Pedro, Pablo, Calviño y Rey

Pedro, Pablo, Calviño y Rey
Daniel Seixo

«Los hombres han sido siempre, en política, víctimas necias del engaño ajeno y propio, y lo seguirán siendo mientras no aprendan a descubrir detrás de todas las frases, declaraciones y promesas morales, religiosas, políticas y sociales, los intereses de una u otra clase.»  V.I. Lenin

“El cielo no se toma por consenso: se toma por asalto” Pablo Iglesias

 
«Los del gallinero pueden aplaudir, los de los palcos basta con que hagan sonar sus joyas» 

El debate acerca de la derogación íntegra de la reforma laboral impuesta por el Partido Popular y el posterior sainete político protagonizado por Moncloa, Podemos y EH Bildu, nos devuelven una vez más, en medio de esta larga distopía protagonizada por el COVID-19, a la realidad de las promesas incumplidas, los límites democráticos y las crecientes tensiones fruto del claro y progresivo solapamiento institucional entre la política y la economía.

Vivimos hoy inmersos en tiempos no democráticos, o si lo prefieren, para no dañar especialmente sensibilidades y simplemente destapar poco a poco el engaño, podemos hablar de la era de la política posdemocrática o la autocracia electiva. Tiempos en los que la portavoz socialista Adriana Lasta, se puede ver obligada a suplicar clemencia a la patronal durante el prime time de las tertulias políticas de nuestro país, tras rectificar previamente un legítimo acuerdo parlamentario que apenas duró vivo tres horas. Todo debido a las presiones de los pistoleros rentistas de Antonio Garamendi y a esa fría y calculadora tecnócrata impuesta por Europa, llamada Nadia Calviño. Virrey del nepotismo y la austeridad de la Unión, Vicepresidenta económica del «gobierno más progresista» de la historia de España.

El vaciamiento político, la usurpación del lenguaje y la confianza ciega en una falsa representatividad que no es tal y un sistema electoral que apenas supone hoy un bochornoso espectáculo con el que retroalimentar a los verdaderos poderes en la sombra, representados en los conglomerados mediáticos y el engranaje económico transnacional, nos ha situado en un escenario en el que supuestos socialistas y supuestos comunistas, apenas se muestran capaces de implementar políticas tan básicas como las presentes en sus programas electorales. Esas con las que se presentaron ante los ciudadanos y con las que consiguieron su apoyo electoral, esas mismas que en una democracia plena, en una democracia real al fin y al cabo, debieran suponer un pacto inviolable con la ciudadanía. Un fideicomiso inquebrantable destinado a un fin lícito determinado, que en caso de incapacidad manifiesta o superchería, supondría la inmediata deslegitimación de la representatividad otorgada por el pueblo. Solo así se evitarían fraudes como el que nos ocupa, solo así la política recuperaría de nuevo su sentido en nuestra sociedad. Dotando con ello al estado y su red de protección social de la pizca de legitimidad que el sistema representativo en teoría le otorga.

Por todo ello, salir de actual crisis social ampliamente acelerada por la irrupción del COVID-19 con mayores recortes y desigualdades sociales, supone una apuesta clara y consciente por el autoritarismo y los modelos no democráticos frente a la vía democrática

Las oligarquías económicas y financieras trasnacionales, anónimas y carentes de legitimidad y control democrático alguno, han logrado imponer arbitrariamente a los estados un programa asentado en el conservadurismo social y la firme implementación de medidas neoliberales, basadas de forma constante en el shock relativo a los ajustes fiscales y una austeridad asfixiante que poco a poco consigue extenuar a los estados arrebatándoles su capacidad de acción, hasta lograr erradicar en su práctica totalidad la representación social en las instituciones mediante el aumento del gobierno de los tecnócratas y la desafección social debido a las promesas incumplidas por la constricción de los recursos públicos, las continuas privatizaciones y el aumento de la concentración de la riqueza y las desigualdades. En ese barrizal en el que apenas logramos ya discernir las dinámicas partidistas y políticas y la verdadera representatividad del poder, es en el que un leve retroceso como la eliminación de la posibilidad de despido por el «absentismo» causado por bajas por enfermedad, algo ya derogado en febrero vía real decreto ley, se puede llegar a vender como una gran conquista al electorado. Apenas una migaja lanzada al rebaño para aplacar sus gritos mientras se dirigen al matadero, una ínfima parte de una promesa electoral de obligado cumplimiento, convertida en toda un pilar político y una victoria irrefutable por la taumaturgia de la propaganda y la alienación social.

