
La editorial Siglo XXI publica la adaptación de la tesis con la que el historiador ferrolano Francisco Leira consiguió el Premio Miguel Artola con “Soldados de Franco”. DIARIO DE FERROL 27 DE JULIO DE 2020
Asegura el ferrolano Francisco Leira respecto de “Soldados de Franco”
que “lo bonito de la investigación histórica es que prevalezcan las
dudas y las preguntas, más que las certezas”.
¿Cómo surge “Los soldados de Franco”?
Forma parte de mi tesis doctoral, dirigida por Lourenzo Fernández
Prieto, Aurora Artiaga Rego y Andrés Domínguez Almansa. En una
conversación con Lourenzo Fernández, nos dimos cuenta de que había una
pregunta que no había sido respondida por la historiografía española
sobre la Guerra Civil: ¿Quiénes eran los miembros del ejército de
Franco? A menudo el discurso público del pasado los definía como
africanistas, falangistas, carlistas, conservadores o monárquicos. Pero,
¿los soldados? ¿Quiénes eran aquellos individuos que verdaderamente
hicieron la guerra? De ellos se pasó de puntillas e incluso se aceptó
esa definición. Entonces surgió la idea de estudiar este colectivo,
intentar dar respuesta a esa pregunta para que no fuese el discurso
público quien invadiese la realidad. Luego surgieron nuevas preguntas y
más memorias colectivas, puesto que a medida que investigaba surgían más
y más personas que me decían “mi abuelo (o mi padre) estuvo en la
guerra. Luchó en el bando sublevado porque le tocó aquí”. Estas memorias
familiares, que construyeron una memoria colectiva que el poder
franquista silenció y que la democracia no quiso prestar atención,
tenían gran parte de veracidad. De ahí el hacer una investigación
histórica para salir tanto del discurso público como de la memoria de
que fueron a la guerra porque “les tocó aquí”. Así, se demostró que
ambos ejércitos, aunque yo me centro en el sublevado, se formaron a
través de la recluta forzosa, pero quisimos ir más allá y estudiar la
experiencia de guerra. En este sentido, muchas se decantaron porque la
guerra provocó que los soldados se fuesen acercando a los postulados
franquistas una vez terminada. En Europa se decía que la Primera Guerra
Mundial provocó el crecimiento social del nazismo. Este mismo esquema se
quiso trasladar aquí, pero la conclusión a la que llegamos es
diferente, y es que la guerra provocó un cansancio físico y mental que
hizo que la gente se adaptase al nuevo régimen antes de que siguiese la
violencia. No obstante, se respetan todas las conclusiones porque pueden
ser complementarias. También se estudió la camaradería en el frente, la
propaganda, el papel de la religión, la desmovilización militar, la
Delegación Nacional de Excombatientes… Es un estudio completo sobre todo
lo que envolvió al soldado antes, durante y después de la guerra. Es
emocionante cómo de una pregunta tan sencilla se pudo hacer un texto tan
extenso y que fuesen surgiendo más incógnitas y que, ya publicado,
prevalezcan las dudas y las preguntas, más que las certezas: eso es lo
bonito de la investigación histórica. Estas enseñanzas se las debo a mis
directores y al grupo Histagra.
¿Cómo fue el proceso de recopilación de la documentación de una obra que se enmarca en el campo de la historia social?
La historia social estaba empezando a ser menos empleada por los
historiadores. Cada vez se usaba más la historia cultural e incluso del
giro lingüístico. La historia social era la que más podía acercarme a la
masa de reclutas a través de personajes que vivieron esa experiencia.
Eso sí, siempre acercándome a la historia cultural y su metodología, que
es muy útil. Las fuentes principales son las de archivo, ocho militares
y cinco civiles. El archivo es el hábitat del historiador. Pero no solo
empleé esa documentación. Consulté una treintena de periódicos,
semanarios o publicaciones de época; 105 entrevistas orales a
excombatientes –40 realizadas por mí y otras por compañeros como mi
director de tesis, Andrés Domínguez, uno de los mejores historiadores
orales de España–. Para esto, los proyectos “Nomes e Voces”
(nomesevoces.net) y terraememoria.usc.gal fueron fundamentales. A esto
hay que sumarle las memorias escritas después de la guerra y diarios que
se han editado y publicado en los últimos años. Y, por supuesto, todo
lo aprendido con las lecturas de cientos de libros y artículos. Hay que
estar muy orgulloso de los historiadores que tenemos en Galicia y en
España.
¿Qué documentos inéditos presenta?
En general, todo es novedoso (ríe), porque las preguntas que planteé
al pasado eran distintas de las realizadas por otros compañeros. Ni
mejores ni peores, sino que es lo que ocurre en todas las nuevas
investigaciones. Destaco los listados que elaboraba el servicio de
información de soldados díscolos, con información sobre su ideología o
pertenencia a un partido político. También todo lo relacionado con la
vigilancia dentro de las unidades militares. Por ejemplo, una carta del
hermano de Franco protestando por la cantidad de servicios secretos que
había al comienzo de la guerra, puesto que las milicias tenían el suyo y
el ejército también. Asimismo, el informe del Milans del Bosh y del
ingeniero Michimbarrena, sobre Gernika. También otro, “La tercera
España”, creado por el Servicio de Información del ejército de Franco y
que no ha sido estudiado por nadie. Según el servicio de información,
había varios miembros que querían buscar una solución pacífica a la
guerra, eran miembros de Falange Auténtica, seguidores de Fal Conde y de
la FAI. Tiene errores de bulto y fecha, lo que indica que la
información puede ser falsa, pero es interesante porque se crea antes de
que Madariaga popularice la expresión “Tercera España”.
