La memoria perdida
 

La memoria perdida
Carlos Gil Andrés
Profesor del IES Inventor Cosme García (Logroño)

Edelmira, 90 años; Honorio, 84 años; Fermina, 99 años; Cristino, 92 años; Benigno, 88 años; Saturnina, 89 años… Repaso los nombres de las esquelas publicadas en los meses pasados. Muchos de ellos habrán fallecido, víctimas del coronavirus, en residencias de ancianos. La mayoría lejos del pueblo en el que nacieron, a años luz del mundo en el que abrieron los ojos. Hay que recordar los nombres, las historias personales. Las cifras de las estadísticas oficiales congelan la realidad, la convierten en algo frío, abstracto, intangible. Los números deshumanizan.

Nemesio, Gregoria, Lucina, Florentino, Petronila… Sus nombres vienen de otra época, del calendario secular del santoral, del tiempo circular de los campesinos, del mundo rural tradicional que desapareció ante sus ojos. No hay nada mejor que vivir en un país democrático con una historia aburrida, donde parezca que no ocurre nada excepcional. Ellos no tuvieron esa suerte. Apenas nacer, al cumplir dos o tres años, ya eran supervivientes de una tasa de mortalidad infantil altísima. Vivieron dentro de sus familias la barbarie de la Guerra Civil, el hambre y las privaciones de una larguísima posguerra, una dictadura que parecía eterna y la quiebra irreparable de la emigración y el desarraigo. Para muchos fue un tiempo de violencia, marginación y asfixia; para otros la sombra incómoda que deja un pasado de complicidad y asentimiento; para el resto, un ejercicio de supervivencia silenciosa, la adaptación pasiva a las cosas que venían dadas, como si fueran naturales.
Esta fotografía (sin identificar) ilustró el texto de Victoria Trigo Bello «Nos quisisteis tanto que nos hicisteis débiles», publicado en el Diario del aire en memoria de los ancianos fallecidos durante la pandemia y viralizado en redes sociales en abril de 2020
Los ancianos que han fallecido durante la pandemia también han vivido el tiempo vertiginoso de las grandes transformaciones económicas y sociales, el asombro de la revolución tecnológica, los derechos sociales del Estado de bienestar, la seguridad -por fin- de la cesta de la compra y comodidades domésticas que jamás habrían soñado. Lo cierto es que la historia de España no les ha dejado un respiro. Pero en los libros que cuentan esa historia no aparecen sus nombres. Una generación entera, una más, tragada por la tierra y la rueda de los siglos.

Tenemos que sentir sus muertes no porque se sacrificaran por sus hijos y sus nietos sino, simple y llanamente, porque eran seres humanos. Por la soledad y el desamparo que les han rodeado en sus últimos días, por el dolor sin posibilidad de duelo de sus familiares. Pero un historiador tiene que lamentar también la memoria perdida, el testimonio borrado de sus vidas, el relato enmudecido de sus experiencias, una materia prima -tan fértil como frágil- con la que también se hace la historia. Los recuerdos, siempre parciales y subjetivos, son valiosos como documentos históricos porque nos hablan no solo de lo que ocurrió en el pasado sino, sobre todo, del sentido que tuvieron los hechos históricos para las personas que los vivieron. Lo que pensaron, sintieron y percibieron, a ras de suelo, los ciudadanos corrientes, las voces bajas de la historia.

Me gustaría haber tenido la oportunidad de hablar con Amancia, con Modesta o con Segunda. Grabar y transcribir sus historias de vida, leer sus voces, escuchar sus silencios y miradas, salvar del olvido el río insonoro de sus existencias. Especialmente con ellas. La experiencia de años de trabajo con fuentes orales revela el valor especial de los relatos femeninos. Las mujeres, en general, narran las cosas de una manera más viva y directa, reelaboran menos los recuerdos que los hombres, tienden menos a autojustificarse. Hay más riqueza en sus giros y frases coloquiales, más verdad en las anécdotas que cuentan, más temperatura emocional en lo que confiesan y en lo que callan, en la expresión de sus gestos y sus manos.

Posguerra: mujeres recogen agua en una fuente hacia 1950 (foto: La Opinión de Málaga)

La memoria del sufrimiento de la guerra, de la miseria y las penalidades de la posguerra, del temor y la sujeción a la vida privada durante el franquismo, es sobre todo una memoria femenina. Suya es también, de las mujeres, la última memoria del universo rural, un tiempo histórico del que solo nos quedan los vestigios materiales de una especie en extinción. Al comenzar la segunda mitad del siglo XX, las mujeres españolas seguían siendo el cimiento vital de las familias tradicionales. Invisibles, dependientes, reconocidas solo como madres y esposas, subordinadas al dominio del hombre de la casa, educadas para aceptar con resignación su papel marginal, sin un horizonte personal propio. Y cuando los tiempos fueron otros, cuando llegó el cambio social y cultural, los vientos de libertad y democracia y la posibilidad de emancipación, para muchas mujeres, las que habían nacido antes de la guerra, ya era demasiado tarde.

¿Cuánto hemos perdido, qué ignoramos, con la muerte de Avelina? ¿Qué experiencias, que ya no conoceremos, conservaba Jacinta? ¿Cómo recordaba su vida Rufina, a sus 93 años? Tantos nombres propios, tantas historias perdidas. Como la de la abuela del poeta Joan Margarit: “Fue ella quien me enseñó que el amor es/ claridad y dureza al mismo tiempo,/ que sin coraje nadie puede amar./ No era literatura: no sabía leer”. Las voces que no leen, que no escriben, también forman parte de la historia. Todavía estamos a tiempo de aprender mucho de ellas. Solo hay que pararse y escuchar.


(*) Entre sus libros más recientes destacan «Lejos del frente» (Crítica, 2006), «Piedralén» (Marcial Pons, 2010) y «50 cosas que hay que saber sobre historia de España», (Ariel). Junto a Julián Casanova es autor de «Historia de España en el siglo xx» (2010) y «Breve historia de España en el siglo xx», (Ariel, 2012)

Fuente: La Rioja, 5 de julio de 2020
Portada: Familia de los Chocolateros de Casaseca de las Chanas (Zamora) en la posguerra (foto cedida por Concha San Francisco, publicada en el libro de VVAA, Nietas de la memoria, Madrid, Bala Perdida, 2020)
Ilustraciones: Conversación sobre la Historia


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