El republicanismo de Joaquín Maurín y la revolución pendiente


Este 5 de noviembre se cumplen 47 años de la muerte de Joaquín Maurín, una de las figuras más creativas, y sin embargo poco conocidas, de la tradición republicana. Maurín (...) se convirtió en uno de los teóricos más sagaces de un republicanismo ibérico socialista y libertario.

El republicanismo de Joaquín Maurín y la revolución pendiente
Gerardo Pisarello

Este 5 de noviembre se cumplen 47 años de la muerte de Joaquín Maurín (Bonansa, Ribagorza, Huesca, 12 de Enero de 1896 - Nueva York, 5 de Noviembre de 1973) una de las figuras más creativas, y sin embargo poco conocidas, de la tradición republicana hispana. Su vida política activa transcurrió en un momento de cambios vertiginosos: la Revolución rusa de 1917, el apogeo y caída de la dictadura de Primo de Rivera, la proclamación de la II República española, el ascenso del fascismo y del nazismo, la irrupción del estalinismo y el levantamiento franquista. En esta complejísima encrucijada europea y mundial, Maurín no solo se convirtió en uno de los teóricos más sagaces de un republicanismo ibérico socialista y libertario. También se entregó con pasión y sentido práctico a organizar, desde la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), primero,

En 1936, poco después de la sublevación contra la República en Marruecos, Maurín fue capturado por tropas franquistas. La emboscada fue un trauma para sus correligionarios y marcó el resto de su vida. Pasó diez años en prisión y se libró de la gracias a la mediación de un primo suyo, cura castrense, y de su propia compañera Jeanne Souvarine, música y activista, lo relaciones en París llegaban hasta León Blum.

Tras salir de la cárcel, Maurín se sumó al exilio hispano en Nueva York junto a su familia. A partir de entonces, con 51 años, la voz más militante de Maurín se fue apagando para dar paso a una actividad más político cultural, al frente de una agencia de artículos periodísticos. La contraposición entre los últimos años de su vida y el frenesí activista de juventud rodearía su figura de un halo enigmático. Ese “enigma Maurín”, así como el desierto intelectual y el impuesto político por la dictadura, dificultarían la recepción de su pensamiento. Sin embargo, a medio siglo de su desaparición, son muchas las razones que justifican recuperar una figura que mantiene la fuerza y ​​el atractivo con los que irrumpió en medio del turbulento y “corto siglo XX”.

1. Una herencia republicana entre Huesca y Lleida

La adolescencia y la primera juventud de Maurín transcurrieron entre Huesca, de donde era oriundo, y Lleida. Allí se conformaría la personalidad del maestro republicano que fue. Tímido, austero, pero vehemente en su compromiso político. Un hombre poco efusivo, al que le costaba expresar sus sentimientos, pero que generaba gran estima y respeto entre quienes le conocían.

Nacido en la ciudad de Bonansa, en 1896, Maurín creció en una familia acomodada de agricultores de la Franja aragonesa. Su madre era una mujer devota y su padre un hombre retraído, de talante liberal. Esa doble influencia, sumada a un entorno marcado por las enormes diferencias entre jornaleros, criados y miembros de su propia familia, fueron determinando una personalidad marcada por un cierto puritanismo y una fuerte densidad ética. Maurín, de hecho, caminaba hacia el sacerdocio, pero logró convencer a sus padres de que su vocación genuina era ser maestro normal. Así se fue gestando su personalidad republicana, influida en esos tiempos por sus visitas a un ya agonizante Joaquín Costa, figura emblemática del regeneracionismo aragonés, o por el agnosticismo de Miguel de Unamuno.

Imbuido en ese ambiente, Maurín escribió, con apenas 15 años, sus primeras invectivas incendiarias contra el nepotismo de la oligarquía caciquil y contra la institución que los amparaba: la monarquía borbónica. Así, su republicanismo aragonés, rebelde, fue adquiriendo tintes federalistas y anarquizantes, que se acentuaron cuando se trasladó al Liceo Escolar laico de Lleida para dar clases de historia y geografía.

