La muerte de Buenaventura Durruti, el revolucionario
anarcosindicalista más célebre de la historia de España, sigue siendo
todo un misterio. A solo cuatro meses del comienzo de la guerra civil
española, Durruti fue a Madrid a reforzar una resistencia antifascista
muy mermada, pero poco duró su aventura. Un 20 de noviembre de 1936 murió víctima de un disparo y el hombre se convirtió en mito.
Hipótesis hay para toda los gustos: desde que la muerte le sobrevino
tras recibir un disparo accidental cuando discutía con el sargento
Manzana, hasta que murió a causa de un balazo proveniente del bando
fascista o que fue un agente estalinista el que perpetró su asesinato,
entre otras explicaciones. Nunca hubo una investigación oficial.
Sea como fuere, Lluvia de agosto, la novela de Francisco Álvarez editada por Hoja de Lata
recrea el clima que invadía España por aquel entonces y pone énfasis en
los momentos más significativos de la vida de Durruti. Sus actuaciones
con el «grupo de acción» Los solidarios, sus días de exilio y cárcel, su vuelta a una España republicana, la formación de la archiconocida Columna Durruti
o su amargo y enigmático final. La aproximación respetuosa de Álvarez a
su figura consigue trasladar la fascinación por el personaje, al que da
voz valiéndose de documentos históricos, discursos y las entrevistas
que concedió a diversos medios de comunicación.
Así explicado, pudiera parecer éste un libro histórico, una suerte de biografía. Pero no, Lluvia de agosto se reivindica como novela porque tiene todos los ingredientes para serlo,
investigación periodística al margen. Su autor, que ya tenía una
dilatada obra en cuanto a narrativa corta, se estrenó en el ámbito de la
novela con esta recreación de los últimos años de la vida de
Buenaventura Durruti, enmarcada en la investigación que una periodista
francesa llamada Libertad Casal ejerce cincuenta años más tarde.
Con el McGuffin de descubrir quién disparó la bala que mató a Durruti, Lluvia de agosto encaja con inteligencia las piezas del puzle, las
ficticias y las reales, usando elipsis, cambiando el punto de vista o
aludiendo a documentación histórica. El resultado, más allá del interés
histórico que pueda generar, es una historia que se puede, y se debe, leer como ficción.
La obra de Francisco Álvarez va ganando enteros a medida que pasan
las páginas y tiene un final memorable, donde la pulsión narrativa
adquiere su momento más épico y reivindicativo. Por su equilibrada
receta, con el tiempo, podría establecerse como una obra de ficción de
referencia cuando
Fuente → lareplica.es
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