
«Los hombres han sido siempre, en política, víctimas necias del engaño ajeno y propio, y lo seguirán siendo mientras no aprendan a descubrir detrás de todas las frases, declaraciones y promesas morales, religiosas, políticas y sociales, los intereses de una u otra clase.» V.I. Lenin
“El cielo no se toma por consenso: se toma por asalto” Pablo Iglesias

«Los del gallinero pueden aplaudir, los de los palcos basta con que hagan sonar sus joyas»
El debate acerca de la derogación íntegra de la reforma laboral
impuesta por el Partido Popular y el posterior sainete político
protagonizado por Moncloa, Podemos y EH Bildu, nos devuelven una vez
más, en medio de esta larga distopía protagonizada por el COVID-19, a la
realidad de las promesas incumplidas, los límites democráticos y las
crecientes tensiones fruto del claro y progresivo solapamiento
institucional entre la política y la economía.
Vivimos hoy inmersos en tiempos no democráticos, o si lo prefieren,
para no dañar especialmente sensibilidades y simplemente destapar poco a
poco el engaño, podemos hablar de la era de la política posdemocrática o
la autocracia electiva. Tiempos en los que la portavoz socialista
Adriana Lasta, se puede ver obligada a suplicar clemencia a la patronal
durante el prime time de las tertulias políticas de nuestro país, tras
rectificar previamente un legítimo acuerdo parlamentario que apenas duró
vivo tres horas. Todo debido a las presiones de los pistoleros
rentistas de Antonio Garamendi y a esa fría y calculadora tecnócrata
impuesta por Europa, llamada Nadia Calviño. Virrey del nepotismo y la
austeridad de la Unión, Vicepresidenta económica del «gobierno más
progresista» de la historia de España.
El vaciamiento político, la usurpación del lenguaje y la confianza
ciega en una falsa representatividad que no es tal y un sistema
electoral que apenas supone hoy un bochornoso espectáculo con el que
retroalimentar a los verdaderos poderes en la sombra, representados en
los conglomerados mediáticos y el engranaje económico transnacional, nos
ha situado en un escenario en el que supuestos socialistas y supuestos
comunistas, apenas se muestran capaces de implementar políticas tan
básicas como las presentes en sus programas electorales. Esas con las
que se presentaron ante los ciudadanos y con las que consiguieron su
apoyo electoral, esas mismas que en una democracia plena, en una
democracia real al fin y al cabo, debieran suponer un pacto inviolable
con la ciudadanía. Un fideicomiso inquebrantable destinado a un fin
lícito determinado, que en caso de incapacidad manifiesta o superchería,
supondría la inmediata deslegitimación de la representatividad otorgada
por el pueblo. Solo así se evitarían fraudes como el que nos ocupa,
solo así la política recuperaría de nuevo su sentido en nuestra
sociedad. Dotando con ello al estado y su red de protección social de la
pizca de legitimidad que el sistema representativo en teoría le otorga.
Por todo ello, salir de actual crisis social ampliamente acelerada por la irrupción del COVID-19 con mayores recortes y desigualdades sociales, supone una apuesta clara y consciente por el autoritarismo y los modelos no democráticos frente a la vía democrática
Por todo ello, salir de actual crisis social ampliamente acelerada por la irrupción del COVID-19 con mayores recortes y desigualdades sociales, supone una apuesta clara y consciente por el autoritarismo y los modelos no democráticos frente a la vía democrática
Las oligarquías económicas y financieras trasnacionales, anónimas y
carentes de legitimidad y control democrático alguno, han logrado
imponer arbitrariamente a los estados un programa asentado en el
conservadurismo social y la firme implementación de medidas
neoliberales, basadas de forma constante en el shock relativo a los
ajustes fiscales y una austeridad asfixiante que poco a poco consigue
extenuar a los estados arrebatándoles su capacidad de acción, hasta
lograr erradicar en su práctica totalidad la representación social en
las instituciones mediante el aumento del gobierno de los tecnócratas y
la desafección social debido a las promesas incumplidas por la
constricción de los recursos públicos, las continuas privatizaciones y
el aumento de la concentración de la riqueza y las desigualdades. En ese
barrizal en el que apenas logramos ya discernir las dinámicas
partidistas y políticas y la verdadera representatividad del poder, es
en el que un leve retroceso como la eliminación de la posibilidad de
despido por el «absentismo» causado por bajas por enfermedad, algo ya
derogado en febrero vía real decreto ley, se puede llegar a vender como
una gran conquista al electorado. Apenas una migaja lanzada al rebaño
para aplacar sus gritos mientras se dirigen al matadero, una ínfima
parte de una promesa electoral de obligado cumplimiento, convertida en
toda un pilar político y una victoria irrefutable por la taumaturgia de
la propaganda y la alienación social.
