Republicanismo invertido



Republicanismo invertido
Jesús-Àngel Prieto

Fraternidad, igualdad, libertad

Están en todos los frontispicios de los edificios públicos (entre ellos, las escuelas) las tres palabras inaugurales de la República francesa: libertad, igualdad y fraternidad. Originalmente este lema incluía como colofón “o la muerte”. No es necesario repasar los convulsos y violentos episodios que a finales del S. XVIII sacudieron Francia, instaurando la República y enviando el cajón de la historia el Ancien Régime.
 

Pero sí os proponemos revisar el valor ideológico de estas tres palabras, a pesar de ser una revisión ya muy conocida en los ámbitos de la politicología (y en los de la ética, por ejemplo, Victoria Camps). El pueblo asaltó la Bastilla, símbolo de la opresión, metáfora de las libertades pisadas, donde la igualdad ante la ley era despreciada. Así la fuerza de choque, el pueblo, fue muy útil a la burguesía fabril y comerciante, para derribar a la monarquía y la aristocracia. Pero donde el pueblo veía la libertad como valor supremo, como antídoto a la opresión y al desprecio a su dignidad como personas, la burguesía veía también la libertad de mercado, la abolición de las trabas burocráticas que impedían la libre circulación de mercancías, y el fin de los privilegios de los aranceles feudales (por ejemplo, el sobrecoste de un producto que manufacturado en Marsella quisiera venderse en París).

Y mientras el “populacho” hacía suya la igualdad como valor humanístico y democrático, la burguesía lo hacía principalmente como garantía jurídica en el mundo del comercio, para acabar con los privilegios aristocráticos a la hora de implantar negocios, y poner fin a las prebendas de la clase noble con su lobby de sangre.

La fraternidad, ah la fraternidad … papel mojado, valor decorativo que la burguesía, con su (nuestro) individualismo congénito y su darwinismo social, envió el cajón del consuelo y la caridad. El Manifiesto Comunista reivindicará esta fraternidad, si bien bajo la contradicción de la lucha de clases.

La pandemia ha invertido por la fuerza estos valores. El confinamiento a escala mundial ha sido, metafóricamente, el atentado planetario a la libertad individual, convirtiéndonos en habitantes de una Bastilla global. El igualitarismo del contagio ha generado, en un primer momento, una intensa incomodidad: ¿cómo es que este virus no respeta los privilegios de clase? A otros virus ya los teníamos aleccionados: malaria, ébola … El VIH fue muy maleducado y muy poco respetuoso, ya se sabe que el sexo nos iguala a todos por abajo… pero se pusieron muchos recursos económicos para corregir esta irregularidad, y los ricos nos pudimos salvar. De todos modos, la Covid-19, ha mostrado también, sin ser intencionado por su parte, que el acceso a la salud, las condiciones laborales precarizadas, el poco músculo público de los sistemas sanitarios y sociales, han terminado mostrando esta desigualdad

¿Qué queda de la fraternidad? Pues ésta ha sido su enseñanza principal. Las muestras de fraternidad espontánea (ya sé que preferimos la palabra solidaridad), la fraternidad implícita en países con sistemas públicos sanitarios potentes, la fraternidad y el coraje del personal sanitario, de servicios, transportistas, de limpieza, de las fuerzas armadas … la fraternidad y empatía de la población en general que ha antepuesto este valor -la fraternidad- al de su libertad individual.

Y aquí es donde se vieron, sin mascarillas, la cara insolidaria y no fraterna de los apóstoles del liberalismo: las manifestaciones en EEUU con armas en la mano, la primera reacción de Boris Johnson, la persistente actuación de Bolsonaro y Trump (líderes de la libertad individual, por mis c…), los nacionalismos egoístas de “nosotros lo haríamos mejor y España nos mata” …

Hace tiempo que, abandonada la dictadura donde la palabra libertad estaba ensangrentada, cuando veo que la principal reivindicación comienza por apelar a la libertad, me viene a la mente la Revolución francesa, y los pobres ilusos del pueblo que creyeron en ella (ver Josep Fontana, Capitalismo y democracia desde 1756 hasta 1848. Cómo empezó este engaño, 2019). La libertad en nuestro mundo capitalista connota poder económico, y conviene siempre preguntarse con Josep Pla: “¿quién paga las misas?”.

La pandemia podría dejar una esperanza: la constatación de que la fraternidad y la igualdad son nuestros valores más seguros para enfrentarnos a las crisis globales, en la época de la incertidumbre en la que ya estamos instalados. Cuando la fraternidad y la igualdad dominan el mundo, la libertad es la flor en los labios de una sociedad justa. 


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