
La pandemia mundial de la COVID-19 ha coincidido con un aluvión
de inquietantes noticias sobre la monarquía española. Miles de familias
todavía muestran su dolor y duelo por la muerte de sus seres queridos,
mientras que los primeros efectos de la crisis económica empiezan a
hacerse evidentes en España. Y al mismo tiempo, los medios de
comunicación no cesan de recoger los negocios nada transparentes de Juan
Carlos I, antiguo jefe del estado y actual rey emérito, que ha
abandonado el país tras las investigaciones abiertas sobre supuestos
fondos en paraísos fiscales.
Como siempre, el presente es un lugar óptimo para reflexionar sobre
el pasado. Marca la agenda de los historiadores que, como parte de la
sociedad, se hacen preguntas sobre determinados problemas, preocupados
por el futuro que está por venir.
Ejemplo paradigmático de todo ello es el último libro de Paul Preston: Un pueblo traicionado. España de 1874 a nuestros días: corrupción, incompetencia política y división social
(editorial Debate). La obra, aparecida poco antes de la pandemia
mundial, no puede ser más oportuna, y quizá no ha recibido la atención
que merece.
Se trata de un libro imponente sobre la corrupción y el mal hacer
político desde el último tercio del siglo XIX hasta nuestros días.
Adoptando una perspectiva política desde arriba, Preston analiza el
poder y su ejercicio durante casi siglo y medio de la historia de
España. La tesis central es, siguiendo las palabras de Antonio Machado
insertadas en el prefacio y escritas durante la guerra civil española,
que en “España lo mejor es el pueblo”, frente a una clase política que
generalmente no ha estado a la altura.
La Restauración como punto de inflexión
Tiene razón Preston al comenzar su análisis en los días de la Restauración (1874-1923). El régimen construido por Antonio Cánovas ha sido identificado por algunos historiadores conservadores como un
precedente de la democracia actual. Alaban el supuestamente tardío
liberalismo en España y la estabilidad política.
El análisis del periodo de Un pueblo traicionado deja en
evidencia estas aseveraciones: chanchullos, escándalos, pelotazos y
corrupción generalizada de una clase política a la que, a pesar de sus
pomposos discursos nacionales, poco parecía importarles la sociedad para
la que, desde luego, no gobernaban.
Es la época del caciquismo y de las corrupciones electorales, pero
también del enriquecimiento de buena parte de las élites en el contexto
de una difícil modernización del país.
Preston asume la tesis de historiadores como Francisco Romero
Salvadó, evidenciando que en la larga crisis de este sistema político,
la clase política (y el rey Alfonso XIII) apostaron por una solución
autoritaria para poner a salvo sus intereses e impedir la
democratización del sistema.
Alfonso XIII y Primo de Rivera, corrupción y caciquismo
En este punto, causa sonrojo contemplar la despreocupación de Alfonso
XIII hacia su pueblo. Mientras que el sistema se descomponía, su pasión
por el ocio y los deportes (especialmente por los automóviles)
convivían con sus caprichosos manejos políticos.

También con sus sospechosos negocios (baste citar su relación con el Desastre de Annual de 1921), que le permitirían acumular una espectacular riqueza para cuando marche al exilo.
La Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), instaurada mediante un golpe de estado con la aquiescencia
del rey en 1923, no supuso un cambio de rumbo, a pesar de las promesas
del general jerezano de acabar con el caciquismo.
Es este un periodo de grandes inversiones públicas y de cierta
bonanza económica lo que, en un marco de censura y de dictadura, dio pie
a una corrupción más que destacada. Como siempre ocurre, la falta de
transparencia y de independencia de los poderes públicos redunda en el
aumento espectacular de la corrupción y de la discrecionalidad política.
La promesa de la II República
Para Paul Preston la II República es un momento de cambio y de
renovación en la historia de España. El régimen de 1931 traza un
ambicioso programa político de reformas pendientes con el fin de
modernizar el país.
No obstante, este también es tiempo de incompetencias y de
corruptelas. De las primeras nos relata el historiador británico
algunas, revisando un periodo difícil y controvertido que tan bien
conoce. De las segundas también hay bastante en sus páginas: es
demoledora la reconstrucción que hace de la figura de Alejandro Lerroux,
el líder durante décadas del Partido Republicano Radical, presentado
como un auténtico campeón de la corrupción política y del lucro personal
y familiar.
Las consecuencias de la Guerra Civil
En la época de la guerra civil española, auténtica cesura en nuestra
historia, se produce un cierto viraje en la temática del libro.
Preocupado por las consecuencias humanas, económicas, sociales,
culturales y políticas de la guerra desencadenada por el golpe de estado
fallido de julio de 1936, Preston no se centra tanto en la corrupción,
sino en las terribles consecuencias que tendría la contienda para los
españoles.

