La portavoz del Grupo Socialista en el Congreso, Ariadna Lastra,
expuso en febrero de este año, la intención del gobierno en coalición de
incorporar al Código Penal como delito la apología o exaltación del franquismo.
Algunos juristas, requeridos por la prensa para opinar sobre dicha
iniciativa, se salieron por peteneras en sus juicios aduciendo que “la
cuestión era muy peliaguda, jurídicamente hablando y muy resbaladiza en
el terreno del respeto de los derechos fundamentales de la persona, en
especial, el de la libertad de expresión, recogido como derecho
fundamental en el artículo 20 de la santa Constitución”.
Sin embargo, la portavoz socialista en ningún momento cuestionó la
libertad de expresión. En Alemania, tampoco se discutió la libertad de
expresión, a pesar de tipificarse como delito en su código penal la apología del nazismo.
¿Quiere esto decir que el nazismo y el franquismo nada tienen que ver
entre sí o que en España somos muy quisquillosos y que nadie nos gana en
la defensa de la libertad de expresión?
Todo se puede decir
Cada persona es muy libre de decir lo que le venga en gana. Solo
tendrá que someter lo que dice al escáner de las leyes vigentes. Y, como
siempre, dependerá del juez que lo juzgue si lo empluman o lo dejan
suelto. En el caso de que alguien hiera el sentimiento religioso,
a pesar de encontrarnos en un Estado Aconfesional y de ser un delito
sin víctima cagarse en Dios, solo dependerá de que el juez anteponga sus
creencias religiosas a las de jurista para considerar punible la
blasfemia y condenar al ocasional malhablado.
Al plantear que la apología del franquismo se considere delito penal no se menoscaba la libertad de expresión. Porque la libertad de expresión, si lo es de verdad, no tiene límites
Al plantear que la apología del franquismo se considere delito penal
no se menoscaba la libertad de expresión. Porque la libertad de
expresión, si lo es de verdad, no tiene límites. Ya lo decía el situacionista
Vaneigem: “nada es sagrado, todo se puede decir”. Otra cosa es que uno
sea tan bobo que diga cosas que sean estupideces o barbaridades, como
exaltar el franquismo; lo mismo que ciscarse en un tipo que jamás se
queja de recibir tales exabruptos. Pero es libre de decirlas; por eso,
el abate Dinouart, en El arte de callar, recomendaba coserse la lengua antes de insultar al silencio.
Establecer como delito la apología del franquismo no es, ni debe ser,
merma de la libertad de expresión, sino defensa del Estado de Derecho
frente a aquellas ideologías que atentan contra la dignidad humana.
Los fascistas, los genocidas, los racistas, los supremacistas,
seguirán teniendo el derecho a ejercer la libertad de expresión como
cualquiera. Solo tendrán que atenerse a las consecuencias que la ley
establezca con relación a las burradas que acostumbran a decir, pues hay
actos de habla que tienen la consideración de delito, por
ejemplo, los discursos que incitan al odio y al racismo. Y el franquismo
de este siglo no parece que se haya sacudido tales lacras de encima.
La libertad de expresión no se puede limitar aunque su uso consista
en menospreciarla. ¿Qué pasaría si a Abascal se le prohibiera el uso de
este derecho fundamental? Ignoraríamos el estadio larvario de su
pensamiento en que está instalado.
Declarar como delito la apología del franquismo no limita la
capacidad del sujeto infame para exaltarlo. Pensemos. El Código Penal
prohíbe y castiga el crimen, el robo, el cohecho y la prevaricación,
pero no por ello la gente deja de robar, de asesinar y de prevaricar. La
libertad de asesinar no queda coartada, ni siquiera ante la
amenaza de una futura pena de muerte que, incluso, le puede esperar al
homicida, como así sucede en la democracia más grande del mundo.
Además, incluso estos apologetas del franquismo pueden enseñarnos
cosas que ignoramos. Y no solo. Porque, como señalaba J. S. Mill, “no
somos infalibles; ellos pueden tener una porción de la verdad; y aun, si
equivocados por completo, necesitamos su desafío para no sostener lo que decimos como un dogma”.
