
Ningún Borbón ha sido un buen rey en la historia de España, pero Fernando VII ha resultado el peor de todos. Después de arrebatar el trono a su padre putativo Carlos IV, que seguramente no lo era biológico, se lo ofreció a Napoleón Bonaparte, quien lo aceptó para su hermano José, que por lo tanto fue un rey legítimo, y además constitucional, porque él encargó elaborar la primera Constitución española, concluida en Bayona el 6 de julio de en 1808, y firmada por el rey.
La predicación de curas y frailes contra José I Bonaparte, por suponer que representaba los ideales de la Revolución Francesa, incitó al pueblo analfabeto a rechazarlo. Emplearon el absurdo argumento de que era francés, lo mismo que el primer Borbón llegado a España en 1700, y la acusación de ser borracho, pese a que era abstemio.
Al regresar a España en 1814 de su estancia voluntaria en Francia,
Fernando VII implantó un régimen de terror, causante de la muerte de
militares y civiles opuestos a su absolutismo. Algunos generales
liberales que pretendieron poner fin a esa situación fueron ejecutados
si no habían logrado exiliarse. Esas noticias no asustaron al entonces
teniente coronel Rafael del Riego, segundo jefe del batallón de Asturias
acantonado en el municipio sevillano de Las Cabezas de San Juan.
Educado en una familia de ideas liberales, ansiaba redimir a su mártir
patria de la tiranía borbónica, y arengó a su pequeña tropa para
organizar un pronunciamiento por la Constitución aprobada en Cádiz en
1812. Sabían todos los conjurados que si fracasaban les esperaban la
muerte y el deshonor oficial, pero su patriotismo vencía los temores.
EL PRONUNCIAMIENTO
Con
ese ánimo patriótico, hace justamente doscientos años, el 1 de enero de
1820 Riego y sus hombres se pronunciaron para invitar al rey a jurar
cumplir la Constitución de 1812. Con ese acto que sin duda debe
calificarse de heroico, puesto que los conjurados se jugaban la vida, se
inició el conocido como trienio liberal. El rey se vio obligado a
olvidarse del absolutismo característico hasta entonces de su reinado,
para aparentar ser un monarca constitucional, y así lo prometió el 10 de
marzo con una frase histórica: “Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional”. Es
una muestra de la perfidia borbónica, porque nunca pensó cumplirla,
sino que ya entonces imaginó cómo vengarse de Riego por oponerse a su
despotismo criminal.
Los madrileños se echaron a las calles el 3 de setiembre de 1820, para aclamarle con el título de El Libertador. Por la noche se ofreció una sesión extraordinaria en el Teatro del Príncipe, en la que se le vitoreó y se cantó el Trágala contra el monarca. Parecía que España alcanzaba la libertad y se ponía a la hora de los regímenes europeos, aunque sólo fue una breve quimera que duró tres años.
El rey de Francia, Luis XVIII de Borbón, pariente del aclimatado en España, anunció el 28 de enero de 1823 que cien mil franceses estaban preparados para entrar en España, y devolver a su rey todos los poderes de que había sido expoliado. Son los llamados cien mi hijos de san Luis, carentes de padre reconocido, que al mando de Luis Antonio de Borbón, duque de Angulema, cruzaron efectivamente la frontera el 7 de abril, con la intención de poner fin al trienio liberal que parecía molestarles mucho. Siempre hay un Borbón dispuesto a matar españoles.
Rafael del Riego tomó el mando del Tercer Ejército de Operaciones en
Málaga, para enfrentarse a los invasores, y el 13 de setiembre entró en
Jaén triunfalmente, vitoreado por la población. Pero a las dos de la
tarde se presentó el ejército francés reforzado por los realistas
españoles que lo acompañaban. Y se entabló una batalla en la Fuente de
la Peña, prolongada hasta las diez de la noche, cuando Riego, herido en
una pierna y sin caballo, al comprobar las deserciones de sus tropas,
ordenó la retirada a los fieles que le quedaban.
