Crónicas de la II República: la edad de oro del periodismo español

La Guerra Civil cortó el vuelo de una generación de plumillas, cronistas y novelistas que dieron el primer gran empujón al periodismo en España.

Crónicas de la II República: la edad de oro del periodismo español / Julián Vadillo, Juan Pablo Calero, Juan A. Ríos Carratalá, Fernando Hernández Sánchez, Antonio Plaza :
 
Es común considerar que los años republicanos coinciden con una edad de plata de la literatura en España. Las plumas de García Lorca, Alberti o Altolaguirre se venían a unir a las ya consagradas de una generación que estaba en su etapa final y otra que estaba consolidada desde los años de entreguerras: Unamuno, Machado, Valle-Inclán o Juan Ramón Jiménez, entre un largo etcétera.

Pero el momento de amplias libertades que significó la República y que se vio truncado con el inicio de la Guerra Civil fue una edad de oro para el periodismo español, que venía acumulando años de firmas que marcaron una época y que en muchos casos cayeron en el ostracismo: Ortega y Gasset, Camba, Sender, Carmen de Burgos, Cánovas Cervantes... En aquellos años republicanos no solo coincidieron cabeceras que marcarían una forma de hacer periodismo, sino plumas que crearon un magisterio en los periódicos españoles: Eduardo de Guzmán, Zugazagoitia, González Mallada, Isabel de Palencia... A cabeceras históricas como El Sol se unieron otras determinantes como La Tierra, La Libertad, Ahora, Estampa y todo el periodismo político que marcó una época. Un periodismo donde no contaban las agencias y sí la libertad del propio periodista.

En este dosier queremos rescatar aquella época clave del periodismo con cuatro ejemplos que resumen la época. Juan Pablo Calero recupera la figura de un desconocido Felipe Alaiz, una de las plumas anarquistas más importantes de su tiempo. Fernando Hernández Sánchez hace lo propio con un periodista comunista capital para entender la guerra: Jesús Izcaray. El republicanismo nos lo trae Ríos Carratalá con la figura de Diego San José, un intelectual que cultivó varios campos. El profesor Antonio Plaza recupera la figura de Luisa Carnés, a caballo entre el periodismo y la literatura, cuya obra es central para entender una época.

Es evidente que muchos y muchas se han quedado fuera. Pero valga esto como una muestra de la importancia de un periodismo que se vio cortado de forma súbita con el final de la guerra y el exilio o muerte de muchas de sus plumas. Una pérdida que a claras luces fue irreparable.

Felipe Alaiz, un periodista para el pueblo

Por Juan Pablo Calero 

Quizá no haya mejor ejemplo de la efervescencia cultural que anticipó la República que la aparición en Huesca, una pequeña ciudad periférica, de Talión. En 1914 salió el primer número de esta efímera revista en torno a la que se reunió un grupo de jóvenes ─Ramón Acín, Ángel Samblancat, Joaquín Maurín, Gil Bel y Felipe Alaiz─ que constituyeron lo que este describió como “una guerrilla de alianza antifascista”. Veinticinco años después, Acín había sido fusilado, Bel fue condenado a muerte, y Alaiz, Maurín y Samblancat tuvieron que marchar al exilio.

Durante ese cuarto de siglo, este grupo, al que podemos sumar a Ramón J. Sender, apoyó a artistas como Rafael Barradas o Luis Buñuel, convivió con Pío Baroja o José Ortega y Gasset, y escribió en publicaciones de Zaragoza, Madrid o Barcelona. Y lo hicieron desde una óptica libertaria, más próxima al republicanismo revolucionario (Sender y Samblancat), al marxismo heterodoxo (Maurín) o al anarquismo militante (Acín, Bel y Alaiz).

Todos hicieron de la palabra escrita su herramienta de trabajo y un instrumento de combate ajeno “al periodismo de Estropajosa”. Felipe Alaiz escribió en Aragón ─que dirigió─, España, El Sol ─en la sección Temas Aragoneses─ La Libertad o El Día Gráfico y, desde 1931, en El Imparcial o La Tierra. En la prensa libertaria dirigió Solidaridad Obrera y Tierra y Libertad, y colaboró en La Revista Blanca, Redención, Tierra Libre, Umbral y tantas otras.

Ideológicamente, pronto se afilió a la CNT y se identificó con el anarquismo, que él combinaba con la herencia de Joaquín Costa y con un federalismo aragonesista ajeno a cualquier nacionalismo burgués ─ver su debate con Blas Infante en España en 1917─. Una militancia que le costó cara: en 1924 ingresó en la cárcel por un artículo antimilitarista ─siendo hijo de militar─ y en 1925 porque sí; volvió a presidió en 1932 y en 1939 tuvo que marchar al exilio en Francia.

