Al servicio de la República
 
Al servicio de la República
Alejandro Tello Peñalva

Kim Philby, el famoso espía británico que trabajó durante más de cinco décadas al servicio del KGB y considerado el mejor agente doble de todos los tiempos, está a punto de perder ese honor a manos de otro agente con mejor hoja de servicios que él. Hasta hace bien poco era impensable que alguien le quitara el puesto al gran Philby, pero le ha salido un duro y correoso competidor que está a punto de apearlo del cajón más alto para colocarse él con todos los merecimientos.

Hace poco que nuestro hombre culminó su obra maestra de acabar desde dentro con la institución que presidió durante casi cuarenta y cinco años. La suya ha sido sin duda una gran gesta, ejecutada con una gran solvencia y profesionalidad, con una gran inteligencia, rigor y disciplina. Todo ello ha sido posible gracias a una férrea disciplina y al escrupuloso seguimiento de un guión sin fisuras, una hoja de ruta bien planificada hasta en sus más pequeños detalles. Un largo, difícil y arriesgado trabajo de topo que ahora llega a su fin después de conseguir el objetivo. Hay que decir que su tarea ha sido llevada a cabo con total profesionalidad, sin dobleces, con un disimulo tal que nadie nunca ha sospechado nada. Como todo el mundo sabe, no es nada fácil ser un agente encubierto y menos ejercer como tal a lo largo de tantas décadas donde ha tenido que improvisar mucho, reaccionar rápido y bien ante situaciones imprevistas que no figuraban en la hoja de ruta, el manual de instrucciones. De todas ellas ha salido triunfante y la prueba de ello es que no solo no levantó sospecha alguna en las variadas esferas donde se movió, sino que en todas ellas, valiéndose de su campechanía,de su don de gentes, consiguió que todo el mundo doblara la raspa ante él entre noventa y cuarenta y cinco grados, según el grado de adhesión y admiración a su figura. En los últimos años recibió la orden de precipitar el desenlace dando así por acabada su misión. Y como en las grandes películas, en la última escena de cinco minutos escasos, se cierra toda la historia y entonces, con gran regocijo y asombro, el espectador comprende todo lo expuesto en la hora y media anterior. Esto solo ocurre en las grandes obras, las llamadas “redondas”, y ésta sin duda lo es.

Ha sido un delicado trabajo, casi de encaje de bolillos, de muchos años sin tregua ni reposo, sin prisa pero sin pausa, lento pero seguro. Ahora, casi medio siglo después, su intensa labor de termita empieza a dar sus extraordinarios frutos. Y está bien traída la comparación porque, al igual que ocurre con las termitas, cuando empieza a verse su trabajo puede decirse que ya está concluido y no hay nada que hacer. Si aguantan todavía hoy a duras penas las vigas que sostienen la caduca y trasnochada institución, es gracias a las capas de pan de oro que recubren la madera, pero no hay nada que hacer, el deterioro es total, el daño puede considerarse definitivo e irreversible.

La idea básica, la clave, el quid de su ardua y brillante labor ha consistido en señalar, a través de su comportamiento, de su actitud y aptitud, todos los males de la institución que presidió a lo largo de tantos años. Y actúo de forma extraordinariamente convincente para señalar esos males y hacernos ver que esa institución que representaba era, además de una antigualla, un anacronismo, una absurda reliquia de otros tiempos que nada tienen que ver con éstos. Algo de una ranciedad insufrible a estas alturas de siglo. Y para evidenciar esto de una manera nítida y clara, nuestro agente no ha tenido más remedio que cargar la suerte, quebrantar, transgredir todas las barreras, todos los límites, cruzar sin complejo alguno todas las líneas rojas que ha encontrado a su paso. Ha tenido que desplegar todo un catálogo de pecados capitales, de desenfrenos, de disipación, destacando de entre ellos la avaricia, la lujuria, la soberbia, para que veamos lo que alguien en ese puesto puede hacer con total impunidad, con total desfachatez sin que pase nada, sin que tenga que rendir cuenta alguna. Haciendo esto, ha puesto de manifiesto que nadie debe tener jamás esos privilegios, esa inviolabilidad, ese manto milagroso, esa capa de superhéroe que le protege de todo, hasta de la justicia que, como hemos dicho, nada puede hacer contra él.

A estas alturas de la historia no puede haber nadie por encima de la ley, no puede haber nadie en ese puesto tan principal que, como dijo una de sus más famosas amantes, “se comporta como un niño consentido que no distingue lo legal de lo ilegal”. Algo más propio de monarcas de siglos pasados que felizmente ya pasaron a la historia y no volverán nunca, o al menos nosotros no los veremos.

