
Los gestores más genuinos de la dictadura del capital se envuelven estos días en la franquista bandera rojigualda para marcar su violento territorio, porra en mano. En sus más cualificados barrios residenciales alborotan impunemente, con la seguridad que da el saberse los dueños de la finca. Pero, producto de su ventaja ideológica, también aquí y allá, se colocan las rojigualdas en las fachadas de otros territorios urbanos.
Irrita tanta chulería de quienes se saben en posesión del poder, de
tal manera que ni multas les llegan en su impunidad ante unos cuerpos
policiales igualmente identificados con su chulesca defensa del capital,
pero estos últimos con sus miserables salarios que son despreciados por
los otros. Si no es porque son los amos del cortijo esas caceroladas
serían brutalmente reprimidas por orden gubernativa, como suele pasar en
tantas ocasiones en los barrios obreros. Los jóvenes de Altsasua están en prisión por una pelea en un bar, de la que los aparatos represivos hicieron un auténtico ajuste de cuentas.
Si
ya fue una miserable concesión, una más, de Santiago Carillo, el
reconocimiento de esa bandera golpista en lo que llamaron la Transición,
hoy, absolutamente reapropiada por el facherío nacional, genera todavía más rechazo si cabe.

Quienes levantan hoy esa bandera son los “carniceros”, que están gritando que ¡a trabajar! ¡que hay que salvar la economía!,
aunque para ello miles trabajadoras y trabajadores se jueguen la vida
en el matadero de Binéfar o en la fábrica de la Mercedes, incumpliendo
cualquier medida de seguridad o produciendo bienes que nada tienen de
imprescindibles en centros de trabajo masivos, que tienen todo tipo de
riesgos para la vida. Lo importante es la economía, la de ellos, ¡claro!
Sus ganancias y su enriquecimiento. Que ayer podían
realizar con formalidades menos violentas, pero que hoy, en el escenario
agudo de agotamiento de su sistema capitalista, toma la forma de
arriesgar la vida de forma directa ante una enfermedad agresiva y en
buena medida desconocida, que ha aparecido como consecuencia del
carácter cada vez más depredador de su bárbaro sistema de acumulación,
que destruye el planeta, y destruye la vida humana, como bien advirtiera
Fidel en 1992 en la Cumbre de Río.
La rojigualda, en su miserable historia, siempre significó lo mismo. El dominio secular de la rancia monarquía cleptómana,
el baño de sangre del golpe del 36 y, de nuevo, la monarquía cleptómana
en su versión de paraísos fiscales y cuentas en Suiza, todo ello
siempre en armonía con la dictadura del bloque oligárquico-burgués. Es la enseña de la burguesía criminal,
cuya codicia no tiene límites, que siempre coloca como víctimas a la
clase obrera y a los sectores populares de este país invertebrado.
Ahora que, en la gestión de esta nueva fase de la crisis capitalista
acelerada por la Covid-19, el sistema dominante concierta todas sus
fuerzas para someter a las trabajadoras y a los trabajadores a un nuevo
ciclo de violencia, represión, mayor explotación y mayor pobreza, es el
momento de derrotar ya definitivamente esa bandera del crimen y la traición, y levantar, con todas las energías, las banderas de la clase obrera y del progreso social.
El interés del progreso, de la libertad, de la democracia y de la
justicia social, pasa por dar por finalizado el ciclo histórico de la
formación capitalista decadente y depredadora, e iniciar el ciclo de la mayoría social en el poder.
El poder obrero, la República socialista, la propiedad social, la
economía planificada y en armonía con la naturaleza, los avances
científicos al servicio de la Humanidad y no de los monopolios, la
reducción del tiempo de trabajo y la satisfacción de las necesidades
colectivas e individuales. Avanzar hacia la sociedad socialista.
Tirar para siempre la ensangrentada pañoleta rojigualda,
y levantar las orgullosas banderas de la libertad y la justicia social
-la roja bandera obrera y la republicana bandera tricolor-, será la
expresión de la independencia de clase y del avance imparable del cambio
social histórico.
Este sábado 23 de mayo el PCPE da inicio a su fase de ofensiva contra
las políticas que el bloque oligárquico-burgués trata de imponer para
recomponer su proceso de acumulación de capitales. Nos vemos en las
calles. Unidad, organización, y lucha obrera marcan el camino de la contraofensiva que ha de llevar al pueblo a la victoria.
Fuente → contrainformacion.es
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