(…) Cuando el fascismo consumaba su marcha sobre Roma, Maurín defendió la necesidad de que, más allá de sus diferencias, las diferentes tradiciones socialistas, sindicalistas y anarquistas confluyeran en un terreno republicano compartido.

En Lleida, Maurín se implicó en las juventudes republicanas y colaboró ​​en el periódico El Ideal.Desde allí simpatizó con algunos sectores regeneracionistas de Madrid y llegó a hacer campaña a favor de la candidatura a Cortes, finalmente fallida, de Pío Baroja. A diferencia de la generación de republicanos inmediatamente anterior, la de Maurín se vio deslumbrada, sacudida, por el ascenso de la clase obrera. Huelgas impactantes, como la de 1917, durante el gobierno de Eduardo Dato, o la de La Canadiense, poco después, acercaron el republicanismo de Maurín al socialismo y al sindicalismo. Él mismo decía que doctrinariamente se sintió atraído por el mundo socialista, y llegó a compartir tribuna con algunos represaliados del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) de aquella época, como Julián Besteiro. En la práctica, empero, sus afinidades estaban más cerca del nuevo sindicalismo revolucionario, más audaz y joven,

Hacia 1919, y con la Revolución rusa como telón de fondo, saltó a la arena política vinculándose a la pletórica CNT de entonces. También aquí el republicanismo de Maurín era un republicanismo de frontera, que bebía de mundos diferentes. En el Liceo de Lleida se había familiarizado con el pensamiento libertario de Francisco Ferrer y Guardia y había compartido docencia con el escritor anarquista aragonés, Felipe Alaiz. Desde Lleida se había relacionado con sectores influyentes del socialismo y del regeneracionismo español, como Giner de los Ríos. En Lleida, la tierra donde he nacido Lluis Companys y Francesc Macià, también entró en contacto con el republicanismo catalanista de izquierdas, que a su vez mantendría un vínculo fluido con la CNT de Salvador Seguí y con los llamados “trentistas”, como Joan Peiró .

Ya por aquellos años veinte, cuando el fascismo consumaba su marcha sobre Roma, Maurín defendió la necesidad de que, más allá de sus diferencias, las diferentes tradiciones socialistas, sindicalistas y anarquistas confluyeran en un terreno republicano compartido. “Si no se es capaz de encontrar esa base común –escribió de manera admonitoria– entonces hay que aceptar todas las consecuencias que pueden derivarse de una obtusa unilateralidad. Y las consecuencias están a la vista ”.

2. Del entusiasmo comunista a la crítica del “colonialismo revolucionario”

Los primeros años de Maurín en la CNT le permitieron conocer al que sería su gran amigo y camarada de vida, Andreu Nin. Nacido en El Vendrell, Tarragona, Nin también era maestro, y había pasado del republicanismo catalanista al PSOE y luego a la CNT. Tanto él como Maurín tenían un origen republicano común y siguen igualmente impresionados por la Revolución bolchevique. Entusiasmados por el horizonte transformador que los hechos de Octubre abrían en toda Europa, viajaron juntos a Moscú, como delegados de la CNT, a finales de 1921. Allí conocieron a Víctor Serge, que llegaría a ser una de las figuras más notables del socialismo libertario anti-estalinista, ya otros sectores vinculados al sindicalismo francés de Pierre Monatte.

Aquella experiencia, así como un paso breve por Berlín, consolidó a Maurín como un dirigente sofisticado y con mirada amplia, europea e internacional. De regreso a la península ocupó provisionalmente el cargo de secretario del Comité Nacional de la CNT. Durante ese tiempo, se afanó en que la organización obrera más importante de España abandonara toda tentación apolítica y asumiera el reto organizativo que el bolchevismo había planteado. Para ello, fundó y dirigió los Comités Sindicalistas Revolucionarios y el semanario La Batalla, uno de los mejores periódicos que daría el movimiento obrero de la época.

