Luigi Sturzo fue una de las más significativas figuras del 
catolicismo democrático antifascista de la Italia y la Europa de 
entreguerras. Fundador y máximo dirigente del Partido Popular Italiano 
en 1919, Sturzo se tuvo que exiliar de Italia cinco años más tarde, poco
 después de la llegada al poder de Mussolini. Vivió las dos décadas 
siguientes entre Londres y Nueva York, luchando contra el fascismo y 
llevando adelante diferentes batallas en defensa de la democracia. Así 
lo demostró con su compromiso por la paz durante la Guerra Civil 
española. 
Sturzo defendió la idea que la Iglesia tenía que desengancharse del bando nacional: valoró la guerra como conflicto político frente al cual la Iglesia tenía que ser neutral
A través del estudio de esta singular figura y de su relación con 
España en los años treinta, el historiador Alfonso Botti reflexiona 
sobre el papel de los católicos en la Guerra Civil española, además de 
aportar, gracias a la consulta de los archivos vaticanos, datos 
novedosos sobre la conducta de la Santa Sede y del obispado español. De 
fondo, hay una cuestión crucial, la de la llamada “tercera España”. 
Hablamos de todo esto con el hispanista italiano autor de Con la Tercera España. Luigi Sturzo, la Iglesia y la Guerra Civil española
 (Alianza, 2020). Botti, que nos atiende por teléfono desde su casa de 
Milán, es profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Módena
 y Reggio Emilia, director de la revista Spagna Contemporanea y autor de obras de referencia como Cielo y dinero. El nacionalcatolicismo en España, 1881-1975.
Luigi Sturzo fue una rara avis en la Europa de aquellos años…
Efectivamente el catolicismo político de los años de entreguerras fue
 muy permeable a las sugerencias procedentes del nacionalismo, de la 
derecha autoritaria, fascista y fascistizante a raíz de la escasa y 
tardía penetración de la democracia en el mundo católico. Esto ocurrió 
en Alemania, en Austria y en otros países del centro de Europa. Incluso 
el Partido Popular Italiano, fundado por Sturzo en 1919, unos años 
después sufrió una escisión por parte de los clérico-fascistas. Por su 
anclaje a la democracia liberal, Sturzo, más que una excepción, fue una 
de las personalidades más destacadas en el plan europeo. 
Sturzo se interesó mucho por España ya antes de la Guerra 
Civil. Conocía bien por ejemplo la cuestión catalana y la vasca. ¿Cómo 
veía España el sacerdote siciliano? 
Por su catolicismo tradicionalmente crítico con el Estado liberal 
centralizador, por su experiencia política anterior –había sido elegido 
diputado en la circunscripción de Catania y luego fue vicealcalde de 
Caltagirone–  y por su procedencia siciliana, Sturzo era partidario de 
las autonomías regionales. Veía España como un país al que la monarquía 
había pretendido centralizar de forma coercitiva sin respetar las 
peculiaridades culturales y lingüísticas de las diferentes regiones. 
Pensaba que la organización territorial del país ibérico tenía que ser 
confederal como la de Suiza. Veía España como una gran Suiza o como una 
Suiza en grande.
Cuando estalla la contienda, ¿qué papel juega Sturzo? ¿Toma 
posición? Como católico y antifascista, ¿se queda en tierra de nadie?
Tomó públicamente posición en contra del alzamiento que valoró como 
ilegítimo, según la moral católica y la enseñanza del magisterio 
eclesiástico. Y a lo largo de la guerra reiteró constantemente esta 
valoración. Sturzo no cuestionó la legitimidad de la República, aunque 
sí criticó la falta de distanciamiento del gobierno de las violencias 
contra el clero. Desde este punto de vista no se quedó en tierra de 
nadie. En contra de los partidarios de la “cruzada”, Sturzo defendió con
 gran convicción la idea que la Iglesia tenía que desengancharse del 
bando nacional: valoró la guerra como conflicto político frente al cual 
la Iglesia tenía que ser neutral. 
¿Por qué lo define como un interlocutor olvidado de la “tercera España”?
Porque la historiografía, generalmente, ha pasado por alto su 
compromiso para que se llegase a una solución negociada del conflicto 
español y a la reconciliación. Un olvido que, en parte, se explica con 
la gran confusión que sigue habiendo sobre la llamada “tercera España”. 
 Habría que hacer con la “tercera España” lo que Santos Juliá hizo con 
las narraciones de la “dos Españas”: escribir su historia. Se 
descubriría que sigue habiendo muchas acepciones de ella, y que muchos 
intelectuales pueden enmarcarse ahí: entre los que huyeron o encontraron
 refugio en el exilio, hubo algunos que adoptaron una actitud pasiva 
pero muchos otros, cercanos a los sectores moderados de la República, 
lejos de quedarse impasibles, se comprometieron con gran desgaste de 
energías para que la guerra finalizara. Creo que la magnífica película 
de Amenábar sobre los últimos meses de Unamuno ha abierto en el espacio 
público la posibilidad de plantear el tema de una forma novedosa.
