La excepcionalidad de los borbones

La excepcionalidad de los borbones
Cándido Marquesan Millan

Resultan excepcionales los acontecimientos relacionados con la Monarquía en España. Los Borbones fueron dos veces expulsados: la primera con Isabel II tras la revolución en 1868. La segunda, con Alfonso XIII , en 1931, tras unas elecciones municipales. Lo normal es que ya hubieran desaparecido definitivamente de nuestro panorama político. Pues, todo lo contrario. La dinastía borbónica en España tiene una gran capacidad de supervivencia. Vuelve una vez tras otra. Da igual los errores cometidos. Y vuelve a ser restaurada. En nuestra historia contemporánea en dos ocasiones por el estamento militar.

Hagamos una referencia a Isabel II que nos proporciona Isabel Burdiel en su artículo Isabel II. Un perfil inacabado. Es un despacho secreto y confidencial de 1854, que C. L. Otway, embajador británico en Madrid, envió a su ministerio.

«Es un hecho melancólico que el mal tiene su origen en la persona que ocupa la dignidad real, a quien la naturaleza no ha dotado con las cualidades para subsanar una educación vergonzosamente descuidada, depravada por el vicio y la adulación de sus cortesanos, de sus ministros y, me aflige decir, de su propia madre. Todos la guían y la influyen para sus propios intereses individuales, han planeado y animado en ella inclinaciones perversas, y el resultado ha sido la formación de un carácter tan peculiar que es indefinible y que tan sólo puede ser comprendido imaginando un compuesto simultáneo de extravagancia y locura, de fantasías caprichosas, de intenciones perversas y de inclinaciones generalmente malas». Que estuviera al frente de la jefatura del Estado durante 25 años resulta lamentable, de ahí su expulsión en 1868. En España la mejor fábrica de republicanos son los Borbones. Isabel Burdiel la compara con la reina Victoria de Inglaterra. ¡Vaya diferencia! Esta última fortaleció y afianzó con sus comportamiento personal y político la institución monárquica.

Alfonso XII , hijo de Isabel II, fue restaurado el 30 de diciembre de 1874 por el pronunciamiento del general Arsenio Martínez Campos en Sagunto, no sin que antes en enero de 1874 el general Pavía diera un golpe de Estado al entrar en las Cortes y poner fin a la Primera República.

Me fijaré ahora en el artículo La Monarquía malherida de Javier Moreno Luzón. Aunque España no entró en la Primera Guerra Mundial, siguió la pauta de la Europa sureña y, en vez de evolucionar hacia una monarquía parlamentaria, suspendió su ordenamiento constitucional en 1923 para instaurar una dictadura militar con respaldo del rey, Alfonso XIII. Como a otros de sus congéneres, esa apuesta le costó la corona, en su caso con la proclamación de una república democrática en 1931. La monarquía española era incompatible con la democracia.

Sin embargo, y contra las tendencias coetáneas europeas, los Borbones volvieron a reinar en España. Una circunstancia excepcional que fue obra de otro militar, Francisco Franco . No quiso reponer al heredero de la dinastía, Juan de Borbón , con el que alternó aproximaciones y alejamientos, pero educó a su hijo y lo nombró sucesor a título de rey en 1969. Transformado en príncipe de España, un título nuevo, Juan Carlos no tenía más legitimidad que la franquista para llegar a la jefatura del Estado. Un pecado original difícil de diluir. Sin embargo, desde su atalaya reunió otras legitimidades: la dinástica, transmitida por su padre, y, sobre todo, la democrática, pues se avino a celebrar elecciones, legalizar partidos y elaborar una Constitución que le despojaba de las funciones heredadas de Franco a cambio de ratificarlo en el cargo. Por ello, durante dos décadas con gran apoyo mediático Juan Carlos I fue muy valorado, especialmente por su intervención el 23-F y como piloto de la transición.

En el paso del siglo XX al XXI, estos mimbres de la imagen regia comenzaron a resquebrajarse. Aparecieron dudas sobre la Transición. En los círculos historiográficos se criticaban ya los excesivos elogios a Juan Carlos I como un «rey taumaturgo», del cambio político. Frente a la insistencia en los acuerdos entre las elites aperturistas del franquismo y las prudentes de la oposición, algunos investigadores mostraron el relieve de los movimientos sociales y políticos en el proceso. Lo cual apagaba el estrellato juancarlista. Más trascendencia tendrían las campañas por la recuperación de la memoria histórica, es decir, las demandas de reconocimiento de las víctimas del franquismo, olvidadas según sus promotores cuando el primer parlamento de la democracia amnistió a los represores. Esa falta de reparación suponía una democracia de mala calidad, con una gran influencia de fuerzas autoritarias sin depurar. En las versiones más militantes, Juan Carlos I no era sino la punta de lanza de esa operación conservadora. Si la Transición no parecía ya tan modélica, tampoco cabía ensalzar a su principal protagonista.

Además, entre las izquierdas y los más jóvenes penetraba la convicción de que la república, rescatada del pasado cara el futuro, representaba mucho mejor sus ideales. Finalmente, la posición de Juan Carlos I se debilitó por la pérdida de su aura de ejemplaridad, según Isabel Burdiel, cuando «la monarquía ha perdido su discreto encanto y se ha convertido en materia de escándalo». La prensa rompió su complicidad anterior con la realeza y empezó a airear sus asuntos familiares y financieros.


Fuente →  fundacionaladren.com

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