
Entre el año 2000 y 2018 se exhumaron en España 743 fosas de la
guerra civil y la posguerra. De ellas surgieron los restos de más de 9
000 individuos.
Aunque las exhumaciones cumplen un fin eminentemente social –permiten
a los familiares recuperar y enterrar dignamente los restos de sus
seres queridos asesinados– son, también, una actividad realizada con
criterios y métodos estrictamente científicos por parte de arqueólogos,
antropólogos y médicos forenses. Y, como tal actividad científica,
genera conocimiento. Esta faceta, sin embargo, es bastante menos
conocida que la social. Es precisamente en ella en la que queremos hacer
hincapié en este artículo.
La inmensa mayoría de las exhumaciones se han llevado a cabo para
recuperar los restos de represaliados republicanos. Pero esto no se debe
a un sesgo político, sino al hecho de que los asesinados en territorio
republicano fueron en su inmensa mayoría recuperados en la posguerra, con apoyo del régimen franquista. Cuando ha habido alguna reclamación reciente, se ha atendido: es el caso del pozo de la mina de Camuñas,
donde se documentaron, en 2010, los restos de unos 50 individuos
asesinados por los republicanos, incluidos sacerdotes y dos mujeres. Por
otro lado, también se han realizado numerosas intervenciones en fosas
con restos de combatientes de ambos bandos.
Crucifijos republicanos
Las exhumaciones nos permiten conocer mejor las identidades de las
víctimas y con ello desterrar algunos mitos. Por ejemplo, aunque la
guerra se presentó como una cruzada nacional por parte de los sublevados
a partir de septiembre de 1936, lo cierto es que las medallas
religiosas y los crucifijos se encuentran entre los objetos personales
más comunes en las fosas con víctimas republicanas. También han
aparecido escapularios y, en el caso de Retuerta de Bullaque (Ciudad
Real), un relicario recuerdo de una peregrinación a un santuario mariano
en Francia.
Para muchos creyentes, el asesinato era un castigo múltiple: no solo
porque se les arrebataba la vida, sino porque no se les permitía
confesarse y se les enterraba en espacio no consagrado, bien en campo
abierto, bien en un cementerio civil.
Entre las víctimas se contaban también religiosos, como el Padre
Revilla, exhumado en Gumiel de Izán (Burgos): el crucifijo que llevaba
en la mano y los restos de sotana permitieron identificarlo. El
sacerdote había denunciado los abusos de los falangistas.

¿Guerra fratricida o lucha de clases?
Se suele decir que la Guerra Civil fue un conflicto entre hermanos.
Aunque es cierto que enfrentó a familias, se trató más bien de una lucha
de clases: de ello ofrecen abundantes testimonios las fosas.
Las diferencias socioeconómicas se pueden observar en los restos
óseos: la altura media de las víctimas masculinas rondaba los 163 cm y
la de las mujeres, 153. Una talla baja debida a la mala alimentación y a
una vida muy dura, de la que tenemos también constancia en los huesos,
en forma de patologías provocadas por el esfuerzo físico y dentaduras
deterioradas.
Los objetos también hablan de esas diferencias de clase: de 60
víctimas de violencia revolucionaria exhumadas recientemente, dos
llevaban plumas estilográficas, un símbolo de estatus. El mismo número
que ha aparecido en la exhumación de los restos de unos 8 500
republicanos. El bajo estatus social de muchos asesinados republicanos
queda de manifiesto en las ubicuas alpargatas de suela de caucho o
neumático reutilizado.

Los objetos nos hablan también de lo que hacían las víctimas poco
antes de morir. Un joven de 20 de años de La Andaya (Burgos) llevaba
chapas con las que habría jugado en prisión para matar el tiempo,
mientras que en el cementerio de San Rafael (Málaga) apareció un juego
de dominó junto a una de las víctimas.
Uno de los asesinados en Castuera (Badajoz) fabricaba anillos para
intercambiar por comida en el campo de concentración de la localidad:
los anillos y trozos de monedas empleados en su fabricación aparecieron
entre sus huesos.
Por los informes de la Causa General sabemos que muchos de los
asesinados por los republicanos llevaban bata, pijama, neceser, cepillo
de dientes. Prueba de que los arrancaron de sus hogares en plena noche.

Las mujeres descalzas
Las exhumaciones también han arrojado luz sobre la violencia contra
las mujeres. Sus restos suponen en torno al 4% de los individuos
recuperados.
Por testimonios orales sabemos que la tortura y violación fueron
habituales. La arqueología ofrece pruebas circunstanciales de ello: a
veces aparecen sin zapatos, como en Albalate de Cinca (Huesca), o fueron
las últimas en ser enterradas y además en una zona concreta de la fosa,
como sucede en Llerena (Badajoz) y Escurial (Cáceres).
Las mujeres eran víctimas por su actividad política o en sustitución
de familiares varones. Es el caso de Jerónima Blanco, embarazada,
asesinada a los 22 años con su hijo de tres, en el Bierzo, por la fuga
de su marido. La exhumación descubrió sus restos incinerados.
Enterradores, asesinos y ladrones
La disposición de los cuerpos en el enterramiento dice mucho sobre
quién los inhumó. En Velilla (Valladolid), el enterrador sepultó con
respeto a Rafael y sus dos hijos, Zósimo y Felipe, a quienes conocía.
Colocó una mano del padre sobre Zósimo y otra sobre Felipe.
Cuando los muertos aparecen arrojados de cualquier manera o bocabajo
suele ser porque los enterraron sus asesinos. Una última humillación
para sus víctimas. En torno al 24% fueron inhumados bocabajo. También
era parte del castigo desvalijar a los asesinados tras su muerte. La
arqueología documenta esta práctica: en muchas fosas aparecen las
cadenas de los relojes pero no los propios relojes.

Maneras de morir
El estudio osteológico nos informa sobre las formas de asesinar. Los
traumas en los huesos nos informan sobre si fusilaron a las víctimas o
les descerrajaron un tiro en la cabeza, si les dispararon de frente o
por detrás. También, en ocasiones, sobre las torturas que les
infligieron antes de morir, o si cruzaron los brazos frente al rostro,
un gesto intuitivo y vano de autodefensa.
Pero los huesos nos dicen mucho más: la epifisitis en las vértebras lumbares, típica de la brucelosis, nos ayuda a identificar a quienes fueron cabreros, pues es una enfermedad típica de este oficio. Y la hiperostosis en las falanges, a un alfarero.
A veces se encuentran huellas de autopsia, porque al principio de la
guerra los forenses del territorio sublevado actuaban de oficio. Sin
embargo, a mediados de agosto del 36 llegaron órdenes para que dejaran
de hacerlo. En cambio, las autoridades republicanas ordenaron
exhumaciones en 1937 para esclarecer la violencia revolucionaria en
Cataluña. La investigación tuvo consecuencias penales.
Las exhumaciones permiten rescatar y dignificar las vidas silenciadas
por la violencia política. También conocer de forma científica el
pasado.
Este texto está inspirado en la tesis doctoral de Lourdes
Herrasti: ‘Arqueología de la Memoria. El método arqueológico aplicado a
la investigación de la historia reciente’, defendida en julio de 2020 en
la Universidad del País Vasco.
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