
Juan Carlos I vio que el 23F se le iba de las manos y, según
fuentes que estuvieron cercanas al monarca en aquellos meses posteriores al intento
de golpe de Estado, pasó «mucho miedo». Por ello, en el Palacio de la Zarzuela
se inició una operación político-militar secreta que le permitió hacerse con el
poder real del Estado, independientemente de lo que dijera la Constitución, para
evitarse, en el futuro, sustos tan fuertes y desagradables como los que vivió
durante «la Tejerada».
Según indica el coronel Amadeo Martínez Inglés el su libro Juan
Carlos I. El último Borbón, el rey abrió dos frentes. El primero fue llamar
a capítulo a todos los líderes políticos que, de un modo u otro, estuvieron de
acuerdo con la «Solución Armada»; el segundo, y, quizá el más importante, el
hacerse con el control de todos los servicios de inteligencia de las Fuerzas
Armadas y, de este modo, convertirse en el hombre más informado de España, lo
que, por ende, le transformaría en la persona más poderosa del país. Tal y como
publicamos en Diario16, esto tuvo como consecuencia que Juan Carlos I no sólo dispusiera
de las funciones que el confería la Constitución, sino que durante su reinado
ejerció el poder de facto, disfrazado de rey constitucional y demócrata,
pero sometiendo a los políticos, entre campechanía, sonrisas y abrazos, quienes
siempre creyeron que no ejercía el poder pero que no dudaron en aceptar la
voluntad del monarca.
El primer baluarte de la información era el CESID (Centro Superior
de Información de la Defensa), formado casi exclusivamente por militares y con
una estructura anticuada volcada preferentemente, siguiendo todavía con las
directrices de los servicios secretos del Régimen franquista, a la información
interior: política, social y militar. El control del CESID se convirtió en prioridad
absoluta del rey Juan Carlos en los meses siguientes al 23F.
«Así, en octubre de 1981, después de someter a una presión
directa e insoslayable al nuevo presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo-Sotelo consigue que sea nombrado director general del
CESID el coronel Emilio Alonso Manglano, un militar de la nobleza, monárquico visceral
y que había jugado un papel esencial en la postura de «no intervención»
adoptada por la Brigada Paracaidista durante el 23F», afirma Martínez Inglés. Este
hecho fue importante puesto que los jefes de esta unidad siempre fueron
partidarios de un golpe de Estado duro, «a la turca». Si en febrero los
paracaidistas hubieran actuado, el golpe habría tenido éxito. Y esto lo sabía
Juan Carlos I y recompensó a Manglano con la dirección del CESID. Ya había
colocado al hombre clave en el lugar clave porque la apuesta nunca fue desinteresada,
ya que con su fiel servidor a la cabeza del CESID, Juan Carlos I sería el
primer beneficiario de cuanta información sensible y reservada generaran los servicios
de Inteligencia del Estado.
Ello, unido al control que por su mando supremo de las
Fuerzas Armadas ya ejercía sobre la Junta de Jefes de Estado Mayor convirtieron
al monarca en el hombre mejor informado del país más poderoso y capaz de «erigirse
de facto (guardando siempre las formas democráticas, cómo no) en un auténtico
dictador en la sombra», afirma el coronel Martínez Inglés.
Manglano se convirtió, a partir de octubre de 1981, en los
ojos y los oídos del rey Juan Carlos, en la punta de lanza de su oculto poder, «en
la correa de transmisión, a través de la cual recibiría a diario la munición
necesaria para doblegar y hacer hincar de rodillas a los políticos de la
democracia elegidos por el pueblo soberano. Con el general Sabino Fernández
Campo como nuevo valido y fontanero máximo del palacio de La Zarzuela,
reconvertido en El Pardo de décadas pasadas; con el espía Alonso Manglano
sirviéndole a mansalva y en tiempo real cuanta información sensible (mucha de
ella referida a los otros poderes del Estado) llegara a los terminales del
siniestro servicio de información del Estado que dirigía con mano de hierro;
con la cúpula militar (JUJEM), y los servicios de Inteligencia exterior
secretos adscritos a la misma, obediente y sumisa en virtud de la etérea y
nunca concretada Jefatura Suprema de las FAS que le otorga la Constitución; y
con el permanente «chantaje» a los políticos, y en especial a los sucesivos presidentes
del Gobierno elegidos democráticamente por el pueblo, que representaba la mera
existencia de esa suprema jefatura sobre los militares como valladar ante
tentaciones golpistas… el camino a esa deseada dictadura real en la sombra se presentaba
expedito», afirma Martínez Inglés.
Fuente → diario16.com
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