
La oscura historia del esclavismo en España ha sido silenciada por la
historiografía oficial. Posiblemente nunca hayas oído hablar de Pedro
Blanco, pero este malagueño llegó a ser a principios del siglo XIX el
mayor comerciante de esclavos del mundo, "todo un emprendedor -me
explica Carlos Bardem, historiador y escritor, además de actor-.
No solo incorporó las veloces naves clipper al comercio de esclavos
entre África y América sino que creó un concepto revolucionario: el Cash
& Carry de esclavos".
Carlos Bardem ha recreado la truculenta y aventurera vida de Pedro Blanco en su nueva novela, 'Mongo Blanco' (Plaza
& Janés), un viaje al corazón de las tinieblas de la codicia humana
que sirve para sacar a flote una de las realidades más
(intencionadamente) ignoradas de nuestra historia: el comercio
esclavista de los españoles hasta bien entrado el siglo XIX y las
grandes fortunas que crearon gracias a este negocio inhumano, empezando
por el de la reina regente María Cristina, madre de Isabel II,
"propietaria del ingenio azucarero Santa Susana en Cienfuegos y una de
las mayores negreras de su tiempo", el marqués de Comillas o la familia
Vidal-Quadras, entre muchos otros, según Bardem y otras fuentes.

"Si preguntas sobre el comercio de esclavos a un español, posiblemente
hablará de los campos de algodón de Lousiana y de 'Kuntakinte'.
Cualquiera que haya ido al colegio sabe que hay ciertas cosas que nunca
se estudian, y por eso nunca llegamos a estudiar la Guerra Civil en
Historia", me cuenta Bardem por teléfono.
Sin embargo, España fue mucho más que un actor secundario en el comercio
de esclavos en el Atlántico entre los siglos XVII y XIX: fue una
verdadera potencia. Y Pedro Blanco, su mayor exponente, el Amancio
Ortega de su sector, por hacer un paralelismo anacrónico y un poco
demagógico.

María Cristina de Borbón, reina y negrera. Foto: Wikicommons.
Pedro Blanco, más conocido como "Mongo Blanco", pasó de ser un miserable
andaluz a convertirse en un poderoso empresario del tráfico de seres
humanos. "El título de 'Mongo' lo recibían los traficantes de esclavos
en África, eran reyezuelos con ejército y territorio pero sin interés
alguno en gobernar a los habitantes de la zona", explica el escritor.
Blanco se instaló en Lomboko, unas islas en la costa de la actual Sierra
Leona, donde llegó a tener 4.000 esclavos y un harén de 1.000 negras.
La gran innovación del malagueño al tráfico de esclavos fue establecer
un punto permanente de abastecimiento de esclavos, un 'cash &
carry', según el símil de Carlos Bardem: "Hasta entonces, los
esclavistas iban a los puertos de la costa occidental de África y
aprovisionarse allí de los esclavos que les vendían los propios
africanos pero, claro, a veces no había esclavos y tenían que esperar
meses -lo que solía suponer enfermedades y penurias- o volver con las
manos vacías".
El "reino" de Lomboko fue la solución a este problema, una suerte de centro logístico que hubiese sido la envidia de Amazon.
Pero antes de continuar, merece la pena leer la descripción que hace
Bardem en el libro de esa "materia prima" con la que comerciaba Mongo
Blanco:
"Sacos de carbón, piezas de Guinea, bozales, muleques, negros y negras
arrancados de selvas, playas y poblados. Desesperados creyendo que
cruzan el gran río para servir de comida a los demonios blancos.
Humillados y asustados cuando, puestos en fila por el cigano, los
palpan, les separan los labios, las bembas, los penetran con los dedos,
los hacen flexionar las piernas y corretear para ver que no están mal de
los pies. Y algunos, los más expertos, saborean un poco del sudor
recogido con las yemas..."
"Sacos de carbón", "piezas de Guinea"... No existe un consenso para
determinar el número de almas arrancadas de África para alimentar las
plantaciones y los ingenios azucareros de América, pero la horquilla se
sitúa entre 12,5 y 83 millones durante cinco siglos. "Hombres
secuestados, mujeres sistemáticamente violadas, muchos de ellos muertos
en el trayecto a América", me explica Bardem. A su lado, palidecen
incluso los 6 millones de víctimas del Holocausto nazi.
Es el mercado, amigos
En realidad, 'Mongo' Blanco solo era una pieza más de un enorme
entramado que sustentaba la economía europea de la época. El malagueño
proveía mano de obra barata para las plantaciones de las Antillas, y el
azúcar y el alcohol que allí se destilaba servía para alimentar la
enorme máquina de la revolución industrial, que ya arrancaba en
Inglaterra.
Blanco se jugaba el tipo, esquivando las naves del West Africa Squadron,
brazo armado del abolicionismo inglés, pero los beneficiarios finales
del tráfico estaban jugando a las cartas en los elegantes salones de
Barcelona. El paralelismo con el actual tráfico de cocaína es
inevitable: "Así es. Pedro Blanco era una suerte de Pablo Escobar de su
momento.
Compraba un ser humano por 20 dólares, y si lo ponía al otro lado del Atlántico, esa misma mercancía costaba entre 350 y 400 dólares. Estos hombres y mujeres iban apilados como sardinas, muy parecidos a los paquetes de cocaína y con una rentabilidad similar".
Compraba un ser humano por 20 dólares, y si lo ponía al otro lado del Atlántico, esa misma mercancía costaba entre 350 y 400 dólares. Estos hombres y mujeres iban apilados como sardinas, muy parecidos a los paquetes de cocaína y con una rentabilidad similar".

El papel de Inglaterra y el Norte de EE.UU. también merece un capítulo
aparte. Por más que el abolicionismo existiera ya desde la Antigua
Grecia, el motivo subyacente tras el repentino humanitarismo de los
británicos era también económico, al menos desde el punto de vista de
Bardem:
Fuente → carlosagaton.blogspot.com
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