El Maurín de la vejez recordaría los años que transcurrieron entre 1917 y 1922 como los más románticos e inspiradores de su juventud. Unos años en los que todavía se sintió parte de un movimiento de masas en ascenso y donde “cambiar el mundo de base” parecía una consigna al alcance de la mano. Tras su segundo viaje a Rusia, su forma de ver las cosas era muy diferente. Lo más positivo que Maurín sacó de él fue haber conocido a su compañera Jeanne Souvarine, hija de padres rusos emigrados de Kiev a París y cuyo apellido real era Lischitz. A partir de aquel encuentro, pasarían el resto de su vida juntos, y juntos también tendrían un hijo al que pusieron por nombre Mario, inspirándose en uno de los personajes de Los Miserables , de Víctor Hugo.

A diferencia de su primer periplo a la tierra de los soviets, esta vez Maurín se sintió políticamente mucho más contrariado. Sobre todo, por la animadversión hacia el anarquismo y la concepción excesivamente rígida del partido que detectó en muchos dirigentes soviéticos. Pese a ello, ya en plena dictadura de Primo de Rivera, decidió ingresar al muy reducido Partido Comunista de España de los años veinte y se encargó de organizar la Federación Comunista Catalano-Balear. Pero lo hizo a contracorriente, consciente de que formaba parte de una minoría exigua que debía mantener sus convicciones con paciencia y tenacidad si aspiraba a dejar de serlo.

Como consecuencia de su actividad, fue detenido varias veces. En una ocasión resultó herido por la policía y en otra se lesionó tratando de fugarse del castillo de Montjuïc. Esto no le evitó pasar tres años en prisión, que no fueron más en virtud de la presión internacional. Gracias a esos contactos, hacia 1927 se marchó a París y allí trabajó a las órdenes del servicio de publicaciones del Komitern . Se dedicó a publicar literatura marxista para América Latina, una experiencia que le sería de gran utilidad, como agente literario, en su exilio en Nueva York. Durante ese tiempo estrechó su relación epistolar y su amistad con Nin, convertido ya en un reputado traductor al castellano, y sobre todo al catalán, de clásicos rusos como Dostoievski, Tolstoi o Chejov.

Por aquel entonces, las persecuciones de Stalin contra sus opositores se intensificaron de manera ostensible. Nin comenzó a padecerlas y Maurín, desde Francia, no pudo callar. Cuando Stalin se deshizo de Nikolai Bujarin y dijo a los socialdemócratas como sus principales enemigos, Maurín protestó. Y lo mismo ocurrió cuando el Congreso del PCE de 1929 decidió defender una “dictadura democr de los obreros y campesinos”, algo que en opinión de Maurín era totalmente ajeno a las características del movimiento obrero español, que no entendería que una dictadura fuera reemplazada por otra y no por una democracia.

A pesar de sus reiterados y sinceros esfuerzos por evitar rupturas dentro del nuevo espacio comunista, en 1931 Maurín y sus amigos fueron expulsados ​​de la Internacional. Al poco tiempo, fundaron el BOC ( Bloc Obrer i Camperol , en catalán), que se planteaba atraer “a todos los trabajadores de la ciudad y del campo que, aun no siendo comunistas, aceptan, sin embargo, las consignas formuladas por los comunistas ”.

El BOC tenía fuerza sobre todo en la provincia de Lleida. Era una fuerza reducida, comparada con la CNT catalana, pero más numerosa y dinámica que el Partido Comunista y que la propia Unió Socialista de Catalunya, aliada permanente de la Esquerra Republicana de Macià. El BOC se consideraba una fuerza comunista, pero en un momento en el que el estalinismo comenzó a hacer mella en el inicial entusiasmo bolchevique de Maurín y muchos otros. El terremoto inicial produjo la revolución de octubre llevó a Maurín a pensar que era el momento de acelerar los cambios y modificar las estrategias seguidas hasta entonces por las principales políticas y sociales hispanas. Esa lectura de la coyuntura le llevó a cuestionar el escaso arrojo del reformismo republicano español y catalán de clases medias –sorprende la dureza, sin dudas excesiva, con las que criticó a Francesc Pi i Margall, figura emblemática del federalismo y presidente de la República, o al propio Lluis Companys– así como el propio PSOE. Del mismo modo, eso explica, también, sus críticas afiladas al aventurerismo que en su opinión comenzaba a ganar terreno en la CNT como consecuencia del avance de la Federación Anarquista Ibérica (FAI).