La Santa Sede tardó más de un mes en adoptar una clara postura en favor del bando rebelde, y lo hizo sobre todo a raíz de las violencias contra el clero 
A partir de 1937 Sturzo fue muy activo, por ejemplo, contra los bombardeos sobre las ciudades republicanas. 
El bombardeo de Guernica tuvo un impacto enorme en diferentes 
ambientes del catolicismo liberal y demócrata europeo. Sturzo fue de los
 primeros en entender que el bombardeo de las ciudades abiertas suponía 
un salto cualitativo en la guerra, convirtiéndola en “guerra total”. Y 
la guerra total imponía una reconsideración de los motivos que, según la
 moral católica, legitimaban una guerra bajo el concepto de “guerra 
justa”. 
¿Sus esfuerzos por buscar una solución negociada del conflicto no encontraron interlocutores en ninguno de los dos bandos?
Sturzo no se dirigió directamente a los dos bandos, sino a la opinión
 pública internacional para que presionase a Francia y Gran Bretaña para
 que sus diplomacias elaborasen planes de paz y, a su vez,  ejercieran 
presión en los dos bandos y en las potencias involucradas en el 
conflicto (Italia, Alemania y Unión Soviética). Lo hizo personalmente y 
también promoviendo el nacimiento del “Comité Británico para la paz 
civil y religiosa en España” del cual fue el alma. El bando franquista 
rechazó siempre de manera rotunda la posibilidad de un armisticio y de 
una intermediación franco-británica. El campo republicano, aunque 
tardíamente, manifestó un cierto interés por esta posibilidad. El propio
 presidente de la República, Manuel Azaña, encargó a Julián Besteiro, en
 mayo de 1937, la elaboración de un plan de paz para proponerlo al 
gobierno británico. 
Ha podido consultar los archivos vaticanos relativos al 
papado de Pío XI. ¿Qué fotografía ha sacado de la actitud del Vaticano 
en la Guerra Civil? 
Lo explico bastante en el libro que trata también de la actitud de la
 Santa Sede y del obispado español. En extrema síntesis, se puede decir 
que la Santa Sede tardó más de un mes en adoptar una clara postura en 
favor del bando rebelde, y lo hizo fundamentalmente a raíz de las 
violencias contra el clero que el gobierno republicano se demoró en 
condenar, además de por el proceso revolucionario que se había 
desencadenado después del golpe. Es más, en la curia romana convivían 
actitudes diferentes frente a Franco y a la Guerra Civil. Con todo, la 
actitud del Vaticano fue bastante más matizada que la del obispado 
español y se produjeron algunos conflictos con los representantes de 
Franco ante la Santa Sede. 
Las investigaciones que ha llevado a cabo para este libro 
¿nos ofrecen una nueva perspectiva para entender aquella fase crucial de
 la historia española? 
La documentación vaticana que se ha añadido a la publicación de la 
procedente de los archivos del mismo Sturzo y de los cardenales Vidal i 
Barraquer y Gomá ofrece un abanico de fuentes muy amplio a partir del 
cual la interpretación de lo ocurrido en España a lo largo de los años 
treinta ya no puede ser la que era. La Santa Sede nunca entendió las 
aspiraciones de vascos y catalanes al autogobierno. Esto perjudicó, por 
ejemplo, el nombramiento de Vidal i Barraquer, que era catalanista, como
 primado de España. En su lugar fue elegido Gomá, que era españolista y 
que, a continuación, fue el principal artífice de la involucración de la
 Iglesia con el bando franquista. Fueron además el papa y su secretario 
de Estado, Pacelli, el futuro Pío XII, los que obstaculizaron la 
negociación con la República para encontrar un modus vivendi. 
De esta forma alimentaron la radicalización entre la Iglesia y la 
República.  Una vez estalló la Guerra Civil, la Santa Sede tuvo muchas 
dudas sobre la actitud que tenía que adoptar. La documentación vaticana 
demuestra que hasta finales de agosto pensó en un llamamiento al cese de
 las hostilidades. Luego adoptó la actitud que he dicho antes. De todas 
formas,  la postura de Roma nunca coincidió con la de Gomá. Pacelli 
llegó incluso a barajar la idea de pedir a Gomá que renunciara a la 
publicación de la Carta pastoral colectiva de julio de 1937. Finalmente,
 en el acercamiento de la Santa Sede al bando franquista tuvo un papel 
importante el enviado del papa, Ildebrando Antoniutti, que viajó a 
España en el verano de aquel mismo año. En el lado de la República, a 
través de mis investigaciones he llegado a la conclusión de que hubo una
 importante infravaloración del factor católico, bien con relación a la 
orientación de la opinión pública internacional, bien con respecto a la 
libertad de culto en la zona republicana. Los gobernantes republicanos 
se movieron mal y con mucho retraso. Un hecho importante que perjudicó 
mucho su causa.
Fuente → ctxt.es
 

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