Hace tiempo las democracias liberales, esas que tras la caída del
Muro de Berlín y la descomposición del campo Soviético se dibujaron como
única alternativa posible y punto final de la historia, dan serías
muestras de involución ideológica y material. En su punto más álgido y
con apenas alternativas reales a la vista, la democracia burguesa inició
su proceso de descomposición fruto de las contradicciones internas y un
profundo vacío moral que en realidad estuvo presente en todo momento en
el seno de su desarrollo social, pero que únicamente con el silencio de
la victoria y la reflexión acerca de sus propias contradicciones,
comenzó a mostrarse entre todo el estrépito del consumismo y
prestidigitación liberal. Sin el contrapeso de la URSS y con una
economía especulativa devorando insaciablemente la realidad productiva
del capitalismo, tal y como señala en su obra Luis Salazar, el «tsunami
conservador y neoliberal» originó una globalización anárquica y
socialmente depredadora que se ha terminado llevando por delante las
promesas más básicas que otorgaban su legitimidad social a las
democracias occidentales. Trabajo, libertad y prosperidad, todo ello
supone hoy un horizonte muy lejano para los contingentes de jóvenes
nacidos con el nuevo siglo. El paro, la precariedad y la represión
policial y política, comienzan a dibujarse como conceptos fácilmente
ligados al modelo de democracia burguesa en diversos puntos del planeta y
con ello el desencanto político abre las puertas a la desafección con
el sistema.
La democracia se ha transformado hoy en nuestro estado en un mero espectáculo, un sainete debmezquino gusto y escasa moralidad con el que meramente elegir a los bufones que nos entretengan con historias de falso antifascismo o patriotera austeridad durante un período de tiempo previamente determinado
La democracia se ha transformado hoy en nuestro estado en un mero espectáculo, un sainete debmezquino gusto y escasa moralidad con el que meramente elegir a los bufones que nos entretengan con historias de falso antifascismo o patriotera austeridad durante un período de tiempo previamente determinado
En nuestro estado, la crisis económica de 2008, la reforma laboral o
el procés, suponen puntos de referencia más cercanos y claros que el
boom del ladrillo o la entrada en la Unión para una generación que por
primera vez asume vacilante un futuro más incierto y complicado que el
de sus padres. No es de extrañar, por tanto, la mayor incidencia
represiva en nuestro entorno, el regreso de los presos políticos a
primera línea de debate o las cada vez más evidentes constricciones a la
libertad de información, las condiciones laborales y materiales o
incluso a los derechos de participación política y de protesta. El
sistema de poder redobla sus defensas consciente del creciente desafío
al mismo y la presente sensación de que si bien los actos de protestas
se dibujan en este momento como meros actos episódicos y puntuales, el
descontento social ha demostrado históricamente una y otra vez
desarrollarse como un lento proceso de acumulación que tarde o temprano
remata por estallar.
