

El fascismo quiere que hablemos para minar el principio
de jerarquía entre las opiniones a fin de que no se pueda distinguir
entre lo verdadero y lo falso en función de quien lo afirma.
El fascismo
articula la tradición procedente de algún lugar del pasado, normalmente
combinada con elementos religiosos; visión mística del orden;
interpretaciones nacionalistas; valores de comportamiento tradicionales;
y programa económico que puede ligarse tanto a la intervención del
Estado como al liberalismo.
La
agenda fascista se centra en cuestiones típicamente privadas, tales
como la familia, la sexualidad, la religión, la estética, entre otras,
paralelamente al énfasis en las instituciones estatales y en los códigos
legales/morales que deberían ocuparse de ellas. Las derechas actúan
sistémicamente a favor del capital y de los capitalistas por medio de la
construcción figurada del “orden”. Se opone con violencia verbal,
estética y física a los que, real o imaginariamente, protestan contra
el capitalismo y/o contra las desigualdades producidas por ese sistema.
Por ello, los trabajadores son, fundamentalmente, las primeras víctimas
de las políticas económicas, así como sus organizaciones (sindicatos,
partidos y otras formas de representación política) sus víctimas
políticas.
«Al convencer a todo el mundo de que sus opiniones valen lo mismo, al final nadie valdrá más que nadie.»
Sin embargo, la clase trabajadora es un nicho de votos demasiado
importante para tirarlo exponiendo todo lo indicado de manera clara y
debatiendo sus propuestas de una manera abierta. Mientras que en una
democracia como la nuestra el sistema de gobierno está fundado en la
discrepancia y las opiniones son distintas y variadas, el fascismo, que
antes identificaba a los disidentes y los hacía callar metiéndolos en la
cárcel (o al estilo español, en una cuneta), ha tenido que adaptarse.
El fascismo quiere que hablemos, que los contrarios muestren su
opinión, pero siempre, todos a la vez y acerca de todo. Si millones de
personas que antes tenían la televisión y los periódicos como punto de
referencia ahora se pasan la vida en redes sociales comentando,
compartiendo, asintiendo o discrepando, no hay motivo alguno para
impedírselo, porque el hecho mismo de que todo el mundo lo haga
convierte sus opiniones en algo indistinto. En definitiva, irrelevante
El mensaje está claro: al convencer a todo el mundo de que sus
opiniones valen lo mismo, al final nadie valdrá más que nadie y todo,
ideas y personas, serán perfectamente intercambiables. De esta forma, se
mina todo principio de jerarquía entre las opiniones a fin de que no se
pueda distinguir entre lo verdadero y lo falso en función de quien lo
afirma. Para lograrlo, desacreditan a las figuras públicas que poseen
una autoridad moral o científica, es decir, a los que poseen el
conocimiento.
Las redes sociales tienen un gran potencial para la difusión del
fascismo: se puede hablar directamente a los ciudadanos sin pasar por
los mediadores sociales. El mensaje, sea cual sea, puede llegar sin
filtros (y sin verdad) con mensajes breves, claros y memorizables.
Sin periodistas, sin preguntas tendenciosas, sin entrevistas… un
perfecto caldo de cultivo para los intolerantes. Y sobran los
periódicos, Los propios seguidores ultras difunden los mensajes.
Fuentes:
Francisco Pinto da Fonseca,
Carmen Pineda Nebot. (2020). Las expresiones de la derecha en Brasil y
en España: conservadurismo, neoliberalismo y fascismo.
Michela Murgia. (2019). Instrucciones para convertirse en fascista. Italia: Seix Barral.
Michela Murgia. (2019). Instrucciones para convertirse en fascista. Italia: Seix Barral.
Fuente → contrainformacion.es
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