El bicentenario de la revolución de 1820 está suponiendo un renovado interés por uno de sus principales mitos y protagonistas
Rafael del Riego y Asturias
Manuel Alvargonzález
Sin ninguna duda, este bicentenario del estallido revolucionario de
1820 está suponiendo un renovado interés por uno de sus principales
mitos y protagonistas: Rafael del Riego (1784-1823), natural de Tuña,
Tineo. Esto no resulta sorprendente, pues la biografía de este personaje se amolda perfectamente a los cánones propios de un héroe romántico.
Él fue el gran desconocido que se atrevió a dar inicio al
pronunciamiento del 1 de enero en Las Cabezas de San Juan en un momento
en que el líder oficial de la conspiración —el coronel gallego Antonio
Quiroga— dudaba y actuaba con excesiva cautela y retraso.
Como ya he expuesto en otro artículo para Nortes,
la determinación y la audacia de Riego fueron factores decisivos a la
hora de salvar aquel desafío liberal al rey absolutista Fernando VII.
Tras eso, al asturiano le llegó una fama desbordante e internacional,
así como el recelo de los más conservadores y el odio de los
reaccionarios. Los siguientes tres años de régimen constitucional
supusieron para él un compendio de traiciones personales y llamamientos a
aprovechar su popularidad para tomar el poder político y salvar la
revolución. Riego, sin embargo, decidió ser siempre fiel a la legalidad constitucional que él mismo había ayudado a restaurar:
la máxima autoridad institucional que alcanzó fue la de diputado por
Asturias. Su final es bien conocido, acabó ahorcado en la madrileña
plaza de la Cebada después de la invasión de España por los Cien Mil
Hijos de San Luis. Dicha invasión, promovida por el propio Fernando VII,
permitió la restauración del absolutismo monárquico y el comienzo de
una década de represión y terror.
Así las cosas —y ya que Rafael del Riego era asturiano— conviene
reparar en su relación con su tierra de origen, ya que sin ella no se
puede entender al personaje. Para comenzar, hay que remarcar que algunas
de las biografías más notables que se le han dedicado fueron redactadas
por paisanos suyos en la década de 1930, cuando la II República
española tomó el Himno de Riego como el oficial del Estado. Tal es el caso de Los siglos de oro de Tuña, cuna de ilustres varones de la nobleza asturiana, obra del sacerdote Zoilo Méndez García (1932), y, sobre todo, de Riego: estudio histórico político de la revolución del año veinte de Enriqueta García Infanzón, quien firmaba como Eugenia Astur (1933).
Ambas obras profundizaron en los comienzos del general, quien había
pertenecido a una familia con una larga tradición en la administración
regional y en la Iglesia asturiana. De hecho, el propio Rafael del Riego estudiaría un año de Cánones en la Universidad de Oviedo,
y su apreciado hermano Miguel llegó a ordenarse sacerdote. También hay
que recalcar que su familia, la cual tenía el reconocimiento de hidalga,
estaba abierta a las ideas de la Ilustración y su padre, Eugenio del
Riego, tuvo cierta fama como poeta neoclásico e incluso fue premiado dos
veces por la Sociedad Económica Matritense por sus ensayos, centrados
en cuestiones de higiene y buenas costumbres de trabajo. No podemos
obviar que Asturias —una de las pocas provincias de España que entonces
contaba con universidad— vio nacer a algunas de las figuras más
destacadas de la Ilustración española, como Gaspar Melchor de
Jovellanos. También fue tierra de alguno de los diputados más relevantes
de las futuras Cortes de Cádiz (1810-1814), caso del conde de Toreno,
Agustín Argüelles y Álvaro Flórez Estrada.
Aunque la historiografía conservadora labró con éxito a lo
largo del siglo XIX una imagen de Riego como alguien atolondrado de
formación académica modesta —pienso fundamentalmente en Antonio
Alcalá Galiano—, lo cierto es que tenía unos estudios poco comunes para
un militar de la época, ya que además de un año de Cánones cursó
también estudios de Leyes y Filosofía por la misma Universidad de
Oviedo. Al respecto, hay que referenciar la ambiciosa y verdaderamente
extensa tesis doctoral de Víctor Sánchez Martín Rafael del Riego: símbolo de la revolución liberal
(2016), quien saca a colación a la biblioteca de dicha universidad. Era
ésta una de las más ricas de toda España en literatura prohibida que
llegaba de Europa, pues la Inquisición española no tenía bien vigilados
los puertos asturianos. Riego pudo, por tanto, conocer ya en la propia
Asturias el pensamiento revolucionario. Por desgracia, esta biblioteca
fue saqueada por las tropas imperiales franceses a su paso por la
capital asturiana en 1808, a comienzos de la Guerra de la Independencia.
