
Huida de un crápula sin corona, destino, ni vergüenza
Daniela Maella Botero
Los últimos acontecimientos respecto a la casa real española
cumplen todos los requisitos dignos de este año épico y convulso. El
“corona” ha hecho mella en la población y la opinión de la población ha
hecho mella en la corona. Doble crisis. Esta institución ha
llegado a un punto de no retorno en el que las decisiones y acciones que
ha tomado el emérito imperfecto en el pretérito imperfecto están
haciendo temblar el pulso de la monarquía española y levantando
asperezas acerca de la utilidad de esta institución desfasada, y para
mí, anacrónica. La huida de Juan Carlos I para no afear más el Reino, a
raíz de las informaciones que le perjudican respecto a sus problemas
judiciales y sentimentales, es una estrategia de protección en vistas al
reinado del actual rey y un “mea culpa”. Como si de un enroque
de ajedrez se tratase, en un solo movimiento, el rey emérito queda
protegido del jaque mate y la torre (La Zarzuela) toma el control para
lavar la cara sucia de la moneda real y seguir en circulación.
La vena estratega parece que porta sangre azul, por ella corre la
necesidad de fuga, cuando la marea se levanta o al menos se revuelve. Se
han autodesvirtuado tanto que se han convertido en una caricatura de sí
mismos, protagonistas de su propia película de acción y de todo tipo de
memes.
España necesita hacer reseteo, pero sobre todo un referéndum en el
que el pueblo pueda escoger lo que más le conviene, y en ningún caso,
creo que sea mantener a una estirpe de vividores y luego desertores,
endógenos, que no hacen más que engrosar un historial de prácticas
deshonrosas y escándalos tan largo como la lista de títulos nobiliarios
que ostentan. Se supone que la función de este instrumento es la
representación del país y las relaciones internacionales, sin embargo,
parece que simplemente son ejemplo de todo lo que no hay que hacer, ni
como personas, ni como institución. El relevo de Felipe tras la
abdicación de su padre en 2014 se erigió como un intento de “borbón” y
cuenta nueva, pero el intento ha salido rana: solo un amago de aparentar
normalidad y tranquilidad. Su padre ha roto cual crápula los cimientos
que le fueron regalados honoríficamente por la Transición y su vástago
no los puede reconstruir. Quizás es hora de desechar el excedente y poner en barbecho el sistema.
Juan Carlos el emérito imperfecto no reinaba por meritocracia (en
pretérito imperfecto) aunque los defensores de la monarquía apelen a que
fue elegido por los españoles. Es un argumento falaz. La realidad es
que el gobierno de Adolfo Suárez apostó por potenciar la imagen del rey,
tal y como reconoció el mismo expresidente en una entrevista de Antena 3 a Victoria Prego en 1995,
gracias a un descuido. Suárez revela que se introdujo el término “rey”
en la reforma política para garantizar la implantación de la monarquía.
De este modo, se manipuló el inexistente referéndum, aprobada la Constitución (que incluye al rey), aprobada la monarquía parlamentaria.
Algunos recordarán dónde se encontraban y qué estaban haciendo aquel lunes 23 de febrero de 1981, la conocida como noche de los transistores,
en el fatídico momento en el que escucharon por la radio que unos
guardias civiles liderados por Tejero habían ocupado la cámara del
Congreso. Una ola de pánico y terror inundó el corazón de los españoles,
cuyo recuerdo del franquismo era extremadamente reciente; y ante la
amenaza de un nuevo régimen totalitario, estremecían de miedo. Después
de 40 largos años de dictadura, el imaginar que fuera posible volver a
aquella situación provocaba escalofríos.
El papel del soberano en aquella eterna jornada fue memorable,
tomando el rol de mediador y logrando que el golpe de estado se quedara
en un intento. Juan Carlos I se postulaba como el “rey
demócrata” ante los medios de comunicación, los aplausos y alabanzas no
cesaban de sucederse e incluso aquellos que se oponían al sistema
monárquico se consideraban “republicanos, pero juancarlistas”.
No fue hasta años después cuando voces censuradas como las del propio
Tejero dijeron públicamente que esa tarde de 1981 habían seguido
instrucciones dictadas por la propia Casa Real, sugiriendo que todo era
una pantomima orquestada por el círculo del monarca para afianzarlo en
el trono y ganarse el favor mediático.