Hace tiempo las democracias liberales, esas que tras la caída del Muro de Berlín y la descomposición del campo Soviético se dibujaron como única alternativa posible y punto final de la historia, dan serías muestras de involución ideológica y material. En su punto más álgido y con apenas alternativas reales a la vista, la democracia burguesa inició su proceso de descomposición fruto de las contradicciones internas y un profundo vacío moral que en realidad estuvo presente en todo momento en el seno de su desarrollo social, pero que únicamente con el silencio de la victoria y la reflexión acerca de sus propias contradicciones, comenzó a mostrarse entre todo el estrépito del consumismo y prestidigitación liberal. Sin el contrapeso de la URSS y con una economía especulativa devorando insaciablemente la realidad productiva del capitalismo, tal y como señala en su obra Luis Salazar, el «tsunami conservador y neoliberal» originó una globalización anárquica y socialmente depredadora que se ha terminado llevando por delante las promesas más básicas que otorgaban su legitimidad social a las democracias occidentales. Trabajo, libertad y prosperidad, todo ello supone hoy un horizonte muy lejano para los contingentes de jóvenes nacidos con el nuevo siglo. El paro, la precariedad y la represión policial y política, comienzan a dibujarse como conceptos fácilmente ligados al modelo de democracia burguesa en diversos puntos del planeta y con ello el desencanto político abre las puertas a la desafección con el sistema. 

La democracia se ha transformado hoy en nuestro estado en un mero espectáculo, un sainete debmezquino gusto y escasa moralidad con el que meramente elegir a los bufones que nos entretengan con historias de falso antifascismo o patriotera austeridad durante un período de tiempo previamente determinado

En nuestro estado, la crisis económica de 2008, la reforma laboral o el procés, suponen puntos de referencia más cercanos y claros que el boom del ladrillo o la entrada en la Unión para una generación que por primera vez asume vacilante un futuro más incierto y complicado que el de sus padres. No es de extrañar, por tanto, la mayor incidencia represiva en nuestro entorno, el regreso de los presos políticos a primera línea de debate o las cada vez más evidentes constricciones a la libertad de información, las condiciones laborales y materiales o incluso a los derechos de participación política y de protesta. El sistema de poder redobla sus defensas consciente del creciente desafío al mismo y la presente sensación de que si bien los actos de protestas se dibujan en este momento como meros actos episódicos y puntuales, el descontento social ha demostrado históricamente una y otra vez desarrollarse como un lento proceso de acumulación que tarde o temprano remata por estallar.

La respuesta occidental a estos desafíos y a la clara involución de la democracia, arrastrada por la perdida de la capacidad evolutiva de sus postulados bajo la presión del capitalismo y la incapacidad para proporcionar expectativas de progreso al conjunto de la sociedad, se ha dibujado paradójicamente en el estancamiento ideológico y el trilerismo teórico que ha pretendido vaciar de todo su significado al concepto de clase social y a la cada vez más presente en torno a las relaciones de producción del sistema capitalista, lucha de clases. Mientras la izquierda parlamentaria española profundizaba por puro electoralismo en errores de consideraciones históricas como la transversalidad y el baile identitario y la desorientación se apoderaba del cada vez más escaso tejido social anticapitalista, la derecha y la derechona lograban rentabilizar un pacto social que en realidad suponía la mera sumisión y sometimiento de una clase sobre la otra. Los espejismos de las políticas identitarias funcionaron como un oportuno manto propio del quintacolumnismo más clásico con el que lograr desplazar del debate social las cada vez más profundas tensiones entre clases propietarias y desposeídas. Un mero espejismo edulcorante para nuestra miseria que inexplicablemente y con la inestimable ayuda del conglomerado mediático, hizo que en la sociedad de los extremos, la opulencia y la miseria, los consumidores únicamente debatiesen acerca de su etnia, su género o sus preferencias sexuales. Mientras tanto, la economía especulativa en manos del gran capital transnacional copaba las esferas de decisión, secuestrando con ello irremediablemente la representatividad del sistema y desmantelando sin apenas oposición política el Estado de Bienestar cimentado en Europa únicamente como barrera estratégica ante el posible atractivo que para el proletariado europeo pudiese suponer la patria de los trabajadores identificada con la Unión Soviética. Con la caída del muro y sin apenas percatarnos, todos salimos perdiendo de un modo u otro.