Pues bien, esos obstáculos para una política de radicalización democrática había que sumar ahora el “colonialismo ideológico comunista” procedente de un Moscú que comenzó a desandar peligrosamente su impulso emancipatorio e internacionalista inicial. El alejamiento de Maurín del comunismo soviético supuso cambios importantes en su visión de las cosas. Continuó sintiéndose cercano a Marx, en quien siempre vio a un clásico más del pensamiento emancipatorio republicano y no a una fuente de dogmas incuestionables. Tampoco dejó de admirar el genio estratégico de Lenin, hasta el punto que asumió como propias algunas de sus tesis básicas, como la defensa de la autodeterminación de los pueblos (“España –llegó a escribir, siguiendo el veredicto leninista sobre la Rusia zarista– es hoy un conjunto de pueblos prisioneros de un Estado gendarme ”). En cambio, como defensor de la necesaria unidad de las clases populares, cuestionó las derivas sectarias de la Tercera Internacional y se convirtió en un crítico frontal tanto del estalinismo como de su carga “colonial”. Y no solo eso. La convicción de Maurín de que la península ibérica Necesita un proyecto de transformación social propio, anclado en su historia y no en directrices construidas a partir de la experiencia soviética, le condujo en más de una ocasión a censurar los impulsos del propio Trotski –por quien sentimiento respeto– un intervenir de manera excesiva en la vida política española.

Ya en Nueva York, en los últimos años de vida, la justificada animadversión de Maurín por el estalinismo acabaría tiñendo su visión, escasamente matizada, del campo político que se autodenominaba comunista. En una carta escrita a un amigo a inicios de los años setenta, llegaba a la conclusión de que la palabra comunismo había quedado completamente “desprestigiada y envilecida por el estalinismo”. Eso le llevaba a concluir que “'socialismo' y 'comunismo' no sólo son distintos, sino antitéticos. El socialismo, tal como lo entendieron los clásicos, es inseparable de la libertad y la democracia. El 'comunismo', en cambio, es su negación absoluta. Así, pues, me considero socialista y creo en la libertad y la democracia. Y como socialista que cree en la libertad y la democracia, veo los problemas del mundo en general y de España en particular ”.

3. La revolución democrática y socialista como tareas republicanas

A pesar del enrarecimiento creciente del clima político, la proclamación de la II República encontró a Maurín lleno de energía y dispuesto a la acción. Aprovechando el ocaso de la dictadura de Primo de Rivera, había regresado de Francia, y aunque fue detenido unas semanas en la Cárcel Modelo, de Barcelona, ​​las aprovechó para terminar su primer libro, Los hombres de la Dictadura, que aparecieron a mediados de 1930 .La impresión que aquel ensayo causó en el ambiente de la época fue notable. A diferencia de la mayoría de escritores marxistas de su tiempo, Maurín exhibía un estilo propio, plástico, ágil, que contrastaba con la retórica socialista al uso y con la literatura repetitiva, mecánica, del KomiternSus reflexiones exhibían un conocimiento profundo de la economía, la literatura y la política española e internacional. El libro, de hecho, se apoyaba en ejemplos y en constantes paralelismos históricos. Algunos eran sin duda arriesgados, pero obligaban a pensar, y venían apoyados con escasas citas de Marx y con numerosas referencias, en cambio, a peninsulares del siglo XIX.

La impresión que aquel ensayo causó en el ambiente de la época fue notable. A diferencia de la mayoría de escritores marxistas de su tiempo, Maurín exhibía un estilo propio, plástico, ágil, que contrastaba con la retórica socialista al uso y con la literatura repetitiva, mecánica, del Komitern .

La tesis [de Maurín] es que España llegaba tarde y exhausta a la revolución democrática-burguesa que otros países de Europa ha acometido durante los siglos anteriores.

