
“Juro por Dios y sobre los Santos Evangelios cumplir y hacer
cumplir las Leyes Fundamentales del Reino y guardar lealtad a los
principios que informan el Movimiento Nacional”. Estas fueron las
palabras bajo las cuales, Juan Carlos I prometió su cargo como monarca
el 22 de noviembre de 1975. Más de 40 años después, tras una vida de corrupción, libertinaje y expolio de las arcas públicas, toman sentido. Al Rey la democracia siempre le dio igual.
Escribía Valle Inclán sobre Alfonso XIII, abuelo de Juan Carlos, que
los españoles no echaron al último Borbón por rey sino por ladrón. La historia, que en ocasiones parece escribirse de forma circular, se repite. Esta vez, con la premisa de que no le echamos sino que se marcha, prófugo de la justicia, con la intención de limpiar la imagen de una Casa Real con la mierda hasta el cuello.
Política continuista
A pesar de todo, los principales pilares del Régimen del 78 defienden
el papel de Felipe VI, desligando su figura del mastuerzo de su padre.
Sin entrar en demasiados detalles sobre la estrategia setentayochista,
lo que estamos viviendo es el cierre de una crisis institucional por
arriba, desde las élites, obviando a una población que quiere decidir si
ser súbditos o ciudadanos y cuyo derecho está siendo desoído,
silenciado e ignorado. Por otro lado, no debería sorprendernos el
posicionamiento de la mayoría de los partidos de la escena política,
pues llevan años cerrando la puerta al derecho de autodeterminación de los pueblos, apaleando y acallando a quienes quieren votar y aferrados a una violencia que lleva décadas desaparecida.
En este sentido, la izquierda alternativa ha sido incapaz de articular una respuesta constructiva que se oponga al medievalismo de lo monárquico.
Las pasadas elecciones en Euskadi y Galiza, junto a la fuerza del 1 de
Octubre catalán, dejan clara la tendencia a seguir. En el camino, la
izquierda debe apostar por el derecho a decidir, por el empuje de
mejoras para la clase trabajadora en una república de repúblicas, donde
el “Ni Dios, ni rey, ni amo” sea la norma. La República no es un fin en
sí mismo, sino el medio para que la solidaridad internacionalista llegue
a lograr conquistas revolucionarias para los pueblos del Estado
Español.
República
Desde mi punto de vista, no podemos quedarnos en el recuerdo amargo
de una República que fue derrocada a golpe de fuerza bruta por el
fascismo y que incluso fue capaz de reprimir a aquellos que luchaban por
ella y por la Revolución Social. Tenemos que avanzar hacia
Repúblicas en las que hablemos del derecho a la vivienda, a un trabajo
digno, a unos servicios públicos de calidad, gratuitos y universales.
Nos encontramos en la obligación de dotar de contenido social a las
Repúblicas que queremos construir, porque también hay que garantizar un
acercamiento de la política a la vida de la gente de la mano de procesos
participativos, abiertos y transparentes.
La monarquía parlamentaria, en definitiva, es uno de los mitos
fundacionales de una supuesta transición modélica y, como todos los
mitos, suelen basarse en cuestiones irracionales, generalmente falsas,
que quedan ancladas en el sentir general. Por eso, derrocar al Régimen del 78 es fundamental para seguir abriendo espacios alternativos, democráticos y plurales.
Que nadie crea que el 23F el rey salvó a España de un golpe de
Estado, porque es como decir que Fernando VII nos salvó de la invasión
Napoleónica. Ni que Felipe “el Preparado” no conocía nada del entramado
corrupto de su padre, de su abuelo y de su bisabuelo porque es cómplice y
cabeza de una institución corrompida. Que nadie crea que esto se
soluciona mandando a un prófugo de la justicia de vacaciones pagadas a
República Dominicana. Es tiempo de Repúblicas. Es momento de juzgar el pasado y decidir nuestro presente y nuestro futuro. De cualquier otra forma, las moscas cambiarán pero la mierda seguirá siendo la misma.
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