La clase obrera perdió su marco ideológico de referencia y un ejemplo material del posible y efectivo contrapeso socialista a las dinámicas capitalistas del otro lado del muro, mientras que el fin de la guerra fría supuso para las democracias burguesas y su circense consumo la perdida del «enemigo externo», una figura tan demonizada como necesaria para sostener la falsa legitimidad democrática de las dinámicas de usurpación material de las oligarquías mundiales a los pueblos y a los sectores sociales más depauperados. Un sistema que libre ya de la «amenaza comunista» e inmerso de lleno en la deriva involutiva que nos ha llevado a la realidad de la posdemocracia o la autocracia electiva, ha seguido buscando enemigos con los que justificar una amenaza necesaria para lograr sustituir la supuesta representatividad parlamentaria por el nepotismo rampante ejemplificado en las crecientes tecnocracias y la corrupción sistémica de los partidos políticos occidentales. El terrorismo, China, Rusia, Somalia, Afganistán, Irán, Irak, Libia, Ucrania, Siria, Corea del Norte, Yemen, Venezuela o de nuevo la amenaza comunista representada esta vez en Maduro, Putin, Xi Jinping o incluso Pablo Iglesias si cualquiera de sus postulados, por irrelevantes que parezcan, pudiesen llegar a suponer una mínima amenaza para el orden establecido. Las posibles rebeliones han sido siempre atajadas con éxito cercenando o asimilando con el menor ruido posible sus primeras y más ínfimas expresiones.

Sin el contrapeso socialista, el capitalismo retorna de nuevo lenta, pero inexorablemente, a la senda del autoritarismo que ha supuesto la norma en el desarrollo del proyecto político y social de las clases dominantes o propietarias

La democracia se ha transformado hoy en nuestro estado en un mero espectáculo, un sainete de mezquino gusto y escasa moralidad con el que meramente elegir a los bufones que nos entretengan con historias de falso antifascismo o patriotera austeridad durante un período de tiempo previamente determinado, destinado a proporcionar audiencia a medios burgueses o de partido y una sólida coartada a quienes ante supuestas y constantes amenazas manufacturadas por este consorcio de la comunicación y el relato, imponen la autoridad y el dictado frente a la democracia escudándose en las siempre necesaria y amenazada garantía de gobernabilidad. Elijan ustedes a su narrador, pero el cuento será siempre el mismo. Prueba fehaciente de ello son los golpes llevados a cabo en Bolivia, Ucrania o Grecia y los constantes intentos de desestabilización o directamente invasión militar de Cuba, Venezuela o Siria. No existe democracia en la imposición del mercado capitalista, no existe representatividad en el dictado neoliberal sustentado en la economía especulativa y no productiva y sus paladines del discurso del conglomerado mediático internacional. Hoy somos menos libres que nunca, la profunda alienación mediática y cultural ha logrado que la libertad y soberanía de los poderes económicos y culturales que rigen hoy el destino de nuestra sociedad, dibujen la cara más cruel y real de la dictadura del capital, siendo la propia Europa el más claro ejemplos de la ruptura democrática que permite imponer sin representación directa real y efectiva los designios del capital especulativo.

Ante esta nueva normalidad nepotista del solapamiento de la política por parte de los poderes económicos, no debemos sorprendernos, si bien sí alarmarnos, por la aparición de hombres fuertes con métodos no democráticas en la vida política y partidista de nuestras sociedades. Gran parte de occidente, pero también viejas democracias en otras latitudes, comienzan a mostrar desde hace décadas claros síntomas de agotamiento ante las contradicciones con el mercado y esto ha llevado a sus ciudadanos a la búsqueda de cobijo en figuras fuertes y con un rumbo fijo. La triste y peligrosa alternativa a la putrefacción y el declive ideológico de los partidos tradicionales se dibuja en Orbán, Trump, Bosonaro, Marine Le Pen o Santiago Abascal indistintamente. En ellos se enmarca la culminación de la involución democrática y la vuelta paulatina a un autoritarismo que si nos paramos a reflexionar ha supuesto la norma de nuestras relaciones sociales y políticas a lo largo de la historia si exceptuamos un breve accidente histórico impuesto por las democracias burguesas como contrapeso al auge del movimiento obrero y al ejemplo dado por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas como culminación máxima de la concepción democrática de la clase social proletaria. Sin el contrapeso socialista, el capitalismo retorna de nuevo lenta, pero inexorablemente, a la senda del autoritarismo que ha supuesto la norma en el desarrollo del proyecto político y social de las clases dominantes o propietarias.