La respuesta occidental a estos desafíos y a la clara involución de
la democracia, arrastrada por la perdida de la capacidad evolutiva de
sus postulados bajo la presión del capitalismo y la incapacidad para
proporcionar expectativas de progreso al conjunto de la sociedad, se ha
dibujado paradójicamente en el estancamiento ideológico y el trilerismo
teórico que ha pretendido vaciar de todo su significado al concepto de
clase social y a la cada vez más presente en torno a las relaciones de
producción del sistema capitalista, lucha de clases. Mientras la
izquierda parlamentaria española profundizaba por puro electoralismo en
errores de consideraciones históricas como la transversalidad y el baile identitario
y la desorientación se apoderaba del cada vez más escaso tejido social
anticapitalista, la derecha y la derechona lograban rentabilizar un
pacto social que en realidad suponía la mera sumisión y sometimiento de
una clase sobre la otra. Los espejismos de las políticas identitarias
funcionaron como un oportuno manto propio del quintacolumnismo más
clásico con el que lograr desplazar del debate social las cada vez más
profundas tensiones entre clases propietarias y desposeídas. Un mero
espejismo edulcorante para nuestra miseria que inexplicablemente y con
la inestimable ayuda del conglomerado mediático, hizo que en la sociedad
de los extremos, la opulencia y la miseria, los consumidores únicamente
debatiesen acerca de su etnia, su género o sus preferencias sexuales.
Mientras tanto, la economía especulativa en manos del gran capital
transnacional copaba las esferas de decisión, secuestrando con ello
irremediablemente la representatividad del sistema y desmantelando sin
apenas oposición política el Estado de Bienestar cimentado en Europa
únicamente como barrera estratégica ante el posible atractivo que para
el proletariado europeo pudiese suponer la patria de los trabajadores
identificada con la Unión Soviética. Con la caída del muro y sin apenas
percatarnos, todos salimos perdiendo de un modo u otro.
La clase obrera perdió su marco ideológico de referencia y un ejemplo
material del posible y efectivo contrapeso socialista a las dinámicas
capitalistas del otro lado del muro, mientras que el fin de la guerra
fría supuso para las democracias burguesas y su circense consumo la
perdida del «enemigo externo», una figura tan demonizada como necesaria
para sostener la falsa legitimidad democrática de las dinámicas de
usurpación material de las oligarquías mundiales a los pueblos y a los
sectores sociales más depauperados. Un sistema que libre ya de la
«amenaza comunista» e inmerso de lleno en la deriva involutiva que nos
ha llevado a la realidad de la posdemocracia o la autocracia electiva,
ha seguido buscando enemigos con los que justificar una amenaza
necesaria para lograr sustituir la supuesta representatividad
parlamentaria por el nepotismo rampante ejemplificado en las crecientes
tecnocracias y la corrupción sistémica de los partidos políticos
occidentales. El terrorismo, China, Rusia, Somalia, Afganistán, Irán,
Irak, Libia, Ucrania, Siria, Corea del Norte, Yemen, Venezuela o de
nuevo la amenaza comunista representada esta vez en Maduro, Putin, Xi
Jinping o incluso Pablo Iglesias si cualquiera de sus postulados, por
irrelevantes que parezcan, pudiesen llegar a suponer una mínima amenaza
para el orden establecido. Las posibles rebeliones han sido siempre
atajadas con éxito cercenando o asimilando con el menor ruido posible
sus primeras y más ínfimas expresiones.
Sin el contrapeso socialista, el capitalismo retorna de nuevo lenta, pero inexorablemente, a la senda del autoritarismo que ha supuesto la norma en el desarrollo del proyecto político y social de las clases dominantes o propietarias
La democracia se ha transformado hoy en nuestro estado en un mero
espectáculo, un sainete de mezquino gusto y escasa moralidad con el que
meramente elegir a los bufones que nos entretengan con historias de
falso antifascismo o patriotera austeridad durante un período de tiempo
previamente determinado, destinado a proporcionar audiencia a medios
burgueses o de partido y una sólida coartada a quienes ante supuestas y
constantes amenazas manufacturadas por este consorcio de la comunicación
y el relato, imponen la autoridad y el dictado frente a la democracia
escudándose en las siempre necesaria y amenazada garantía de
gobernabilidad. Elijan ustedes a su narrador, pero el cuento será
siempre el mismo. Prueba fehaciente de ello son los golpes llevados a
cabo en Bolivia, Ucrania o Grecia y los constantes intentos de
desestabilización o directamente invasión militar de Cuba, Venezuela o
Siria. No existe democracia en la imposición del mercado capitalista, no
existe representatividad en el dictado neoliberal sustentado en la
economía especulativa y no productiva y sus paladines del discurso del
conglomerado mediático internacional. Hoy somos menos libres que nunca,
la profunda alienación mediática y cultural ha logrado que la libertad y
soberanía de los poderes económicos y culturales que rigen hoy el
destino de nuestra sociedad, dibujen la cara más cruel y real de la
dictadura del capital, siendo la propia Europa el más claro ejemplos de
la ruptura democrática que permite imponer sin representación directa
real y efectiva los designios del capital especulativo.