La tesis central del libro, que se haría obsesión en Maurín, es que España llegaba tarde y exhausta a la revolución democrática-burguesa que otros países de Europa han acometido durante los siglos anteriores. A diferencia de Inglaterra o Francia, España no había tenido ni un Cromwell ni un Robespierre. Las clases medias y la burguesía avanzada que han protagonizado el Trienio Liberal, entre 1820 y 1823, o el ciclo que fue de la Revolución Gloriosa de 1869 al fin de la Primera República, en 1874, no he tenido ni la determinación ni la lucidez para adelante llevar a cabo las reformas sociales y políticas que en Europa y en América les había permitido desembarazarse de algunos insoportables lastres feudales. En su lectura de la historia, Maurín mostraba especial admiración por figuras variopintas en las que reconocía audacia y determinación: el gaditano Juan Álvarez Mendizábal, el líder de la independencia americana, Simón Bolívar o el liberal general catalán, Joan Prim. No obstante, dejaba claro que tanto las burguesías liberales como la pequeña burguesía republicana del siglo XIX no se atrevido a ir hasta el final en sus propósitos, demostrando por algunas instituciones que bloquean los avances democráticos, como la monarquía borbónica, “un respeto que bordeaba la estupidez ”.

La llegada de la II República ofrecía, en opinión de Maurín, una oportunidad para superar esas limitaciones. Esto no admitía vacilaciones o tibieza reformista. Exigía intrepidez y consciencia de que solo una revolución democrática podía abrir paso a los cambios estructurales que España necesitan. Esa fuerza, sin embargo, no podía venir ya solo de las clases medias o de la burguesía más lúcida. Requería el protagonismo, la centralidad, de un actor que hasta entonces no había ganado el centro de la escena y que ahora resultaba imprescindible: las clases trabajadoras.

En opinión de Maurín, solo un bloque social que tuviera a las clases obreras y campesinas en el centro podía dar fuerza a la revolución democrática pendiente. Pero esto no se conseguiría por arte de magia. Para que la implicación de las clases populares fuera decidida y realista, la revolución democrática debería ser, al mismo tiempo, una revolución socialista.

En un editorial escrito para la revista Nueva Era , en mayo de 1931, Maurín describía de manera nítida los retos del tiempo que se abría. “España –resumía allí– necesita llevar a cabo todavía su revolución democrática, es decir, la abolición definitiva de la monarquía, el exterminio del poder de la Iglesia, el reparto de la tierra, la liberación de las nacionalidades, la emancipación política y moral de las mujeres, la destrucción del armatoste secular del Estado semifeudal ”.

Este programa de transformaciones estructurales, cuya actualidad no deja de sorrender, no podía, según Maurín, limitarse a un cambio en la forma de la Jefatura del Estado. Si las reformas impulsadas se reducían a una “ligera brisa superficial”, el malestar social quedaría intacto, y la República correría el riesgo de degenerar, más temprano que tarde, “en un régimen tan reaccionario y despótico como la monarquía borbónica”. Para que ello no ocurre, hacía falta tender puentes y alianzas entre las fuerzas motrices de esa revolución necesaria y posible: el proletariado, los campesinos pobres, los sectores más democráticos y avanzados de los nacionalismos periféricos y una parte importante de la juventud, “que aunque de origen pequeño burgués, desea que la revolución haga dar un salto a España en el camino de su transformación social ”.

La importancia dada por Maurín a las alianzas de clase, plurinacionales e incluso generacionales, reflejan el núcleo de su pensamiento en los cinco años que transcurrieron entre la proclamación de la II República y su entrada en prisión. A reforzarlas dedicó dos ensayos notables: La revolución española, de 1932, y Hacia la segunda revolución, Madrid, 1935 (luego reeditada, en 1966, con el título Revolución y Contrarrevolución en España ). Y junto a ellos, decenas de artículos y editoriales escritos en La Batalla o en Nueva Eracon un estilo directo, que no pretendía ser erudito ni repetir las consignas machaconas, sin vida, de la Tercera Internacional, sino conectar con la gente del común, del tajo, del campo, de la calle.

