Bildu y el Régimen del 78: integración o transformación?

 Una vez tenemos claro que el papel de EH Bildu no se da desde una posición de debilidad, sino de fortaleza, hay que entrar a preguntarse si este nuevo liderazgo dentro del bloque plurinacional de la investidura puede conllevar avances en la resolución del conflicto territorial, lo que vendría acompañado, necesariamente, de una transformación de lo que hasta hoy ha sido el R78

Bildu y el Régimen del 78: integración o transformación?
Maria Corrales

Es conocida la afición madrileña de salir del trabajo y ocupar el mar de terrazas que, sea a + 40º o -2 grados, cubre gran parte de la superficie del centro de la ciudad. Una costumbre que Ayuso elevó al rango de «forma de ser» de los madrileños y que gracias a esta concepción ontológica de la Presidenta se ha ido manteniendo intacta desde que acabara el primer confinamiento. En una de estas tardes, conscientes o inconscientes de estar integrándonos dentro del ritual identitario de la capital del Estado, un compañero de EH Bildu me dijo una frase que me parece un gran punto de partida para empezar este artículo: en Bildu somos gente de fiar.

A los que estéis enganchados a la actualidad del Congreso os sonará la frase, porque es la misma idea con la que Mertxe Aizpurua cerró su discurso de la sesión de investidura de Pedro Sánchez tras anunciar «la abstención activa» -concepto ya cargado de intencionalidad- con la que EH Bildu permitió la formación del primer Gobierno de coalición progresista desde el retorno de la democracia.

La transparencia es un atributo que siempre se agradece, sobre todo en contextos de descalabro de las verdades asumidas siempre fértiles a las teorías de la conspiración.

La transparencia es un atributo que siempre se agradece, sobre todo en contextos de descalabro de las verdades asumidas siempre fértiles a las teorías de la conspiración. Y por mucho que PP, VOX y C ‘s sigan esta nueva corriente con entusiasmo denunciando una conspiración para repartirse España a trocitos, la realidad es mucho más diáfana de lo que parece. De hecho, después de mucho rebuscar, los objetivos de la izquierda abertzale son claros si se presta atención, fundamentalmente, a dos documentos: el discurso de la portavoz Mertxe Aizpura en la sesión de investidura de Pedro Sánchez y las ponencias que la formación debatió y aprobó en su Congreso de Refundación en el año 2017.

En base a estos dos materiales, intentaré responder a dos preguntas:

  1. Representa el acuerdo de presupuestos entre el Gobierno y la izquierda abertzale un éxito del «orden democrático» del Estado tal como defensa gran parte de la izquierda estatal y del reformismo catalán de orden?
  2. Ha sustituido el País Vasco a Cataluña en su liderazgo histórico de una transformación de España hecha a medida del alcance de sus conquistas?

País Vasco: un pie dentro de la nada

Cuando especulamos sobre la integración de cualquier actor dentro de un orden, lo primero que hay que preguntarse, por muy redundante que parezca, es si existe algún tipo de orden al que integrarse. Esto del «orden» en términos politológicos hay diríamos régimen, entendiéndolo como un sistema político concreto en un lugar y contexto determinados. Si recuperamos el viejo Gramsci, podríamos llamarlo «bloque histórico», es decir, una situación histórica concreta en la que existe una articulación de un todo orgánico basada en tres principios: unidad ideológica, adecuación de la iniciativa política a un grupo dirigente y poder de coacción. Me centraré fundamentalmente en la primera, en este caso. También la más importante para el marxista italiano.

En el context democràtic espanyol no hem conegut encara cap nova ordenació que no sigui la de l’anomenat Règim del 78

En el contexto democrático español no hemos conocido todavía ninguna nueva ordenación que no sea la del llamado Régimen del 78, sentenciado en crisis a partir del 15-M. En este sentido, certificar la gravedad de la dolencia nos puede ayudar a entender la posición de fuerza o debilidad con la que juegan los actores en su relación con la hegemonía predominante. Por Aizpura, «el régimen monárquico del 78» sigue en una «crisis generalizada» que se manifiesta, entre otras cosas, en las constantes repeticiones electorales que hemos vivido en los últimos años. Yo añadiría que, lejos de resolverse, este análisis que la portavoz abertzale formuló el 5 de enero de este año 2020 se ha hecho aún más evidente con la llegada de la pandemia.

