Paul Preston (Liverpool,
1946) es uno de los grandes conocedores del siglo XX español, y en
especial de la Guerra Civil y sus consecuencias. Entre sus obras se
encuentran La destrucción de la democracia española, Las tres Españas
del 36, Palomas de guerra, La Guerra Civil española, Idealistas bajo las
balas o El holocausto español. Es autor de tres grandes biografías:
Franco. Caudillo de España, Juan Carlos: el rey de un pueblo y El zorro
rojo, sobre Santiago Carrillo. Una edición actualizada de la primera de
ellas se publica en Debate este mes, cuando se cumplen cuarenta años de
la muerte del dictador.
Preston: "Franco no era fascista, era algo peor"
Daniel Gascón
En
su retrato de Franco llaman la atención por un lado la mediocridad del
personaje y por otro su capacidad de adaptarse a las circunstancias y
jugar a dos bandas.
Los diarios de su primo Francisco
Franco Salgado-Araujo o las memorias de Serrano Súñer o de Pedro Sainz
Rodríguez muestran a una persona bastante falta de cultura y con unas
ideas simplistas. Pero tenía una astucia que combinaba con la convicción
de que uno es esclavo de lo que dice y dueño de lo que no dice: poseía
el don del silencio. Conocía instintivamente cuál era el precio de su
interlocutor. Eso es frecuente en los negocios. A veces tiene que ver
con una falta de imaginación o de conocimiento de los riesgos. Creo que
Franco no calculaba todo, pero tenía ese instinto, unido a una falta de
emoción. Cuando decidió deshacerse de Serrano Súñer, lo hizo con una
crueldad y arrogancia asombrosas. Viene a que le firme algo y le dice:
“No, déjalo, porque prefiero que lo firme tu sucesor.” Una persona
normal tendría una dimensión emocional de la que Franco carecía.
Una de las partes más llamativas de la construcción del personaje es la modificación de sus ambiciones.
Cuando
era cadete en Toledo no creo que pensara: un día seré dictador de
España. Era ambicioso y cambiaba según las posibilidades de cada
momento. Lo primero era ascender dentro del ejército, luego se iban
abriendo puertas y cada una le dirigía a una nueva aspiración. Pero
manipulaba su imagen pensando siempre en la ambición.
¿Qué se ha descubierto nuevo y cómo ha cambiado su valoración de Franco desde que publicó la biografía?
No
ha cambiado mi visión de Franco como persona, militar y dictador. Pero
hay aspectos que no tocaba en el libro. Sabía que el franquismo era un
régimen corrupto, basado en el pillaje, y contaba algunas de las cosas
que sabía de la corrupción: la empleaba para manipular a sus
colaboradores, a militares que utilizaban a soldados como mano de obra.
Pero decía poco en cuanto a la corrupción del propio Franco porque mi
idea era que consideraba que todo era suyo y no tenía necesidad de
robar. Utilizaba el patrimonio nacional como algo propio. Había cosas
que salen en el libro, como la rapacidad de su esposa, las colecciones,
las casas, el modo en que consiguió el Pazo de Meirás. Ahora acaba de
publicarse La otra cara del Caudillo, un libro sensacional de Ángel
Viñas. Me envió el manuscrito y vi que me había quedado corto. Resumo en
la nueva edición las líneas básicas del trabajo de Viñas y de otros
investigadores, como Javier Otero.
Otro asunto que actualiza es la relación de Franco con los judíos.
En
los últimos veinte años han salido en Alemania y en España cosas muy
importantes. El libro es una biografía, no un análisis del régimen.
Trataba muchos elementos que pertenecían al régimen, porque a última
hora la responsabilidad final era de Franco. En el 43-44 hubo una
decisión política de manifestar simpatía por los judíos. Franco pensaba
que el mundo estaba controlado por el contubernio judeomasónico
bolchevique. Era una locura, pero, como creía que los judíos lo
dominaban todo, pensaba que había que estar bien con ellos. Esa supuesta
simpatía por los judíos procedía de una actitud antisemita.
¿Y con respecto a los grandes temas del libro?