Su retrato del general Franco y de sus allegados, obsesionados desde
el principio por sus ambiciones de poder y enriquecimiento, conviven con
el sufrimiento de buena parte de la sociedad y con la destrucción de la
democracia en España.
El enriquecimiento de los Franco
Mención aparte merecen los negocios de Franco y de su esposa “Doña
Carmen”, un verdadero clan dispuesto al enriquecimiento con impunidad
absoluta, desde homenajes que escondían las sombras de la represión
(como el “regalo” del Pazo de Meirás), a visitas a joyerías de la esposa
del dictador que dejaba en la estacada por no pagar lo que retiraba,
pasando por la implicación en negocios de estraperlo (citar la venta de
café en el mercado negro, donado al pueblo español por el dictador
brasileño Getulio Vargas, con el que el general obtuvo unas ganancias de
7,5 millones de pesetas), y la constitución de empresas pantalla tras
las que estaba el “Caudillo” y su familia.

Pazo de Meiras, residencia veraniega de la familia Franco / Shutterstock.
Preston derrumba la imagen de Franco y de su círculo como persona
honesta y ajena al lujo o al lucro que durante años cinceló la
dictadura. Además, nos ofrece una descarnada imagen del poder, a medio
camino entre la denuncia y el esperpento de una clase política mediocre a
la que las dificultades de las clases bajas importaban realmente poco.
La dictadura, otro tipo de caciquismo
Esta forma de gestionar el poder y la persistencia de la corrupción
unen los años de posguerra y las décadas siguientes de la dictadura. Los
años del desarrollo y del crecimiento económico fueron enarbolados por
el franquismo para construir el mito del progreso y de la modernización.
El libro vuelve a cuestionarlos, dando buenas pruebas de cómo el
crecimiento económico español convivió con unos niveles de corrupción y
de enriquecimiento que fueron posibles, otra vez, por la existencia de
una dictadura. Y por supuesto, se evidencia otra de las ideas sostenidas
por Preston: Franco y su régimen hicieron de la corrupción un arma
implacable para generar adeptos y mantenerse en el poder. A costa, claro
está, de las dificultades de la mayoría de la población.
La corrupción durante la Transición
Los años de la transición son recogidos en el libro como un momento
clave en la historia de España. Preston reconoce la capacidad de los
políticos (y de la ciudadanía) por alcanzar un consenso para construir
una democracia fuerte y sólida que trajese la ansiada modernización al
país. No obstante, la corrupción continuó, si bien de manera muchísimo
más atenuada que durante la dictadura.
Ahora los escándalos (como los de los años del gobierno del PSOE de
finales de los 80 y primeros 90, como los del PP durante buena parte del
siglo actual) saltaban a una prensa libre y, a pesar de todas las
imperfecciones del sistema, eran juzgados por los tribunales.
No cabe duda que el nacionalismo ha sido, en todas sus variantes, un
pretexto perfecto para justificar la llegada al poder y su desempeño
caprichoso. Desde la Restauración a nuestros días los discursos
nacionales se convierten en verdaderos pretextos para justificar el
ejercicio del poder, actuando de auténtica pantalla que apela al “bien
del pueblo” pero que esconde los intereses más oscuros de parte de la
clase política. Es algo que no es privativo del nacionalismo español:
ahí está el ejemplo del nacionalismo catalán y de los Pujol, que Preston
también relata.
Democracia, polarización y monarquía
Un pueblo traicionado concluye con unas desgarradoras
páginas sobre la crisis de 2008 y sus consecuencias sociales. Aún así,
los escándalos derivados de la corrupción fueron moneda común en esos
años, utilizando los recursos públicos para fines políticos y el lucro
personal (caso ERE en el PSOE, casos Púnica y Gürtel en el PP, entre
otros). Y todo, en un ambiente de división y polarización política que
se aleja de las verdaderas necesidades de los ciudadanos, como los días
en los que vivimos también confirman.
Quizá premonitoriamente al momento actual, el último párrafo del
libro está dedicado a Juan Carlos de Borbón, quien para Preston ha
dejado de ser “un héroe nacional”. Está claro que es así, y que quedan
no pocas páginas por escribir sobre la corrupción y la incompetencia
política en el futuro.
Seguramente la historia de España no es distinta de la del resto de
países europeos. La corrupción y la mala gestión política forman parte
de la naturaleza del poder. Pero es evidente que la democracia (siempre a
perfeccionar) es la mejor herramienta que tenemos para controlar al
poder y asegurarnos que, realmente, mire por el bien público. Quizá esta
es la vía más segura para que ningún pueblo sea “traicionado” por sus
clases dirigentes. En tiempos de pandemia, no es una vacuna frente a
todo ello. Pero sí una buena y necesaria práctica de medicina
preventiva.
Fuente → theconversation.com
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