DERROTADOS E INJURIADOS
Vencidos, pero conservando intactos sus ideales, alcanzaron el municipio de Jódar a la mañana siguiente. La caballería francesa seguía sus huellas y se entabló la última batalla, con el triunfo de los hijos sin padre conocido de san Luis, que hicieron setecientos prisioneros. Los que lograron escapar con Riego se refugiaron en Arquillos, muy agasajados por sus habitantes, quienes en cuanto los vieron dormidos, debido al cansancio de las batallas y del trayecto recorrido, los denunciaron a las autoridades locales, quienes a su vez avisaron a las tropas realistas: recuérdese el nombre del pueblo como el de la mayor traición colectiva a las libertades públicas.
Trasladados a Madrid en una carreta con paja, fueron insultados en todos los lugares por los que pasaban. En Valdepeñas, pueblo manchego vinatero, sus habitantes, quizá alegres por el vino más que por la visión de los derrotados, quisieron linchar a Riego, al mismo general que unos meses antes era considerado El Libertador. ¿Quién comprende a las masas?
Llegaron al Madrid ocupado por los hijos de san Luis el 2 de octubre de 1823, en su carromato prisión. La casa natal de Riego en Tuña (Asturias) fue destrozada por los hijos de don Pelayo, que se comportaron tan canallescamente como los de san Luis. Al mismo tiempo el rey anulaba la Constitución y decretaba el encarcelamiento de cuantos liberales conocidos había en su reino, para lo que propiciaba las delaciones.
El 27 de octubre se celebró la vista contra Riego, sin la
comparecencia del acusado, una irregularidad más, a quien representaba
su abogado: tuvo la suerte de que se encontrase en la sala un militar
francés, quien impidió a la iracunda turba que lo linchase en el mismo
tribunal, cosa que a los jueces españoles no parecía importarles. El
fanatismo del populacho azuzado por los clérigos no tiene límites. Ya no
era El Libertador, sino el librepensador digno del fuego eterno, según
predicaba la clerigalla enfervorecida. Fue condenado a la muerte en la
horca, pese a su alta graduación militar, y a la confiscación de todos
sus bienes.
OTRO CRIMEN BORBÓNICO
A las diez de la mañana del ya histórico 7 de noviembre de 1823 salió de la Cárcel de la Corona una comitiva digna de ser copiada por Goya entre sus pinturas negras. La abría la Caballería, seguida por los carceleros, una gran cruz alzada rodeada por los familiares del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición restablecido por el mismo monarca al regreso de su exilio voluntario en Francia; después iba Riego vestido de negro y metido en un serón de esparto arrastrado por un caballo, rodeado de frailes que intentaban animarle a sufrir la muerte con alegría, puesto que si se arrepentía de sus horribles pecados iría al purgatorio, y de allí al cielo. Todo lo miraba Riego con gran serenidad.
En la plaza de la Cebada se había alzado el patíbulo, con asistencia del verdugo y de jueces y testigos, además de una multitud enfebrecida que clamaba contra el reo y vitoreaba al rey neto. ¿Cómo explicar ese cambio de opinión en las masas, en el simple lapso de tres años? ¿Cómo se efectuó la transformación del apodado El Libertador en un enemigo del pueblo? Así terminó el ilusionante trienio liberal, y comenzó la llamada por los historiadores década ominosa, porque se prolongó hasta la muerte del rey tirano, y estuvo jalonada por los crímenes habituales en su reinado. Triste historia la de España bajo la corrupción de los borbones. Increíble actuación sumisa la de sus vasallos salvo dos interrupciones, en 1868 y en 1931.
Los españoles mantenemos una perpetua deuda de gratitud con el
general Rafael del Riego, que ofrendó su vida por la libertad de la
patria. En el bicentenario de su valeroso pronunciamiento contra la
tiranía borbónica, los españoles amantes de la libertad debemos honrar
su memoria y la de los valientes anónimos que le siguieron. Ya que no
puede hacerse públicamente, porque continúa todavía reinando un Borbón,
al menos en el recuerdo personal de cada uno hemos de enaltecer la
memoria de quienes osados quisieron romper la cadena que de afrenta
llena del bravo el vivir, según cantamos en el Himno de Riego.
Fuente → extremaduraprogresista.com
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