Sin el contrapeso de la URSS y con una economía especulativa devorando insaciablemente la realidad productiva del capitalismo, el «tsunami conservador y neoliberal» originó una globalización anárquica y socialmente depredadora que se ha terminado llevando por delante las promesas más básicas que otorgaban su legitimidad social a las democracias occidentales

La globalización del modelo neoliberal-conservador ha provocado la depauperación de las libertades políticas, la implementación de profundas desigualdades socioeconómicas y la exclusión de grandes masas poblacionales de la toma de decisiones sobre su futuro y presente a través de un proceso de tecnificación y especialización de la política que no es más que una mascarada con la que ocultar la realidad de una clase social privilegiada que pretende ocultar los mecanismos que rigen las vidas de la clase trabajadora. No se trata tanto de la complejidad del sistema, sino de su falta de transparencia y burocratización con claros criterios estamentales. La ideología dominante de la falsa democracia burguesa y liberal ha logrado imponer sus postulados económicos como única realidad posible, circunscribiendo las alternativas socialistas a pensamientos propios de radicales o directamente terroristas, su concepción social nos reduce a meros consumidores o sujetos productores hasta que la robotización creciente y la tecnología de la Inteligencia Artificial nos conviertan progresivamente en sujetos desechables también en ese aspecto. La posdemocracia es la imposición 1% de la población sobre el 99% de la sociedad, son los pijos del barrio Salamanca mancillando la palabra libertad ante la miseria de una proletaria que rebusca en la basura algo que poder poner sobre la mesa de su viejo piso esta noche. Nuestro sistema se ha transformado en eso: una dictadura del capital «encubierta». Lo pueden comprobar claramente con la gestión de esta crisis si es que logran levantar la vista de la consumición de esa terraza que liberados por la ficción de las fases hoy ocupan. Somos simples y aislados individuos guardando cola en el matadero mientras nos mostramos satisfechos con la «libertad» de poder escoger el hilo musical que logre taponar los gritos de desesperación de otros pueblos como el yemení o el griego que ya se encuentran directamente siendo despiezados en busca de la máxima plusvalía de su existencia.

No piensen ustedes que estamos hablando de teorías disparatadas, sino de un proceso social claramente identificable a poco que ustedes abran los ojos abstrayéndose de la contaminación mediática y partidista que busca alienarnos desde los mass media y los atriles electorales. A poco que primen lo material y la acción frente al discurso y la pedantería. Nuestras condiciones materiales se depauperan al mismo ritmo incontrolado que se nos arrebatan la capacidad de decisión sobre nuestras vidas y nuestro futuro como masa social organizada. Por ello y para lograr conquistar nuestra capacidad de decisión y organización, la recuperación del papel del estado en la vida política resulta vital para el desarrollo del marco conceptual teórico de la izquierda. El estado y su red de protección frente a la globalización de la economía especulativa y el neoliberalismo depredador suponen sin duda la única salida viable de cara a lograr recobrar la vital sensación de pertenencia de las masas sociales. Algo en el estado español pasa por tareas tan dispares y diversas en su complejidad como la puesta en valor de los servicios públicos, el lograr encarar un verdadero proceso de Memoria Histórica que depure los símbolos y las instituciones del estado, crear un modelo y un plan productivo, una nueva red tributaria realmente justa que logre una contribución equitativa en el futuro de nuestra sociedad, redefinir la relación del estado español con las naciones sin estado que lo componen, repensar nuestro papel en Europa y por tanto nuestra estrategia geopolítica, repensar nuestras redes de infraestructuras y muy especialmente, consensuar un modelo educativo y un marco constitucional novedoso capaz de pasar definitivamente página de ese accidente histórico para nuestras filas que supuso la transición y el continuismo histórico con el fascismo firmado bajo la amenaza de los ruidos de sable y la traición de una izquierda parlamentaria que en nada representaba el espíritu indómito y revolucionario de los que en el año 1936 dieron su vida por un verdadero ideal democrático.

En definitiva, se trata de olvidar la bipolaridad ficticia del color partidista que nos caracteriza y comenzar un proceso constituyente que devuelva al pueblo su capacidad para sentirse representado y participe del estado. Sin eso, la izquierda se seguirá perdida en batallas que a nada nos llevan y que de nada nos salvan. Por supuesto, el concepto de clase social debe continuar siendo un postulado básico para la izquierda con el que avanzar en la construcción de nuestro ideal de patria socialista y erradicación de las estructuras de dominación de clase, pero el estado, llámenlo ustedes de bienestar si se sienten más cómodos, puede funcionar en este caso como un verdadero eje de transversalidad con el que cimentar un marco y unas reglas de juego en las que disputar, ahora sí en un tablero realmente democrático, el poder a unos partidos representantes de la burguesía local y trasnacional que nos agrade en mayor o en menor medida siguen siendo representativos de amplios sectores sociales. Y ojo, cuando hablo de la transversalidad del estado, en momento alguno hago referencia a la transversalidad del pacto de la magdalena.