Juan Carlos necesitaba esa coletilla del “democrático”, dado que fue
un rey puesto a dedo por el dictador en 1969 mediante la “Ley de
Sucesión en la Jefatura de Estado”, dejando Franco todo “atado y bien
atado”. Por ello, resulta paradójico hablar de la denominada
“transición”. Quizás al principio de su reinado la imagen del rey
todavía se sostenía y valoraba, porque tras una dictadura, cualquier
roce es caricia, pero con los años su imagen ha sido devastada por él
mismo tras sus acomodamientos y su moral distraída. El detonante iba dentro del rifle con el que se fue a cazar elefantes en 2012 a Botsuana.
Con el paso del tiempo, el líder de la Casa Real ha acumulado
demasiados deslices como para seguir haciendo la vista gorda. Una
persona que ha vivido en la Zarzuela durante 58 años, pero que de no ser
inmune e impune, podría estar en Zuera, cerca de Zaragoza, ciudad con
la que está muy relacionado. Se trata de un hombre que ha disparado un
arma en más de dos ocasiones, que ha cobrado comisiones ilegales, que
tiene cuestionables relaciones con regímenes totalitarios, que ha
engañado al pueblo y ha campado a sus anchas, pero sobre todo ha
defraudado a los suyos y delegado en su hijo toda la responsabilidad.
Esta descripción podría ser la del protagonista de una película de
temática gánster italiana, ya que imitan patrones y se rigen por valores
atribuidos a la mafia, como la ley de la “omertá”, el “honor” y la
defensa del clan. El personaje que nos ocupa, a pesar de ser emérito de
España, nació en Roma. Ya saben, un asunto de Cosa Nostra o Caso Nóos.
En relación a la biología, son un linaje con muchos años de historia a
sus espaldas pero nunca exentos de polémica y corruptelas. Este
proceso, que no procesamiento (por ahora), tras el vuelo en alza del
emérito sin destino confirmado ya podría ser como el periodo de vida de
una mariposa monarca: breve y efímero. No me malinterpreten, no
deseo que muera el perro, solo la rabia, no una persona, sino la
institución, que lejos de ayudar, dificultan y decepcionan. Las
mariposas monarcas atraviesan cuatro etapas en su ciclo vital: huevo,
larva, pupa y adulto. No es necesario aclarar que nos
encontramos en medio de la pupa, en plena supuración, tras la imputación
de Corinna Larsen, una de las numerosas amantes de Juan Carlos I.
De este modo, todos los errores del rey emérito se han puesto sobre la
mesa. Parece que en un sutil aleteo de mariposa se ha abierto un debate
que promete acarrear cambios, y ojalá entremos en la etapa adulta con
aires de solución a este clan chupóptero.
En medio del despropósito, el emérito zar ha quedado como la suela de
un zapato y antes de dar la cara ha abandonado la Zarzuela. Se escapa
antes de que se hunda el barco. Él sí ha podido hacer borrón y
cuenta nueva, y aunque Felipe VI haya manifestado que renuncia a la
herencia de su padre, en el marco legal, la realidad es que no se puede
rechazar un testamento sin que el testador haya fallecido. En
el marco subjetivo, ya cuenta con un legado que no puede sortear, la
mala fama y la misión de enmendar los errores de su padre en su etapa
crápula y casquivana. Quizás el trono aún puedan mantenerlo, pero han
perdido toda la credibilidad que les pudiese quedar. Nunca han sido una
familia normal y nunca lo serán: ni luchan por llegar a fin de mes, ni
están pendientes de cobrar un ERTE, tampoco Felipe VI tendrá que pagar
un impuesto de sucesiones, cuando herede (que lo hará).
Recuerden que, al finalizar el juego, el rey y el peón
vuelven a la misma caja; si son iguales a nosotros, ¿por qué tenemos que
pasar por alto su mala praxis? No podemos autodenominarnos
estado democrático y seguir manteniendo a unos parásitos en el poder; es
un régimen arcaico y desfasado, impropio del estado moderno que
presumimos ser. Si Felipe VI quiere apuntalar la monarquía, no se tiene
que desvincular de los hechos que ha llevado a cabo su padre, sino que
debe de asumir y preparar el terreno para un futuro, pero cercano a un
referendum que de verdad otorgue voz al pueblo. Entonces sí que se
manifestará la democracia y, según el resultado, pasaremos de página. Si
he sido mordaz, es porque lo prefiero a ser amordazada; lo siento mucho, me he equivocado. No volverá a ocurrir.
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