
Cuando escuchamos hablar de fascismo lo
primero que nos viene a la mente son desfiles delirantes, quemas de
libros, bigotes recortados o calvos prepotentes. Pero pocas veces nos
han enseñado la base teórica y social de este movimiento que cierra la
extrema derecha. Ciertamente la visión histórica general que se pretende
mostrar es la del fascismo como un movimiento esencialmente simbólico y
sobre todo vencido y exterminado tras la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, bastaría con leer las primeras páginas de Por el bien del imperio de Josep Fontana
o analizar con una mínima luz crítica los juicios de Nuremberg para
percatarnos de que ese fascismo no fue redimido de la superficie
terrestre al caer el III Reich. Conforme más se analizan los fundamentos
ideológicos de los movimientos fascistas históricos (la Italia de
Mussolini y el nacismo alemán) mayores son sus similitudes con ciertos
regímenes dictatoriales o pseudo- democráticos.
Para moverse con soltura por la marea de supuestos teóricos que
pretenden hundirnos en un mar de detallismo y especifismo, es clave
fijar conceptos como los de autoritarismo, totalitarismo o bonapartismo.
Este último me parece especialmente útil para comprender lo que es el
fascismo a nivel histórico. Este concepto fue desarrollado por Marx en
su obra El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte. Lo que
pretendía con esta obra era fijar la institución histórica de la tiranía
(cuyo antecedente histórico más pretérito sería el fenómeno griego) en
momentos puntuales a la que recorrería la burguesía cuando se viese
amenazada.
Por esto Karl Marx fija a Luis Bonaparte (llamado
Napoleón III), y que fue sobrino del antiguo emperador y último monarca
de Francia, como la primera figura clave en este proceso, analizando lo
ocurrido en el golpe de Estado que este protagonizó el 2 de diciembre
de 1851, instaurando un modo de gobierno autoritario que protegía las
conquistas de la burguesía francesa pero frenaba, con mano dura, las
ansias de reforma aún no satisfechas del campesinado y el proletariado.
Seguramente la respuesta de un pseudo- teórico sería que Napoleón III no
podría ser un fascista porque no tenía bigote ni pasaba sus tiempos
libres dibujando esvásticas en una libreta. Este argumento es cierto,
sería estúpido afirmar que Napoleón era un fascista, pero esto no nos
debería impedir ver que muchos de sus elementos ideológicos y de praxis
política serán adoptados por el fascismo histórico, siendo este el valor
del bonapartismo para ayudarnos a entender mejor el fenómeno del
fascismo.
Por el otro lado, el principal argumento contra los teóricos
“especifistas” es que todo movimiento fluye con la historia, es decir,
evoluciona, se transforma, se adapta, ya que según sus argumentos si nos
remitiésemos al concepto de monarquía, las similitudes entre la de
Carlo Magno y la de Felipe II deberían ser totales. Esto mismo ocurre
con el fascismo, ya que lo que pretenden es precisamente que pensemos
que fascismo es solamente un skinhead que se tatúa el bigote de Hitler
en la nalga y duerme sobre sabanas con bordados de esvásticas. Esta
idea precisamente se basa en el principio, anteriormente expuesto, de
que el fascismo se extinguió en 1945, algo muy discutible
históricamente.
Continuando con esta argumentación me gustaría tratar de cuestionar una idea muy común en lo referente al fascismo en el ámbito europeo.
Me refiero al argumento de que Inglaterra y Francia, países similares
al nivel económico y de europeísmo de Alemania o Italia, estarían
inmunizados ante el fenómeno fascista, precisamente por su mayor
carácter “democrático”. Pero no debemos olvidar que las acciones que
ambas potencias llevaban a cabo en sus colonias distan mucho de ser
democráticas, al igual que su modo de brutal represión del movimiento
obrero. Aún hoy se refleja esto en los guetos de ciudades tan
“democráticas” como Londres o París. En este sentido es muy interesante
el peso que tuvo la frustración de los planes coloniales a gran escala
en países presas del fascismo como Alemania, Italia o España. Estos dos
últimos dos países enfatizarán más la gloria de los tiempos pasados,
mientras que el primero pretenderá proyectar esas glorias coloniales
hacia el futuro.
Esto se podría enlazar con una consideración un tanto sociológica, ya
que a nivel social e individual, la clave para entender la adhesión al
fascismo es la frustración y la proyección de ideas vitales que les
proyectaban desde la infancia a esa clase media (real o aspiracional) y
en el momento de encontrarse con la realidad, acabarán atacando
precisamente o a su hermano de clase o a los de la clase de la cual
provienen, en lugar de a los verdaderos culpables de sus metas
incumplidas. Un fascista quiere vivir como un rey (de hecho su vida está
basada en esta meta vital) a costa de sus súbditos, por lo que no le
molestan esos privilegios reales, sino los vasallos que se quejan y
rechazan la miseria que les ha sido impuesta.