Conseguir que la apología del franquismo figure en el Código Penal sería incluir en él un principio regulativo de la conducta
de los que hablaba el juicioso Kant. Tendría un rol higiénico y
profiláctico, pues, además de no mermar la libertad de expresión,
establecería umbrales de dignidad, de civilización, de respeto a los
derechos humanos; en definitiva, sería una advertencia para
inconscientes y sonámbulos éticos.
Nadie que se considere franquista o heredero de su ideología dejará
de hacer su apología en vivo y en directo cuando quiera. Y lo hará,
porque considera que la época del franquismo fue única, grande y libre.
Así que no le demos más vueltas. Y acéptese que esta es la razón que lleva a ciertos juristas a poner tantos tiquismiquis y no incluir como delito en el Código Penal la apología del franquismo. No se sienten inquietos por la supuesta merma que se hace a la libertad de expresión, sino
por el hecho de considerar que el franquismo no fue un genocidio; y
porque es probable que, si así lo tildasen, tendrían que aceptar que su
familia también fue franquista y genocida por la parte moral que
les corresponde. Y convendría no asustarse por la constatación, pues es
un sustrato en el que la memoria de muchas familias se ha alimentado
durante la dictadura franquista. El problema es que siguen instaladas
en él.
Es todo un síntoma, no general pero sí de mal agüero, el hecho de
que, cuando, para justificar la no inclusión de la apología del
franquismo como delito en el Código Penal, uno de estos juristas
pregunte con recochineo “si será delito de apología del franquismo,
decir, por ejemplo que en esa época hubo mejoras sociales, como la
construcción de hospitales y de pantanos”. Bueno, si este jurista que
existe y tiene nombre y apellidos se preguntara cuántos de esos
hospitales y pantanos se construyeron utilizando la esclavitud en formato de Batallones de Prisioneros de Guerra, pues a lo mejor tendría que responderse que sí.
A lo que voy. En la propuesta del gobierno coaligado, el franquismo
es el nudo gordiano del asunto y no el de la libertad de expresión.
Aclarar y definir si el franquismo fue una instancia criminal y genocida,
no solo en el periodo de la guerra, sino durante la dictadura
franquista, es asignatura pendiente que no se ha estrenado aún como
estudio en los predios escolares.
Memoria Histórica y Resolución del Consejo de Europa
Desgraciadamente, la Ley de Memoria Histórica ayuda poco, toda vez
que se limita a ordenar “la retirada en lugares públicos de símbolos y
monumentos de “exaltación, personal o colectiva, de la sublevación
militar, de la Guerra Civil y de la represión de la Dictadura", asociando la apología del franquismo al golpe de Estado y a los crímenes cometidos desde 1936 a 1939, olvidando los crímenes cometidos durante el primer franquismo (1939-1952) y la imposición de un Estado sin Derecho, sin libertades de ningún tipo, durante más de cuarenta años.
Este texto de la Ley de la Memoria olvida, de forma incomprensible,
que la apología del franquismo y los crímenes cometidos durante la
guerra, dieron origen a una Dictadura y, por lo tanto, intrínsecamente
genocida como lo fue durante la guerra. Al fin y al cabo, durante la
Dictadura se siguió persiguiendo y reprimiendo con la misma saña. Por lo
que, no cabe ninguna excusa para concluir que el franquismo de
principio a fin fue una apología de sí mismo. Limitar la caracterización
de genocida al periodo de la guerra es fruto, no de la ignorancia, sino de la manipulación y, peor aún, de la mentira.
Quien fuera el primer ministro de Educación del franquismo, en 1938,
Pedro Sainz Rodríguez, definió esa inmutabilidad de la política
franquista criminal a lo largo del tiempo con estas elocuentes palabras:
“la política del general Franco consistió́ en conservar en España el clima moral de la guerra civil”.
Si
alguien desea saber cómo fue ese clima moral de la guerra impuesto
durante la dictadura, con campos de concentración incluidos, le bastaría
con leer la prensa de cualquier periódico de la época. Y que resumo con
las palabras de Esteban Bilbao, entonces presidente de las Cortes
franquistas: “España no necesita la democracia, porque por encima de
esas definiciones advenedizas es un país católico”.
En contra de la iniciativa del Gobierno coaligado estaría también la Resolución 1481
de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa emitida el 25 de
enero de 2006, que “condenó enérgicamente los crímenes de los regímenes
comunistas por sus similitudes en los crímenes contra la humanidad, la ideología de odio y la tiranía de sus gobiernos”, y dejando al franquismo fuera de esta nomenclatura.