4. Del BOC al POUM ya la larga noche franquista

Aunque participó en todas las campañas electorales, el BOC no eligió la elección de ninguno de sus candidatos. En cambio, logró incidir en los sindicatos de obreros y de campesinos en Lleida, Girona y Tarragona. Tal vez el mayor éxito político del BOC y del propio Maurín como su secretario general, fue el impulso en 1933 de la Alianza Obrera, una estrategia unitaria frente al ascenso del fascismo en Italia, en Alemania o en la Austria de Engelbert Dollfuss, a la que se sumó a la Unión General del Trabajo (UGT) y que encontró un eco importante en la revolución asturiana de 1934, con participación incluso de la propia CNT.

Gracias a sus escritos ya sus intervenciones políticas, el prestigio de Maurín fue creciendo en toda España. Hacia aquella época, se reencontró con su viejo amigo, Andreu Nin, que ya había regresado de Rusia. De la fusión de la Izquierda Comunista de Nin y del BOC, precisamente, nació en 1935 el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). Un año después de su creación, Maurín fue elegido diputado en el Congreso por Barcelona en la candidatura del Front d'Esquerres (en Catalunya nunca se habló de Frente Popular).

En el Congreso pronunció dos discursos que reflejaban muy bien lo que para Maurín debían ser las prioridades de una coyuntura local e internacional tan dramática. En ellos, Maurín reprochó a los dirigentes republicanos Manuel Azaña y Santiago Casares Quiroga que no hubieran aplicado de inmediato su programa electoral, comenzando por las reformas sociales, para evitar, precisamente, un nuevo ascenso de las derechas. Asimismo, reclamó que esos gobiernos fueron sustituidos por un gobierno obrero presidido por un socialista. De hecho, durante el breve tiempo en que estuvo en la Cortes, Maurín fue uno de los parlamentarios que más insistió en la necesidad de agrupar las fuerzas socialistas y en desbaratar la trama golpista que comenzaba a gestarse.

Lo que Maurín no pudo imaginar es que el alzamiento contra la República lo tomaría por sorpresa, en medio de un viaje que realizó a Galicia el 17 de julio de 1936 para constituir en Santiago de Compostela un núcleo del POUM y desmentir, así, las acusaciones que este recibía por su "provincialismo" catalán. Infructuosamente intentó Maurín atravesar la frontera a Francia. En Panticosa, fue detenido por la Guardia Civil y conducido a Jaca. Durante un año estuvo detenido en la cárcel con nombre falso y sin ser identificado. Al salir, intentó nuevamente pasar a Francia, pero un policía que había estado en Barcelona lo reconoció y lo detuvo.

Maurín permaneció en prisión hasta 1946. Desde allí, tuvo noticias de la desaparición y del probable asesinato de Andreu Nin por orden soviética, así como del encarcelamiento o ejecución de otros compañeros. La ausencia de Maurín al frente del POUM fue un golpe durísimo para sus propios militantes y simpatizantes, que llegaron a darle por muerto en más de una ocasión. Si bien Nin tenía una amplia cultura teórica, Maurín había demostrado, como dirigente político, un mayor sentido práctico para conectar con las prioridades inmediatas de un colectivo plural y habituado a los debates. Al final, él mismo se salvó de ser ejecutado, gracias a las gestiones de su primo Ramón Iglesias, que sería obispo de Urgell, y de la propia Jeanne Souvarine, que explica la angustiosa batalla por la libertad de su compañero en un libro publicado en 1981 bajo el títuloCómo se salvó Joaquín Maurín. Recuerdos y testimonios.

Gracias a un visado concedido a su hermano, Maurín consiguió instalarse en Nueva York con su familia y poner en marcha su propia agencia de prensa para América Latina. En ella colaboraron, entre otros, Luis Araquistáin, Alfonso Reyes, Germán Arciniegas o Salvador de Madariaga. La vida del Maurín del exilio fue de una actividad fabril, constante, pero también de una profunda amargura y de una gran nostalgia. La reacción fascista, centralista y católica que implicaba el franquismo era la otra cara de la derrota categórica de la revolución democrático-socialista a la que Maurín había consagrado su vida. Muchos de sus camaradas y amigos han estado encarcelados y asesinados, e incluso su hermano Manuel murió enfermo y perseguido en el Hospital General de Catalunya.