Uno de los elementos más claros de esta fragilidad ha sido la incapacidad manifiesta de Pedro Sánchez para construir un relato que lograra interpelar el conjunto del país contra el Coronavirus. Es sencillo: no se puede construir el tejado de un discurso de unidad sin consensos previos que cohesionen la sociedad en sus fundamentos. La Cultura de la Transición ya no existe, por mucho que intentaran recuperar palabras como Pactos de la Moncloa- ni ninguna otra cosa lo ha sustituido. Las consecuencias han sido evidentes en forma de nuevo agravio territorial con foco en Madrid, el uso de un conjunto de lemas propagandísticos cada vez más asépticos o la delegación final de la gestión sanitaria en las Comunidades Autónomas.

Toda esta imposibilidad para desenvolverse de una posición de parte y apelar al todo ha acabado dibujando una sociedad dividida en dos que valora las medidas sanitarias en función de su adscripción ideológica previa. Así, la famosa polarización, de la que algunos medios hablan día sí día también, tendría más que ver con la rotura del pacto social que sigue sin reconstruirse, que con la manía de insultarse que algunos políticos habrían adoptado . Si ponemos el foco en esta descomposición, es mucho más sencillo entender porque EH Bildu, un partido que sigue sin aceptar los viejos consensos de la Transición, puede tener acceso a cuotas de poder político como el que supone un acuerdo de presupuestos o de legislatura cuando , como bien sabe el Partido Comunista, esta era una condición sine qua non hasta hace poco tiempo. Y la conclusión es que un orden que ya no es hegemónico, por mucho que sea el único disponible, no está en disposición de exigir renuncias.

La segunda cuestión que hay que abordar es la relación particular del nacionalismo y del independentismo vasco con el régimen del 78. El historiador Xavier Domènech lo explica de forma cristalina en su libro Un haz de naciones: «la integración del nacionalismo vasco en un nuevo régimen político no se dio por la vía de la aceptación de la legitimidad constitucional, sino por la vía de la creación del marco estatutario «a través del que Domènech llama» la vía específica vasca «.

En este sentido, como es conocido y como evocó Aizpurua en el discurso de la sesión de investidura, el País Vasco votó mayoritariamente en contra de la Constitución ya favor de su Estatuto que incluso contó con la abstención de la izquierda abertzale. Esta situación particular, sumada a la metodología anómala de la aprobación de su texto estatutario y el reconocimiento de la foralidad como una legitimidad de origen previa a la Constitución, han dibujado desde ese momento una relación de exterioridad de Euskadi con los consensos fundacionales de la Transición que les ha permitido obtener una posición negociadora privilegiada, liderada hasta el día de hoy por el PNV.

Volviendo a nuestros días, es notorio, en este sentido, el nerviosismo del jetzales ante la nueva centralidad de la izquierda abertzale en el Congreso. Una actitud comprensible, por otra parte, ya que la nueva estrategia de EH Bildu pone en cuestión el liderazgo de los de Aitor Esteban al frente del nacionalismo vasco que ellos mismos se habían encargado de dejar grabado en el Congreso bajo el nombre de «grupo vasco «. En esta línea, hay que recordar que hace sólo tres años, antes de que el Gobierno de Mariano Rajoy perdiera la moción de censura, el PNV era caracterizado por el reformismo de orden catalán como «el estabilizador español» capitalizando medidas tan importantes como el acuerdo para subir las pensiones. Y es que el desplazamiento de los jetzales en el mapa político tiene importantes consecuencias en cuanto a la política catalana teniendo en cuenta la referencialidad que estos habían adquirido en actores como el grupo Godó o el propio Partido Nacionalista de Cataluña. No es de extrañar, pues, que los mismos que alababan a Aitor Esteban por sus acuerdos con el PP hoy sean mucho más reservados a la hora de atribuir virtudes similares a EH Bildu.