Para estos diputados europeos, el franquismo fue, al parecer, un
sistema político que nada tuvo que ver ni con el nazismo, ni con el
fascismo. Por tanto, no solo tendrá a su favor el sofisma de la libertad
de expresión para que, quien lo desee, pueda hacer su apología, sino
que esta quedará excluida como delito en el Código Penal. Dicho en roman paladino.
El franquista actualizado podrá exaltar el golpe de Estado, alegrarse
de la eliminación del enemigo ideológico, aunque sea tu padre, como
decía Mola. El problema seguirá donde estuvo siempre: no en que este
sujeto pueda decir lo que quiera, que está en su derecho y en su
capacidad mental para soltar enormidades, sino que lo podrá hacer con
absoluta impunidad, puesto que la apología del franquismo no será
delito.
Si los fascistas levantaran cabeza
Para muchas personas, no solo pertenecientes a las familias directas
de las víctimas del franquismo, resulta incomprensible que el franquismo
no se catalogue al mismo nivel de barbarie y de crueldad que el
fascismo. Y sospecho, también, que, incluso, los herederos de ese
franquismo auténtico, no se sentirán nada bien por la afrenta que se les
inflige al desnaturalizar lo que de verdad fue aquella santa Cruzada y
dictadura.
Si los militares golpistas, Mola, Sanjurjo, Queipo de Llano, Beorlegui, Yagüe, lo mismo que dirigentes de la Comunión Tradicionalista,
caso del conde de Rodezno, Del Burgo, levantaran cabeza, protestarían
indignados al ningunearles la limpieza política que hicieron por el bien
de España y de Dios, asesinando rojos, ugetistas, cenetistas,
comunistas, republicanos, socialistas y gentes de parecido jaez.
Y
ya no digamos la Jerarquía Eclesiástica de la época, el cardenal
primado, Isidro Gomá y su sucesor Pla y Deniel, lo mismo que la plana
mayor de los obispos españoles, Olaechea, Eijo Garay, Modrego Casaús y
el cardenal Segura… y el papa Pío XII, obviamente. Seguro que desde sus
tumbas catedralicias se habrán removido y más de uno se habrá lamentado
no poder escribir un anatema sit contra esa Resolución Europea que no reconoce su labor teológica criminal, plasmada en la Carta Colectiva del Episcopado español a los obispos del mundo entero
(1.7.1937), justificando el golpe de Estado y la guerra, elevándola a
la categoría suprema de santa Cruzada, pero sobre todo, alentando la
limpieza la mala cizaña, comunistas y demás ralea, de rojos y de
republicanos, asesinados porque, según el cardenal Pla y Daniel,
pertenecían a la ciudad demoníaca… Y lo mismo cabría imaginar
en muchos intelectuales, cuyo pensamiento resumiría el fascista Pemán
con esta escalofriante frase: “cuanta más represión, más pureza
patriótica”, que hubiese firmado, caso de haberla conocido, Hitler.
Seguro que a la vista este panorama, se preguntarían: “¿Para esto
asesinamos a tanto rojo de mierda para que vengan estos políticos de
pacotilla y no nos lo reconozcan?”.
Es verdad. No reconocerles esta obra depuradora es como darles con un
canto en las narices. Hacerles ver que su esfuerzo titánico por matar y
asesinar, depurar y encarcelar a todos los que no aspirasen a esa
pureza de la Patria que pasaba por enajenarse ante un Dictador, fue en
vano, tiene que joderles un montón. ¿Cómo se les puede negar que no
llegaron a emular las cimas criminales del fascismo, a las que con tanto
esfuerzo intentaron coronar? Es lo último que sus oídos póstumos
podrían escuchar.
Ciertamente, no reconocer que el franquismo, en materia de
criminalidad, no estuvo a la misma altura que los nazis o del estado
comunista de Stalin, es una gamberrada conceptual que ninguno de sus
protagonistas civiles, militares y religiosos esperaban recibir. Es que
ni siquiera han reparado en que el nazismo empezó en 1933 y terminó en
1945. Doce años. Miserables y criminales como pocos, pero, coño, que el
franquismo estuvo desde 1936 hasta la muerte de la momia en 1975… Y, por
cierto, ahí sigue respirando en algunas instancias, como la judicial,
militar, eclesiástica, periodística y digital.
