¿Qué hacer ante el ocaso de la monarquía española?

¿Qué hacer ante el ocaso de la monarquía española?
Joan del Alcàzar


La pareja real está haciendo una gira por las Españas planteada como una campaña de promoción publicitaria de un producto que ha caído en barrena en cuanto a la valoración de los consumidores. Si fuera una mercancía más, podríamos decir que mientras que durante años "se vendía sola", y gozaba de una excelente demanda, ahora ha perdido una incalculable cuota de mercado. Tan incalculable que nadie, ni tampoco el Centro de Investigaciones Sociológicas, se atreve a preguntarle a los ciudadanos qué grado de apoyo otorgan a la institución monárquica.

El viaje del rey Felipe y su señora, la reina, está resultando entre patético y catastrófico a efectos de opinión publicada. Son dos personajes que quieren interpretar un papel para el que ningún responsable de casting los habría elegido nunca. Ella, Leticia, una señora periodista de profesión, casi debe haber olvidado a estas alturas cómo es la vida, la realidad y el comportamiento de la gente de la calle, de la inmensa mayoría de los ciudadanos. Él, Felipe, no lo ha sabido nunca porque jamás ha vivido con normalidad, con naturalidad, como vivían y viven las personas de su generación.

La última anécdota que ejemplifica y demuestra esta incapacidad de Felipe de Borbón se produjo hace unos días en Canarias. Se acercaron a un bar durante el paseo y alguien les ofreció una tapa de jamón. Aceptaron y ante la evidente incomodidad del marido, Leticia Ortiz le dijo al oído "Apóyate en la barra" [para que aparentará naturalidad]. La secuencia, grabada de forma imprevista, se ha hecho viral, claro, pero lo que el suceso demuestra es que la distancia que separa a la real pareja de la ciudadanía en general es más ancha y profunda que nunca desde que el rey Juan Carlos sucedió a Franco como Jefe del Estado.

Una monarquía en el siglo XXI es un anacronismo, se mire como se mire. Que el actual rey sea algún día sustituido en la jefatura del Estado para su hija Leonor con ese único mérito es imposible de explicar a la juventud actual. Entendiendo por juventud actual la que o no vivió o vivió el retorno a la democracia siendo niños.

Juan Carlos heredó a Franco, y esa mancha lo marcó para siempre, no sólo a él, sino también a la propia institución monárquica. Después del 23 de febrero de 1981, una bien orquestada campaña -que puso la luz sobre el joven rey y sepultó las dudas razonables sobre su papel efectivo en el golpe de Tejero-, convirtió a Juan Carlos de Borbón en "el Campechano".

Durante más de dos décadas la monarquía gozó de buena prensa y de una positiva valoración popular, en buena medida porque poderosos intereses la convirtieron en un tabú; algo de lo que ni siquiera se tenía que hablar como no fuera para hacer palmas y gritar olés, como en las corridas de toros.

Pero una mentira tan gruesa no se puede mantener oculta indefinidamente. Además de que la sociedad española ha cambiado mucho en los últimos cuarenta años. Primero fueron las manifiestas infidelidades del monarca, que durante un tiempo fueron mayoritariamente consideradas pecadillos menores pero que llegaron a convertirse en inaceptables cuando pasaron a ser una humillación pública para su mujer. Lo peor, sin embargo, vino a continuación: ponerle casa a una "amiga íntima" en dependencias del Palacio de la Zarzuela fue dejar muy atrás la línea roja de lo tolerable. También matar inocentes elefantes en África hizo mucho daño a la imagen de Juan Carlos, pero el principio del fin vino por el dinero. El yerno fue a prisión, y la hija se salvó alegando casi estupidez en su defensa. El rey Juan Carlos tuvo que abdicar, forzado por las circunstancias.

A estas alturas se habla de comisiones multimillonarias, maletines llevados personalmente por el rey [en activo] a Suiza, cuentas en paraísos fiscales, amistades peligrosas dentro y fuera de España, etc., etc. Asuntos que son ahora investigados en tribunales helvéticos y británicos. Mucho cuidado con esto y con lo que de ellos pueda derivarse.

Se ha sabido recientemente que el rey Felipe había renunciado a la herencia de su padre, una actuación legalmente absurda, y que le ha retirado la asignación que figura en los Presupuestos del Estado. Pero, a continuación, se ha conocido que el viaje de bodas de Felipe y Leticia costó medio millón de euros, un dispendio que resulta insultante para cualquiera. No sólo eso: el gasto lo asumieron el propio Juan Carlos y un buen amigo, el empresario Josep Cusí. ¿Por qué este buen señor pagó cerca de trescientos mil euros para que el hijo de su amigo tuviera un viaje de película? ¿Cómo fue que el Rey pudo regalarle a su hijo un [medio] viaje que costó una cantidad superior a la asignación anual que recibía de los Presupuestos del Estado?

Es muy difícil vender el producto Monarquía en la España actual. El papel de árbitro y moderador en el funcionamiento regulador de las instituciones, establecido en el artículo 56.1 de la Constitución, resultó más que discutible a raíz de la intervención de Felipe de Borbón después del 1 de octubre catalán [de 2017]. Los presuntos delitos cometidos por su padre, encima, no han hecho sino debilitar aún más su figura y su representatividad. Últimamente, la desaparición durante la pandemia también ha jugado en su contra. Que no tuviera nada que decir más que cuatro banalidades a propósito de lo que estaba pasando, con toda España confinada en sus casas, con millones de personas en condiciones más que precarias por la crisis económica aparejada, resultó demasiado llamativo.

Ahora, la tourné de la real pareja quiere acercarlos de nuevo al gran público. Pero no será con campañas de cartón piedra como la que está llevándolos arriba y abajo estos días. La institución monárquica nació débil, casi raquítica. Y ya se sabe que los problemas graves de la infancia se arrastran toda la vida.

Así pues, algo tendrán que hacer si quieren "mejorar el producto y ganar cuota de mercado".

Los partidos políticos que no son monárquicos confesionales deberán pensarlo dos veces antes de decidir qué hacen. La dirigente socialista valenciana Sandra Gómez ha reabierto el debate sobre la Monarquía al afirmar que "ni es necesaria, ni es esencial y cuarenta años después probablemente ya no sea útil", y lo ha hecho con una carta abierta a su partido que ha generado reacciones de apoyo y también otras contrarias. El ex ministro Jordi Sevilla ha escrito, como respuesta: "En serio Sandra, con el país polarizado, atravesando la mayor crisis económica y social desde la guerra y el Gobierno con los presupuestos en el aire, ¿es el mejor momento para plantear este debate?".

Ciertamente estamos ante un problema de calado. Podrá discutirse si es el momento de abordarlo o no, pero no podemos ignorarlo indefinidamente. Desde la Casa Real se han lanzado desde hace años las bombas más destructivas contra la propia Monarquía. Allá la Casa Real y sus acólitos, pero el resto de la ciudadanía tendrá que pegarle unas cuantas vueltas al asunto para decidir cómo posicionarse.

Un servidor cierra el curso con esta columna y, entre otras cosas, le dedicará un cierto tiempo al tema. Buen verano a todos, y mucha salud. 
 

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