No
creo que haya cambiado en lo fundamental, pero sí en los detalles. Ha
habido cambios en el estudio de la política exterior. Cuando salió el
libro hubo reacciones porque mostraba que la idea de que Franco había
salvado heroicamente a España de participar en la Segunda Guerra Mundial
era falsa: había estado todo el tiempo intentando entrar al lado de
Hitler. Gracias a nuevas investigaciones esto es más claro que nunca.
Manuel Ros Agudo ha entrado en detalle en la colaboración con el Tercer
Reich y sus conclusiones fortalecen lo que decía en mi libro. La versión
definitiva de la biografía, de 2002, era vigente, pero ahora está
bastante más al día y reconoce el trabajo de otros, como el de Ángel
Viñas sobre las relaciones con Estados Unidos o el de Julián Casanova
sobre las relaciones con la iglesia.
Una dificultad, que a
veces encuentra también el lector, es enfrentarse a un personaje sobre
el que hay muchas opiniones y leyendas… Muchas de sus fuentes vienen del
franquismo.
Muchas de las fuentes eran profranquistas,
porque en sus cuarenta años en el poder Franco había manipulado su
imagen y presidido sobre un lavado de cerebro general en España. También
había influido su imagen en el exterior. A las potencias occidentales
les convenía que estuviera en el poder y los periódicos de derechas en
Estados Unidos y en Gran Bretaña le daban muy buena prensa. Yo era
consciente de los grandes mitos. El general más joven de Europa:
mentira. O el que había ganado la guerra porque era un genio militar. Si
piensas en la ayuda abierta de Hitler y Mussolini, los problemas
internos de la República y la ayuda oculta de Gran Bretaña, la victoria
de Franco tiene relativamente poco que ver con el genio militar. Tuvo
varias oportunidades de ganar la guerra mucho antes y las esquivó porque
tenía interés en otra cosa, en crear un régimen. El mito de que había
salvado a España de la Segunda Guerra Mundial. El mito de que en la
Guerra Fría España estaba asediada por unas potencias envidiosas o de
que era el arquitecto del boom económico desde el 59 hasta principios de
los setenta. Esos mitos, cuando empezabas a investigarlos, se caían.
En este libro y en El holocausto español señala que Franco aplicó métodos de guerra colonial contra enemigos españoles.
Tiene
que ver con su formación en el ejército de África. Pero también hay una
arrogancia, un clasismo, en la manera de ver a la población campesina
española. La trataba de la misma forma que a la población colonial
esclavizada. Hay muchas contradicciones: existe un elemento curioso,
psicológico. Franco, como todos, estaba muy marcado por su niñez y sus
orígenes familiares. Tuvo una relación complicada con su padre, un
hombre liberal que sentía simpatía por la masonería y había traicionado a
su mujer, la madre de Franco. Hay unos esbozos de memorias de Franco
donde dice que a España la habían traicionado hombres liberales que
también habían traicionado a sus mujeres. Eso no tenía nada que ver con
quienes habían traído la República. Esos comentarios de Franco dan una
pista sobre la manera en que veía España y su propio papel: como una
familia con niños traviesos, la izquierda, y necesitada de un padre
fuerte que pusiera orden.
La política exterior es uno de los ejes de Franco. Más que la represión o cuestiones de organización del régimen.
Es
una biografía y una de las necesidades es que el biografiado sea el
centro. En las relaciones con los otros líderes, tanto en la Segunda
Guerra Mundial como en la Guerra Fría, Franco estaba en el centro, las
decisiones partían de él. En cambio, en la represión él podía contar con
que alguien se ocuparía de ello. Era el último responsable, pero no
estaba necesariamente en el día a día.
Sostiene que la modernización económica se produjo a pesar del dictador.
El
cambio de políticas, que es la base del boom económico, tiene varios
elementos. Por un lado hay cambios en el contexto mundial. El boom en el
norte de Europa significa que puede haber muchos emigrantes económicos
que van a Alemania, Suiza, Francia. Gran parte de ese dinero llega a
España. Por otra parte se descubre España como destino turístico. Tiene
mano de obra barata y atrae inversión de compañías británicas, alemanas,
etc. Hay cambios de política. Los tecnócratas persuaden a Franco de que
hay que aceptar un saneamiento de la economía, una intervención del
Banco Mundial, del fmi… No le gusta, pero cuando le dicen que, si no
acepta, va a haber gasógenos en la calles de Madrid, cede. Franco creía
que sabía de economía pero no tenía ni idea. Sus planteamientos eran
alucinantes: que un turista español en Nueva York debía tener el mismo
poder adquisitivo que un turista estadounidense en España, como si
hubiera una paridad entre la peseta y el dólar que facilitase eso, sin
tener en cuenta la diferente fuerza o eficacia de las economías. El boom
viene de muchas cosas, pero ninguna de ellas es la sabiduría de Franco.
