Con Riego, contra el rey

 
Con Riego, contra el rey
Arturo del Villar

Comprender la psicología de las masas resulta difícil, y en el caso del general Rafael del Riego parece imposible: cómo se explica que un militar reverenciado en 1820 por haber forzado al tirano Fernando VII de Borbón y Borbón—Parma a abandonar el absolutismo para jurar la Constitución de 1812, fuera llevado al cadalso por las calles de Madrid el 7 de noviembre de 1823, entre los insultos y las burlas de los ciudadanos. En tres años solamente no podía haber cambiado una generación, de manera que los mismos que lo habían vitoreado en 1820 como un héroe del pueblo, eran quienes lo zaherían y reclamaban su ejecución en 1823.

Ningún Borbón ha sido un buen rey en la historia de España, pero Fernando VII ha resultado el peor de todos. Después de arrebatar el trono a su padre putativo Carlos IV, que seguramente no lo era biológico, se lo ofreció a Napoleón Bonaparte, quien lo aceptó para su hermano José, que por lo tanto fue un rey legítimo, y además constitucional, porque él encargó elaborar la primera Constitución española, concluida en Bayona el 6 de julio de en 1808, y firmada por el rey.

La predicación de curas y frailes contra José I Bonaparte, por suponer que representaba los ideales de la Revolución Francesa, incitó al pueblo analfabeto a rechazarlo. Emplearon el absurdo argumento de que era francés, lo mismo que el primer Borbón llegado a España en 1700, y la acusación de ser borracho, pese a que era abstemio.

Al regresar a España en 1814 de su estancia voluntaria en Francia, Fernando VII implantó un régimen de terror, causante de la muerte de militares y civiles opuestos a su absolutismo. Algunos generales liberales que pretendieron poner fin a esa situación fueron ejecutados si no habían logrado exiliarse. Esas noticias no asustaron al entonces teniente coronel Rafael del Riego, segundo jefe del batallón de Asturias acantonado en el municipio sevillano de Las Cabezas de San Juan. Educado en una familia de ideas liberales, ansiaba redimir a su mártir patria de la tiranía borbónica, y arengó a su pequeña tropa para organizar un pronunciamiento por la Constitución aprobada en Cádiz en 1812. Sabían todos los conjurados que si fracasaban les esperaban la muerte y el deshonor oficial, pero su patriotismo vencía los temores.

EL PRONUNCIAMIENTO


Con ese ánimo patriótico, hace justamente doscientos años, el 1 de enero de 1820 Riego y sus hombres se pronunciaron para invitar al rey a jurar cumplir la Constitución de 1812. Con ese acto que sin duda debe calificarse de heroico, puesto que los conjurados se jugaban la vida, se inició el conocido como trienio liberal. El rey se vio obligado a olvidarse del absolutismo característico hasta entonces de su reinado, para aparentar ser un monarca constitucional, y así lo prometió el 10 de marzo con una frase histórica: “Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional”. Es una muestra de la perfidia borbónica, porque nunca pensó cumplirla, sino que ya entonces imaginó cómo vengarse de Riego por oponerse a su despotismo criminal.

Los madrileños se echaron a las calles el 3 de setiembre de 1820, para aclamarle con el título de El Libertador. Por la noche se ofreció una sesión extraordinaria en el Teatro del Príncipe, en la que se le vitoreó y se cantó el Trágala contra el monarca. Parecía que España alcanzaba la libertad y se ponía a la hora de los regímenes europeos, aunque sólo fue una breve quimera que duró tres años.

El rey de Francia, Luis XVIII de Borbón, pariente del aclimatado en España, anunció el 28 de enero de 1823 que cien mil franceses estaban preparados para entrar en España, y devolver a su rey todos los poderes de que había sido expoliado. Son los llamados cien mi hijos de san Luis, carentes de padre reconocido, que al mando de Luis Antonio de Borbón, duque de Angulema, cruzaron efectivamente la frontera el 7 de abril, con la intención de poner fin al trienio liberal que parecía molestarles mucho. Siempre hay un Borbón dispuesto a matar españoles.

Rafael del Riego tomó el mando del Tercer Ejército de Operaciones en Málaga, para enfrentarse a los invasores, y el 13 de setiembre entró en Jaén triunfalmente, vitoreado por la población. Pero a las dos de la tarde se presentó el ejército francés reforzado por los realistas españoles que lo acompañaban. Y se entabló una batalla en la Fuente de la Peña, prolongada hasta las diez de la noche, cuando Riego, herido en una pierna y sin caballo, al comprobar las deserciones de sus tropas, ordenó la retirada a los fieles que le quedaban.