Nuestro hombre ha dejado claro, con la impresionante puesta en escena de sus escándalos, codicias e inmoralidades varias, que un Estado moderno que se presenta como social, democrático y de derecho, no puede tolerar en modo alguno semejante comportamiento por parte del que es nada menos que su máximo representante, su fachada y escaparate ante el mundo. Una vez más nuestro superdotado topo, con su prodigiosa recreación de un ser omnipotente, de apetitos desenfrenados, ante el que todos se inclinan y le ríen las gracias, un hombre más allá del bien y del mal, sin mesura ni freno alguno, nos ha dejado claro como el agua que hay que acabar con esta situación más pronto que tarde. El agente doble más famoso de todos los tiempos nunca ha regateado esfuerzos para, con un gran despliegue de medios, hacer ver lo que él quería que viéramos y así juzgáramos: cacerías de elefantes cuando su reino estaba sumido en una terrible crisis y sus súbditos estaban pasándolas más putas que Caín, cuentas opacas en Suiza, patria querida, comisiones, corredurías, participaciones, amantes con cargo a los presupuestos generales…etc. etc.

Nada más efectivo que sufrir un desvastador incendio que acabe con la casa entera para ver la necesidad de construir la próxima casa con el mejor de los sistemas antiincendios. Nada mejor que un buen terremoto que lo deje todo reducido a escombros para que en adelante se elabore una ley para construir edificios que cumplan con todas las normativas y especificaciones antiterremotos. Nuestro hombre, con su didáctico comportamiento, con su ejemplo de todo lo que no hay que hacer, ha inspirado ese cambio que ya exige buena parte de la población, un cambio más que necesario, obligatorio. Un cambio que ya está tardando. Y él solo ha puesto en escena el incendio, el terremoto para que nos demos cuenta de una vez de la necesidad de cambiar de rumbo. Encomiable ha sido su labor de desprecio absoluto por las más elementales normas, formas y leyes que incomprensiblemente rigen para todos los demás, menos para él. Esa forma de mostrar de forma descarnada sus increíbles privilegios, sus fabulosas prebendas, ha sido la constante en su plan de trabajo. Su marca de la casa.

Como se ha dicho antes, la mejor manera de denunciar que algo no funciona es mostrando los fallos con ejemplos claros y contundentes, de tal forma que no hay mejor manera de señalar las deficiencias de seguridad de un banco que robándolo. No hay mejor manera para mostrar la inconveniencia de algo que poniendo de manifiesto sus grandes carencias, su mal diseño, sus nulos intrumentos de control.

A pesar de que nuestro impagable hombre nos lo ha dado todo mascado, ahora nos toca a nosotros rematar su trabajo, cumplir con nuestra pequeña parte para completar la hercúlea tarea. Y qué mejor reconocimiento, qué mejor homenaje podemos hacerle a nuestro abnegado e inconmensurable agente que acabar lo que él empezó hace tantos años con su disciplina de termita, con su generosidad sin límites. Y esta tarea nuestra, nada en comparación con la suya, no es otra que reclamar a los partidos políticos la convocatoria de un referéndum para decidir qué sistema de gobierno queremos para nuestro país. Monarquía o República. La monarquía, como todos sabemos, es hereditaria, se basa en derechos de sangre, en una lotería genética que puede salir bien, regular, mal o muy mal. Demasiado arriesgado, incluso temerario, jugar a esa ruleta a estas alturas de la historia. La República se basa en la elección democrática de sus representantes, que están un tiempo establecido en el cargo y después se marchan para dar paso a otros. Entran y salen y se les puede echar si su gestión se torna desastrosa. La ventaja sobre la monarquía es que nadie ejerce el poder de forma vitalicia, algo que suele acarrear terribles calamidades, desgracias y catástrofes sin cuento que todos hemos conocido y padecido. Porque, qué pasa si en la ruleta genética nos toca en suerte un rey nefasto, tonto y con mala leche, como Fernando VII? Tendríamos que soportarlo hasta su muerte?. Creemos que no, definitivamente no. Ni hablar.

Urge la convocatoria del referéndum que sigue pendiente desde el año 1977, y que no se hizo porque las encuestas daban como perdedora a la monarquía. “Hacíamos encuestas y las perdíamos”, se le escapó al presidente Adolfo Suárez en una entrevista. Entonces se hizo un apaño, algo muy de este país, y se “retocó” la Ley de la Reforma Política del 77, metiendo a saco y con calzador las palabras “Rey” y “Monarquía”. La cosa quedó tan fea y mal hecha como el famoso Ecce Homo de Borja. Y así sigue. Solo por esto, hace ya mucho tiempo de deberíamos haber exigido el derecho a que se nos consulte algo tan fundamental como es el sistema político que va a regir nuestras vidas. 
 

Fuente → diario16.com

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