Por otra parte, no se puede negar que los de Otegi también han levantado pasiones entre las derechas españolistas. PP, C ‘sy VOX lideran un segundo relato con fuerza adeptos al conjunto del Estado según el cual el PSOE debería apartado definitivamente del constitucionalismo y de la defensa de los consensos de la Transición. Es evidente que esta no es una recriminación sincera teniendo en cuenta que el PSOE ha actuado todos estos meses como el mejor guardaespaldas del verdadero pilar del sistema político, la Monarquía, y lo ha hecho de la mano de estas tres formaciones de la foto de Colón votante sistemáticamente en contra de las comisiones de investigación que se han presentado en el Congreso para tratar la corrupción de Juan Carlos I.

Sin embargo, si bien es cierto que la recuperación del fantasma de ETA se está utilizando para reconstruir el eje de la España y la Anti-España después del punto muerto en el que se encuentra el proceso catalán, no es menos verídico que la caracterización de la izquierda abertzale como el enemigo a eliminar ha servido de cohesionador del bipartidismo desde los tiempos de Felipe González. Así, se están haciendo frecuentes en los últimos meses las encuestas que nos alertan sobre la pérdida de la memoria de lo que fueron las actuaciones de la banda armada. Encuestas como la de este octubre realizada por GAD3 que afirmaba que el 70% de los menores de 35 conocen poco o nada sobre Miguel Ángel Blanco.

No es casualidad, pues, que a la vez que se habla de ETA en el Congreso y los medios de comunicación, se haya producido una ofensiva cultural en forma de libros, y, especialmente, de series, sobre aquel periodo con especial énfasis en todo el fenómeno que ha sido la adaptación de la novela de Fernando Aramburu, Patria, que, como es conocido, parte de un enfoque dirigido a recuperar este consenso social en torno a un país pacificado que tiene a la izquierda abertzale como espejo adverso. Esta omnipresencia de la banda ha provocado que, según la citada encuesta de GAD3, el 50% de la ciudadanía piense que ETA sigue activa.

En conclusión y respondiendo a la pregunta que nos planteábamos al principio: son los acuerdos entre Bildu y el Gobierno una asimilación de la izquierda abertzale por parte del «orden democrático» del Estado? La evidencia nos dice que no, por dos motivos muy concretos:

  1. Bildu ha podido intervenir en la política de estado adquiriendo centralidad y cuotas de poder sin aceptar los consensos de la Transición gracias a la debilidad del Régimen del 78 que, hasta el momento, había decidido que tenía acceso a intervenir en la política de Estado y quién no.
  2. La normalización democrática de la izquierda abertzale en el Congreso no sólo no refuerza la orden proveniente de la Transición sino que lo debilita dejando sola la derecha haciendo frente al fantasma de ETA.

La reforma de España: ¿de Pi y Margall a Otegi?

Una vez tenemos claro que el papel de EH Bildu no se da desde una posición de debilidad, sino de fortaleza, hay que entrar a preguntarse si este nuevo liderazgo dentro del bloque plurinacional de la investidura puede conllevar avances en la resolución del conflicto territorial, lo que vendría aparejada, necesariamente, de una transformación de lo que hasta hoy ha sido el R78

Desde una mirada a nuestro pasado más lejano, pero también más reciente, Cataluña es quien había asumido el rol de avanzada en relación a las naciones alternativas. Lo hizo durante la Primera República, durante la Segunda y también en la Transición. En este sentido, tal y como nos recuerda el historiador Xavier Domènech, la diferencia fundamental entre vascos y catalanes durante el último debate constitucional fue que los primeros aspiraban a transformar la situación del País Vasco y su relación con España, mientras que el según pensaban que sin transformación de España no habría encaje para Cataluña.

Lo cierto es que la historia del catalanismo ha funcionado como un péndulo de idas y venidas en el que cada intento fracasado de aportar un nuevo proyecto colectivo para el conjunto del Estado ha tenido como respuesta la decisión de refugiarse a construir la nación catalana desde dentro. Estos períodos se han ido intercalando ya desde los tiempos de Valentí Almirall decepcionado por la derrota de las tesis de Pi y Margall y sólo el tiempo dirá si el proceso soberanista forma parte de uno de estos ciclos o estamos ante un movimiento político de naturaleza radicalmente diferente. Lo que sí sabemos, sin embargo, es que a diferencia de otros momentos históricos de avance progresista, los principales partidos catalanes ni están ni se les espera en el liderazgo de una transformación de base en el Estado.