Como base para comprender mejor algunas de las consideraciones antes
expuestas me remitiré brevemente al fenómeno histórico de la Italia
fascista de Mussolini. Para entender el nacionalismo
italiano debemos tener en cuenta su unificación estatal reciente (rasgo
compartido con Alemania), lo que provocó la imposición clara del norte
industrial sobre el sur agrícola, algo que aún persiste en nuestros
días. Todo empieza con la “victoria mutilada” que llegó tras la Gran
Guerra, en la que las ansias imperialistas a las que anteriormente me he
referido fueron expuestas como la principal causa que justificaba su
entrada en la guerra, pudiendo comprender así la frustración que supuso
no verse beneficiados en casi nada por el esfuerzo bélico realizado. En
1917 se crea el Fascio de Defensa Nacional después de la traumática derrota de Caporetto. Mussolini fijó como influencias previas al fascismo a Sorel, Pégui, Lagardelle, el escritor nacionalista D’Annunzio o los futuristas con su líder, Marinetti.
La esencia policíaca y cómplice con el poder oficial de los fascistas
fue su brutal represión del “bienio rojo” (1919-1921) que surgió sobre
todo en el rural italiano tras el triunfo de la revolución soviética.
Ante aquellos que expongan el tan odioso argumento de “Mussolini fue
socialista” llegaría con contestarle que Carrillo también decía que era
comunista. Pero además, el que un psicópata como Mussolini se pudiera
hacer pasar por un periodista de izquierdas, es una prueba muy clara de
la cantidad de esquiroles que había en el movimiento obrero italiano,
siendo esto quizá el motivo por el cual a pesar de contar con más
seguidores en números globales, fue incapaz de mostrar una respuesta
unificada contra el avance de los camisas negras. También cabría apuntar
que la concepción nacionalista de Mussolini es incompatible con el
socialismo marxista. Pasando al plano meramente ideológico, existen tres
tesis mayoritarias sobre la aparición y expansión del fascismo
italiano: a) este fenómeno está condicionado por el gen italiano creado
tras el “Resurgimento” y vinculado con el pasado
imperial romano, b) la historiografía liberal que lo explica como un
paréntesis excepcional en la historia italiano y europea, y c) la tesis
marxista de su emergencia como freno ante el auge del movimiento obrero.
La segunda se deshecha por los antecedentes del nacionalismo
reaccionario (aquí vuelve a sernos muy útil el concepto de
bonapartismo), como por ejemplo el Partido Nacionalista de Alfredo
Arani, y en la existencia previa a la emergencia del Duce de
intelectuales que siguen una línea teórica filo-fascista como por
ejemplo Charles Maurras, Hilaire Belloc, Oswald Spengler, Arthur Moeller
van de Bruck, Nicolai Berdiaeff o el español Ramiro de Maeztu.
Sin embargo, no podemos olvidar que teniendo una fuerte esencia
nacionalista el fascismo debe adaptarse a las características
geográficas e históricas del país en el que pretende imponerse, lo que
explicaría las características específicas del fenómeno italiano, con un
gran peso del catolicismo, las diferencias entre norte y sur, el
recurso a un pasado glorioso roto por la división política … Como
características primarias del fascismo podríamos destacar el
nacionalismo orgánico, el estatismo radical y el paramilitarismo.
Así mismo como pretende ser un movimiento totalizador debe encajar
los dos pilares sociales que se le contraponen, las mujeres y los
obreros, pero siempre bajo el estigma de la obediencia (en palabras
textuales de Mussolini: la guerra es para los hombres lo que la
maternidad es para las mujeres). Una idea que destaca con frecuencia es
el suprematismo estatal, así lo expresa claramente el propio Mussolini:
“todo en el estado, nada contra el estado, nada fuera del estado”. Por
esto surgen tanto los enemigos del Estado externos como internos, siendo
los culpables de todo lo negativo y perjudicial, debiendo ser
combatidos por todos los medios.
El uso de la violencia sin necesidad de justificación es debido a que
solo consideran posible la existencia de una verdad única. Esta nueva
ideología política era denominada como la “tercera vía”, en palabras de Giovanni Gentile:
el Estado es la instancia suprema para lograr la unión entre los
intereses proletarios y burgueses. Autores como Mosse, Bracher o Nolte
plantean diferencias al fascismo y al nazismo, indicando que el primero
sería estatista y el segundo supremacista racial, pero haciendo una
observación de ambos de manera más profunda y menos simbólica podríamos
apuntar que ambos son variaciones nacionales de ideologías comunes.