Ante esta nueva normalidad nepotista del solapamiento de la política
por parte de los poderes económicos, no debemos sorprendernos, si bien
sí alarmarnos, por la aparición de hombres fuertes con métodos no
democráticas en la vida política y partidista de nuestras sociedades.
Gran parte de occidente, pero también viejas democracias en otras
latitudes, comienzan a mostrar desde hace décadas claros síntomas de
agotamiento ante las contradicciones con el mercado y esto ha llevado a
sus ciudadanos a la búsqueda de cobijo en figuras fuertes y con un rumbo
fijo. La triste y peligrosa alternativa a la putrefacción y el declive
ideológico de los partidos tradicionales se dibuja en Orbán, Trump,
Bosonaro, Marine Le Pen o Santiago Abascal indistintamente. En ellos se
enmarca la culminación de la involución democrática y la vuelta
paulatina a un autoritarismo que si nos paramos a reflexionar ha
supuesto la norma de nuestras relaciones sociales y políticas a lo largo
de la historia si exceptuamos un breve accidente histórico impuesto por
las democracias burguesas como contrapeso al auge del movimiento obrero
y al ejemplo dado por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas
como culminación máxima de la concepción democrática de la clase social
proletaria. Sin el contrapeso socialista, el capitalismo retorna de
nuevo lenta, pero inexorablemente, a la senda del autoritarismo que ha
supuesto la norma en el desarrollo del proyecto político y social de las
clases dominantes o propietarias.
Sin el contrapeso de la URSS y con una economía especulativa devorando insaciablemente la realidad productiva del capitalismo, el «tsunami conservador y neoliberal» originó una globalización anárquica y socialmente depredadora que se ha terminado llevando por delante las promesas más básicas que otorgaban su legitimidad social a las democracias occidentales
La globalización del modelo neoliberal-conservador ha provocado la
depauperación de las libertades políticas, la implementación de
profundas desigualdades socioeconómicas y la exclusión de grandes masas
poblacionales de la toma de decisiones sobre su futuro y presente a
través de un proceso de tecnificación y especialización de la política
que no es más que una mascarada con la que ocultar la realidad de una
clase social privilegiada que pretende ocultar los mecanismos que rigen
las vidas de la clase trabajadora. No se trata tanto de la complejidad
del sistema, sino de su falta de transparencia y burocratización con
claros criterios estamentales. La ideología dominante de la falsa
democracia burguesa y liberal ha logrado imponer sus postulados
económicos como única realidad posible, circunscribiendo las
alternativas socialistas a pensamientos propios de radicales o
directamente terroristas, su concepción social nos reduce a meros
consumidores o sujetos productores hasta que la robotización creciente y
la tecnología de la Inteligencia Artificial nos conviertan
progresivamente en sujetos desechables también en ese aspecto. La
posdemocracia es la imposición 1% de la población sobre el 99% de la
sociedad, son los pijos del barrio Salamanca mancillando la palabra
libertad ante la miseria de una proletaria que rebusca en la basura algo
que poder poner sobre la mesa de su viejo piso esta noche. Nuestro
sistema se ha transformado en eso: una dictadura del capital
«encubierta». Lo pueden comprobar claramente con la gestión de esta
crisis si es que logran levantar la vista de la consumición de esa
terraza que liberados por la ficción de las fases hoy ocupan. Somos
simples y aislados individuos guardando cola en el matadero mientras nos
mostramos satisfechos con la «libertad» de poder escoger el hilo
musical que logre taponar los gritos de desesperación de otros pueblos
como el yemení o el griego que ya se encuentran directamente siendo
despiezados en busca de la máxima plusvalía de su existencia.
