“Se debería escribir ya una historia de la Tercera España”
 
 
“Se debería escribir ya una historia de la Tercera España”
Steven Forti
 
Luigi Sturzo fue una de las más significativas figuras del catolicismo democrático antifascista de la Italia y la Europa de entreguerras. Fundador y máximo dirigente del Partido Popular Italiano en 1919, Sturzo se tuvo que exiliar de Italia cinco años más tarde, poco después de la llegada al poder de Mussolini. Vivió las dos décadas siguientes entre Londres y Nueva York, luchando contra el fascismo y llevando adelante diferentes batallas en defensa de la democracia. Así lo demostró con su compromiso por la paz durante la Guerra Civil española.

Sturzo defendió la idea que la Iglesia tenía que desengancharse del bando nacional: valoró la guerra como conflicto político frente al cual la Iglesia tenía que ser neutral
 
A través del estudio de esta singular figura y de su relación con España en los años treinta, el historiador Alfonso Botti reflexiona sobre el papel de los católicos en la Guerra Civil española, además de aportar, gracias a la consulta de los archivos vaticanos, datos novedosos sobre la conducta de la Santa Sede y del obispado español. De fondo, hay una cuestión crucial, la de la llamada “tercera España”. 

Hablamos de todo esto con el hispanista italiano autor de Con la Tercera España. Luigi Sturzo, la Iglesia y la Guerra Civil española (Alianza, 2020). Botti, que nos atiende por teléfono desde su casa de Milán, es profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Módena y Reggio Emilia, director de la revista Spagna Contemporanea y autor de obras de referencia como Cielo y dinero. El nacionalcatolicismo en España, 1881-1975.

Luigi Sturzo fue una rara avis en la Europa de aquellos años…

Efectivamente el catolicismo político de los años de entreguerras fue muy permeable a las sugerencias procedentes del nacionalismo, de la derecha autoritaria, fascista y fascistizante a raíz de la escasa y tardía penetración de la democracia en el mundo católico. Esto ocurrió en Alemania, en Austria y en otros países del centro de Europa. Incluso el Partido Popular Italiano, fundado por Sturzo en 1919, unos años después sufrió una escisión por parte de los clérico-fascistas. Por su anclaje a la democracia liberal, Sturzo, más que una excepción, fue una de las personalidades más destacadas en el plan europeo. 

Sturzo se interesó mucho por España ya antes de la Guerra Civil. Conocía bien por ejemplo la cuestión catalana y la vasca. ¿Cómo veía España el sacerdote siciliano? 

Por su catolicismo tradicionalmente crítico con el Estado liberal centralizador, por su experiencia política anterior –había sido elegido diputado en la circunscripción de Catania y luego fue vicealcalde de Caltagirone– y por su procedencia siciliana, Sturzo era partidario de las autonomías regionales. Veía España como un país al que la monarquía había pretendido centralizar de forma coercitiva sin respetar las peculiaridades culturales y lingüísticas de las diferentes regiones. Pensaba que la organización territorial del país ibérico tenía que ser confederal como la de Suiza. Veía España como una gran Suiza o como una Suiza en grande.

Cuando estalla la contienda, ¿qué papel juega Sturzo? ¿Toma posición? Como católico y antifascista, ¿se queda en tierra de nadie?

Tomó públicamente posición en contra del alzamiento que valoró como ilegítimo, según la moral católica y la enseñanza del magisterio eclesiástico. Y a lo largo de la guerra reiteró constantemente esta valoración. Sturzo no cuestionó la legitimidad de la República, aunque sí criticó la falta de distanciamiento del gobierno de las violencias contra el clero. Desde este punto de vista no se quedó en tierra de nadie. En contra de los partidarios de la “cruzada”, Sturzo defendió con gran convicción la idea que la Iglesia tenía que desengancharse del bando nacional: valoró la guerra como conflicto político frente al cual la Iglesia tenía que ser neutral. 

¿Por qué lo define como un interlocutor olvidado de la “tercera España”?

Porque la historiografía, generalmente, ha pasado por alto su compromiso para que se llegase a una solución negociada del conflicto español y a la reconciliación. Un olvido que, en parte, se explica con la gran confusión que sigue habiendo sobre la llamada “tercera España”. Habría que hacer con la “tercera España” lo que Santos Juliá hizo con las narraciones de la “dos Españas”: escribir su historia. Se descubriría que sigue habiendo muchas acepciones de ella, y que muchos intelectuales pueden enmarcarse ahí: entre los que huyeron o encontraron refugio en el exilio, hubo algunos que adoptaron una actitud pasiva pero muchos otros, cercanos a los sectores moderados de la República, lejos de quedarse impasibles, se comprometieron con gran desgaste de energías para que la guerra finalizara. Creo que la magnífica película de Amenábar sobre los últimos meses de Unamuno ha abierto en el espacio público la posibilidad de plantear el tema de una forma novedosa.