Vivimos hoy inmersos en tiempos no democráticos, o si lo prefieren, para no dañar especialmente sensibilidades y simplemente destapar poco a poco el engaño, podemos hablar de la era de la política posdemocrática o la autocracia electiva

En esta fase social, la correlación de fuerzas entre la representación del tejido político de las clases trabajadoras y la fuerza institucional de la burguesía nos lleva directamente a la disputa por el poder en los marcos de la democracia representativa occidental, si bien el punto de partida de nuestro discurso se debe trazar en la incapacidad real de ejecución de una democracia representativa plena sin la existencia de un estado social fuerte y esto nos debe llevar a insistir en nuestra firme convicción acerca de la imposibilidad de desarrollar un estado semejante inmerso en las dinámicas del capitalismo. Si retomamos una y otra vez la senda del capitalismo pese a sus crisis cíclicas y sus «dejes» autoritarios, tarde o temprano volveremos a este neoliberalismo depredador detonante del descontento social ante la falta de legitimidad y la imposibilidad de garantizar el progreso material para el conjunto de los sectores sociales. Tarde o temprano, el capitalismo provoca irremediablemente tensiones materiales entre las clases propietarias y los desposeídos y no sería la primera vez que ante un estallido social protagonizado por las clases más desfavorecidas, la burguesía local – en este caso como en tantos otros apoyada ampliamente por la red global especulativa– hace uso de las fuerzas policiales y represivas o el fascismo mismo si llegado el momento resultase necesario para a través del autoritarismo dar rienda suelta a sus ansias especulativas y extractivas.

Por todo ello, salir de actual crisis social ampliamente acelerada por la irrupción del COVID-19 con mayores recortes y desigualdades sociales, supone una apuesta clara y consciente por el autoritarismo y los modelos no democráticos frente a la vía democrática. Primero llegarán los hombres fuertes y los tecnócratas, tras eso, quizás, el fascismo a imagen y semejanza de los grandes horrores sufridos por Europa durante el pasado siglo. No piensen ustedes en amenazas exageradas o falsas teorías de la conspiración, sin duda, hoy la falsa representatividad o el autoritarismo electivo suponen opciones preferibles para el capital transnacional a la pura dictadura debido a sus ventajas a la hora de silenciar las protestas y la contestación bajo una fina capa de un consumismo exacerbado y la alienación de los marcos mentales propiciada por las redes de entretenimiento, que no de información, pero en caso de necesidad, la mano dura será impuesta por esas mismas élites sin titubeo de ningún tipo. Ya en nuestro país podemos observar como mientras la ultraderecha busca los conatos de violencia en las calles que justifiquen su propia violencia y la derechona comienza sus primeros coqueteos con el chic método del golpismo judicial importado de Latinoamérica y sus escuelas yankees de la injerencia y el autoritarismo, los medios se dedican a blanquear e incendiar distintas parcelas del debate patrio según consideren necesario para sus propios intereses a futuro. Nos encontramos queridos lectores ante las primeras maniobras de preparación ante lo que se viene, ante los primeros compases de la nueva normalidad autoritaria y la posdemocracia tanto tiempo ensayada.

Supuestos socialistas y supuestos comunistas, apenas se muestran capaces de implementar políticas tan básicas como las presentes en sus programas electorales

Es precisamente con la intención de oponernos conjuntamente a esa nueva normalidad, que no puedo sino invitarlos a profundizar en su pensamiento crítico y su participación política, que no únicamente partidista, de cara a revertir un proceso que todavía estamos a tiempo de comprender y combatir. No se dejen ustedes arrastrar por falsas alternativas o falsos voceros de la irrelevancia amarillista. Busquen lo importante del debate allí en donde sus condiciones materiales se lo señalen y luchen con uñas y dientes si es preciso por imponer sus necesidades sociales, su voz, su clase. Solo así evitaremos caer de nuevo en las dinámicas quintacolumnistas y el círculo vicioso de la irrelevancia que nos lleve a cometer los mismos errores implementados en su momento por nuestras organizaciones y nuestra clase en 1936. Solo así podremos avanzar en la consecución de un marco estatal e institucional y un tablero político que nos permita el sano debate ideológico capaz de lograr verdaderas transformaciones sociales y conquistas materiales destinadas a garantizarnos una vida digna y un futuro real para nosotros y los nuestros. Todo lo demás son meras patrañas, pura prestidigitación partidista destinada a mantenerlos entretenidos mientras unos y otros nos roban la esperanza. En sus manos se encuentra la capacidad para avanzar como un conjunto unido y decidido hacía la construcción de un estado y una realidad social realmente dignas.



Fuente → nuevarevolucion.es

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