Escribió novelas y relatos, entre los que destaca Quinet, y tradujo al castellano numerosas obras literarias. Tras la II Guerra Mundial, publicó en folletos Hacia una federación de autonomías ibéricas, su obra de mayor calado ideológico que llegó a distribuirse en España en la Transición, y Tipos españoles, colección en dos tomos de semblanzas biográficas que escribió para La Revista Blanca.

Diego San José, el costumbrista pausado leal a la República 

Por Juan A. Ríos Carratalá

Diego San José (1884-1962) no estaba llamado a ser un protagonista de tiempos turbulentos. Su menuda figura frecuentaba las redacciones madrileñas. La vocación fue temprana y el autor de todos los géneros imaginables forjó una personalidad costumbrista que a nadie parecía molestar. Dedicado a recrear historias del pasado, buceaba en los libros para escribir relatos donde la ficción se daba la mano con la historia. Su producción fue inmensa gracias a las colecciones de la época y la completó mediante artículos de similar temática. Madrileño de pura cepa, pronto fue un oficioso cronista de su ciudad. Nada de la misma parecía resultar ajeno a una curiosidad bien documentada.

Diego San José fue republicano, liberal de talante y anticlerical. Sus obras beben del regeneracionismo. Fernando VII se convirtió en el paradigma de lo rechazable, pero nunca fue más allá de su admirado Galdós y, puestos a comprender la naturaleza humana, aprendió de Cervantes. Con estos referentes y una familiaridad con el Siglo de Oro, el periodista gozó de un reconocimiento tan discreto como continuado. Asiduo de las tertulias, 'Dieguito' formaba parte del paisaje urbano. Sus amistades iban desde Pedro Luis Gálvez a Millán Astray, pasando por cuantos intentaban sobrevivir pluma en ristre. Habría sido un buen cronista de ese Madrid con aires de esperpento que, cuando se proclamó la II República, entró en otra dinámica con protagonistas más jóvenes. Para los mismos el periodista de añejo estilo figuraría en el pasado, pero en la categoría de personaje entrañable.

La guerra terminó y se quedó en Madrid. El cálculo fue erróneo. Diego San José formaba parte de una de las tres “p”: políticos, policías y periodistas. La policía le detuvo y comenzó su calvario, que plasmó en 'De cárcel en cárcel' 

Diego San José habría llegado a la jubilación entre mamotretos. Sin embargo, el 18 de julio de 1936 todo se torció. Fiel a la II República, permaneció en Madrid y, aparte del estreno de una versión de Fuenteovejuna, su rutina fue la de un ciudadano anónimo. La posibilidad de que sus “manos” estuvieran “manchadas de sangre” ni siquiera era creíble. La guerra terminó y se quedó en Madrid. El cálculo fue erróneo. Formaba parte de una de las tres “p”: políticos, policías y periodistas. La policía le detuvo y comenzó su calvario, que plasmó en De cárcel en cárcel. La edición de estas memorias testimonia la represión de los periodistas. La investigación reveló las pistas para identificar a quienes protagonizaron esa represión desde el Juzgado Especial de Prensa. El resultado quedó integrado en el ensayo Nos vemos en Chicote, que publiqué en 2015.

Jesús Izcaray, el cronista de la defensa de Madrid 

Por Fernando Hernández Sánchez

Jesús Izcaray (1908-1979) nació en Béjar, en una familia dedicada al pequeño comercio. Tenía siete años cuando la tía abuela que lo crió, abrió en Madrid una casa de huéspedes con escasa fortuna: en 1921 hubo de trasladarse a Burgos, donde el adolescente Izcaray, mal estudiante pero ávido lector, aquilató su afición por Galdós, Blasco Ibáñez y Valle-Inclán. En 1929 volvió a Madrid para cumplir el servicio militar. Simultaneó el cuartel con un trabajo de meritorio en El Imparcial, diario de la derecha liberal fundado en 1867 por el abuelo de Ortega y Gasset. Como aprendiz en precario, Izcaray se hizo cargo de secciones heterogéneas, como los artículos de viajes por España o la crónica deportiva. También se sacó un sobresueldo como libretista de zarzuela, género al que, junto con la ópera, era muy aficionado.

