Luz Amores, muchacha de servir, entrega todos sus ahorros a las Milicias Vascas

 Luz Amores, muchacha de servir, entrega todos sus ahorros cerca de dos mil pesetas a las Milicias Vascas

Luz Amores, muchacha de servir, entrega todos sus ahorros a las Milicias Vascas

Una mujer en el frente 

En la tarde de ayer se presentó al teniente coronel Ortega, una muchachita de servir, llamada Luz Amores, para entregarle su cartilla de la Caja Postal de Ahorros, donde tenía guardadas cerca de dos mil pesetas 

—Para los vascos, tome usted —le dijo sonriendo. 

—Pero... 

—Sí; quiero ser útil en algo.

—Los milicianos están bien atendidos; tienen de todo. 

—Tú necesitas ese dinero para ti; lo has ahorrado a fuerza de privaciones, de sacrificios. No puedo aceptarlo.

Luz Amores estaba triste. Se adivinaba mucha sinceridad en sus palabras. El teniente coronel Ortega y el delegado político Alfonso Peña quedáronse pensativos hojeando la cartilla, cuyas imposiciones eran modestísimas.

 —No puede ser —dijeron. 

La muchachita de servir, hija auténtica del pueblo que ofrecía entusiasmada el fruto de su diario trabajó para que los bravos combatientes de las Milicias Vascas tuviesen una ayuda más en el parapeto y en la trinchera, abandonó llorando el despacho del teniente coronel Ortega, que, como el delegado político, la miraba enternecido, lleno de emoción infinita, por aquel gesto admirable. 

Luz Amores no se conforma 

Luz Amores no supo conformarse con la decisión de estos jefes. Fué a Madrid, inconsolable, y al cabo de dos horas ya tenía en su poder los ahorros guardados en aquella cartilla rechazada. 

Casi dos mil pesetas habían ganado sus manos generosas, ennoblecidas por el trabajo. Con ellas compró bufandas, guantes, jerseys y calcetines para los vascos 

¡Los vascos! Temple de acero, magnífico espíritu de disciplina y de solidaridad; fuertes como los robles centenarios de «la tierra», como el árbol de Guernica para resistir serenos, confiados, el zarpazo que nos acecha. Cazadores de tanques enemigos en todos los encuentros difíciles. Ellos peleaban aún, frente a lo desconocido llenos de esperanza, para que las mujeres y los niños de España, de esta España laboriosa y grande, tengan pronto un hogar venturoso, donde no falte optimismo, trabajo y pan. Son unos héroes. Por eso Luz Amores quería alentarlos con sus palabras, llenas de dulce y generosa sinceridad; con sus regalos, de un valor simbólico incalculable. 

Cuando el teniente coronel Ortega y el delegado político Alfonso Peña vieron nuevamente en la Comandancia a Luz Amores cargada con aquella mercancía quedaron mudos de asombro. Momentos después ella misma repartía, entre los afortunados vascos, calcetines jerseys, guantes, bufandas... La muchacha era feliz. 

Cómo piensa y cómo siente esta muchacha

Aproveché la ocasión para charlar unos minutos con esta muchacha generosa mientras el teniente coronel daba la orden de salir hacia los parapetos. 

—¿De dónde eres? 

—De Alba de Tomies (Salamanca) —respondió tímidamente. 

—¿Hace mucho tiempo que vives en Madrid? 

—Nueve años. 

—¿Cuánto dinero exactamente invertiste en estas prendas? 

—Mil ochocientas cincuenta y seis pesetas. 

—¿Por qué lo has hecho? 

—Hay que favorecer siempre al pobre; pobre soy también; pero quiero dar el ejemplo. Los que se llaman católicos y pueden no hacen nada por el necesitado. 

—¿Cómo ganaste esas pesetas? 

—Trabajando. 

—Tu situación no parece brillante. 

—Mientras esté sirviendo, nada me faltará. Y si no pudiera servir, la suerte habría de acompañarme. 

—¿Perteneces a algún partido político? 

—No. 

—¿Tienes familia? 

—Padres y hermanos. Todos pelean en distintos frentes. Por cierto que de ninguno tengo noticias.

—¿Quieres decirme algo para las mujeres españolas? 

—Sí. Cuanto hagan por los combatientes será poco. Triunfaremos. El pueblo tiene razón, y la razón es fuerza, más poderosa que la de todos los Ejércitos. Quiero decirles también que no comprendo cómo los curas pelean contra nosotros. Jesucristo andaba siempre con los humildes. 

Callamos. Luz Amores va a partir en unión del teniente coronel Ortega, del delegado político Peña y de los capitanes Azcoaga, David... Salen hacia las trincheras, mientras un obús de grueso calibre pasa silbando sobre nuestras cabezas. 

Mario Arnold 

Mundo Gráfico, 13 de enero de 1937


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