La
escritura es un rasgo que comparte con otros dictadores. Es curioso que
en un contexto complicadísimo de guerra mundial fuera y penuria
económica en el interior encontrase tiempo para dictar una novela que
idealiza sus experiencias.
Siempre he tenido sospechas
sobre su escritura. La mayoría de los discursos estaban escritos por
funcionarios, aunque hay un elemento que es suyo, la parte llorona: “Yo
soy el único que…” Ahí se puede oír su voz. Pero, en cuanto a sus obras,
digamos, literarias, siempre he pensado que Diario de una bandera,
aunque no lo puedo probar, no lo escribió él. O al menos dudo que lo
hiciera sin ayuda. Fue Julián Fernández Piñero, dicen algunos. En el
caso de Raza, se sabe que tenía la ayuda de los periodistas Manuel Aznar
y Manuel Halcón. Las ideas básicas, si se les pueden llamar ideas, eran
suyas. Y en los artículos de los dos pilares del templo masónico,
firmados por Jakim Boor, hay sospechas de que le había ayudado mucho
Carrero Blanco. Pero, en fin, en ninguno salen ideas con las que no
comulgaba. Es curioso que, siendo un hombre que sabía cuándo callar,
también era increíblemente locuaz en otros contextos.
En el encuentro con don Juan, por ejemplo.
O
con Hitler. Cuando Hitler dice que prefiere que le saquen dientes sin
anestesia a volver a hablar con Franco te haces una idea de cómo tenía
que ser una conversación con él.
Santos Juliá ha definido el franquismo de los primeros años como “un fascismo bajo palio en uniforme militar”. ¿Qué le parece?
Es
genial la frase. Lo que pasa es que nos mete en un debate complicado
sobre lo que es el fascismo. Para hablar del fascismo hay que hablar
solo del régimen de Mussolini. Fue Mussolini quien lo inventó y las
definiciones tienen que remontarse a él. Claro, luego se dice: el
régimen de Hitler es un fascismo. Pero el nazismo y el fascismo son muy
distintos. Si se acepta que el fascismo es lo que pasó en Italia,
hacemos un tipo de comparación entre el franquismo y el fascismo
italiano. Si, como muchos libros, incluimos el nazismo, hacemos otro
tipo de comparación. Dije alguna vez que Franco no era fascista, era
algo mucho peor. Con eso decía que era peor que Mussolini. No era peor
que Hitler, aunque tampoco tuvo sus oportunidades. El porcentaje de
españoles que mató Franco es superior al porcentaje de alemanes que mató
Hitler. La guerra mundial y la conquista alemana de la mayor parte del
continente europeo representan un contexto diferente, y las víctimas del
Holocausto no son en su mayoría alemanas. Es muy acertado lo de “bajo
palio” y “en uniforme militar”. Pero ¿entonces es fascismo? Mussolini no
gozaba de tanto apoyo de la Iglesia católica. Igual es ignorancia mía,
pero creo que Mussolini no entraba en iglesias bajo palio. Y los
militares no eran tan importantes en su régimen como en el de Franco.
Creo que el franquismo es único. Gente como Stanley G. Payne y Juan José
Linz dan definiciones como “régimen militar autoritario”. Eso lo limpia
de alguna manera, porque significa: “no tan malo como el fascismo”. Si
dices que es fascista parece que es malo, aunque no tanto como el
nazismo. Si dices que era militar autoritario, no lo conviertes en un
buenazo, pero hay quien piensa que algunos países necesitan mano dura.
Aun así, era diferente, incluso si lo comparamos con otros regímenes
militares autoritarios, como el de Pinochet. Su régimen mató a unos
3.500 chilenos: es terrible. El franquismo mató a doscientos mil, aunque
es difícil dar una cifra exacta. El expediente de Franco justifica lo
que digo: no era fascista. Era algo peor. Era africanista.
Le han reprochado el uso de la palabra holocausto en El holocausto español.