Sánchez Martín también repara en que una vez terminada la guerra y
derogada la Constitución de Cádiz por Fernando VII, se decretó una real
orden el 6 de febrero de 1815 para investigar, entre otros centros, a la
Universidad de Oviedo por tener un profesorado con demasiadas simpatías
liberales.
Así pues, Riego creció en un ambiente ilustrado y abierto a las nuevas ideas de ciudadanía.
No era, sin embargo, el mismo hombre que haría historia en 1820, pues
muchas cosas iban a cambiar de forma radical con los acontecimientos que
marcaron su primera madurez. En Francia había estallado una revolución
en 1789, cuando él sólo tenía cinco años, y a eso siguió la guerra en
Europa y el imperio napoleónico. Mientras, en España, la monarquía de
Carlos IV se mostró incapaz de adaptarse a los nuevos tiempos y recibió
un golpe mortal en el motín de Aranjuez en marzo de 1808, momento en que
el hasta entonces príncipe de Asturias asumía violentamente la Corona
como Fernando VII. Ironías de la historia, Rafael del Riego —quien
rompiendo con la tradición familiar se había alistado en el ejército—
estaba ahí presente con el regimiento Asturias.
Efectivamente, en 1807 Rafael del Riego había ingresado en el
ejército español, concretamente en el prestigioso cuerpo de la Guardia
de Corps. Para ello contó con las influencias y relaciones de su
familia, de la que se separó ese año para ir a Madrid. A partir de ese
momento ya sólo volvería a Asturias de manera puntual.
Así, después de los hechos del 2 de Mayo de 1808 en Madrid que
evidenciaron definitivamente que el país sería ocupado por los
franceses, la Junta Suprema del Principado de Asturias se declaró
soberana y en rebeldía el día 25 de mayo: había dado comienzo la Guerra
de la Independencia (1808-1814). Rafael del Riego volvió entonces a casa
para ponerse a las órdenes de las milicias que se oponían a la
ocupación francesa, ingresando como capitán en el regimiento de línea de
Tineo. Pero Riego cayó prisionero de los franceses en noviembre en la
batalla de Espinosa de los Monteros y pasaría recluido en Francia los
años de la guerra, hasta que consiguió escapar a finales de 1813. A su
vuelta, Riego se preocupó de recuperar el tiempo perdido para medrar en
el ejército y apenas estuvo en la región. En 1815 fue destinado a la
frontera pirenaica y en 1817 se le destinó a Andalucía, donde una
revolución se gestaba.
Cuando todo parecía perdido, salvó la revolución con una marcha por Andalucía que fue seguida en toda España
El gran regreso de Riego tendría que esperar a octubre de 1820, y lo
haría ya consagrado como héroe. El 1 de enero se había pronunciado para
restaurar la Constitución de Cádiz y, cuando todo parecía perdido, salvó
la revolución con una marcha por Andalucía que fue seguida en toda
España. Sus alocuciones a los pueblos le hicieron conocido, y su
carácter amado. Riego se negó a fusilar a ningún reacio a jurar
la Constitución con la máxima de que conocía el precio de la libertad,
pero no olvidaba el de la sangre humana. Del mismo modo, tras
su triunfo, sería siempre un defensor del perdón y la reconciliación
nacional después de seis años de violento absolutismo. A su paso por el
Madrid liberal, en septiembre de 1820, quedó demostrado que era un
auténtico ídolo de masas, era más popular que el propio rey y que ningún
diputado de las Cortes. Por eso en gran parte el nuevo gobierno quiso
apartarlo y lo mandó, de malas maneras, de cuartel a Asturias. Sería su
última visita al Principado. Le esperaban banquetes y muestras públicas
de reconocimiento. El icono de la revolución española visitó Oviedo,
Mieres y, cómo no, su Tuña natal. Tal y cómo ha señalado recientemente
Elías Veiga, fue “como si llegase Dios”. Faltaban tres años para que la
suerte de la revolución y del revolucionario cambiasen drásticamente.
Riego sería ejecutado por Fernando VII en noviembre de 1823. Su leyenda
sin embargo no dejaría de crecer en el siguiente sigo como principal
mártir de la revolución liberal española.
Fuente → nortes.me
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