Dejad que la monarquía se pudra sola
 
"La pervivencia de la monarquía es más difícil si la derecha quiere patrimonializarla e identificarla con sus posiciones políticas reaccionarias", defiende Antonio Maestre.
 
Dejad que la monarquía se pudra sola
Antonio Maestre

El mejor servicio que un republicano puede hacer al advenimiento de la Tercera República es observar la lenta degeneración de la monarquía. Como quien observa un timelapse de una fruta madura que se va llenando de hongos hasta desaparecer y quedarse en el hueso. Sin tocarla, ni manipularla, sin echarle cuenta. Solo observar cómo se destruye por la incólume oxidación con capacidad para derruir grandes estrucuturas por el paso del tiempo. Un elogio del tiempo lento y del disfrute pausado.

Ninguna república ha llegado en España por una lenta, insistente y estructurada construcción de los principios y valores republicanos, sino por propio demérito monárquico. La primera y la segunda, y también ocurrirá con la tercera. El 11 de febrero de 1873, cuando se proclamó la Primera República, Emilio Castelar trazó la línea republicana de espera, paciencia, prudencia y humildad: “No; nadie ha destruido la monarquía en España: nadie la ha matado. Yo, que tanto he contribuido a que este momento viniera, yo debo decir que no siento en mi conciencia, no, el mérito de haber concluido con la monarquía. La monarquía ha muerto por una descomposición interior; la monarquía ha muerto sin que nadie, absolutamente nadie, haya contribuido a ello más que la providencia de Dios”.

Castelar se equivocaba en el origen divino de su destrucción. La monarquía como verdadera enajenación de la soberanía nacional, en palabras de Francisco Pi i Margall, se destruye por su humanidad, y no por su divinidad, son los pecados propios de la debilidad humana los que degeneran la institución hasta hacerla insoportable. Lo fue con Alfonso XIII, por su corrupción endémica y el apoyo a la dictadura de Miguel Primo de Rivera hasta el advenimiento de la Segunda República como fruta madura tras unas elecciones locales. Esa misma corrupción es la que amenaza la restauración monárquica que planeó Franco y la Transición trampeó.

La corrupción emérita es la puntilla que funciona como augur de un nuevo advenimiento republicano. El tiempo en el que se concrete es la única duda que pueda existir. La desvergüenza adornada de impunidad y golferío que de forma soberbia se exhibe en grandes palacios de dictaduras árabes es la confirmación cierta de la distancia del monarca con su pueblo. Y un rey, sin pueblo, no es más que una cabeza rodando por el pavés de la historia. Las disculpas falsarias del monarca tras ser cazado de safari con su amante en plena crisis económica fue solo un directo esquivado que perdió de vista el gancho certero que acabará llegando por la derecha.

La pervivencia de la monarquía es más difícil si la derecha quiere patrimonializarla e identificarla con sus posiciones políticas reaccionarias. Las aspiraciones republicanas se hinchan orgullosas cuando en la moción de censura de Vox los gritos de “¡Viva el rey!” solo son replicados por 52 fascistas con el pecho enhiesto. Cada viva tan estrecho es una semana menos en el trono de la dinastía de los Borbones.

Los conservadores inteligentes, que los había, aunque ahora escasean, conocían perfectamente la importancia de la conveniencia histórica para la pervivencia de la monarquía. La coyuntura como elemento supremo sobre el que sustentar la monarquía en los anclajes de la Transición, el deus ocasionatus, que defendía el diputado de UCD Óscar Alzaga-Villaamil para poner sobre la mesa la oportunidad histórica que suponía el binomio monarquía-democracia cuando en 1978 se estaba armando el Estado de derecho que hoy conocemos: “La democracia no sería posible sin monarquía y hoy es un hecho incontestable que la monarquía tampoco sería posible sin democracia”.

El legislador conservador advertía que la república en esos momentos del nacimiento democrático incluiría un elemento de confrontación insuperable para España. Tenía razón Alzaga-Villaamil: En aquel momento coyuntural de la historia de España, la república era una utopía que hubiera incluido un acicate para la vuelta a los momentos más oscuros de nuestra historia porque las pistolas estaban calientes.

Pero hoy, lo que comienza a tornarse negro es el futuro de la monarquía, la coyuntura es otra, y es entonces cuando asoman las palabras de Nicolás Salmerón durante la conformación de la I República: “Hay que traer la república, porque la monarquía ya no es posible para todos los españoles y solo la república puede ser plataforma hábil de convivencia de todo el pueblo”. La monarquía se ha degenerado hasta desprender un hedor insoportable, observemos su decadencia y las palabras de Salmerón llegarán a nosotros como el oráculo que marca nuestro futuro.


Fuente →  lamarea.com

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