Allá
ellos. Yo no soy un teórico. El historiador es una persona que cuenta
historias, basadas en datos e investigación, que deben ser lo más
verídicas posibles. No utilizo el término genocidio, aunque se ha dicho
que lo hago. Utilizo la palabra holocausto porque para mí significa una
masacre horrorosa. La etimología muestra que es así. Hay dos críticas.
La extrema derecha que dice que con Franco apenas hubo represión, lo
cual es una tontería. Pero luego hay quien dice: ¿cómo se puede comparar
lo que pasó en España con lo que ocurrió a los judíos? No hago esa
comparación. Además, muchos escritores y pensadores judíos rechazan el
término holocausto y prefieren emplear Shoah, que significa catástrofe.
Buscaba una palabra que describiera lo que sucedió en España, y en ambos
bandos, porque también hubo muchas atrocidades en la zona republicana, y
no tengo ningún remordimiento por haber utilizado ese título. No
encuentro un término mejor.
¿Cuáles son las razones de la pervivencia del franquismo?
Tiene
mucho que ver con la Guerra Fría, con la idea de que Franco era el
centinela de Occidente. Se remontaba a la importancia geoestratégica de
España, un gran portaviones con acceso al Mediterráneo y al Atlántico y
protegido tras los Pirineos como último bastión en caso de invasión
soviética. Eso era importante para los estrategas occidentales y
especialmente para los estadounidenses. Luego estaba el apoyo de la
Iglesia católica y por tanto del mundo católico. Y, cuando Franco está
más o menos jubilado, a partir de los años sesenta, hay un cambio en el
régimen, un cambio sociológico y económico inmenso. Pero los cuarenta
años de lavado de cerebro sobreviven después de su muerte. Cuando llega
la democracia –que por razones obvias es una democracia muy limitada–,
no puede hacer un contralavado. Había libertad de expresión, por lo que
los propagandistas del franquismo continuaban publicado sus libros y
artículos y hablando a favor de Franco en las tertulias. Uno de los
grandes problemas, que ha contribuido a la sensación de un franquismo
eterno, es que, como el dictador murió en la cama y su régimen no fue
desmantelado por una invasión exterior como ocurrió en Italia o Japón o
Alemania, muchos elementos del régimen seguían en pie.
¿Cómo valora la transición?
Fue
la mejor posible en el contexto en el que se tuvo que hacer. Cuando
estaba muriendo Franco, las posibilidades de un baño de sangre eran muy
altas. La transición fue una negociación, una transacción, un compromiso
entre los elementos más progresistas del franquismo y los elementos más
moderados de la izquierda, con lo cual los extremistas franquistas y la
extrema izquierda quedaban fuera. Se alcanzó un compromiso y hubo
muchas cosas que no cambiaron. Se produjo lo que se ha llamado el pacto
del olvido. En los primeros años de la transición, hasta el 23f, había
unas fuerzas armadas entrenadas en la idea de que su función no era
defender España de hipotéticos enemigos exteriores sino de confirmados
enemigos interiores: los liberales, los demócratas, los socialistas, los
comunistas. Y, además de las fuerzas armadas, la guardia civil, la
policía armada… La gente tenía miedo. Había, se dice, doscientos mil
falangistas con licencia de armas. Todos ellos estaban en contra del
cambio. Lo que se logró era más de lo que se podía haber esperado en las
circunstancias. Una base era la aceptación por la gran mayoría de la
población de que no se podría esperar demasiado. La izquierda admitía
que no era el momento para buscar justicia o un reconocimiento de lo que
había pasado. Las grandes esperanzas eran democracia y una garantía de
que no hubiera otra guerra civil. Ese era el premio y para hacerlo había
que aceptar ciertos sacrificios. Hay quienes ahora critican que la
transición fuera insuficientemente revolucionaria: eso es una chuminada.
No reconocen la fuerza del franquismo en esa época.
¿Cuáles han sido los errores más importantes?
La
Ley de Memoria Histórica se debía haber hecho mucho antes. En los
primeros años había mucho miedo. El gran tema que pocos preveían era la
corrupción. El franquismo había sido un régimen corrupto, y quienes lo
habían vivido y habían sacado provecho seguían con la misma mentalidad.