Habla de reclutamiento forzoso. ¿No había un sentimiento de adhesión claro a los golpistas?
Ambos ejércitos se formaron a través de la recluta forzosa. La
sublevada comenzó el 8 de agosto y duró hasta enero de 1939. El ejército
resultante tenía a miembros de agrupaciones comunistas, anarquistas,
republicanos, monárquicos, conservadores, socialistas, apolíticos,
analfabetos. En definitiva, un reflejo de lo que era la sociedad:
compleja y plural. Hay varios aspectos que no se pueden obviar, y es que
en este proceso muchos se resistieron y huyeron, desconociéndose su
paradero. Otros fueron voluntarios en las milicias, como estudió Aurora
Artiaga. Hubo quien huyó y por el miedo terminó alistándose más tarde.
Pero el grueso de los llamados no opuso resistencia. Esto no quiere
decir que todos comulgasen con los indefinidos valores golpistas, sino
que existía una amplia casuística. Todo esto no se entiende sin el
contexto de extrema violencia, sin la represión que estaba sucediendo en
retaguardia. En cuanto al sentimiento de adhesión, hubo grupos que lo
tuvieron, pero no fue la mayoría. La gente normalmente no quiere ir a
una guerra. Es una experiencia extrema. Un sentimiento compartido por
los que estaban más cercanos políticamente al golpe. Los que se
guardaron sus ideas y fueron reclutados también, pero con dos motivos (o
castigos), serlo y luchar por unos valores en los que no creían y tener
que ir a una guerra civil.
¿El conflicto se fue recrudeciendo con el paso del tiempo o nació ya polarizado?
Se dice que la guerra fue inevitable, que existían dos
Españas condenadas a enfrentarse. Yo no lo creo. Hubo conflictos
sociales, sí, en ocasiones muy duros, pero controlables si todo el
parlamento fuese fiel a la República. Lógicamente, el régimen no era
perfecto, pero a nivel social sí que se crearon unas reglas y unas redes
de solidaridad que procedían de comienzos de siglo, que se pueden
equiparar con las de otros países europeos de aquel momento. Incluso
teníamos una sociedad civil más seria, alfabetizada y participe de la
política que la de muchos países. Fueron las élites militares que dieron
el golpe quienes dividieron a la sociedad. Luego, ambos
bandos, a través de la propaganda, tenían que justificar sus acciones.
Pero nadie en su sano juicio quiere una guerra. Por eso no es de
extrañar que a medida de que pasaban los años, aumentaron las ganas de
que terminase la guerra. Incluso hubo una lógica de comprensión entre
combatientes de ambos bando. Por eso creo que la experiencia de guerra
civil fue una experiencia compartida que no generó rencor, sino
vergüenza de ser partícipes. El contacto entre trincheras, sucesos tan
berlanguianos como los de celebrar un partido de pelota vasca en
Guadalajara, lo demuestran. En términos cuantitativos, la deserción
simple, que se basaba en no aparecer en la unidad presentándose más
tarde porque estaban con sus familias o en un enclave lejos del frente,
en el Regimiento Mérida 35, con Estado Mayor aquí en Ferrol, pasó de 140
casos en 1937 a más de 1.000. Pienso que, lejos de dividir, unió aunque
el régimen naciente y la posterior dictadura mantuviesen esa división
hasta la muerte del dictador.
¿Cree que el modo en el que acabó la dictadura explica que siga habiendo debate sobre lo que pasó?
Sin duda. No entender cómo terminó aquí la dictadura y querer
compararnos con Alemania, Italia o Francia es un grave error. En ellos
hubo un proceso de desfascistización. Es decir, erradicaron la cultura
política fascista. En la escuela les enseñaron que lo que había ocurrido
era una vergüenza para el país, y también para las familias que
pertenecieron al régimen o a alguno de sus organismos. En España no ha
sucedido lo mismo, con la ley de amnistía se tuvo que tragar que no
existiese un proceso de desfranquización de las instituciones. Ya no
digo de las personas, que en aquel momento era una tarea imposible y
pienso que poco deseable si se quería llegar a acuerdos políticos. Pero
no hubo una desfranquización del funcionamiento de las instituciones, de
la cultura popular, de la sociedad. No hubo una educación en la que se
dijese que el franquismo era una dictadura que llegó al poder con un
golpe de Estado y una guerra. Hubo tabla rasa para que el pasado, en vez
de olvidarlo –hubiera sido mejor–, fuese silenciado, guardado bajo la
alfombra. Por eso la cultura y el funcionamiento de muchas instituciones
beben de aquel pasado, desde la universidad al tejido empresarial. A
nivel social, provocó que personas que no vivieron ese pasado lo
reivindiquen como suyo, que se apropien de los símbolos de todos y que
no vean la diferencia como una virtud. Yo veo una España con una cultura
rica; me puede emocionar Lluís Llach, el “Tratado de Urbanismo” de
Ángel González, la música de Sabina y de Sés, la poesía de Machado y
Lorca, el grito de desesperanza de Rosalía… Las leyes de memoria
histórica no han funcionado porque el Estado no ha creado un relato
democrático de nuestro pasado reciente en el que se pueda sentir
involucrada toda la sociedad, personas conservadoras, liberales,
monárquicas, republicanas, anarquistas, comunistas, socialistas o
apolíticas. Como no existe, se genera una lucha por el relato que se
convierte en una pelea por ver quién tiene razón y fue más malo en la
Guerra Civil, usando el argumento infantil del “y tú más”.
Fuente → dedona.wordpress.com
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