Otros autores como Sternhell o Griffin
señalan que lo que representaría la “tercera vía” fascista será la
derivación de un socialismo antimaterialista, de ahí la denominación de
nacional- socialismo (siendo más apropiada la denominación nacional-
sindicalista) que pretende la unión de las clases para competir con
otras “naciones”. De esta manera se niega la lucha de clases y la
solidaridad internacional obrera. Esto supone arremeter contra la
historia, ya que la situación económica de falta de desarrollo de un
país la explicaban únicamente por la persistencia de los conflictos
sociales y las protestas obreras. Así el fundamento sentimental de la
teoría, la nación, pretende vincularse con el fundamento material, el
Estado.
Pasando a repasar todo lo anteriormente expuesto me gustaría dejar
claro que la finalidad es exponer una visión más amplia y ancha del
concepto de fascismo, que considero comprimido en demasía. Sin embargo
no creo que sea operativo utilizarlo como un recurso omnipotente y
sobrenatural, por lo que considero que también habría que acotarlo. En
este sentido es esencial entender el valor reaccionario del mismo. Se
trata de la emergencia violenta de una clase media en defensa de una
oligarquía y como repulsión ante las clases bajas, tanto obreros como
campesinos, usando comúnmente el nacionalismo a través de un Estado
omnipresente y represivo para mantener este orden social tan
conflictivo.
No por nada es la ideología de la muerte, del ser masivo, de la
idolatría y el fanatismo, del irracionalismo. En cuanto a su
potencialidad como un movimiento masivo esto es cuestionable, ya que
desarrollando un gran aparato represivo cualquiera se gana la adhesión
de las masas (más allá de misiones nacionales o cruzadas santas los
seres humanos hemos venido a este mundo a vivir y poco más), pero es
difícil calibrar en qué medida esa adhesión es consciente y total o
solamente oportunista y sin conocimiento profundo de causa.
Ejemplos de esto son las elecciones italianas de 1920, en las que los
fascistas no llegaron a 5.000 votos en Milán, su plaza fuerte (en ella
contarán con 20.000 miembros en 1929, 100.000 en abril de 1931 y 320.000
en noviembre de 1931), o la Marcha sobre Roma de los Camisas Negras,
que pudo ser reprimida fácilmente por el ejército si hubiese una orden
firmen para hacerlo. Pero si no hubiese detrás una parte importante de
la población estos movimientos o bien no llegarían al poder o no se
mantendrían en él durante un mínimo de tiempo. Quizás el caso más
llamativo es el alemán, ya que es imposible pensar que solo un reducido
grupo de población pudo llevar a cabo la ingente labor que supuso el Holocausto.
Seguramente en momentos puntuales de la lectura emergieron en tu
imaginación imágenes en blanco y negro de coroneles cenando en elegantes
galas mientras su pueblo pasaba hambre, en desfiles masivos o la visión
de la brutal represión de una manifestación popular. Precisamente esa
debería ser nuestra imagen del fascismo, no solamente ligadas a
esvásticas o fascios. Además debemos ir más allá de lo simplemente
icónico y tratar de exponer las oscuras conexiones entre la ideología fascista y el liberalismo democrático.
En esto es clave la tesis marxista que se basa en el bonapartismo
como principio básico, ya que sucesos como la guerra civil española, el
fin del Chile de Allende, las dictaduras con apoyo estadounidense en
Hispanoamérica, la instauración de regímenes caciquiles y represivos en
la India y gran parte de África, son difíciles de interpretar si no
consideramos el hecho de la emergencia y potencialidad del movimiento
obrero, que en todos será brutalmente reprimido. Este posicionamiento es
razonable porque ya que el socialismo fue el único que se opuso
frontalmente al fascismo (no faltará quien cite el episodio del pacto
Molotov-Ribbentrop, olvidando que este fue el preludio de una de las
guerras más salvajes que ha presenciado la historia, algo impropio entre
estados de ideologías afines), mientras que el liberalismo democrático
tiene cierta complicidad y permisividad con el mismo, bastando con
recordar la política de No Intervención que condenó a España al ostracismo.
Además, nadie duda del carácter democrático de Winston Churchill,
el mismo que no dudaba en alabar a Mussolini por su combate sin cuartel
contra el comunismo. Ya para concluir apuntar que si en Europa, con un
vigoroso movimiento partisano y antifascista, se mantienen las
reminiscencias fascistas, en nuestro reino de España, donde también hubo
una cantidad ingente de luchadores y guerrilleros traicionados por su
partido, debido a lo cual no fueron capaces de imponerse, incluso a los
fascistas le cuesta renunciar a ciertos símbolos.
Para finalizar, no debemos olvidar que el fascismo va más allá de una esvástica o un fascio, de un duce o un caudillo, sino que este movimiento representa lo más oscuro de la sociedad moderna capitalista,
promulgando el regreso hacia un pasado que nunca existió, para
exterminar así a una clase que protesta por su derecho a una vida digna,
y la creación de un futuro que esperemos que nunca exista.
Fuente → asambleadigital.es
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