

¿Cambiaremos de rey borbónico?
Arturo del Villar
Los reyes se comportan todos de la misma manera en cuanto a golfería, porque al no tener necesidad de trabajar, como sus vasallos, deben encontrar una manera de pasar el tiempo entretenidos. Y una de las preferidas consiste en compartir la cama con persona de su gusto. A veces esa distracción tiene resultados no queridos, como se ha revelado judicialmente en Bruselas. La Corte de Apelación ha decretado este 1 de octubre de 2020 que la llamada hasta ahora Delphine Boël es hija legítima del rey Alberto II, por lo que debe utilizar su rimbombante apellido de Saxe—Cobourg—Gotha, ser considerada princesa de Bélgica y tener tratamiento de alteza real ella y sus dos hijos, Josefina y Óscar.
Su alteza tiene 52 años, es escultora, reside en Londres y es fruto
de la relación de Alberto II con la baronesa Sybille de Sélys Longchamp
entre 1966 y 1984. Llevaba años pleiteando para conseguir ese
reconocimiento, que al final ha logrado gracias al ADN a que se sometió
Alberto. Ha anunciado que convocará a una rueda de Prensa el próximo
lunes, día 5.
Es un asunto privado de los belgas, pero que
puede incidir sobre la familia irreal española, debido a que dos
personas alegan ser hijas del rey decrépito cuando todavía no lo era, y
le reclaman que se someta a un examen de ADN. Se trata del catalán
Albert Solá y de la belga Ingrid Sartiau. La madre de esta ciudadana
pasó una temporada en España y se convirtió en una de las 1.500
barraganas de Juan Carlos de Borbón y Borbón, según el recuento hecho
por el hispanista británico Andrew Morton en su excelente ensayo Ladies
of Spain. Con un número tan elevado de barraganas, lo extraño es que
solamente le hayan dado dos bastardos. Seguro que hay más borboncitos
por ahí con cara de pasmados.
El decrépito se ha negado siempre a hacerse un examen de ADN, como le solicitan sus dos presuntos vástagos bastardos, y el Tribunal Supremo aprueba su decisión. Téngase en cuenta que la Justicia en España es española, y así va ella. Sin embargo, los dos aspirantes a la borbonidad se han sometido cada uno por su parte a la prueba, y el resultado coincide en lo principal, que ha de ser un padre común, puesto que indudablemente son dos distintas las madres que los parieron.
Cuenta Solá que el CNI posee el ADN de Juan Carlos I, y se ha verificado que coincide en un 99,9 por ciento con el suyo.
Solá es camarero en La Bisbal d’Empordá, dictó unas memorias que fueron publicadas por la editorial catalana Ediciones B en 208 páginas, de ellas 182 dedicadas a sus declaraciones grabadas, y el resto a documentación. El libro se titula El monarca de La Bisbal, y su cubierta reproduce su cara, a la que cualquiera que la contemple le resultará conocida, por el parecido indudable con un personaje público, su presunto padre.
Nació en 1956 en la Maternidad de Barcelona, hijo de Anna Maria Bach Ramon y de padre desconocido. Se lo quitó alguien a la madre y lo entregó en adopción a unos payeses, con la obligación de que le dieran sus apellidos. Según Solá, su vida ha estado dirigida por algún poder culto, que le facilitaba los recursos necesarios. En su opinión, era debido a que Juan Carlos quiso ocuparse de él en secreto.
Si la Justicia española obrase como la belga, y una vez realizadas las pruebas pertinentes declarase probado que Solá es hijo legítimo de Juan Carlos de Borbón y Borbón, sería su primogénito, al haber nacido en 1956. En consecuencia, y en paridad con lo decretado por la Corte de Apelación de Bruselas, debiera ser reconocido como rey de España, puesto que Felipe VI nació en 1968, y el primer párrafo del artículo 57 de la Constitución borbónica vigente declara que “La sucesión en el trono seguirá el orden regular de primogenitura”. Peor que Felipe VI no iba a resultar Albert I.
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