¿Los borbones a los tiburones?

¿Los borbones a los tiburones?
Pedro García Olivo

¿LOS BORBONES A LOS TIBURONES?
El Juan Carlos ese como cifra de toda la clase política 

«Los Borbones a los tiburones» fue un lema «punk» que hoy no comparto: los tiburones no deben consumir esa carnuza, tan putrefacta; la Salud dice a todas las especies de la Tierra que no deben, no debemos, consumir Borbones.

Era un niño y mis profesores me decían que un tal Juan Carlos era fruto de la consanguinidad de los Borbones, costumbre de cruzarse entre familiares que producía de vez en cuando seres tarados, con inteligencias recortadas. Por aquellos días, ese tal Juan Carlos no era rey de nada; y por eso mis maestros hablaban de él con libertad. Me contaron que, en Italia, ingresó en un Centro para la recuperación de «subnormales». Aunque era muy joven, sentí repugnancia por esa expresión y me desagradó, aunque también comprendí lo que con ella mis «profes» me querían comunicar: que la inteligencia no era lo fuerte en Juan, y sí, acaso, el gusto por la vida y por los placeres de la vida. Me sugerían que era un tontorrón vividor.

Pareciera que ese linaje progresivamente degradado adquirió consciencia de su mal, e hizo esfuerzos por «refrescar» la sangre: y una infanta se casó con un deportista no-noble, goleador que acabó goleado por la Justicia; y el heredero de la herradura (me equivoqué: quise decir el heredero de la Corona, pero estaba pensando en el burro de mi vecino, que se llama Miguel de Cervantes, aunque lo llamamos «Miguelón») contrajo matrimonio con una periodista.

Un tanto crecido, ya en la Universidad, se me dijo, de una manera más fundada, que Juan Carlos fue elegido por Franco y su camarilla para modernizar el sistema de explotación clasista en España. Inadmisible la Dictadura, a nivel internacional, ya disfuncional en todos los aspectos, interesaba a las oligarquías y a las clases dirigentes un «tránsito a la Democracia»; y para ello podía convenir un monarca absolutamente manejable, sin criterio propio, sin opinión, sin inteligencia, una suerte de marioneta guiada por los poderes sociales y políticos que anhelaban seguir controlando el país bajo otro formato, nominalmente «democrático».

Me hice mayor y cada vez que escuché hablar al rey, como cuando vi aquel reportaje de la BBC sobre las monarquías en Europa, que se transmitió de madrugada en España; cada vez que me llegaron sus «mensajes de fin de año», que otros le redactaban y él leía casi medio mal, me asaltaba la certidumbre de que esa persona ni siquiera estaba al nivel de los alumnos aprobados con un suficiente bajo en nuestros tan deplorables «centros de enseñanza». Goya reflejó muy bien este déficit de los Borbones, en el cuadro que aquí reproduzco y que, para más inri, la familia real le agradeció y recompensó...

Ahora se ha ido un poco, pero ha dejado a su vástago. Ahora muchos lo critican y bastantes lo siguen defendiendo. Y yo los escucho. Oigo lo que dicen Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, los líderes de la derecha y todos los demás; y alcanzo la misma conclusión: son como el rey y los tiburones deberían privarse de consumir carne tan insalubre.

A toda la clase política le ocurre lo mismo que a ese Juan Carlos: guiñoles de los poderes económicos, bastante acomodados en el orden capitalista, se comportan como mediocridades charlatanas con ganas de disfrutar de la vida mientras reproducen el sistema con cada una de sus respiraciones alquiladas, de sus palabras vacías o mentirosas.

La monarquía a la basura; pero, por favor, a una basura no recicable. La república a la basura también, y corriendo. Toda la clase política al basurero. Decía Bertrand Russell: «La clase criminal está incluida en la clase hombre». Y estoy de acuerdo... Pero la «clase política» va contra la humanidad posible y contra la vida pensable. No le alcanza ya la extraña dignidad divergente del criminal.

(Asfixia)

Pedro García Olivo, Alto Juliana, Aldea Sesga, Rincón de Ademuz, Valencia, 7 de agosto de 2020 pedrogarciaolivo.wordpress.com

Comentario al artículo en el Facebook de P. García Olivo:

Albert Zaragoza Gas.
Hola Pedro te voy a dejar unas píldoras de reflexión: la corrupción como problema del leviatán no nuestro, el nuestro es soportarlo, como esta puede medrarlo, y como el aparato de poder intenta corregir esos errores para perfeccionarse. La corrupción como elemento de aquello que nos hace humanos, que de algún modo humaniza al aparato de poder, y por tanto es algo de lo que se quiere desprender. La corrupción como un problema público, cuando es un problema estatal, son agujeros en el barco, pequeños errores que lastran a la máquina, y como la opinión pública participa y se preocupa de un problema que no les atañe, más bien les perjudica. ¿Por qué, si no se lo gastan en fiestas en barcos y en prostitutas, en buen vivir, en que se lo gastarán, en cámaras de reconocmiento facial, en tanques, en drones espías, en salarios para mercenarios? En cierta manera la corrupción de aquellas cosas que suavizan la carga del estado, que lo hacen menos competente; lo otro, el estado incorrompible es una apsionadora, y ahora la quieren hacer con inteligencia artificial, sin sentimientos, sin ninguna manera de corromperse, una máquina perfecta de dominio sobre los humanos. Por eso cuando escucho a gente quejarse de la corrupción, en mi interior me digo, bendita corrupción, que humanizas la existencia.


Fuente → grupotortuga.com

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