Algunos hechos más
En refuerzo de esta tesis, que los políticos europeos la han cagado
de verdad negando al franquismo su etiqueta de genocida, aunque para
nombrarla utilizase variopintos eufemismos, recordaré algunos
acontecimientos que apoyan por completo a quienes reivindican que su
labor estuvo a la misma altura que los regímenes condenados, ahora, por
la resolución europea.
Si el franquismo de 1940 a 1952 no fue similar al fascismo y
nacionalsocialismo, ¿por qué, entonces, la UNO/ONU no aceptó a España en
su seno desde el primer momento? ¿Cómo entiende la Resolución europea
el hecho de que, si el fascismo y el comunismo eran la misma cosa
putrefacta, los comunistas lucharan contra Hitler?
Si el comunismo y el fascismo participaban de la misma ideología del
odio y del terror, ¿por qué, entonces. el franquismo nunca, jamás,
condenó el fascismo?
Si el franquismo no participaba de las mismas esencias liberticidas
del nazismo alemán, ¿cómo se explica que marcharan juntos a luchar
contra el comunismo ruso, en la División Azul?
Más pruebas inequívocas. El franquismo jamás condenó el fascismo de Hitler, ni el nacional-socialismo. En ningún momento. Ni siquiera tras los juicios de Nuremberg, calificó como genocidas a sus carniceros, incluso después de ser condenados a la horca.
Después de conocerse la existencia de los campos de concentración,
después de conocerse la existencia de millones de muertos en los
crematorios, este periódico jamás condenó oficialmente estos crímenes
contra la humanidad.
En la prensa adicta, caso de Diario de Navarra, belén o cuna
del Alzamiento, encontrará el lector una sola crítica contra Hitler; al
contrario, solo alabanzas y alabanzas por sus “magníficos” discursos y
felicitaciones por su cumpleaños.
Durante el tiempo que duró la II Guerra, su director, Raimundo García, con el seudónimo de Ameztia,
apoyó a Alemania hasta el fin. Ni después de muerto Hitler, este
fascista García, íntimo de Mola, calificaría la obra del teutón como
genocidio o barbarie. Imposible hacerlo, sabiendo que el propio Franco,
tenía una foto de Hitler presidiendo la mesa de su despacho.
No solamente eso. Los franquistas, mientras duró la invasión de
Francia por los alemanes, jamás dejaron de apoyar a los
colaboracionistas franceses y al gobierno de Vichy, presidido por
Pétain. Cuando este y Charles Maurras, y varios intelectuales, fueron
condenados a la pena capital, aunque posteriormente conmutada por la
reclusión perpetua, los franquistas, tal y como refleja su hemeroteca,
salieron en su defensa y, de hecho, cuando murieron, fueron tratados
como héroes nacionales.
En el caso de Maurras, acaecida en noviembre de 1952, el periódico
aludido diría “acompañamos en su dolor a los franceses patriotas”. ¿Y
quiénes eran estos patriotas? Pues como Maurras, es decir,
furibundos antisemitas, antiparlamentarios y nacionalsocialistas. En
definitiva, fascistas de tomo y lomo.
Por supuesto, dicha prensa no sufriría ningún atropello a su libertad
de expresión cuando defendió a criminales de guerra, tras el
correspondiente juicio de Nuremberg, acusando al tribunal de falta de compasión.
Y no sufrió censura alguna porque pensamiento de la dictadura
franquista era idéntico al del nazismo. Condenar el comunismo y a sus
dirigentes lo hicieron en cada página, pero jamás tuvieron una palabra
para condenar los campos de concentración, ni los millones de muertos en
los crematorios.
Contubernio de Munich
Un detalle final más que corrobora hasta qué punto el franquismo seguía siendo lo que siempre fue: una ideología criminal.
El 5 de junio de 1962, en Munich, en el IV Congreso del Movimiento Europeo Internacional, 118 representantes españoles de la oposición interior y del exilio escenificaron su reconciliación en el rechazo del Régimen franquista, pidiendo a la Europa comunitaria que no admitiese a España mientras se mantuviera la dictadura.
