¡Abajo los borbones!


¡Abajo los borbones!
Arturo del villar

Hace ya 152 años, pero el ejemplo de la Gloriosa Revolución debe es-tar presente en la memoria de todos los españoles amantes de la libertad. Aquel viernes 18 de setiembre de 1868 la mayor parte de los militares de alta graduación y la casi totalidad del pueblo se pronunció contra la corrup-ción imperante en el reinado de Isabel II de Borbón y su Corte de los Mila-gros, en la que mandaban el confesor de la reina, un fraile desvergonzado que le perdonaba en confesión todos los pecados conocidos públicamente, lo que le ha permitido ser designado santo por la Iglesia catolicorromana, san Antonio María Claret, y una monja cínica, sor Patrocinio, apodada la Monja de las Llagas, porque afirmaba tener en su cuerpo los estigmas de la pasión de Jesucristo, aunque el médico que la examinó declaró que ella misma se hacía las heridas en manos, pies y costado.

La economía nacional estaba hundida y la inflación era insoportable, pero la reina dilapidaba el llamado Tesoro Real en sus caprichos. Además es-candalizaba a los vasallos honrados con su lujuria insaciable, que llevaba al real lecho no solamente al favorito de turno, sino a cualquier soldado de la guardia bien parecido: todo hombre podía ser amante de la reina, excepto su marido y primo por partida doble, que tenía a su propio amante particu-lar, y le era más fiel que su real consorte a los suyos.

Aquel histórico 18 de setiembre los militares y los civiles se unieron para lanzar un grito convertido después en consigna: “¡Viva España con honra! ¡Abajo los borbones!” Al día siguiente se publicó un manifiesto titulado simplemente “Españoles”, en el que se explicaba la urgencia de terminar con el reinado más corrupto habido hasta entonces en la triste historia de España. Estaba firmado por los organizadores del movimiento revoluciona-rio: Francisco Serrano Domínguez, duque de la Torre; Juan Prim, Domingo Dulce, Francisco Serrano Bedoya, Ramón Nouvilas, Rafael Primo de Rive-ra, Antonio Caballero de Rodas y Juan Bautista Topete. A ellos les corres-ponde el honor de haber salvado la honra de España aquel glorioso día.

LA BATALLA DE ALCOLEA

La cuestionada reina ordenó al general Manuel Pavía y Lacy, marqués de Novaliches, que organizase un ejército leal a su persona, para derrotar al revolucionario. El 28 de setiembre tuvo lugar el enfrentamiento entre las dos facciones militares en Alcolea, con una clara victoria de los revolucio-narios, comandados por el general Francisco Serrano Domínguez. Tenía que ser ese resultado, porque las tropas isabelinas lucharon forzadas y en contra de sus deseos, en tanto las revolucionarias combatían animadas por conseguir la liberación del reino con un gran entusiasmo.

Llegada a Madrid la noticia de la victoria popular, se constituyó el 29 de setiembre una Junta Provisional Revolucionaria, que proclamó la soberanía nacional y la destitución de Isabel II. La odiada exreina se exilió en Francia con una pequeña corte de fieles y amantes, y en París murió en 1904.

No fue un movimiento republicano, sino antiborbónico. Los revoluciona-rios quisieron poner fin a la corrupción inmensa del reinado, echando a la gordísimo soberana, conocida con el apodo popular de Isabelona por sus excesivas grasas. Nadie pensó siquiera en proclamar la República, sino que todos aceptaban una monarquía decente, con un rey que atendiera las nece-sidades del pueblo y tuviese un comportamiento digno, que pudiera servir de ejemplo para los vasallos.

Destacaba al frente de los conjurados el general Juan Prim, quien llevó a la Cortes la urgencia de encontrar un rey honrado entre las casas reales eu-ropeas. En un vibrante discurso fuertemente aplaudido el 20 de febrero de 1869 afirmó: “Restaurar la dinastía caída, imposible, imposible, imposi-ble”, y “Los borbones no volverán a reinar jamás, jamás, jamás”. El mo-narca elegido pertenecía a la casa italiana de Saboya, y reinó como Amadeo I, convencido de hacerlo sobre un manicomio, ya que no consiguió enten-der el carácter del pueblo español.

Fue entonces cuando se proclamó la República, el 11 de febrero de 1873, para llenar el vacío dejado por la abdicación del rey, y para impedir que pudiera aprovecharse la circunstancia para que ocupase el trono vacante el hijo de Isabelona, llamado Alfonso y apodado El Puigmoltejo, por los ape-llidos de su padre biológico, que no era el consorte de la viciosa soberana, sino el teniente Enrique Puig Moltó, creado vizconde de Miranda en agra-decimiento a tan señalado favor a la dinastía degenerada. La reina tuvo do-ce embarazos, ninguno causado por su real consorte, lo que era de dominio público no solamente en la nación, sino en las cortes europeas.

UN EJEMPLO PARA LA HISTORIA

Los borbones constituyen un capítulo vergonzoso en la historia de Espa-ña, desde el iniciador de la dinastía, Felipe V, que estaba loco, hasta el pun-to de pasar sus últimos años recluido en el palacio de El Pardo, custodiado por guardias que le impedían pasearse desnudo por las habitaciones pegan-do alaridos, como era su distracción favorita. No ha habido ni un solo Bor-bón que pudiera ser considerado un buen monarca.

Con la Gloriosa Revolución se puso en práctica del remedio para que no prosiguiera la inevitable degeneración de la dinastía corrupta. Sin embargo, intervino un general traidor para trastocar el sentido de la historia, y hacer que no continuara según lo deseaba el pueblo español, libre de borbones, como la propició Juan Prim. El 29 de diciembre de 1874 el traidor Martínez Campos se sublevó en Sagunto y proclamó rey a Alfonso XII, teóricamente apellidado de Borbón y Borbón, quedando así restaurada la dinastía. En esa ocasión el pueblo español sufrió en silencio la destrucción de sus esperan-zas de libertad, porque los militares no lo acompañaron.

La Gloriosa Revolución se hizo a la española, y resultó diferente de las revoluciones europeas. Los revolucionarios aprobaron que la exreina se instalase con su corte en París, en donde compró un palacio, porque no se investigaron sus cuentas en bancos extranjeros. Y no sólo eso, sino que se autorizó que reclamase y consiguiera las apoderarse de las joyas existentes en el Palacio Real. Esas joyas pertenecían a la Corona, de manera que no se debió permitir su salida de España.

Otras revoluciones europeas resultaron más radicales. Así, el 30 de enero de 1649 fue ejecutado Carlos I, exrey de Inglaterra y Escocia; el 21 de ene-ro de 1793 perdió la cabeza en la guillotina Luis XVI, exrey de Francia y el 17 de julio de 1918 fue fusilado Nicolás II, exzar de todas las Rusias.

No fracasó la Gloriosa Revolución, aunque no consiguió prolongar en la historia su programa. Escribió un pequeño capítulo de libertad para el pue-blo, terminado por una traición. En los momentos más críticos surge un mi-litar perjuro dispuesto a sublevarse por los borbones, y eso es imprevisible.


Pero la consigna lanzada en 1868 permanece desde entonces en la memoria colectiva del pueblo: “¡Viva España con honra! ¡Abajo los borbones!”


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