Así pues, puede producirse un intercambio de papeles entre la izquierda catalana y la vasca? Mi opinión es que el rol de Bildu está ayudando a vertebrar unas alianzas y una cierta agenda conjunta entre lo que supondría el espacio de Podemos y los partidos independentistas, sin que ello signifique implicarse en la resolución de algunos de los principales melones abiertos que tiene hoy el Estado como un todo integral. Por el contrario, el objetivo de la izquierda abertzale pasa por ampliar política y electoralmente su espacio en Euskal Herria a través de los anhelos que representó Podemos en su día.

Mertxe Aizpurua dejó clara esta intención en su discurso de inicio de legislatura: «Este Gobierno es la última oportunidad del Estado para demostrar que se puede resolver democráticamente la cuestión territorial. Es el último tren hacia la última estación «. Una frase que asume «la transformación del Estado» desde una visión de exterioridad coherente con el imaginario imperante en una nación en la que se ha reconocido una soberanía originaria previa a la Constitución. Aún más cristalinas son, en este sentido, las ponencias que EH Bildu aprobó en 2017 donde se decía explícitamente que «en España no existen condiciones históricas que faciliten la puesta en marcha de un proceso de democratización radical».

Los abertzales empiezan a constituirse como los facilitadores de la posibilidad de que ERC se emancipe de los de Puigdemont y lleve a la práctica, de una vez, su plan para «ensanchar la base»

De hecho, si avanzamos un poco más en el documento de debate de este Congreso de refundación encontraremos una sección en la que se muestra la voluntad «de agrupar cada vez más sectores» donde los de Otegi dejan claro que uno de los grupos a los que se quiere interpelar es a las «personas que ubican las oportunidades de democratización en el cambio estatal y que han visto cómo esta esperanza se truncaba». Desde esta perspectiva, debo decir que leyendo el conjunto de los documentos, una de las cosas que más me ha sorprendido es el análisis que hace la izquierda abertzale del 15M como «proceso favorable a la soberanía» junto otros procesos como el independentista catalán. Una interpretación que forma parte del ADN de una pequeña parte del soberanismo catalán ampliamente compartida en algunos espacios como: Sobiranías, pero que no se ha consolidado en el tiempo como mayoritaria en ninguna de las formaciones políticas soberanistas ni independentistas en Cataluña

Siguiendo estas afirmaciones, podríamos decir que la estrategia de Bildu en el Congreso tiene mucho que ver con la voluntad de tirar el anzuelo en el seno de las expectativas de cambio en el Estado para luego llevárselo hacia casa. Sin embargo, como decía al principio, la apuesta de la izquierda abertzale se está traduciendo en una mayor cohesión de las fuerzas progresistas de la moción de censura gracias al efecto espejo que los de Bildu generan en ERC. Así, si el PNV ha marcado la pauta a lo que hoy es el PNC, los abertzales empiezan a constituirse como los facilitadores de la posibilidad de que ERC se emancipe de los de Puigdemont y lleve a la práctica, de una vez, su plan para «ensanchar la base».

BASE REPUBLICANA

Finalmente, respondiendo a la pregunta con la que titulaba el artículo, llegamos a la conclusión de que no nos encontramos en un momento de integración ni de transformación, sino más bien de reagrupamiento de sectores. En este caso, los espacios que durante la última década han liderado el intento truncado de asalto a los cielos con parte del soberanismo vasco y catalán. Una alianza que, sin embargo, tiene una gran importancia por ser la base de cualquier horizonte republicano y plurinacional que, de alguna manera, puede mantener vivas las pulsiones de cambio ante una nueva aceleración de los acontecimientos. En la dimensión y el potencial de este bloque radica, hoy por hoy, el futuro del país.


Fuente → sobiranies.cat

banner distribuidora