para operarle de urgencia debido a las fracturas padecidas al caerse una noche por las escaleras del edificio en que se hallaba con su barragana de turno, Corinna Larsen, dedicados a la caza de elefantes cuando no estaban en la cama.

Tal era el ejemplo que deseaba seguir su hijo al ser proclamado su sucesor por motivos espermatozoitos. Puesto que Juan Carlos de Borbón había sido designado por el dictadorísimo genocida su sucesor a título de rey, no tenía ningún compromiso con el pueblo, porque no lo había elegido, sino solamente con la dictadura fascista. El presidente de una República o de un Gobierno sí se deben a los electores, y están obligados a adaptarse a los principios que defienden, pero un rey no necesita hacer más que cantar las alabanzas de su predecesor, aunque sea el mayor sinvergüenza de la historia, sin otro requisito que procrear un sucesor para continuar la dinastía. En el caso de no poder hacerlo legítimamente, les cabe el recurso de solicitar la colaboración de los vasallos, como hizo reiteradamente la golfísima Isabel II de Borbón.

Reyes y monárquicos

Los reyes no pueden alardear de serlo más que de los monárquicos canallas. Sólo de los canallas, porque los decentes los abandonan. Durante el perverso reinado de Alfonso XIII de Borbón hubo un monárquico honrado que desempeñó los más variados cargos políticos, de concejal a ministro, pasando por diputado y gobernador, Ángel Ossorio y Gallardo. Hasta que el rey perjuro dio en 1923 el golpe de Estado palatino por el que suspendió la Constitución que había jurado cumplir y hacer cumplir, cerró las Cortes y designó dictador a un general tan corrompido como él. Desde entonces se proclamó “monárquico sin rey al servicio de la República”, y es cierto que la sirvió hasta su muerte el exilio de Buenos Aires en 1946. En Mis memorias (Madrid, Giner, 1975, páginas 206 s.) explica así el viraje político:

¿Qué me faltaba a mí para seguir siéndolo [monárquico] con igual eficacia que en años anteriores? Sencillamente, me faltaba una cosa. Me faltaba el rey. ¿Por qué? ¿Por culpa mía? No, sino por la suya. Porque el rey se me había fugado de la monarquía constitucional que los dos habíamos jurado. […]

Tal fue mi situación y tal es la de ahora. Si alguien me pregunta qué régimen político prefiero, contestaré que, en el orden doctrinal, la monarquía, porque he mantenido vivas mis ideas de los veinte años. Si me añaden a qué rey quiero servir, diré que a ninguno, pues los que había legítimos en España traicionaron su papel y no encuentro otros postizos a quienes invocar; y si en último término me preguntan cuál es el régimen que apetezco para España, diré que la República, porque es el que democráticamente se ha querido dar el pueblo y el que desean hoy todas las clases democráticas de la sociedad española.

Es un razonamiento sin tacha. Los reyes piensan ser irreprensibles, porque la Constitución declara su inviolabilidad. Suponen que esa prerrogativa les concede la comisión de todos los caprichos que les vengan en gana, como acumular millones de euros en paraísos fiscales para evadir a la Hacienda Pública sin tener que explicar por qué método fraudulento los han adquirido, y estuprar a todas las vasallas que les apetezcan. Puesto que sus personas son inviolables constitucionalmente, y no necesitan concurrir a unas elecciones porque su cargo es vitalicio y hereditario, cometen todas las tropelías que les da su real gana.

Cuando todo es falso

Cierto que el día de su proclamación juran o prometen guardar y hacer guardar la Constitución, y cualquier otra cosa que les propongan. Juran sin ningún propósito de cumplir el juramento. En este aspecto los borbones son maestros. En 1820 el tirano Fernando VII de Borbón declaró: “Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional”, sabedor de que no lo haría, hasta que tres años después tuvo la posibilidad de condenar a muerte al general Riego y a los liberales, civiles y militares, opuestos a su absolutismo. En la historia es calificado como El Rey Felón, pero eso a él no le preocupó nunca, con tal de hacer su voluntad sobre los cadáveres de sus opositores.

También Juan Carlos I de Borbón merecerá un calificativo ominoso, pero no le quitará el haber disfrutado de unas 1.500 barraganas, a las que debimos pagar y sobornar los vasallos para que callaran los secretos de alcoba, y de unos dos mil millones de euros logrados mediante comisiones indecentes por hacer de intermediario entre empresas corruptas. Un refrán castellano sugiere para estos casos: “Que le quiten lo bailado.” Es decir, lo gozado y lo robado sin que nadie se atreviese nunca a censurar esa actuación mantenida durante 39 años.

A eso dedicó su reinado el que prometió ser el rey de todos los españoles el día de su proclamación. De todos, por supuesto, para que todos pagásemos sus vicios con nuestros impuestos. De todos, naturalmente, para impedir que pudiéramos manifestarnos críticos con su manera de reinar. Su promesa fue falsa como todo en su reinado. Es falso que un rey pueda serlo de todos, aunque lo publique un diario en su primera plana, porque los vasallos honrados lo rechazarán, aunque por su ideología sean monárquicos, al contemplar las corruptelas en las que inevitablemente se envuelve.

La monarquía tuvo su razón de ser en la antigüedad, como una herencia de los sentimientos tribales primitivos, pero es intolerable en una sociedad moderna. Los pueblos tienen que poseer la facultad de decidir su destino, de elegir al jefe del Estado y de someterlo a su control, para considerarse libres. La República gobierna sobre ciudadanos, la monarquía sobre vasallos.


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