La Santa Sede tardó más de un mes en adoptar una clara postura en favor del bando rebelde, y lo hizo sobre todo a raíz de las violencias contra el clero 
 
A partir de 1937 Sturzo fue muy activo, por ejemplo, contra los bombardeos sobre las ciudades republicanas. 

El bombardeo de Guernica tuvo un impacto enorme en diferentes ambientes del catolicismo liberal y demócrata europeo. Sturzo fue de los primeros en entender que el bombardeo de las ciudades abiertas suponía un salto cualitativo en la guerra, convirtiéndola en “guerra total”. Y la guerra total imponía una reconsideración de los motivos que, según la moral católica, legitimaban una guerra bajo el concepto de “guerra justa”. 

¿Sus esfuerzos por buscar una solución negociada del conflicto no encontraron interlocutores en ninguno de los dos bandos?

Sturzo no se dirigió directamente a los dos bandos, sino a la opinión pública internacional para que presionase a Francia y Gran Bretaña para que sus diplomacias elaborasen planes de paz y, a su vez, ejercieran presión en los dos bandos y en las potencias involucradas en el conflicto (Italia, Alemania y Unión Soviética). Lo hizo personalmente y también promoviendo el nacimiento del “Comité Británico para la paz civil y religiosa en España” del cual fue el alma. El bando franquista rechazó siempre de manera rotunda la posibilidad de un armisticio y de una intermediación franco-británica. El campo republicano, aunque tardíamente, manifestó un cierto interés por esta posibilidad. El propio presidente de la República, Manuel Azaña, encargó a Julián Besteiro, en mayo de 1937, la elaboración de un plan de paz para proponerlo al gobierno británico. 

Ha podido consultar los archivos vaticanos relativos al papado de Pío XI. ¿Qué fotografía ha sacado de la actitud del Vaticano en la Guerra Civil? 

Lo explico bastante en el libro que trata también de la actitud de la Santa Sede y del obispado español. En extrema síntesis, se puede decir que la Santa Sede tardó más de un mes en adoptar una clara postura en favor del bando rebelde, y lo hizo fundamentalmente a raíz de las violencias contra el clero que el gobierno republicano se demoró en condenar, además de por el proceso revolucionario que se había desencadenado después del golpe. Es más, en la curia romana convivían actitudes diferentes frente a Franco y a la Guerra Civil. Con todo, la actitud del Vaticano fue bastante más matizada que la del obispado español y se produjeron algunos conflictos con los representantes de Franco ante la Santa Sede. 

Las investigaciones que ha llevado a cabo para este libro ¿nos ofrecen una nueva perspectiva para entender aquella fase crucial de la historia española? 

La documentación vaticana que se ha añadido a la publicación de la procedente de los archivos del mismo Sturzo y de los cardenales Vidal i Barraquer y Gomá ofrece un abanico de fuentes muy amplio a partir del cual la interpretación de lo ocurrido en España a lo largo de los años treinta ya no puede ser la que era. La Santa Sede nunca entendió las aspiraciones de vascos y catalanes al autogobierno. Esto perjudicó, por ejemplo, el nombramiento de Vidal i Barraquer, que era catalanista, como primado de España. En su lugar fue elegido Gomá, que era españolista y que, a continuación, fue el principal artífice de la involucración de la Iglesia con el bando franquista. Fueron además el papa y su secretario de Estado, Pacelli, el futuro Pío XII, los que obstaculizaron la negociación con la República para encontrar un modus vivendi. De esta forma alimentaron la radicalización entre la Iglesia y la República. Una vez estalló la Guerra Civil, la Santa Sede tuvo muchas dudas sobre la actitud que tenía que adoptar. La documentación vaticana demuestra que hasta finales de agosto pensó en un llamamiento al cese de las hostilidades. Luego adoptó la actitud que he dicho antes. De todas formas, la postura de Roma nunca coincidió con la de Gomá. Pacelli llegó incluso a barajar la idea de pedir a Gomá que renunciara a la publicación de la Carta pastoral colectiva de julio de 1937. Finalmente, en el acercamiento de la Santa Sede al bando franquista tuvo un papel importante el enviado del papa, Ildebrando Antoniutti, que viajó a España en el verano de aquel mismo año. En el lado de la República, a través de mis investigaciones he llegado a la conclusión de que hubo una importante infravaloración del factor católico, bien con relación a la orientación de la opinión pública internacional, bien con respecto a la libertad de culto en la zona republicana. Los gobernantes republicanos se movieron mal y con mucho retraso. Un hecho importante que perjudicó mucho su causa.


Fuente → ctxt.es

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