El destronamiento de la monarquía


Huele a chamusquina. Huele que apesta. De repente, Juan Carlos I, rey, ocupa páginas y páginas de diarios y comentarios y comentarios en redes con el asunto de sus amores multimillonarios. Rima y todo. Motocicletas persiguiendo chicas, cierre de locales para montárselo dentro, cacerías de elefantes y a saber dios de qué más, amante a lo Mata Hari, última de una lista de amantes sin misterio, hospitales, operaciones para reparar su cuerpo cascado por tanta aventura, cifras que marean y, por navidad, discurso en La Zarzuela como padre de todos los españoles preocupado, exclusivamente, por el bienestar de sus hijos; es decir, cinismo que pasma.

El destronamiento de la monarquía
María Mir-Rocafort Más

La historia del ex rey de España es digna del guión de una película cómica de las más locas de los años veinte. ¡Lo que hubiera hecho con ella Buster Keaton! Pero la triste realidad es que con tanta tecnología, con tanta violencia física en series y películas y violencia verbal en el Congreso y en todos los medios, los españoles han perdido el sentido del humor ingenuo, y es probable que, con tanto virus, hayan perdido también el sentido del humor y punto. Durante muchos años, Juan Carlos fue el rey campechano que sonreía y provocaba sonrisas. Ahora es el rey corrupto al estilo de cualquier político corrupto con pinta de pedorro que no le hace gracia a nadie. ¿Por qué? ¿Por qué se le perdonó todo durante cuarenta años utilizando sus desmanes, reales o inventados, para comentarlos en petit comité con el único objeto de amenizar una conversación? ¿Por qué, de repente, se le ha dejado de perdonar y sus desmanes se comentan como si se acabaran de descubrir, con gran escándalo de la gente honesta y de poca broma de este país? Como dice el repugnante dicho, aquí hay gato encerrado y, digo yo, huele que apesta.

Comúnmente, la monarquía se asocia a la derecha, tal vez porque la derecha se asocia a la fortuna de los acomodados y se supone que los reyes viven acomodadísimos. Como casi todas las creencias aceptadas comúnmente, esa asociación tiene poco que ver con la realidad. La falsedad de la segunda premisa la demuestra la estadística. En España no hay tantos acomodados como votos tienen los partidos de derecha. Lo que indica que la mayoría de esos votos se los sacan a los pobres y medio pobres. ¿Por qué le vota un pobre o medio pobre a un partido conservador sabiendo por experiencia que a los líderes de esos partidos, los avatares de la vida de los pobres y medios pobres les importan menos que un rábano? Unos por miedo a la incertidumbre que producen los cambios; otros por la creencia, tal vez mística, de que la veneración y sumisión al de arriba les permite participar de su divina luz.

Lo que explica las multitudes que se agolpan para ver pasar a los reyes y sentir la emoción de verles levantar la mano en un real saludo, emoción que hace vibrar al alma cándida con la esperanza de que los reales ojos se crucen con los suyos y pueda exclamar como Bécquer: Hoy la he visto, la he visto y me ha mirado. Hoy creo en Dios. Jamás olvidaré que mis ojos se cruzaron con los de Kennedy y juré entonces y sigo jurando que Kennedy me miró. Yo tenía doce años, claro, pero a falta de otra cosa que alivie sus preocupaciones, los pobres y medio pobres suelen conservar un resquicio de ilusión infantil y por eso van a ver pasar a los reyes y leen revistas de peluquería, porque no hay ilusión más intensa que la de verse cerca del poder. Eso puede explicar también que voten a partidos de la derecha, porque, si no es por eso, solo queda atribuir el desatino al masoquismo o a la estupidez. Sea por lo que fuere, las derechas necesitan a los pobres y a los medio pobres para ganar elecciones y a ganarles se ponen haciéndoles creer, durante las campañas electorales, que son lo más importante para los más importantes del país. No es tan difícil. Los líderes de las derechas están convencidos de que todos menos ellos son estúpidos.

Queda por analizar la primera premisa. ¿Son monárquicos los partidos de derechas? Por supuesto que no por más que algunos de sus líderes defiendan la monarquía y los más arrebatados se desgañiten gritando "¡Viva el rey". Durante la república, la CEDA, Confederación Española de Derechas Autónomas, aglutinó a monárquicos y republicanos unidos por el propósito de derrocar al gobierno de izquierdas por las buenas o a sangre y fuego. Al poco tiempo, los monárquicos tiraron por su lado y los republicanos por el suyo, pero la CEDA se plegó al orden constitucional, aunque la mayoría, de boquilla. En el fondo de su alma eran fascistas convencidos, admiradores de Mussolini y luego, de Hitler. De derecha monárquica en este país quedó muy poca, y de leales a Alfonso XIII, solo un puñado de nostálgicos. La historia se repite, seguramente porque a la mayoría de los españoles no les gusta la historia, y no les gusta, porque remover el pasado les da repelús. Con el pasado que tenemos, es comprensible. Pues bien, la historia se repite, aunque dé yuyu recordarla.