DERROTADOS E INJURIADOS

Vencidos, pero conservando intactos sus ideales, alcanzaron el municipio de Jódar a la mañana siguiente. La caballería francesa seguía sus huellas y se entabló la última batalla, con el triunfo de los hijos sin padre conocido de san Luis, que hicieron setecientos prisioneros. Los que lograron escapar con Riego se refugiaron en Arquillos, muy agasajados por sus habitantes, quienes en cuanto los vieron dormidos, debido al cansancio de las batallas y del trayecto recorrido, los denunciaron a las autoridades locales, quienes a su vez avisaron a las tropas realistas: recuérdese el nombre del pueblo como el de la mayor traición colectiva a las libertades públicas.

Trasladados a Madrid en una carreta con paja, fueron insultados en todos los lugares por los que pasaban. En Valdepeñas, pueblo manchego vinatero, sus habitantes, quizá alegres por el vino más que por la visión de los derrotados, quisieron linchar a Riego, al mismo general que unos meses antes era considerado El Libertador. ¿Quién comprende a las masas?

Llegaron al Madrid ocupado por los hijos de san Luis el 2 de octubre de 1823, en su carromato prisión. La casa natal de Riego en Tuña (Asturias) fue destrozada por los hijos de don Pelayo, que se comportaron tan canallescamente como los de san Luis. Al mismo tiempo el rey anulaba la Constitución y decretaba el encarcelamiento de cuantos liberales conocidos había en su reino, para lo que propiciaba las delaciones.

El 27 de octubre se celebró la vista contra Riego, sin la comparecencia del acusado, una irregularidad más, a quien representaba su abogado: tuvo la suerte de que se encontrase en la sala un militar francés, quien impidió a la iracunda turba que lo linchase en el mismo tribunal, cosa que a los jueces españoles no parecía importarles. El fanatismo del populacho azuzado por los clérigos no tiene límites. Ya no era El Libertador, sino el librepensador digno del fuego eterno, según predicaba la clerigalla enfervorecida. Fue condenado a la muerte en la horca, pese a su alta graduación militar, y a la confiscación de todos sus bienes.

OTRO CRIMEN BORBÓNICO

A las diez de la mañana del ya histórico 7 de noviembre de 1823 salió de la Cárcel de la Corona una comitiva digna de ser copiada por Goya entre sus pinturas negras. La abría la Caballería, seguida por los carceleros, una gran cruz alzada rodeada por los familiares del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición restablecido por el mismo monarca al regreso de su exilio voluntario en Francia; después iba Riego vestido de negro y metido en un serón de esparto arrastrado por un caballo, rodeado de frailes que intentaban animarle a sufrir la muerte con alegría, puesto que si se arrepentía de sus horribles pecados iría al purgatorio, y de allí al cielo. Todo lo miraba Riego con gran serenidad.

En la plaza de la Cebada se había alzado el patíbulo, con asistencia del verdugo y de jueces y testigos, además de una multitud enfebrecida que clamaba contra el reo y vitoreaba al rey neto. ¿Cómo explicar ese cambio de opinión en las masas, en el simple lapso de tres años? ¿Cómo se efectuó la transformación del apodado El Libertador en un enemigo del pueblo? Así terminó el ilusionante trienio liberal, y comenzó la llamada por los historiadores década ominosa, porque se prolongó hasta la muerte del rey tirano, y estuvo jalonada por los crímenes habituales en su reinado. Triste historia la de España bajo la corrupción de los borbones. Increíble actuación sumisa la de sus vasallos salvo dos interrupciones, en 1868 y en 1931.

Los españoles mantenemos una perpetua deuda de gratitud con el general Rafael del Riego, que ofrendó su vida por la libertad de la patria. En el bicentenario de su valeroso pronunciamiento contra la tiranía borbónica, los españoles amantes de la libertad debemos honrar su memoria y la de los valientes anónimos que le siguieron. Ya que no puede hacerse públicamente, porque continúa todavía reinando un Borbón, al menos en el recuerdo personal de cada uno hemos de enaltecer la memoria de quienes osados quisieron romper la cadena que de afrenta llena del bravo el vivir, según cantamos en el Himno de Riego.


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