¿Es la democracia una distopía?
¿Es la democracia una distopía?

De forma recurrente hablo y, de vez en cuando, escribo sobre la necesidad de recuperar la utopía como elemento central en el pensamiento crítico. No sólo por la necesidad personal de cada cual de ir atisbando un horizonte hacia el que caminar, sino como contraposición a una realidad cuyos elementos se vuelven cada vez más distópicos, más inhabitables. Existen infinidad de esos elementos que nos afectan, que condicionan nuestra vida durante cada segundo de nuestra existencia. Y ante los cuales hay que empezar por resistir para poder existir. Sin embargo, hay un elemento que probablemente engloba a todos, o prácticamente a todos los otros, y que rara vez es situado en la lista de elementos distópicos, de aspectos sobre los que al menos es necesario reflexionar y poner en tela de juicio.

Este elemento es la democracia, sí la sacrosanta democracia.

La democracia es el marco en el que los miembros de las sociedades que se consideran a sí mismas como ideales, tenemos para desenvolvernos. Lo domina todo, incluido el lenguaje con el que formamos los conceptos, las ideas con las que performamos nuestras vidas. Utilizamos ese lenguaje para describir aquello que nos incomoda, que nos crea malestar, que nos oprime. También para delimitar aquello que anhelamos, a lo que aspiramos. De esta forma, sin darnos cuenta, se impone un modelo de vida que es incapaz de transgredir los márgenes que nos ofrecen. Se coloniza nuestro interior al mismo tiempo que esa colonización tiene su reflejo en el mundo exterior, donde la fuerza es utilizada de forma más o menos explícita, para imponer ese modelo basado en la libertad. Una libertad que como mucho es un mal sucedáneo del ejercicio de la misma. Una libertad que como todo en esta vida es definida dentro de los límites de lo democrático, es decir, de lo asumible.

A partir de ese momento, no es posible imaginar nada mejor que la democracia. Tal vez podamos imaginar cómo mejorar algunos aspectos concretos (eso que unos llaman regeneración democrática, otros tal vez lo llamen democracia digital, tal vez si siguiéramos buscando podríamos hallar docenas de denominaciones para otros tanto modelos de mejora democrática). Pero, desde luego, lo que no somos capaces de vislumbrar es un sistema superador de la democracia. Es posible que esto se deba a que tenemos la creencia, transmitida de generación en generación de que la única alternativa a la democracia es la dictadura y ésta es, sin duda, el peor de los males. No lo pongo en duda. No deseo una dictadura de ningún tipo a nadie. Ahora bien, eso no implica que le desee un sistema democrático. Porque como decía, no quiero dictaduras y las democracias no dejan de ser dictaduras sociales en las que se imponen, como siempre, los intereses de una minoría. Así ha sido desde su origen.

Siempre se habla de la democracia ateniense como el principio del sistema hace ya unos cuantos siglos. Pero ya en ese momento, el gobierno del pueblo no era más que el gobierno de los poseedores, de los propietarios, hombres. Ni mujeres ni esclavos.

Hasta llegar a nuestros días, la democracia ha ido variando, construyéndose siempre respondiendo a una correlación de fuerzas muy desiguales entre aquellos que poseían la riqueza y los que no. Siendo así, no es de extrañar que en cualquiera de las diferentes manifestaciones que la democracia ha ido mostrando siempre hayan respondido a los intereses de unos pocos.

Pero si algo confiere de forma definitiva esa pátina distópica a la democracia es su carácter omnipresente. Jamás ha habido un modelo de gobierno tan intrusivo como la democracia que pretende abarcar todos los aspectos de la vida. Pretende legislarlo todo hasta lo más íntimo. Y lo que es peor, siempre con criterios económicos. Siempre con el beneficio en mente. Esto la ha convertido en el sistema ideal para el desarrollo del capitalismo ya que ha conseguido que un modelo económico nacido para el beneficio de los Estados se haya convertido en un elemento autónomo situado por encima de los Estados mismos. Esto explica en gran medida el porqué de la supremacía del modelo democrático y de su incuestionabilidad.

Además, la democracia es considerada como un sistema moralmente insuperable ya que es ni más ni menos que la representación del interés popular. Aunque es evidente que la única representación existente es la de los intereses de aquellos que poseen la riqueza sigue siendo, aparentemente, irrefutable esta afirmación. Al fin y al cabo, el pueblo elige libremente a sus representantes así que no hay nada que objetar. Es tal su grado de perfección moral que continuamente se inician guerras alrededor del mundo en su nombre. Se trata de imponer la perfección del sistema allá donde todavía se muestren indecisos ante él. Por supuesto, es todo por el bien del pueblo aunque para ello haya que asesinar al propio pueblo. La democracia pretende ser el único modelo posible. Su democracia debe ser para todos, sin excepción.

Democracia o barbarie. Podría ser el eslogan de los tiempos y, no obstante, no parece que la barbarie haya desaparecido ni mucho menos en los países democráticos. Basta ver cualquier informe (o abrir los ojos a tu alrededor si no es que tú mismo la sufres en primera persona) escogido al azar del organismo oficial que se quiera sobre condiciones de vida para ver la lamentable situación en que se encuentran las sociedades democráticas. Sirvan como ejemplos los de EEUU, donde las desigualdades sociales y todo lo que conllevan son abismales o la propia España, donde la pobreza alcanza a un tercio del total de la población. Podríamos fijarnos en el acceso a la vivienda, o a la educación, o a la sanidad o cualquier otro parámetro que se nos ocurra para ver qué intereses defiende la democracia.

Tal vez no presente los niveles brutales de represión pura y dura de las dictaduras (cuyo recuerdo facilita mucho más la imposición democrática) pero de ahí a la perfección como sistema de organización social hay un abismo. Hay margen para poder, al menos, confrontarla, para incluir, al menos, esta oposición en el marco de nuestra conciencia. Es posible que estos sean buenos tiempos para ello. Tal vez esta nueva normalidad de la que tanto hablamos incluya la posibilidad de responder a la pregunta que encabeza este escrito. En caso de una respuesta afirmativa, estaremos más cerca de nuestro sentir. Y eso sí que es moralmente positivo.
 

Fuente → briega.org

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