Hoy, lo que da más yuyu, aparte del virus, es que la historia se está repitiendo. Las tres derechas resucitaron a la CEDA, aunque de tapadillo, para llegar al poder en Andalucía, Madrid, Castilla León y Murcia. Su propósito sigue siendo derrocar al gobierno, que en tiempos de la CEDA se calificaba de gobierno marxista, comunista, antiespañol y anticristiano y hoy las derechas llaman comunista y bolivariano porque ya nadie sabe quién fue Marx, ni siquiera los de derechas, tan incultos ellos.

Para derrocar al gobierno actual todo vale, como hemos visto y oído hasta la náusea en cara y boca de los líderes de las derechas. Vale acusar al presidente de asesino por ser culpable de las muertes de una pandemia global. Vale acusar de asesinas a las ministras por haber patrocinado la asistencia a la manifestación de feministas del 8 de marzo y al ministro de Interior por lo mismo. Vale acusar de antidemocrático al vicepresidente segundo del gobierno por excluir el insulto de la libertad de expresión. Vale acusar al gobierno de querer arruinar a los españoles subiendo los impuestos a todos, pobres y ricos; de destruir los valores crtianos y acabar con la católica Iglesia que durante siglos ha mantenido el orden en este país de herejes amantes de la libertad. Vale, en fin, acusar al gobierno de todo lo que la CEDA acusaba a los gobiernos de izquierdas de su tiempo, utilizando los principios de la propaganda nazi que la CEDA utilizó. Todo esto, que lo sabemos todos porque todos hemos visto y oído a los líderes de las tres derechas soltar diatribas, palidece ante la negrura que asola al país.

Nos asola una peste medieval que amenaza dejarnos muertos o en cueros. Panorama ideal para echar al gobierno la culpa de todo y esperar que los españoles se vuelvan a tragar la leyenda de que un gobierno fuerte lo arregla todo y de que los únicos gobiernos fuertes capaces de acabar con cualquier crisis son los de la derecha. Pero dicen las encuestas que la gente todavía no traga. ¿Qué más tiene que pasar, qué más se puede hacer para que los españoles se traguen los cuentos que las derechas les cuentan? ¿Poner las cosas peor? ¿Qué puede haber peor que miles de españoles enfermos o muertos y las calle vacías y la gente exprimiendose los sesos y las glándulas en sus casas para dilucidar cómo volver al trabajo que tuvieron que dejar o cómo conseguir el trabajo y los ingresos que no tienen o cómo montarse el futuro que no saben si van a tener? Tales circunstancias ofrecen el momento oportuno para cargarse al rey reinante, a la Constitución y, de paso, a la democracia. En medio de semejante tragedia, todos los españoles agradecerán que se les distraiga montando un follón para destronar al rey reinante e instaurar la república y meternos en otro follón de politiquerías para elegir a un jefe del estado plebeyo.

¿Y quien quiere cargarse a la monarquía, a la Constitución, a la democracia? Hace muchos años, la CEDA. Ahora, las derechas que han heredado su ideología. ¿Y cómo cargarse al rey reinante? Agitando a los republicanos de toda la vida. ¿Y cómo se les agita? Fácil. Sacando a la luz los desmanes del rey dimitido.

Lo cerebros inteligentes y pensantes de este país, republicanos o no, decimos: "No me jodas. ¿Cuánto hace que sabíamos que el rey dimitido recibía comisiones de Arabia Saudita? ¿Cuándo hace que la fortuna del rey dimitido apareció en Forbes reseñando su multimillonaria importancia?¿Cuánto hace que sabíamos que el rey dimitido tenía amantes caras con las que se lo tenía que montar en lugares carísimos y en carísimas actividades? ¿Y es precisamente ahora que se nos está desmoronando la economía y se nos están enfermando y muriendo parientes, amigos, vecinos, compatriotas; es precisamente ahora, cuando millones de españoles no tienen dónde caerse muertos; precisamente ahora que nos van a liar más la vida con los viejos asuntos del rey dimitido para que montemos la de dios es cristo exigiendo la república? ¿Por qué precisamente ahora?" La pregunta le despierta a uno la conspiranoia. Uno que no traga leyendas ni cuentos se pone a pensar que aquí hay gato encerrado y que huele que apesta.
 

Fuente →  lahoradigital.com

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