No piensen ustedes que estamos hablando de teorías disparatadas, sino
de un proceso social claramente identificable a poco que ustedes abran
los ojos abstrayéndose de la contaminación mediática y partidista que
busca alienarnos desde los mass media y los atriles electorales. A poco
que primen lo material y la acción frente al discurso y la pedantería.
Nuestras condiciones materiales se depauperan al mismo ritmo
incontrolado que se nos arrebatan la capacidad de decisión sobre
nuestras vidas y nuestro futuro como masa social organizada. Por ello y
para lograr conquistar nuestra capacidad de decisión y organización, la
recuperación del papel del estado en la vida política resulta vital para
el desarrollo del marco conceptual teórico de la izquierda. El estado y
su red de protección frente a la globalización de la economía
especulativa y el neoliberalismo depredador suponen sin duda la única
salida viable de cara a lograr recobrar la vital sensación de
pertenencia de las masas sociales. Algo en el estado español pasa por
tareas tan dispares y diversas en su complejidad como la puesta en valor
de los servicios públicos, el lograr encarar un verdadero proceso de
Memoria Histórica que depure los símbolos y las instituciones del
estado, crear un modelo y un plan productivo, una nueva red tributaria
realmente justa que logre una contribución equitativa en el futuro de
nuestra sociedad, redefinir la relación del estado español con las
naciones sin estado que lo componen, repensar nuestro papel en Europa y
por tanto nuestra estrategia geopolítica, repensar nuestras redes de
infraestructuras y muy especialmente, consensuar un modelo educativo y
un marco constitucional novedoso capaz de pasar definitivamente página
de ese accidente histórico para nuestras filas que supuso la transición y
el continuismo histórico con el fascismo firmado bajo la amenaza de los
ruidos de sable y la traición de una izquierda parlamentaria que en
nada representaba el espíritu indómito y revolucionario de los que en el
año 1936 dieron su vida por un verdadero ideal democrático.
En definitiva, se trata de olvidar la bipolaridad ficticia del color
partidista que nos caracteriza y comenzar un proceso constituyente que
devuelva al pueblo su capacidad para sentirse representado y participe
del estado. Sin eso, la izquierda se seguirá perdida en batallas que a
nada nos llevan y que de nada nos salvan. Por supuesto, el concepto de
clase social debe continuar siendo un postulado básico para la izquierda
con el que avanzar en la construcción de nuestro ideal de patria
socialista y erradicación de las estructuras de dominación de clase,
pero el estado, llámenlo ustedes de bienestar si se sienten más cómodos,
puede funcionar en este caso como un verdadero eje de transversalidad
con el que cimentar un marco y unas reglas de juego en las que disputar,
ahora sí en un tablero realmente democrático, el poder a unos partidos
representantes de la burguesía local y trasnacional que nos agrade en
mayor o en menor medida siguen siendo representativos de amplios
sectores sociales. Y ojo, cuando hablo de la transversalidad del estado,
en momento alguno hago referencia a la transversalidad del pacto de la magdalena.