En 1931 pasó a colaborar en la prensa de izquierdas: El Heraldo de Madrid, Luz, El Sol, La Voz y Claridad así como en las revistas gráficas Ahora y Estampa. Se afilió a la UGT en 1933 y al PCE en 1936, justo antes de la sublevación militar. De aquella época data el nacimiento de su heterónimo, Julio Gálvez, protagonista de su proyecto de tetralogía de la guerra El río que va hacia el mar, de la que llegaron a publicarse en 1978 “Un muchacho en la Puerta del Sol” y “Cuando estallaron los volcanes”. Durante la guerra ocupó puestos relevantes en la prensa del PCE: fue redactor jefe de Mundo Obrero y subdirector de Frente Rojo. Cubrió los frentes de Madrid, Guadalajara y Andalucía. En 1938 obtuvo el Premio Nacional de Literatura por Madrid es nuestro (Sesenta crónicas de su defensa), escrito con Clemente Cimorra, Mariano Perla y Eduardo de Ontañón. La distinción fue ex aequo con Acero de Madrid, de José Herrera Petere.

Sus crónicas de guerra serían recopiladas en 1978 con el titulo La guerra que yo viví: crónicas de los frentes españoles (1936-1939). En 1939 cruzó la frontera y fue recluido en Argelès, pudiendo después embarcar en el vapor Sinaia con destino a México. Allí colaboró en el semanario del PCE España Popular. En 1945 volvió al país para enlazar con la Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón, de cuya experiencia nació Treinta días con los guerrilleros de Levante. Desde 1948 se hizo cargo en París y Praga de Mundo Obrero y colaboró con las revistas destinadas a los intelectuales Cuadernos de Cultura y Nuestras Ideas. En el V Congreso (1954) fue designado miembro del Comité Central. Retornó a España en 1976, muriendo tres años más tarde a causa de una trombosis.

Luisa Carnés, periodista durante la Guerra Civil (1936-1939)

Por Antonio Plaza

La escritora a Luisa Carnés (Madrid, 1905; Ciudad de México, 1964), formó parte del grupo generacional constituido en torno a 1927. La autora, de gran versatilidad literaria, forma parte del grupo de autores destacados que practican la narrativa social (Arconada, Sender, Arderius, Domínguez Benavides, y Carnés ─la única mujer representada─). En el ejercicio de su experiencia vital y en su actividad literaria, la escritora vivió también el compromiso de género y de clase, que le llevó a dar a conocer mediante su obra escrita (Natacha, 1930; Tea Rooms, 1934), las condiciones de vida y trabajo de los más humildes.

Luisa Carnés forma parte del grupo de autores que practican la narrativa social, vivió el compromiso de género y de clase, que le llevó a dar a conocer mediante su obra las condiciones de vida y trabajo de los más humildes

Aunque comenzó a escribir en prensa en 1929, su despegue se produce tras publicar Tea Rooms. Trabajará en el grupo periodístico de Luis Montiel, donde escribe reportajes y entrevistas hasta la primavera de 1936. La victoria del Frente Popular acentuará su compromiso político y social, como otros intelectuales. Junto a su trabajo anterior, también colabora en Mundo Obrero, el órgano oficial del PCE. La mencionada participación de Carnés nos conduce a la sección “De todo un poco”, una gran novedad en un periódico que hasta entonces se había caracterizado ─casi exclusivamente─ por la propaganda política. Estaba dedicada a las mujeres, y aporta consejos prácticos en relación con la actividad en el hogar.

En abril de 1936 la sección sería sustituida por otra: “Para la mujer y los chicos”. El estallido de la Guerra civil interrumpió su publicación. Una sección que también incorporaría en 1937 a Frente Rojo (“Mujeres”). Cuando en noviembre de 1936, las autoridades republicanas proceden a abandonar Madrid, la vinculación de Carnés al PCE es lo bastante sólida para que forme parte del grupo de periodistas destinados por el partido a la capital valenciana, tras el desdoble de Mundo Obrero (zonas centro y norte), y la reaparición de Frente Rojo ─su otra cabecera─, en Valencia.

Entre enero de 1937 y febrero de 1939, momento de su evacuación a Francia, Luisa Carnés trabajó en Frente Rojo. Aunque el periódico se concentra en informar de la guerra, a través de sus colaboraciones los lectores también conocen la situación en la retaguardia, (encarecimiento de las subsistencias, desabastecimiento, especulación, presencia de la mujer en la vida pública, la situación de la cultura en el frente y la retaguardia, etc). En estos dos años, Carnés escribió no menos de 120 colaboraciones firmadas o atribuidas, aunque pudo escribir más textos sin firma, una presencia que se reducirá en 1938, cuando Estampa deje de publicarse. 
 

Fuente → elsaltodiario.com

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