

En este país existe
aún un odio larvado contra la diferencia, bien de pensamiento, bien de
credo, bien de forma de vida u orientación sexual
Manuel Francisco Reina
Durante muchos años, un fascista y asesino reconocido de Granada con el nombre de Juan Luis Trescastro,
iba por los cafetines y locales de la ciudad del Darro presumiendo de
algo terrorífico. Aseguraba ser el que le dio el tiro de gracia al poeta
Federico García Lorca, no en la cabeza, que era donde se acostumbraba para acortar la agonía de los fusilados si aún estaban vivos, sino en “en el culo, por rojo y maricón”.
Con el paso del tiempo, y la necesidad en los 50 de que el régimen se
abriera al mundo, empezando por los estadounidenses y el deseado pacto
con el ministro norteamericano Eisenhower, esta versión
fue atenuándose por parte de sus familiares, y negándose. Muchas
décadas después, y en labios del Premio nacional de las Letras Félix Grande, en una entrevista para un documental de Emilio Ruiz Barrachina,
confirmó esta versión. La confirmación provenía de las largas
conversaciones de Félix y su mujer, la también Premio nacional de las
Letras Francisca Aguirre, con el poeta Luis Rosales,
que vivió en primera persona la tragedia lorquiana, por tenerlo
escondido en su casa. La confirmación no sólo subrayaba la vileza del
gesto de Trescastro, sino que, probablemente, y ante la crueldad de la
última humillación a Lorca, se le pudo enterrar aún agonizante, es
decir, vivo.
En este país existe aún un odio larvado contra la diferencia, bien de
pensamiento, bien de credo, bien de forma de vida u orientación sexual.
Un odio que no tiene que ver, en realidad con todo lo citado, sino con
la pertenencia o no, a una clase. Mientras se asesinaba de esta manera
cruel y humillante al poeta más internacional de las letras españolas,
se metía en la cárcel y torturaba a Miguel Hernández, Álvaro de Retana,
o Miguel de Molina, entre otros muchos, se les concedían honores y
regalías a otros que vivían de forma soterrada el abuso hacia sus
empleados, o aspirantes a actores, como el converso Premio Nobel de
Literatura Jacinto Benavente. Benavente, que había sido
uno de los niños mimados de la Segunda República española, no tuvo el
menor pudor en cambiarse de chaqueta y escribir artículos y piezas
teatrales en los que se adhería al franquismo. Tampoco en estar en el
balcón del Palacio de Oriente de Madrid, en la manifestación de
apoteosis del dictador Franco de 1947, como queda retratado en muchas
fotos de los diarios de la época. Por esta razón, sus apetencias
sexuales y caprichos personales eran pasados por alto, pues, en palabras
del infame José Millán-Astray era “un maricón de los nuestros”. El señor Santiago Abascal
y todos sus correligionarios no pueden evitar, ni disimular, de donde
vienen, ni a donde pretenden regresarnos. Al periodo más nefasto,
criminal y miserable de nuestra historia contemporánea como país.
Tampoco que no tienen problemas con los “enfermos homosexuales” según nomenclatura de la señora Rocío Monasterio, a los que, si no pueden reconducir, toleran, si son de los suyos.
Saco a relucir todo esto porque en los últimos días, el presentador Jorge Javier Vázquez
se ha convertido en el hombre del momento para la izquierda española, y
en la bestia negra de los de Abascal. El presentador de Sálvame, tras una enganchada con el periodista Antonio Moreno por la polémica de Alfonso Merlos, aseguró que su programa es de “rojos y maricones”
e instó a quien no quiera verlo que no lo haga. Una frase que, en
labios del presentador y escritor, manifiestamente progresista, ha
exacerbado las ganas de linchamientos por parte de los nietos inmorales
de Trescastro y de Ruiz Alonso. El partido de extrema
derecha, pocos instantes después de que el vídeo de Jorge Javier Vázquez
se viralizara en las redes, cargó contra el espacio de TeleCinco y, en concreto, contra el propio presentador. Vox echaba en cara al periodista su comentario y le reprochaba que su cadena había recibido dinero de una “concesión pública”. Un tuit cargado de intencionalidad que comenzaba recordando lo “indignante” que resulta que a las familias de las víctimas de coronavirus “se les impida” enterrar a sus difuntos, mientras que se permite a “millonarios progres hacer telebasura”.
No comprendo muy bien que tiene que ver una cosa con otra, ni que el
hecho de ser progresista esté reñido con tener éxito social, profesional
y personal. Conozco a Jorge Javier, aunque no seamos amigos íntimos, y
lo conozco, a lo largo de décadas, además de por nuestra amistad común
con la escritora Carmen Rigalt, por comprometerse,
siempre, y sin contrapartidas, con cuestiones de interés general,
campañas de prevención, avance de derechos civiles y apoyo a la cultura.
Por eso ya tiene todo mi respeto, mi aprecio y mi solidaridad pero,
además, y aunque no fuese así, en una democracia, cada ciudadano tiene
el derecho a expresarse, sin infamar, calumniar o vejar a nadie, como le
salga de sus entretelas. Ese es el problema: Vox no es un partido, ya
lo dije en algún otro artículo. Es un cáncer para nuestras instituciones
y nuestra democracia a la que pretende infectar, debilitar y destruir,
aprovechándose de las grandezas de nuestro Estado de Derecho. El
problema no es que el ciudadano Jorge Javier Vázquez se exprese como
quiera en democracia, es que Vox no respeta la democracia y no tolera
que nadie, y menos si no es de los suyos, se exprese en libertad. Estos
energúmenos no desean, como su reciente familia política, que “muera la inteligencia” es que no la distinguen, como los daltónicos no ven el rojo.
Fuente → elplural.com
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