El borbonavirus ataca de nuevo
 
El borbonavirus ataca de nuevo
David Torres

En España la pandemia del coronavirus llueve sobre mojado, porque ya estábamos más que acostumbrados a esos virus infecciosos que pululan desde el entorno de la corona: los Albertos, los Javier de la Rosa, los Prado y Colón de Carvajal, los Mario Conde, los Urdangarines. Es decir, toda la alarmante variedad de afectados por la atmósfera viciada de la Zarzuela, la cual termina por hacerles tropezar con el séptimo mandamiento hasta que se curan mal que bien tras una temporada entre rejas. Las rejas no sólo ensanchan el espíritu sino que fortalecen el carácter y hay quien, igual que Mario Conde, ha salido de ellas enriquecido con una tardía vocación literaria. Escandalizando a los puritanos de su época y de la nuestra, Oscar Wilde decía de cierto escritor que el hecho de ser un envenenador no dice nada en contra de su prosa, y del mismo modo podríamos añadir que el hecho de ser banquero no dice nada a favor.

Es de sobra conocido que el antiguo jefe de la Casa Real, Sabino Fernández Campo, fue cesado por criticar y censurar a estos alabarderos de la gomina y las cuentas poco corrientes a quienes les encantaba cosechar billetes a la sombra del rey. Sabino los llamaba "las amistades peligrosas", aunque visto cómo acabaron, fumigados uno detrás de otro, cabría preguntarse dónde estaba exactamente el peligro, por no mencionar la amistad. Con el coronavirus tenemos que seguir una estrategia parecida a la de los infectados por el borbonavirus: arresto domiciliario, mascarilla, paciencia, silencio y lavarse mucho las manos.

Me decía hace poco un amigo que él veía al rey Juan Carlos, tambaleándose escándalo tras escándalo, como el protagonista de una gran tragedia, y la tragedia es seguramente el tono que elegirían para contar su historia en caso de filmar en un futuro próximo una teleserie o una película. Sin embargo, yo creo más bien que la tragedia es toda nuestra y que el rey Juan Carlos funciona mucho mejor en clave de comedia, o incluso de esperpento, aplicando la deformación matemática de la civilización occidental, según la definición de Valle-Inclán. En efecto, desde que se fue a cazar elefantes a Botsuana y se rompió la cadera, es como si el rey Juan Carlos se hubiera ido a pasear al callejón del Gato y de uno de los espejos deformantes hubiera emergido Quique Camoiras o Paco Martínez Soria rodeado de jeques árabes y del brazo de una rubia estupenda. Lo de llamar a un palacio "de la Zarzuela" ya daba suficientes pistas.

Evocando siempre la sacrosanta Transición democrática y su innegable modernidad, hay un artículo en la Constitución Española que conecta directamente la jefatura del estado con un grimorio medieval: "La figura del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad". Ignorábamos que, aparte del cortafuegos jurídico, esa fórmula tiene también una lectura psicológica, como si los próceres de la patria que la redactaron sospecharan que un rey es como un niño de ocho años, que puede hacer lo que le dé la gana y luego pedir otra ración. Lo malo del borbonavirus es que resulta muy contagioso y la reina Sofía y algunos de los nietos ya presentan síntomas. A las partidas dedicadas en los presupuestos generales del estado a los gastos de esta peculiar familia, ahora hay que añadir los sobrecostes de las tarjetas opacas y lo que te rondaré, morena. Es el precio de mantener dos monarquías, una de ellas en B.


Fuente → blogs.publico.es

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