Con su discurso televisivo en la noche del 24 de diciembre Felipe VI ha mostrado el papel que le ha sido asignado por la clase dominante, y él mismo, en el panorama político actual: el de proponerse como un aspirante a Bonaparte, un padrecito moral y severo (cuesta encontrar una sonrisa sincera, o siquiera una muesca de ella, en el pétreo rostro del personaje), situado por encima de las clases sociales para disciplinar a una sociedad descarriada. Pero no engaña a nadie, Felipe VI representa los intereses del gran capital y de la reacción negra en nuestro país, y particularmente a la casta reaccionaria de altos funcionarios y jefes militares, policiales y judiciales.
Hubo varias notas a destacar en la música pretendidamente narcotizante del "padrecito" que vela por todos nosotros. Una de ellas fue la referencia a favor de los empresarios y de que el Estado refuerce su apoyo a esta clase social, instando a "fortalecer el tejido empresarial y productivo, industrial y de servicios". Por supuesto, el papel de los trabajadores fue obviado. Sólo hubo una referencia a los “sanitarios” y a la juventud trabajadora desempleada y que padece la “precariedad" que, al parecer, surge por fatalidad, sin ninguna responsabilidad empresarial. Si bien en una parte del discurso, que podría haber sido pactada con el gobierno, señaló que las cosas no podían haber funcionado mejor de lo que lo hicieron durante esta pandemia, no tardó en advertir de una posible “crisis social”. La esencia del discurso fue: "Yo, vuestro Rey, estoy con vosotros y vuestras desdichas. Son otros, y las fatalidades, las causas de vuestras fatigas y dolores. Tened confianza en mí".
Por supuesto, no faltó el habitual agradecimiento a “las fuerzas armadas y Cuerpos de Seguridad”, en este caso para exagerar su papel en el alivio de la pandemia. Ninguna palabra de reconocimiento para la clase trabajadora, verdadera columna vertebral de la sociedad, particularmente en esta pandemia, sobre todo los trabajadores esclavizados del campo, los del transporte, o de los supermercados.
Fue particularmente grotesca su referencia final a “mi reinado”, como si esto estuviera en el orden natural de las cosas, y no fuera una imposición efectuada sobre la voluntad del pueblo, ya en 1975 con su amado padre por obra y gracia del dictador, y nuevamente en 2014 con él mismo por obra y gracia del Régimen del 78.
Por eso no pudo resultar más hipócrita su cántico a las excelencias de la “democracia”, por cuyo tamiz no está obligado a pasar su querido trono.
Es inaudito que este “campeón” de la democracia, del que se conserva la fotografía de un afectuoso saludo al dictador Franco con apenas 8 años, no hiciera ninguna referencia ni condena al movimiento de sables surgido en sus queridas fuerzas armadas, cuando cientos de antiguos altos oficiales invocaron su nombre y le escribieron personalmente, para que encabezara un golpe de Estado, hace apenas un mes. Aunque se trataba de unos altos oficiales “en retiro”, nadie duda de que cuentan con la simpatía activa de miles más en activo, dispuestos a aplastar nuestra maravillosa democracia en cuanto tengan la más mínima posibilidad; incluso, según las propias palabras del famoso chat de Whatsapp, al precio de pasar a cuchillo a 26 millones de compatriotas, que representan en sí mismos una mayoría democrática más que cualificada de nuestra sociedad.
Nuestro gran demócrata Felipe VI se “coronó” literalmente cuando reivindicó la Constitución como epítome de un “gran pacto nacional” hace más de 40 años que puso fin a “un largo periodo de enfrentamientos y divisiones”. Ojo, para nuestra democrática alteza, no se puso fin a una brutal y sanguinaria dictadura de 40 años que implicó el asesinato de decenas de miles de personas, torturas, cárceles y exiliados: no; se puso fin a un período de “enfrentamientos y divisiones”, repartiendo responsabilidades y culpas a partes iguales entre víctimas y verdugos ¿Puede haber mayor desvergüenza? Esto no es novedad: no hay registrada una sola crítica de Felipe VI, ni tampoco de su emérito padre, a la dictadura franquista en 45 años. Además, ¿por qué debería haberla? ¿Acaso no le deben los Borbones a Franco su cetro y su corona? Cierto es que con una ayudita, en su momento, de los dirigentes del PCE y del PSOE.
Felipe el Severo también dejó claro, por si no estábamos advertidos, que “las leyes deben cumplirse” y, por encima de todas, aquellas que, en su amada Constitución, exoneran a la monarquía de responsabilidad alguna y le permiten delinquir con impunidad sin temer consecuencias penales. Claro está que se admite “manga ancha” para los delitos fiscales y corruptelas de su augusta familia no cubiertos por la Constitución, como pueden acreditar sus cuñados, hermanas, sobrinos y padre.
