Los españoles antifascistas presos de la Inglaterra antifascista


En 1945, 226 presos españoles que habían pasado por campos de concentración en Francia acabaron siendo acusados por las autoridades británicas de colaborar con los nazis.
 
Los españoles antifascistas presos de la Inglaterra antifascista 
Eduardo Pérez

El 11 de julio de 1945, un hombre cuelga de una cuerda en la Unidad de Entrenamiento de Cadetes de Kirkham (Lancashire, noroeste de Inglaterra). Su nombre era Agustín Soler, español, antifascista y prisionero de guerra del Gobierno británico. Después de años de lucha por la libertad, no ha podido soportar durante más tiempo la reclusión ni la sospecha de haber colaborado con el nazifascismo.

El relato de uno de los presos compañeros de Soler, Eduardo Castro, jefe de la 12ª Brigada de la IV División del Maquis, permite remontarnos a los orígenes de este despropósito. En 1939, como tantos refugiados de la Guerra Civil, Castro estaba en un campo de concentración francés. Tras la invasión alemana, fue entregado a los nazis para trabajar en las defensas costeras: “En Burdeos los alemanes nos dieron documentos con nuestros nombres, y con la descripción ‘Rojo Español’”.

Una parte de ellos consiguió escapar y se unió al maquis francés, la guerrilla que luchaba desde el interior contra la potencia alemana. Al producirse el triunfo aliado en Francia durante el verano de 1944, los 79 españoles entre los que se contaba Castro se presentaron como miembros del maquis ante las tropas estadounidenses. Sin embargo, estos les arrestaron y ahí empezó una nueva pesadilla, cuando pensaban que lo peor había terminado con la victoria bélica del bando correcto. Fueron dando tumbos de campo de prisioneros en campo de prisioneros, compartidos con presos nazis, alimentándose con una cucharada de sopa al día y siendo insultados por la población civil francesa que les tomaba por colaboradores.

El 6 de octubre, les embarcaron con rumbo al Reino Unido y en Kirkham siguieron como prisioneros. Al grupo de Castro se unieron varios más, hasta formar un total de 226 presos españoles. Sus continuas reclamaciones ignoradas por las autoridades británicas les frustraron tanto que declararon una huelga de hambre el 26 junio de 1945, casi un año después de su detención. El 11 de julio, Soler se quitaba la vida. “Mártir de sus ideales democráticos, prefirió morir antes que ser asociado con sus enemigos los nazifascistas”, escribió Castro.

Estas acciones de protesta atrajeron la atención de la izquierda británica, escandalizada porque su Gobierno tratara de esta manera a los “primeros luchadores antifascistas de Europa”, en palabras de un sindicato inglés. El periódico anarquista Freedom calificaba de “cruel e idiota” la política gubernamental y, además de denunciar la muerte de Soler, abordaba la situación de otro de los prisioneros, Eustagio Bustos. Este, aquejado de problemas mentales, se había escapado en febrero y fue encontrado dos semanas después con los pies quemados, tras haberles prendido fuego a sus zapatillas para mantenerlos calientes.

La prensa progresista y de izquierdas, sindicatos, diputados del Parlamento e intelectuales reconocidos como Gerard Brenan o George Orwell lanzaron una campaña en pro de la liberación de los españoles, con apelaciones a los gobernantes, actos públicos y aportaciones de bienes de primera necesidad. Para septiembre, las autoridades habían mejorado sus condiciones materiales, pero el Gobierno se aferraba a las sospechas sobre el colaboracionismo con el enemigo, a pesar de que una delegación de sindicalistas británicos se entrevistó con ellos y garantizó sus credenciales antifascistas.

No fue hasta febrero de 1946 cuando las autoridades británicas consintieron que un primer grupo de prisioneros regresara a Francia. En abril de 1946 solo quedaban 45 prisioneros, los que preferían establecerse en el Reino Unido como hombres libres. Gracias a las gestiones de las organizaciones obreras, el primer ministro laborista Clement Attlee dio su brazo a torcer.


Fuente → elsaltodiario.com

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