Digámosle la verdad a los alumnos

 La ley educativa es lo de menos. Lo importante, seamos sinceros con esos niños a los que supuestamente queremos educar, es que viven en un país en eterna disputa

Digámosle la verdad a los alumnos
Gerardo Tecé

Estoy en contra de esa opinión ciudadana tan extendida que dice que es un drama tremendo que en España tengamos un nuevo sistema educativo cada cuarto de hora. Si de verdad nos importase la educación de los niños comenzaríamos por no querer engañarlos con este asunto. Empezaríamos a decirles la verdad: el drama en esta España partida en dos hasta para combatir una pandemia no son los cambios de modelo educativo en sí –esto es sólo un síntoma–. El drama aparece, empecemos ya a ser honestos, cuando el sistema educativo que representa los valores de media España sale derrotado ante los valores de la otra media. No carguemos sobre la educación un problema que es mucho mayor. España, único país europeo que construyó una democracia sobre las estructuras de una dictadura, está condenada a vivir en continua guerra cultural. Y la educación, pobrecilla, es sólo un escenario más de este drama mayor.

Mi animal mitológico favorito es el español que cree que esto algún día podría tener solución. Que en una España en la que viven dos Españas enfrentadas desde los buenos días hasta las buenas noches, tarde o temprano se alcanzarán, por el bien de los niños, unos consensos que nos hagan tener, como en otros países de Europa, un sistema de educación libre de disputas políticas, pensado para durar décadas y cosechar buenos resultados. Já. ¿Cómo se llega a acuerdos educativos entre posiciones que son mutuamente excluyentes? Hagamos el intento. Hagamos una ley educativa, duradera y de consenso, en la que religión católica cuente para la nota media del alumno y al mismo tiempo no cuente. Una ley educativa que apueste a la vez por priorizar la educación pública sobre la concertada y que también permita apostar por la concertada sobre la pública. Un proyecto de educación que priorice la inmersión lingüística para proteger la riqueza de lenguas del país y que, al mismo tiempo, anteponga el castellano en todos los lugares donde haya otras lenguas oficiales. Una nueva ley educativa, duradera y de consenso que eduque en sexualidad a los alumnos y que no lo haga. Que hable de la memoria democrática de este país y que, al mismo tiempo, lo evite.

La mejor enseñanza para los alumnos sería comenzar por explicarles el país que tenemos. Sería una buena lección para los alumnos españoles enseñarles que aquí no se alcanzarán nunca consensos como el de Francia, donde todo el mundo entiende que la religión pertenece al ámbito privado y por tanto está fuera de los colegios. Que en España no se apostará durante décadas por la absoluta prioridad de la educación pública sobre la concertada, como sucede en Finlandia. Estaría bien explicarles que la educación sexual será siempre un tenso campo de batalla y que no sucederá, como en los Países Bajos, que la ciudadanía entienda como natural que a los niños se les expliquen estas cosas desde pequeños.

Los gritos de “¡Libertad! ¡Libertad!” el pasado jueves en el Congreso durante el debate de aprobación de la Ley Celaá representan bien este escenario de batalla tan impostado. Con Pablo Casado sentado en el pupitre de líder de la oposición quedaba descartada la estrategia de otras ocasiones, la consistente en denunciar que las leyes de educación socialistas no fomentan el esfuerzo académico. Claro. Imagínense el papelón. En este caso, la estrategia de la derecha ponía en el centro a la escuela concertada, pero la estrategia podría haber sido la religión, el uso del castellano –ese idioma en peligro– o cualquier otra. Porque la ley educativa es lo de menos. Porque lo importante, seamos ya sinceros de una vez con esos niños a los que supuestamente queremos educar, es que viven en un país en eterna disputa. Un país en el que, lo mejor que nos puede pasar, es escuchar a la otra mitad quejarse por la llegada de una nueva ley educativa. Síntoma de que, al menos mediante la disputa, los gritos y la falta de consenso, podemos intentar acercarnos a las normalidades europeas.


Fuente →  ctxt.es

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