
Carl von Clausevitz fue un gran militar prusiano
nacido en 1780 y muerto en 1831. Es conocido por su decisiva
intervención en las Guerras Napoleónicos pero también como uno de los
más influyentes historiadores y teóricos de la ciencia militar moderna,
en especial por los ocho volúmenes de su gran tratado “De la guerra”.
Clausevitz es autor de una célebre frase que sigue siendo
perfectamente vigente todavía ahora, transcurridos ya casi un par de
siglos: “La guerra es la continuación de la política por otros medios”. Aunque
en no pocas ocasiones uno llega a pensar que a menudo pueden invertirse
los términos de la frase de Clausevitz, que quedaría así: “La política es la continuación de la guerra por otros medios”.
En la guerra, como en la política, el dominio del lenguaje, el
control del relato, en definitiva el ejercicio práctico de la hegemonía
cultural, son unos elementos fundamentales. Buena y trágica muestra de
ello la tuvimos los españoles en nuestra incivil guerra civil de 1936 a
1939, de tan funestas consecuencias para la inmensa mayoría de la
sociedad española. Los dirigentes del bando rebelde alzado en armas
contra el legítimo y legal Gobierno republicano calificaron a sus
integrantes como “nacionales”, a la vez que pasaron a denominar “rojos”
a quienes se mantuvieron leales al sistema político elegido de forma
libre y democrática por los ciudadanos en las urnas. ¿Acaso no eran “nacionales” también todos y cada uno de los españoles que lucharon en el bando republicano? ¿Únicamente eran “nacionales” aquellos españoles que se rebelaron en armas contra la legalidad democrática republicana? ¿También eran “nacionales”
los militares integrantes de los contingentes enviados por la Alemania
nazi y la Italia fascista en apoyo de los rebeldes? ¿Eran “rojos” todos, absolutamente todos, los que se mantuvieron leales a la República? ¿Eran “rojos”, por ejemplo, los dirigentes y militantes democristianos del Partido Nacionalista Vasco (PNV) o de Unió Democràtica de Catalunya (UDC),
que en todo momento se mantuvieron leales a la República? ¿Dirigentes
republicanos tan importantes como fueron, entre otros, personajes de
suyo tan moderados como Niceto Alcalá-Zamora, Diego Martínez Barrio,
Manuel Azaña o Santiago Casares Quiroga, realmente podían ser
considerados “rojos”? Pero es que aún hay más, porque incluso cuando el conflicto bélico ya había finalizado y España “vivía en paz”,
según la terminología franquista, fueron centenares de miles los
ciudadanos españoles que, por el simple hecho de haberse mantenido
leales al legal y legítimo Gobierno democrático de la República, fueron sometidos a unos consejos de guerra, muy a menudo sumarísimos, con la única acusación de “auxilio a la rebelión”,
por la que fueron condenados, en no pocas ocasiones a muerte, en otros
casos a largas penas de prisión o de internamiento en campos de
concentración, muchos de ellos siendo maltratados y utilizados como
esclavos al servicio de la dictadura contra la que habían combatido o,
en otros casos, depurados profesionalmente, con la confiscación de sus
pocos o muchos bienes, reducidos de hecho a un penoso exilio interior.
Los realmente rebeldes, que faltaron incluso a su solemne fidelidad a la
bandera de la Segunda República Española y la combatieron con armas,
condenaron a los que se mantuvieran leales a la legalidad republicana.
¿No fue esta una cruel y perversa manipulación lingüística, de tan
trágicas consecuencias para gran número de españoles. Una buena
demostración de que la frase de Clausevitz es reversible: “La política es la continuación de la guerra por otros medios”.
El lector, a estas alturas del presente análisis, puede interrogarse
sobre a qué viene este regreso a uno de los periodos más trágicos del
pasado de nuestra historia. Pues resulta que, por desgracia, viene
especialmente a cuento en estos momentos, porque desde las derechas
españolas se ha resucitado aquel lenguaje guerracivilista, y conviene
que todos los demócratas sepamos enfrentarnos a este nuevo intento de
patrimonialización y tergiversación del lenguaje, por parte sobre todo
de Vox pero también de algunos dirigentes destacados del PP, no solo su portavoz parlamentaria, Cayetana Álvarez de Toledo, sino también su secretario general, Teodoro García Egea, e incluso su presidente, Pablo Casado.
Cuando los dos grandes partidos de las derechas españolas rivalizan
en el uso y abuso sistemático de descalificaciones dirigidas al Gobierno
de España que preside Pedro Sánchez, al que pretenden incluso
considerar ilegítimo, es obvio que nos retrotraen, de forma consciente o
inconsciente, al perverso lenguaje guerracivilista o preguerracivilista
utilizado por los que en 1936 se alzaron en armas contra el Gobierno
democrático de la Segunda República Española.
Intentar descalificar al actual Gobierno de España,
integrado por una coalición progresista y de izquierdas formada por PSOE
y UP, mediante el uso de raras e interminables retahilas de palabras,
al estilo de “social-comunista-marxista-bolivariano-castrista”,
se asemeja en exceso a aquellas fórmulas tan estimadas por el bando
fascista durante y después de la guerra civil, como, entre otros, el de “rojo-judeo-masónico-marxista-separatista”.
Es una manera de volver a un pasado que pensábamos que habíamos
superado ya de manera definitiva, solo con la eterna asignatura
pendiente de dar por fin una sepultura digna a los centenares de miles
de cadáveres de combatientes y presos republicanos que yacen aún en gran
número de fosas comunes.
Si las dos derechas españolas siguen combatiendo entre ellas por
hacerse con las posiciones más radicales y extremas, recurriendo ambas
para ello algo tan deleznable como recuperar el lenguaje guerracivilista
y preguerracivilista, no nos quedará más que plantearnos el
interrogante con el que he titulado este análisis: si unos somos “rojos”, ¿los otros son “fascistas”?
Fuente → elplural.com
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