Pero algunos sectores de la izquierda tenían una mentalidad de: “ya nos
toca a nosotros”. No prever el problema de la corrupción ha sido uno de
los grandes errores. Mi próximo libro es una historia de España a lo
largo del siglo xx, con un énfasis en la corrupción y la incompetencia
de la clase política, cuyas consecuencias sufría el pueblo raso. Se
titulará Un pueblo traicionado. Empieza con la corrupción electoral de
finales del siglo xix y llega hasta la fiesta actual.
Tras casi medio siglo de trabajo, ¿cómo ha evolucionado su visión de España?
Cuando
vine, en los años sesenta, era un país mucho más cercano al país de la
Guerra Civil. Para un inglés del norte de Inglaterra era un lugar
exótico. La comida era muy diferente, se veían artesanos que trabajaban
delante de sus tiendas. Ahora es todo casi lo mismo que en el resto de
Europa. Tienes las mismas tiendas en Madrid o en Barcelona que en
Londres o París. La estructura de las librerías es la misma, son los
mismos libros con las mismas portadas. Entonces había pocos libros
españoles con cubiertas de color. Se veían muchos mendigos que eran
mutilados de la guerra. Había miedo a decir ciertas cosas en la calle.
Al lado de la Puerta del Sol había un par de calles donde la mayoría de
las tiendas eran de prótesis. Todo eso era el legado de la Guerra Civil.
Al mismo tiempo, me gustó mucho la manera de ser de la gente. Viví
cuatro años en Madrid, pero viajaba mucho por Andalucía: el calor, la
actitud, la gracia de la gente me recordaban mis orígenes del norte de
Inglaterra, en Liverpool. Me sentía en casa.
Uno de los
grandes debates actuales es la relación de Cataluña con el resto de
España. La interpretación, a menudo interesada, de la historia ha sido
muy importante.
La situación se podría haber evitado con
más inteligencia en Madrid. También creo que si hubiera una recuperación
económica, la cosa cambiaría, porque es un elemento muy importante en
la creación del panorama actual. Lo que más me ha deprimido es la manera
en que Madrid y ahora Barcelona de otra forma han explotado la
situación con fines electorales. Soy consciente de los problemas
constitucionales. Me habría entristecido mucho que Escocia se
independizara, pero estaba a favor de que tuvieran la posibilidad de
votar. Me gustaría que los catalanes tuvieran la posibilidad de votar
sobre su propio futuro. El problema es que todo eso se hace en un
contexto de intereses electorales. No tengo ni idea de lo que va a pasar
y lo que a mí me gustaría que pasara es irrelevante.
Ha
dicho que al principio usted tenía una idea un tanto romántica del poum y
los anarquistas. Me preguntaba por su visión de Orwell y la Guerra
Civil.
La influencia de Orwell ha sido absolutamente
nociva. Orwell estuvo muy poco tiempo, en un frente donde apenas pasaba
nada, el de Aragón. No veía los desmanes de la columna de Durruti y
compañía: las incursiones en los pequeños pueblos de Aragón, en contra
de pequeños propietarios, arrendatarios, gente que no era de derechas…
Orwell estuvo en Barcelona durante los días de mayo. El contexto de esos
días es complicadísimo. Es una crisis de existencias, en Barcelona hay
cientos de miles de refugiados. El psuc y los anarquistas tienen
soluciones totalmente opuestas. La solución de la cnt es requisar los
productos alimenticios. Los campesinos empiezan a ocultar la comida. Los
comunistas dicen que hay que alentar la producción dando libertades de
mercado a los agricultores. Ese es el contexto, pero Orwell tiene la
idea de que todo es por culpa de Stalin y escribe Homenaje a Cataluña,
donde parece que si la República pierde la guerra es por culpa de
Stalin. Y te dan ganas de preguntarle: Oye, ¿te has olvidado de que
había una guerra? ¿Cuál es el papel de Hitler, de Mussolini, de
Chamberlain? El problema es que Homenaje a Cataluña es el libro más
leído sobre la guerra. Muchísima gente no tiene ni idea de lo que es la
guerra pero lo ha leído. Y luego, para mayor inri, llega Tierra y
libertad de Ken Loach, la versión cinematográfica. Pero el problema no
es Orwell, sino su lector. ¿Debo leer el libro de Orwell? Sí, claro.
Pero tienes que leer cincuenta más.