El periódico fascista Arriba España calificó esta denuncia como “Contubernio de Munich”. Y es bien sabido que Franco condenó al exilio o, dicho eufemísticamente, “a la asignación forzosa de residencia” a varios de los participantes que intentasen regresar a España.
El franquismo, desde el principio hasta el fin, nunca respetó los
principios de una democracia. En su diccionario político jamás existió
tal palabra. Ni Libertad, ni Constitución.
Así que “manda güevos" que en 2006 el franquismo salga del Parlamento
Europeo como si no hubiese roto un plato en su vida, como si se tratara
de una doctrina política compatible con la democracia y los derechos
humanos. Para mayor cinismo, en dicha resolución de condena se incluían
“los asesinatos individuales y colectivos y ejecuciones, la muerte en
campos de concentración, hambre, deportaciones, torturas, trabajos
forzados y otras formas de terror físico masivo”, es decir, los mismos
crímenes del franquismo que utilizó para encaramarse en el poder y
permanecer en él.
Y van estos políticos europeos y no lo reconocen al mismo nivel
genocida que el fascismo. Así que, la pregunta, más que impertinente, es
la más adecuada: “¿De qué franquismo de mierda hablan estos europeos?”.
Impunidad del franquismo
La
situación actual es puro sarcasmo, porque hoy es el día en que, después
de 14 años de esa declaración de 2006, cualquiera que lo desee puede
defender el franquismo como un sistema político tan digno como una
democracia al uso, algo que, obviamente, la libertad de expresión
permite, y está bien que así sea.
Pero lo terrible está en que, mientras de este franquismo criminal se
diga que solo lo fue durante unos años, al comunismo, en cambio, que se
enfrentó a él, se le asigne la misma perversidad del nazismo.
Ni siquiera los partidarios de la memoria tranquila, esos que hablan
tanto de la equidistancia criminal entre unos y otros, se acuerdan de
aplicar en este caso comparativo ese metro de medir crímenes de guerra.
Para mayor recochineo, las derechas siguen utilizando el término comunista
como moneda de insulto contra las izquierdas, connotando así las
barbaridades del concepto comunista con el que le otorgó la Resolución
Europea de 2006. Aviesa actitud, porque estas derechas, que suelen
revolverse como las serpientes venenosas cuando se las asocia con el
franquismo de siempre, ellos, por el contrario, no aceptan bajo ninguna
premisa que los comunistas de hoy no son los estalinistas de ayer. Más
todavía. No creo que existan hoy comunistas que acepten sin sonrojarse
los crímenes del estalinismo, cosa que está por ver que los albaceas ideológicos del franquismo lo hagan con relación a los crímenes y los cuarenta años de dictadura de su querido generalísimo.
Que las derechas actuales se rebelen contra la ideología comunista y
socialista, es lo que se espera de ellas. Pero que lo hagan utilizando
los mismos mecanismos de odio que los que utilizaban en los años 40 sus
padres putativos, deja su pensamiento a la intemperie. De hecho, pocas
veces, por no decir nunca, estas derechas se vanaglorian de vivir en una
Democracia, sino que, como sus mayores, siguen considerando que “España
es una potencia anticomunista" o, al menos, su objetivo político.
Es lógico y comprensible que la palabra democracia siga revolviendo
las tripas a quienes nunca han condenado el franquismo como ideología
genocida, al mismo nivel que su primo hermano el fascismo hitleriano.
Por lo que entiendo que, a quienes dieron el golpe de Estado y
cometieron las salvajadas que perpetraron, en modo alguno les molestaría
que, dado el momento político actual, su apología se incluyera en el
Código Penal. Sería un reconocimiento cabal a sus crímenes. Al fin y al
cabo, es lo que un criminal desea: que se le reconozcan públicamente
sus asesinatos.
Y no alarmarse por ello, porque dicha inclusión no impedirá que sus
seguidores sigan exaltándolo y haciendo su apología… Eso, sí,
ateniéndose a lo que dictamine el Código Penal caso de que, por fin, se
incluya en su articulado, reconociendo, por fin, lo que una Justicia, no
del revés que decía Serrano Suñer, sino recta y justa, aplicaría sin
más preámbulos.
Fuente → nuevatribuna.es
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