A medida que el exilio estadounidense fue calando en su vida, el sindicalista, el líder carismático, el vehemente organizador político de inicios de siglo, fue desplazado por el observador nostálgico, y voluntariamente distante, de una realidad política sobre la que ya no tenía incidencia directa. La agencia literaria que impulsó para poder sobrevivir le saciar su curiosidad como intelectual, como historiador e incluso como novelista frustrado (en sus años de cárcel, pensando en su hijo Mario, Maurín había escrito dos obras de ficción, en parte autobiográficas, para niños : May: rapsodia infantil, y ¡Miau !: historia del gatito misceláneo, que se publicaron en 1999). Sin embargo, quien acabó retornando en el exilio fue el contenido y puritano maestro aragonés que había dejado Bonansa siendo casi un adolescente. Algunos viejos poumistas que lo buscan en el exilio, como Wilebaldo Solano, aseguran que tras los duros años del macartismo, siguió con simpatía la revuelta de la juventud rebelde norteamericana, y que su hondo descreimiento por la descomposición estalinista no impidió su interés por el Mayo francés. Es difícil saberlo. Lo cierto es que hasta el momento de su muerte, consecuencia de una embolia cerebral, en 1973, fue muy pesimista sobre la posibilidad de que el férreo entramado oligárquico que se había generado en torno al franquismo fuera reemplazado por un sistema democrático digno de ese nombre .

A cincuenta años de su muerte, muchos de los análisis de Maurín sobre la historia española de los siglos XIX y XX exigen matices y correcciones. Pero muchos mantienen también una increíble actualidad. El mundo ha cambiado en aspectos sustanciales, y la propia configuración de las clases populares en las que depositó la posibilidad de ganar cotas mayores de democracia ha experimentado mutaciones significativas. Sin embargo, es imposible no sentir el latido del presente en muchas de sus obsesiones políticas. En sus aceradas críticas a la monarquía borbónica como garante de un proyecto económico oligárquico y básicamente rentista. En su exigencia de un republicanismo audaz, no timorato, capaz de convertir la democratización decidida de la vida política, económica, cultural, territorial en el antídoto más eficaz contra el fascismo. En sus persistentes llamadas a la articulación, dentro de la diversidad, de alianzas entre trabajadores de la ciudad y del campo, de género, plurinacionales, intergeneracionales, capaces de hacer frente a la amenaza perenne de la España que embiste y que hiela el corazón. Todas estas ideas, expresadas con un estilo propio, inconfundible y palpitante, siguen siendo hoy no solo una invitación a pensar críticamente sino una llamada a la acción. Dos elementos que hacen de Joaquín Maurín una de las voces indispensables de un tiempo, el nuestro, cargado de zozobra pero también de esperanza en un mundo nuevo, más libre e igualitario, que incluso en medio de una pandemia feroz, pugna por abrirse paso. intergeneracionales, capaces de hacer frente a la amenaza perenne de la España que embiste y que hiela el corazón. Todas estas ideas, expresadas con un estilo propio, inconfundible y palpitante, siguen siendo hoy no solo una invitación a pensar críticamente sino una llamada a la acción. Dos elementos que hacen de Joaquín Maurín una de las voces indispensables de un tiempo, el nuestro, cargado de zozobra pero también de esperanza en un mundo nuevo, más libre e igualitario, que incluso en medio de una pandemia feroz, pugna por abrirse paso. intergeneracionales, capaces de hacer frente a la amenaza perenne de la España que embiste y que hiela el corazón. Todas estas ideas, expresadas con un estilo propio, inconfundible y palpitante, siguen siendo hoy no solo una invitación a pensar críticamente sino una llamada a la acción. Dos elementos que hacen de Joaquín Maurín una de las voces indispensables de un tiempo, el nuestro, cargado de zozobra pero también de esperanza en un mundo nuevo, más libre e igualitario, que incluso en medio de una pandemia feroz, pugna por abrirse paso.


Fuente → sobiranies.cat

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