En 2007 publicó
Idealistas bajo las balas, un libro menos conocido pero muy interesante
sobre los corresponsales en España. Ahí por ejemplo está su perfil de
Jay Allen, que entrevistó a Franco y a Primo de Rivera.
Es
el libro con el que más me identifico de todos los que he escrito. Está
basado en una larga investigación, cartas, diarios, muchos papeles…
Encontré cartas o escritos que explicaban la actitud hacia la República
de muchos periodistas. Tengo cantidades ingentes de material. Me encanta
el género de las colecciones de biografías cortas. Las largas han sido
biografías políticas y ahí siempre tienes un andamio político. Pero
personas menos políticas como Jay Allen o Margarita Nelken, sobre quien
escribo en Palomas de guerra, o algunos de los protagonistas de Las tres
Españas del 36, a lo mejor no dan para una biografía de cuatrocientas
páginas. En cambio, un retrato de sesenta o setenta es ideal. Mi
vocación es la biografía. Me encanta recrear cómo era una persona,
llegar a conocer a alguien para luego transmitir la imagen que he
llegado a ver.
¿Cómo descubrió esa vocación?
No
fue algo deliberado. Me di cuenta al hacerlo. La primera biografía que
escribí fue la de Franco, pero retrospectivamente me di cuenta de que
cuando estaba más a gusto era cuando establecía una relación con las
personas con las que escribía. Al escribir mi primer libro, La
destrucción de la democracia en España, establecí cierta relación con
gente como Besteiro o incluso con Gil-Robles. Entrevisté al hermano de
José Calvo Sotelo y a Gil-Robles a finales de los sesenta. A veces
pienso: ojalá entonces hubiera sabido lo que sé ahora. Pero era joven y
no había leído los miles de libros que he leído después. Incluso me pasó
con Santiago Carrillo. Ese caso habría sido diferente, se lo podría
haber preguntado, pero no lo habría contado.
Antes de escribir El zorro rojo tenía una visión más positiva de Carrillo.
En
los años setenta yo colaboraba con la Junta Democrática. Fue una época
en la que llegué a conocer a casi todos los políticos de la transición.
Tenía incluso el proyecto de escribir la historia de la izquierda
española en oposición al franquismo. Empecé a coleccionar material,
mayormente sobre el pce, la fuerza más eficaz. Tenía cajas y cajas de
prensa clandestina. Conocía mucho a Jorge Semprún, a Fernando Claudín, a
Carrillo y otros dirigentes del pce, trabajaba mucho en el archivo del
partido. Había ayudado como intérprete en reuniones Inglaterra.
Coincidía con Carrillo de vez en cuando. A veces lo llamaba para
preguntarle algo. Cuando murió, ya había escrito El holocausto español y
había establecido su papel en Paracuellos, que había negado en
cincuenta o sesenta entrevistas, siempre con excusas diferentes. No sé
por qué no dijo: Había una guerra, Madrid estaba a punto de caer, había
gente en las cárceles que había jurado atacar la República. En cambio,
Carrillo contaba una serie de mentiras absurdas. Cuando salió el libro
varios periodistas le preguntaron. Contestó: “Estoy muy agradecido a mi
amigo Preston porque me ha iluminado muchas cosas que yo no sabía.” Una
respuesta genial. A su muerte, publiqué una larga necrología en
TheGuardian. Y un editor me pidió que escribiera la biografía. Mi primer
impulso fue decir que no, pero empecé a reflexionar: si tengo el garaje
lleno de cajas. Saqué todos esos materiales, empecé a repasarlos. Mi
gran sorpresa fue descubrir lo que había hecho a camaradas suyos en su
propio ascenso por el poder. Llegué a la conclusión de que lo que había
hecho contra Heriberto Quiñones y Jesús Monzón, y otros, y su control
férreo del partido habían debilitado la lucha contra el franquismo.
Otra
de sus grandes biografías es la del rey Juan Carlos I. ¿Le gustaría
actualizar su valoración, ahora que ya no es el Jefe de Estado?
Tuvo
un papel totalmente positivo en la transición. Con todos los libros que
escribes, si fuera posible, que no lo es, te gustaría seguir retocando.
Siguen saliendo cosas y surgen aspectos que te gustaría enmendar. ~ letraslibres.com
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