Vivimos hoy inmersos en tiempos no democráticos, o si lo prefieren, para no dañar especialmente sensibilidades y simplemente destapar poco a poco el engaño, podemos hablar de la era de la política posdemocrática o la autocracia electiva
En esta fase social, la correlación de fuerzas entre la
representación del tejido político de las clases trabajadoras y la
fuerza institucional de la burguesía nos lleva directamente a la disputa
por el poder en los marcos de la democracia representativa occidental,
si bien el punto de partida de nuestro discurso se debe trazar en la
incapacidad real de ejecución de una democracia representativa plena sin
la existencia de un estado social fuerte y esto nos debe llevar a
insistir en nuestra firme convicción acerca de la imposibilidad de
desarrollar un estado semejante inmerso en las dinámicas del
capitalismo. Si retomamos una y otra vez la senda del capitalismo pese a
sus crisis cíclicas y sus «dejes» autoritarios, tarde o temprano
volveremos a este neoliberalismo depredador detonante del descontento
social ante la falta de legitimidad y la imposibilidad de garantizar el
progreso material para el conjunto de los sectores sociales. Tarde o
temprano, el capitalismo provoca irremediablemente tensiones materiales
entre las clases propietarias y los desposeídos y no sería la primera
vez que ante un estallido social protagonizado por las clases más
desfavorecidas, la burguesía local – en este caso como en tantos otros apoyada ampliamente por la red global especulativa–
hace uso de las fuerzas policiales y represivas o el fascismo mismo si
llegado el momento resultase necesario para a través del autoritarismo
dar rienda suelta a sus ansias especulativas y extractivas.
Por todo ello, salir de actual crisis social ampliamente acelerada
por la irrupción del COVID-19 con mayores recortes y desigualdades
sociales, supone una apuesta clara y consciente por el autoritarismo y
los modelos no democráticos frente a la vía democrática. Primero
llegarán los hombres fuertes y los tecnócratas, tras eso, quizás, el
fascismo a imagen y semejanza de los grandes horrores sufridos por
Europa durante el pasado siglo. No piensen ustedes en amenazas
exageradas o falsas teorías de la conspiración, sin duda, hoy la falsa
representatividad o el autoritarismo electivo suponen opciones
preferibles para el capital transnacional a la pura dictadura debido a
sus ventajas a la hora de silenciar las protestas y la contestación bajo
una fina capa de un consumismo exacerbado y la alienación de los marcos
mentales propiciada por las redes de entretenimiento, que no de
información, pero en caso de necesidad, la mano dura será impuesta por
esas mismas élites sin titubeo de ningún tipo. Ya en nuestro país
podemos observar como mientras la ultraderecha busca los conatos de
violencia en las calles que justifiquen su propia violencia y la
derechona comienza sus primeros coqueteos con el chic método del
golpismo judicial importado de Latinoamérica y sus escuelas yankees de
la injerencia y el autoritarismo, los medios se dedican a blanquear e
incendiar distintas parcelas del debate patrio según consideren
necesario para sus propios intereses a futuro. Nos encontramos queridos
lectores ante las primeras maniobras de preparación ante lo que se
viene, ante los primeros compases de la nueva normalidad autoritaria y
la posdemocracia tanto tiempo ensayada.
Supuestos socialistas y supuestos comunistas, apenas se muestran capaces de implementar políticas tan básicas como las presentes en sus programas electorales
Es precisamente con la intención de oponernos conjuntamente a esa
nueva normalidad, que no puedo sino invitarlos a profundizar en su
pensamiento crítico y su participación política, que no únicamente
partidista, de cara a revertir un proceso que todavía estamos a tiempo
de comprender y combatir. No se dejen ustedes arrastrar por falsas
alternativas o falsos voceros de la irrelevancia amarillista. Busquen lo
importante del debate allí en donde sus condiciones materiales se lo
señalen y luchen con uñas y dientes si es preciso por imponer sus
necesidades sociales, su voz, su clase. Solo así evitaremos caer de
nuevo en las dinámicas quintacolumnistas y el círculo vicioso de la
irrelevancia que nos lleve a cometer los mismos errores implementados en
su momento por nuestras organizaciones y nuestra clase en 1936. Solo
así podremos avanzar en la consecución de un marco estatal e
institucional y un tablero político que nos permita el sano debate
ideológico capaz de lograr verdaderas transformaciones sociales y
conquistas materiales destinadas a garantizarnos una vida digna y un
futuro real para nosotros y los nuestros. Todo lo demás son meras
patrañas, pura prestidigitación partidista destinada a mantenerlos
entretenidos mientras unos y otros nos roban la esperanza. En sus manos
se encuentra la capacidad para avanzar como un conjunto unido y decidido
hacía la construcción de un estado y una realidad social realmente
dignas.
Fuente → nuevarevolucion.es
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