Un punto de su discurso que ha escapado a la atención de los críticos de izquierda es otro monumento a nuestra actual pseudodemocracia: Felipe VI afirmó sin despeinarse que disfrutamos de una Constitución “que tenemos el deber de respetar”. Es importante detenerse en esto: no dijo que tenemos el deber de “acatar”, para evitar los placeres del presidio, sino el DEBER de RESPETARLA ¿Cómo podemos interpretar esto? ¿Que no tenemos permitido el derecho de repudiarla, de señalar la hipocresía que contiene, de mostrar sus injusticias y sus limitaciones a los derechos democráticos, ni que tampoco podemos mofarnos de ella? ¿Acaso no tenemos el derecho de denunciarla como una cortapisa legal hipócrita para la explotación, la corrupción y la opresión? ¿No son sus palabras un ataque escandaloso a la libertad de expresión? Y esto nos lo exige el cabeza de una monarquía ungida por un dictador sanguinario. ¿Qué consecuencias nos augura el monarca a aquellos que no aceptamos respetar su Constitución tramposa? ¿Acaso ser considerados unos “apátridas”, unos apestados anti-españoles que deben ser purgados y reprimidos, tal como pedían los simpáticos abuelitos del famoso chat de la XIX Promoción del Ejército del Aire?
Rafa Mayoral, dirigente de Podemos, señaló con acierto el carácter autoritario del discurso de Felipe VI cuando éste afirmó que la Constitución es la garante de la democracia; cuando es justamente al revés: se supone que es la democracia el fundamento de una Constitución.
Una última parte especialmente escandalosa del discurso real, al final, fue cuando Felipe VI pretendió endosarnos una clase de Ética y Moral en 3 minutos, tratando de desmarcarse de los escándalos de corrupción de su augusto padre, cuando dijo:
"Ya en 2014, en mi Proclamación ante las Cortes Generales, me referí a los principios morales y éticos que los ciudadanos reclaman de nuestras conductas. Unos principios que nos obligan a todos sin excepciones; y que están por encima de cualquier consideración, de la naturaleza que sea, incluso de las personales o familiares. Así lo he entendido siempre, en coherencia con mis convicciones, con la forma de entender mis responsabilidades como Jefe del Estado y con el espíritu renovador que inspira mi Reinado desde el primer día".
Felipe VI hubiera ganado algunos enteros de credibilidad y estatura moral si hubiera denunciado abiertamente a Juan Carlos I y reprobado su conducta, exigiendo que cayera sobre él todo el peso de la ley. Pero exigirle eso hubiera sido demasiado. Se limitó a cubrir su cabeza debajo del ala. La Corona sumaría un nuevo caso de deslegitimidad y de erosión de popularidad, si se repitiera una nuevo juicio “a lo Urdangarín” en la persona del rey emérito. Si fuera declarado inocente, la población respondería airadamente y lo interpretaría como que el régimen blindó nuevamente la vida corrupta de la familia real, y si fuera declarado culpable aun con una pena mínima, el prestigio moral de la monarquía recibiría un golpe demoledor. Tienen que tapar el asunto, enredarlo en cuestiones interminables de procedimiento y esperar a que la gente se olvide, por eso Felipe VI hizo lo que tenía que hacer, poner cara de circunstancias y escurrir el bulto de la mejor manera posible.
Un enemigo del pueblo
El periodista y director de eldiario.es, Ignacio Escolar, escribió un artículo de análisis del discurso real con el llamativo título de Otro error del rey de la derecha. Sólo pueden hablar de "errores" del rey quienes pretenden salvar la institución monárquica. Nosotros no vamos a disfrazar la realidad. No se trata de errores, el monarca lucha desesperadamente por mantener su disnastía y los privilegios materiales la acompañan. Él sabe que su único punto de apoyo verdadero descansa finalmente en las fuerzas represivas del Estado, y éstas provienen sin depurar del viejo Estado franquista. La falta de desmarque de Felipe VI de las tendencias golpistas y franquistas del ejército, y del mismo franquismo, no es una casualidad. No es sólo "el rey de la derecha", es el rey de los franquistas.
Como hemos explicado en otra parte (leer: El aparato del Estado, un foco de reacción al servicio de los ricos), nunca en 43 años de “democracia” ha quedado expuesto el aparato del Estado con su auténtica faz como en este período: como un instrumento feo, déspota, violento y arbitrario del enemigo de clase. Lo muestra la judicatura reaccionaria que se resiste a que la mayoría progresista y de izquierdas de la sociedad española se vea reflejada en la estructura de gobierno del sistema judicial, y en su venganza implacable contra el independentismo catalán; lo vemos en el ruido de sables del ejército, policía y guardia civil; y, por último, en la soberbia y arrogancia crecientes de Felipe VI. Este aparato de Estado, en su conjunto, representa una amenaza reaccionaria para las familias trabajadoras, es un verdadero enemigo del pueblo, que debe ser expuesto y denunciado.
La lucha por una verdadera democracia, aparte de la democracia social que debe implicar la expropiación de la oligarquía de las 100 familias del Ibex35, pasa indefectiblemente por la república democrática y la demolición del aparato del Estado que hemos heredado, prácticamente intacto, de la dictadura franquista. Y es una tarea que no admite demora.
Fuente → luchadeclases.org
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